Buenos Aires es una capital que respira fútbol por los cuatro costados y que vibra con la pelota como ninguna. Unido a toda su área conurbana compone un espacio en el que conviven 13 millones de personas y en el que encontramos más de 400 campos de fútbol y 36 estadios con capacidad para más de 10.000 espectadores. En la cuarta jornada del campeonato de Primera División se disputaron cuatro partidos en la ciudad de Buenos Aires y otros cuatro en el conurbano. Son partidos que paralizan la ciudad, de los que no puedes mantenerte al margen. Por el barrio de Núñez se empiezan a ver camisetas de River varias horas antes de que los “Millonarios” salten al cesped. También con mucha antelación se instalan los puestos de venta de merchandising, todo falsificado por supuesto. Aparecen los puestos de choripanes (bocadillo de chorizo)y patis (hamburguesas) y se empieza a escuchar el clásico grito «¡tenemos chori, chori, paty, paty!«. Los alrededores del estadio Monumental quedan cortados por varios cordones policiales. Para entrar a la cancha hay que pasar por lo menos tres o cuatro controles, más que en el aeropuerto para entrar al país.

Eso ocurre en los campos de los clubes grandes, pero cada barrio de Buenos Aires y cada pueblo del conurbano cuenta, al menos, con un equipo de fútbol profesional, que representa una de sus señas de identidad más fuertes. En Villa Crespo siguen siendo hinchas de Atlanta aunque su equipo cayera a la tercera categoría del fútbol argentino. Caballito no sería el mismo barrio sin la presencia del club Ferrocarril Oeste. Hay otros más modestos, como el club Lamadrid, que tiene su cancha pegada a la cárcel de Devoto. El día que los presos animan al equipo la hinchada de Lamadrid canta por su amnistía, si no lo apoyan los cánticos cambian y les recuerdan las miserias de su cautiverio.

Decía el escritor argentino Ezequiel Martínez Astrada que "construimos una gran ciudad porque no supimos construir una gran nación«. Él se refería a Buenos Aires como “La cabeza de Goliat”, una cabeza fuerte con las piernas frágiles, una ciudad que siempre ha vivido de espaldas al resto del país y buscando parecerse a las grandes urbes europeas. El porteño, el habitante de Buenos Aires, siempre ha tenido un punto soberbio, altanero. Siempre se ha sentido un poco más europeo y esa relación con el interior del país se ha visto también reflejada en el fútbol.


LA LIGA ROSARINA

Desde la independencia misma de la Argentina Buenos Aires quiso marcar su propio ritmo y se mantuvo en conflicto con el resto de provincias durante buena parte del siglo XIX. El país crecía como exportador de productos agrícolas y la capital era el punto por el que tenían que pasar todas las mercancías antes de partir al extranjero. Sobre este privilegio se fue desarrollando una capital que crecía a la imagen de París, que inauguraba el Teatro Colón o la avenida más ancha del mundo, al mismo tiempo que buena parte del país estaba prácticamente despoblado. Así se explica que cuando se creó el campeonato de Primera División en 1891, le llamaran Argentina Association Football League, a pesar de que todos los equipos eran de Buenos Aires. Para cuando Racing, River o Boca llegaron a la Primera División ya se habían fundado Newell’s Old Boys, Rosario Central, Unión de Santa Fe o Talleres de Córdoba, pero la AFA siguió contando únicamente con equipos de Buenos Aires y el área conurbana.

A orillas del rio Paraná, la ciudad de Rosario había ido creciendo en torno a su puerto. Se trataba de un enclave estratégico como conexión entre el Interior y el puerto de Buenos Aires y eso le permitió crecer rápidamente. Con idea de mejorar las comunicaciones con la capital se construyó una de las primeras líneas de ferrocarril del país y el fútbol no tardó en aparecer. Igual que en Buenos Aires, fue en los clubes más aristocráticos de Rosario donde se empezó a practicar el fútbol. Para 1867 se fundó el Rosario Cricket Club y fue allí donde se disputaron los primeros encuentros. En 1900 se organizó la primera edición de la Copa Competencia, que enfrentaba a los campeones de Rosario, Buenos Aires y Montevideo. El Rosario Athletic se permitió tutear a los Alumni, Belgrano Athletic o Peñarol, incluso ganar el trofeo en tres ocasiones. Luego ocurrió el mismo proceso que se había vivido en Buenos Aires. El fútbol se fue extendiendo entre la población criolla y aparecieron nuevos clubes.

Ya en 1889 los trabajadores ferroviarios habían fundado el Club Ferrocarril Central Argentino de Rosario, que más tarde pasaría a llamarse Rosario Central. Años más tarde, en 1903, nació su gran rival. El inglés Isaac Newell llegó a la Argentina a los 16 años en un barco que lo dejó en la ciudad de Rosario. Igual que Watson Hutton, Newell era un convencido de la importancia del deporte en la educación y, siguiendo esos principios, fundó el Colegio Comercial Anglicano Argentino de Rosario. Cuando en 1903 alumnos y ex alumnos de su escuela crearon un club de fútbol, decidieron darle el nombre de su fundador: Newell’s Old Boys.

El fútbol rosarino destacó desde muy pronto y en la capital reconocían el buen nivel de sus jugadores, pero no parecían muy dispuestos a invitarlos a participar en su liga. A pesar de que se denominaban a sí mismos Asociación Argentina de Fútbol, de que era reconocida por la FIFA como organización nacional, los clubes de Buenos Aires se resistían a incluir a los clubes del Interior del país. Newell’s y Rosario Central debieron esperar hasta 1939 para empezar a competir en la liga argentina.


EL INTERIOR

Siguiendo por el rio Paraná, 150 kilómetros al norte de Rosario nos encontramos con el último punto al que podían llegar los barcos de gran calado. Allí se fundó la ciudad de Santa Fe y hasta allí se extendió la línea del ferrocarril que unía Buenos Aires con Rosario. Poco más tarde aparecieron los primeros clubes de fútbol.

En 1905 un grupo de amigos decidió fundar un equipo. Uno de ellos no pudo acudir a la cita porque tenía examen de historia, debía quedarse en casa estudiando el descubrimiento de América. Cuando el resto de compañeros conocieron la razón de su ausencia, decidieron el nombre del equipo: Colón de Santa Fe. Dos años más tarde, formado por representantes de las clases más poderosas de la ciudad, nacería su gran rival. Eran todavía los tiempos en que los clubes de origen inglés marcaban tendencia y decidieron llamar al equipo Club United. Luego, cuando se impuso el fútbol criollo, lo cambiaron por Unión de Santa Fe. El equipo pronto adquirió relevancia y para 1929 ya se dio el lujo de invitar a su estadio al Chelsea inglés.

Unos kilómetros hacia el interior, en la ciudad de Córdoba, el fútbol vivió el mismo proceso que en Rosario y Santa Fe. La pelota llegó con el ferrocarril, el Club Córdoba Athletic empezó a practicarlo y más tarde surgieron los clubes criollos. El Club Belgrano tomó el nombre de uno de los héroes de la independencia. Talleres de Córdoba fue fundado por empleados del tren, de origen inglés en su mayoría, pero con el tiempo se convertiría en uno de los clubes más populares del país, capaz de reunir a 60.000 espectadores cuando se encontraba en la tercera categoría del fútbol argentino.


ALBICELESTES

A principios del siglo XX el fútbol se extendía por buena parte del país. Allí donde llegaban los ingleses se organizaban partidos improvisados y no tardaba en crearse el primer club. En Buenos Aires o Rosario la cantidad de espectadores crecía a cada partido y ya en 1900 se había puesto en marcha la primera competición que enfrentaba a clubes de Argentina y Uruguay. El siguiente paso natural era la organización del primer encuentro de selecciones nacionales.

Después de varios encuentros organizados entre combinados de jugadores uruguayos y argentinos se tomó la decisión de organizar el primer partido entre ambas selecciones. Era 1902 y la infraestructura de la AFA todavía era un poco precaria. Los jugadores argentinos fueron elegidos de común acuerdo entre los directivos de la asociación y el capitán del Lomas Athletic. Para no ofender a nadie se seleccionaron jugadores de todos los equipos de Primera División y se repartió un breve comentario en el que se explicaban las razones por las que se había elegido a cada uno.

Tres años más tarde el magnate del té, Thomas Lipton, donó un trofeo para la disputa de un torneo anual entre las selecciones de Argentina y Uruguay. Al año siguiente se inició también la Copa Newton entre ambas selecciones. De esta forma la histórica rivalidad entre los vecinos del rio de La Plata se trasladó al terreno de fútbol. Los partidos reunían a audiencias de más de 10.000 espectadores y la importancia del triunfo frente al vecino empezaba a trascender el ámbito deportivo. En 1919 el árbitro del encuentro decidió abandonarlo en el primer tiempo, harto de las presiones e insultos de los espectadores. Lograron convencerlo para que continuara, pero, en la segunda mitad, el encuentro debió suspenderse definitivamente cuando los espectadores argentinos invadieron la cancha dispuestos a agredir a los futbolistas uruguayos.

Los partidos internacionales aseguraban el interés de los aficionados y la rivalidad por demostrar ser mejores que los vecinos era debidamente alimentada por la prensa. En 1910 Argentina se enfrentó por primera vez a la selección chilena y en 1914 nacería uno de los duelos de selecciones más clásicos del fútbol mundial, Argentina-Brasil. Pero los cariocas estaban todavía un paso por debajo de sus vecinos del sur; en América, por el momento, dominaban las dos orillas del rio de La Plata.

La pelota no se mancha
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