La fecha 11 del campeonato argentino estaba señalada en negrita por todos los aficionados al fútbol desde que se conoció el calendario. Es la jornada en la que todos los focos apuntan a un único partido: Boca Juniors-River Plate.

Son muchos los que opinan que el superclásico argentino es el mayor espectáculo futbolístico a nivel mundial, pero serán muy pocos los que lo consideren así por la calidad que se puede ver en el juego. Desde que en los años noventa el fútbol europeo consagró su dominio sobre el sudamericano, los superclásicos están cada vez más huérfanos de estrellas de primer nivel mundial. Si en los cuarenta en un Boca- River se daban cita algunos de los mejores jugadores del mundo y en los ochenta podía enfrentar a Kempes con Maradona, hoy en día los onces iniciales ya no lucen tanto brillo. En argentina el espectáculo está cada vez más en las gradas y un superclásico es el mejor reflejo de ello.

Sólo los otros grandes clásicos argentinos, como el de Rosario o el de Avellaneda, pueden compararse con el duelo entre “Bosteros” y “Gallinas”. Todos ellos son verdaderas experiencias de emociones desbordantes, una catarsis colectiva de la que es imposible abstraerse. Pero el River-Boca tiene un valor añadido. Si un Newell’s-Central paraliza Rosario, un San Lorenzo-Huracán es el clásico de barrio por excelencia y un Racing-Independiente es el clásico de Avellaneda, el superclásico entre River y Boca paraliza a Argentina entera, desde Tierra del Fuego hasta Jujuy.

Como suele ser habitual, el superclásico de este 2015 no resultó especialmente brillante. Siempre hay mucha presión alrededor de estos partidos y ninguno de los dos equipos se lanzó sin contemplaciones a por el partido. Boca se impuso gracias a los goles de Pavón y Pablo Pérez y amplía su paternidad sobre el eterno rival.

El de la paternidad no es un dato cualquiera en el fútbol argentino. La rivalidad entre los clubes está cargada de emociones y sentimientos más movidos por la pasión que por la razón. Las discusiones entre hinchas de equipos rivales son frecuentes e interminables; dos personas pueden discutir durante toda la vida en un bucle destinado inevitablemente a no terminar y, en medio de este marasmo de irracionalidad, la paternidad aporta una pequeña luz de objetividad. Se puede discutir acerca del pasado glorioso, de humillaciones memorables, de lo que sea, pero si un equipo ha ganado más partidos al otro a lo largo de la historia, es su papá, lo tiene al otro de hijo y ese es un dato que no admite réplicas. La paternidad es tan importante en Argentina que se rebusca en los archivos cualquier partido que pueda ayudar a compensar una desventaja o consolidar una superioridad. Tener al rival de hijo es el punto final a discusiones interminables; material de máxima importancia.


SOLUCIONES INGLESAS

En Argentina siempre se han analizado con lupa todos los partidos y siempre se ha buscado en el árbitro al chivo expiatorio perfecto para cada derrota. Las protestas por decisiones partidistas son tan viejas como el propio fútbol, pero hubo un tiempo en que llegó a peligrar la credibilidad del campeonato. Los equipos chicos protestaban porque a los grandes se les señalaban demasiados penaltis a favor, demasiadas situaciones que decidían partidos y que siempre iban en la misma dirección. Las protestas por las decisiones arbitrales provocaban disturbios en numerosos partidos, pero llegaron al límite en 1946 cuando Newell’s se enfrentó a San Lorenzo en Rosario. Los “Leprosos” habían remontado un 0-2 en contra y llegaron a marcar el 3-2 que les daba la victoria, pero el árbitro Osvaldo Cossio anuló el gol y, mientras algunos jugadores protestaban la decisión, San Lorenzo aprovechó para lanzar la contra y marcar el 2-3. En ese momento los aficionados de Newell’s saltaron a la cancha tratando de agredir a los jugadores rivales y, sobre todo, al árbitro. Viendo cómo una marabunta se le venía encima, el trencilla se refugió en el vestuario, pero los intentos por tirar la puerta abajo hicieron que tuviera que escapar por una ventana hacia el parque Independencia. Allí lo atraparon y empezaron a golpearlo varios aficionados locales, hasta que fue rescatado por unos soldados cuando lo iban a colgar de un árbol con un cinturón.

La gravedad de los hechos motivó una huelga de árbitros en la siguiente jornada y la AFA se vio presionada a buscar una solución. Unos años antes el inglés Isaac Caswell había dirigido varios partidos en Argentina y se había ganado el respeto del mundo del fútbol criollo. Con este precedente en 1948 la AFA se animó a contratar árbitros ingleses para los encuentros de Primera División. Igual que en la economía, parecía que en el fútbol también había que mirar hacia Inglaterra para solucionar problemas locales.

Con la llegada de los árbitros extranjeros pareció relajarse el ambiente entre los equipos pequeños. Incluso en un Huracán-Boca el árbitro salió ovacionado por el público y en un Tigre-San Lorenzo los jugadores le hicieron pasillo. La temporada parecía marchar sin sobresaltos, hasta que estalló el conflicto entre futbolistas y directivos.


HUELGA Y ÉXODO

Argentina vivía un periodo de optimismo desde la llegada de Perón. El país se desarrollaba y las clases populares creían en su gobierno. En consecuencia había disminuido la conflictividad social. Pero, en plena fiesta del peronismo, fue un gremio tradicionalmente poco problemático como el de los futbolistas el que declaró la primera huelga.

Hacía tiempo que los jugadores venían quejándose de su situación. Se sentían rehenes de los clubes, moneda de cambio en unos traspasos millonarios a los que difícilmente podían oponerse. En 1944 habían formado el sindicato Futbolistas Argentinos Agremiados, pero los directivos de los clubes no tenían intención de reconocerlo como interlocutor válido. Además de millonarios y milongueros, sólo faltaba que los futbolistas se hicieran también sindicalistas.

Los futbolistas reivindicaban la libre contratación, el establecimiento de un sueldo mínimo, la apertura del libro de pases y el reconocimiento de FAA como interlocutor. De aprobarse estas propuestas aseguraban que se pondría fin a los traspasos millonarios y se ayudaría a sanear las finanzas de los clubes. Pero los directivos hicieron oídos sordos a sus proclamas y llegó una primera amenaza de huelga en Abril de 1948.

La AFA medió en el conflicto prometiendo a los jugadores el reconocimiento de FAA. Tres meses más tarde, ante la falta de soluciones, los futbolistas decidieron suspender el campeonato durante una jornada. Entonces fue el gobierno quien intervino en el conflicto, pero no fue el responsable de deportes sino el Ministro de Hacienda quien se encargó del asunto. Ramón Cereijo justificó su mediación «en su calidad de deportista interesado». Finalmente en Noviembre de 1948 los futbolistas denunciaron el incumplimiento de los acuerdos alcanzados con los directivos y declararon la huelga.

Quedaban cinco jornadas para finalizar el campeonato cuando se inició el parón pero los directivos decidieron no plegarse ante la presión y continuaron la competición con futbolistas de las categorías inferiores. Repentinamente se volvía a la etapa amateur y cada equipo contaba sólo con jugadores salidos del propio club. Racing, que iba líder antes de iniciarse la huelga, vio como el mejor trabajo en inferiores de Independiente le permitía arrebatarle el título. Para el inicio del nuevo torneo se consiguió llegar a un acuerdo entre directivos y futbolistas. No se consiguió sanear las finanzas de los clubes ni terminar con los traspasos millonarios como aventuraban los futbolistas, pero se reconoció al sindicato FAA como interlocutor, la garantía de cobro de las deudas a los jugadores y la libre contratación. A cambio se aprobó un salario máximo de 1.500 pesos para los futbolistas.

Se había llegado a un acuerdo, pero las relaciones entre los directivos y los futbolistas quedaron muy dañadas y, ante el nuevo tope salarial, muchos de los mejores jugadores argentinos optaron por aceptar ofertas más suculentas del extranjero. «Nos vamos quedando a oscuras»[10] titulaba El Gráfico al informar de la marcha de las estrellas del campeonato. Moreno fichó por la Universidad Católica de Chile. Martino, Basso, Santos, Aballay, Boyé y Alarcón se marcharon a Italia. Pero el mayor mordisco vino de una nueva liga nacida en Colombia, una “liga pirata”, no reconocida por la FiFA, que se llevó a Pedernera, Rodolfi, Deambrosi, Nestor Rossi, Rial, Pontoni, Sastre, Cozzi, Giudice… En total 57 jugadores, entre los que se encontraba Alfredo Di Stefano. Uno de los mejores futbolistas de la historia se marchaba a los 23 años para no volver a jugar nunca más ni en un club argentino ni en la selección.

Pedernera, Di Stefano y Nestor Rossi se juntaron en el Millonarios de Bogotá y dieron lugar a lo que se conoció como “El Ballet Azul”. Un equipo que impresionó tanto que, para evitar que descendiera la productividad, el gobierno colombiano tuvo que prohibir a los funcionarios hablar de Pedernera en horario de trabajo. El fútbol alcanzó una trascendencia que nunca había tenido en el país cafetero, mientras en Argentina el daño producido por el éxodo masivo de jugadores fue enorme.


TRICAMPEONATO DE LA ACADEMIA

En un tiempo en el que el deporte era política de Estado y el peronismo se infiltraba en todas las instituciones deportivas, para los clubes de fútbol se convirtió en tarea fundamental contar con un buen “padrino”, un simpatizante del club lo más cerca posible del general Perón. Boca tenía el respaldo de Raúl Mendé, secretario de Asuntos Técnicos de la Presidencia, River se beneficiaba de la carrera como diplomático de su presidente, Antonio V. Liberti. Jose C. Barro, ministro de industria y comercio, protegía a San Lorenzo. Pero fue Racing quien contó con el “padrino” más implicado de todos.

El Ministro de Hacienda, Ramón Cereijo, el mismo que había intervenido durante la huelga de jugadores, era hincha confeso de la “Academia”, igual que Carlos Aloé, funcionario de la Presidencia de la Nación. Entre los dos no tuvieron problema para convencer a Perón de la importancia de financiar el nuevo estadio de Racing, inaugurado en 1950. Pero tanto o más importante que la construcción del estadio resultó la intervención de Cereijo durante el éxodo de jugadores. Mientras todos los clubes veían cómo perdían a sus mejores futbolistas, a los jugadores de Racing, sorprendentemente, se les negaba sistemáticamente el pasaporte y no pudieron emigrar a ligas extranjeras.

Rodríguez, García, García Pérez, Fonda, Rastrelli, Gutierrez, Salvini, Méndez, Bravo, Simes y Sued formaban la alineación de Racing a finales de los años cuarenta. A este equipo se añadió en 1950 la estrella de Boca, Mario Boyé, de vuelta tras su paso por Italia y Colombia. Con semejante equipo la “Academia” no tuvo problema para llevarse los campeonatos de 1949 y 1950. El de 1951 tendría un rival inesperado.


EL CAMPEÓN MORAL

Cuando durante la huelga de 1948 los equipos debieron disputar cinco jornadas con jugadores de categorías inferiores, Banfield fue el equipo que más puntos logró, 9 de 10 posibles. En los años siguientes aquellos juveniles se fueron integrando al primer equipo. En 1949 terminaron décimos el campeonato, en 1950 séptimos. Aquel año el club debió vender a Grisetti y su estrella, Juan José Pizzuti, se marchó a Racing para convertirse en leyenda de la “Academia”. A pesar de las dos bajas, en 1951 Banfield siguió mostrándose como un equipo sólido desde el principio del campeonato y en la primera vuelta sólo perdió con Independiente. La posibilidad de que un equipo chico saliera campeón iba ganando enteros, pero Racing seguía siendo un rival muy fuerte. Terminado el campeonato ambos equipos empataron a puntos. Banfield tenía mejor gol-average, pero la reglamentación de la época establecía que debían disputarse dos partidos para determinar el campeón. Dos partidos que se celebrarían rodeados de un clima extraño en el país. El 5 de noviembre Eva Perón había sido intervenida de un cáncer de útero y, mientras Banfield y Racing se disputaban el campeonato, Argentina entera se mantenía en vilo pendiente de su salud.

Los dos encuentros estuvieron rodeados de muchas suspicacias. A Racing se le conocía por entonces como Sportivo Cereijo y no eran pocos los que defendían que el ministro no permitiría que su equipo perdiera el tricampeonato. Por el contrario, Banfield se había ganado la simpatía de buena parte del país y también de la convaleciente Eva Perón. En plena lucha por su vida ¿alguien se atrevería a llevar la contraria a Evita?

Tras un empate a cero en el primer partido, el Estadio Gasómetro se llenó para el encuentro final. Con una expectación máxima, con el país dividiendo su atención entre el partido y las noticias por la salud de Evita, un solitario gol de Boyé dio el triunfo y el tricampeonato a Racing. Para Banfield quedó el título honorífico de campeón moral. Su gran estrella, Eliseo Mouriño, no tardó en fichar por Boca Juniors y el club tuvo que esperar cinco décadas para poder repetir la hazaña. Se desconoce si el resultado de aquel partido tuvo influencia en la decisión, pero, pocos meses después, Perón cesó a Cereijo como ministro de hacienda. Evita falleció el 26 de julio de 1952 víctima del cáncer y, por unos días, Argentina dejó de hablar de fútbol.

La pelota no se mancha
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