Independiente de Avellaneda es uno de los clubes más grandes de Argentina, de eso no hay duda, pero no está pasando por su mejor momento. Descendió a la B Nacional en 2013 por primera vez en su historia y, una vez recuperado su puesto en la máxima categoría, parece que le está costando volver a ocupar el lugar que por historia le corresponde.

Tras el mal inicio de temporada la directiva tomó la decisión de cambiar de entrenador y, para sorpresa de muchos, el elegido fue Mauricio Pellegrino, fiel representante de un estilo que choca con la historia del club. Independiente siempre ha sido uno de los estandartes de lo que en Argentina se conoce como fútbol lírico. Una característica que se siente nada más entrar al estadio Libertadores de América y que hace que la hinchada del “Rojo” no sea fácil de contentar. Están acostumbrados a un fútbol exquisito y pueden llegar a ser muy críticos con sus propios jugadores si no les gusta el juego de su equipo. Es lo que ellos mismos llaman “paladar negro”. A apenas 150 metros de su estadio, sus rivales de Racing prefieren denominarlos “pecho frio” o “amargos”.

Pellegrino no va a tener una tarea fácil para convencer a su nueva hinchada y deberá afrontar además la difícil situación del club. Independiente tiene una deuda que sigue siendo millonaria y que ha debilitado una cantera que históricamente ha sido de las más prolíficas del país. El último gran jugador que salió de las inferiores del “Rojo” fue el “Kun” Agüero y dejó el club allá por el 2006.

Sin embargo, Independiente es un grande del fútbol argentino y volverá a ser campeón tarde o temprano. Mientras tanto, sus aficionados siguen recordando glorias pasadas. Sigue siendo el “Rey de Copas”, en sus vitrinas guardan dos Intercontinentales y siete Libertadores y han disfrutado durante años de la fantasía de Burruchaga, Bertoni o Bochini; Ricardo Enrique Bochini, el “Bocha”. Palabras mayores.


LOS DIABLOS ROJOS

Independiente se llevó el Metropolitano de 1970 con un equipo en el que figuraban varios de los jugadores que habían sido campeones de América en los años sesenta. Sin embargo la difícil situación económica en la que se encontraba el club obligó a vender a varios de sus mejores jugadores. Bernao se marchó al Deportivo de Cali, Tarabini a Boca Juniors y Yazalde se fue al Sporting de Lisboa. Ante esa difícil situación, directivos, cuerpo técnico y jugadores coincidieron en que la fortaleza del equipo se encontraba en la defensa y el centro del campo. Entre todos acordaron que era el momento de jugar asegurando el marcador, de defender un gol de ventaja como si les fuera la vida en ello. Era el momento de dejar a un lado el fútbol preciosista y esperar a que salieran de la cantera nuevos delanteros que permitieran recuperar el “paladar negro” que siempre había caracterizado al club.

Con este acuerdo entre directiva y jugadores Independiente volvió a ganar el Metropolitano de 1971 y en 1972 volvió a proclamarse campeón de América. En la Intercontinental de aquel año se enfrentaron a un equipo que estaba cambiando el devenir del fútbol mundial, el Ajax de Amsterdam liderado por Johan Cruyff. Los “Diablos Rojos” plantaron cara a los holandeses en Avellaneda, pero en el partido de vuelta no pudieron frente a un equipo que demostró estar un peldaño por encima. Todavía quedaban unos años para que en Argentina se asimilara la revolución que supuso el fútbol total.

Después de aquella final Independiente perdió a uno de sus hombres clave, Omar Pastoriza. El “Pato” estaba señalado desde que el año anterior liderara una huelga de futbolistas y, tras el partido contra el Ajax, decidió aceptar la oferta del Monaco francés. El golpe que supuso esta baja para los “Rojos” quedó compensado con el debut, a los 18 años, de un enganche llamado a hacer historia en el club: Ricardo Bochini. Poco más tarde llegó desde Quilmes Daniel Bertoni y, con ellos dos, Independiente formó, por fin, el ataque que habían estado esperando.

Bochini era magia en estado puro, la sublimación de la pausa argentina y nadie en su extensa carrera supo interpretarlo mejor que Bertoni. En sus primeros años ambos jugadores compartieron casa y aprovechaban la plaza del barrio para seguir jugando al fútbol en sus ratos libres. Las mismas jugadas que improvisaron en esa plaza de Buenos Aires las repitieron en el Olímpico de Roma el día de la final de la Copa Intercontinental de 1973 y frente a la Juventus. Aquel partido marchaba empatado a cero, hasta que Bertoni recibió el balón, se la pasó a Bochini, este dejó atrás a su marcador, corrió, se la devolvió a Bertoni, que tocó a la primera para el “Bocha” y el diez la picó ante la salida de Dino Zoff. 1-0 y primera Copa Intercontinental para Independiente.

Aquel equipo del “Rojo” fue el que forjó la mística del “Rey de Copas”. Los Santoro, Commisso, Galván o Pavoni lograron encadenar cuatro títulos de campeones de América, haciendo gala del “paladar negro” del club e imponiéndose a la hostilidad frecuente de los enfrentamientos en la Libertadores.

La final de 1973 frente a Colo Colo se disputó con el país chileno bajo una enorme tensión política, que daría lugar, pocos meses después, al golpe de Estado que acabó con la vida del presidente Salvador Allende y dio inicio a la dictadura de Pinochet. Después de un polémico empate a uno en la Doble Visera de Avellaneda, Independiente se presentó en un Santiago en el que la conflictividad política y el ruido de sables sólo se acallaban con los partidos de Colo Colo en la Libertadores.

Los jugadores vivieron la hostilidad habitual de cada partido en la competición, con el añadido de que un triunfo chileno podía contribuir a tranquilizar el país y dar un poco de aire al gobierno de Allende. El autobús de Independiente siguió un trayecto inusualmente largo hasta el Estadio Nacional, en el que, desde la calle, se les lanzaban todo tipo de objetos. Una vez en el vestuario se cortó la luz y debieron salir a oscuras hasta la cancha. Finalmente lograron contener el empuje de Colo Colo y de sus hinchas y forzaron un tercer partido en Montevideo. Allí un gol de Giachello en la prórroga aseguró el título para el “Rojo” y prolongó una racha que se saldó con 4 Copas Libertadores y 1 Intercontinental y que consolidaron la leyenda copera de los “Diablos Rojos”.


FIESTA EN LA BOCA

Poco antes de aquellos triunfos de Independiente, Boca Juniors había vivido unos años de gloria. En los años sesenta, mientras River no lograba poner fin a su sequía de campeonatos, los “Xeneizes” se acostumbraron a tener a ex jugadores “Millonarios” como entrenadores del club. Llegaron Deambrossi, Nestor Rossi y Pedernera y en 1969 fue el turno de Di Stefano.

Don Alfredo llevó a cabo una pequeña revolución en la ribera. En un club que había hecho de la garra y la entrega una seña de identidad, decidió dar una oportunidad a la fantasía. Con el “Muñeco” Madurga y Rojitas como estrellas, se proclamaron campeones del Nacional del 69, coronándolo con una frivolidad que quedó para la historia: lograr el título en el Estadio Monumental y dar la vuelta olímpica ante la hinchada rival.

Ya sin Di Stefano en el banquillo, los “Xeneizes” ganaron el Nacional de 1970, pero aquel equipo vivió su noche negra en la Libertadores del año siguiente. Boca se enfrentaba a Sporting Cristal en la Bombonera cuando su jugador, Suñé, inició una pelea con uno de los rivales peruanos. Mientras desde la 12 gritaban “y pegue, y pegue, y pegue Boca pegue”, la trifulca se extendió hasta acabar involucrando a todos los jugadores. Al final, tres futbolistas terminaron en el hospital y 17 fueron expulsados. La policía se llevó a la mayoría de jugadores detenidos y también al árbitro “por haber provocado los incidentes”. En Perú la madre de uno de los futbolistas sufrió un infarto mientras veía las imágenes por televisión.


19 DE DICIEMBRE DE 1971

El mismo año que Boca Juniors terminaba a las piñas su participación en la Libertadores, en Rosario se preparaban para subir el peldaño que les faltaba para tener un equipo campeón. La ciudad a orillas del Paraná había sido siempre un verso libre en el fútbol argentino, representantes de un juego más pausado y habitual cantera de grandes jugadores que acostumbraban a terminar en los mejores equipos de la capital. Pero tanto Newell’s como Central llevaban tiempo avisando de que eran equipos a tener en cuenta y, para 1971, parecía haber llegado su momento. En el Metropolitano, Newell’s estuvo cerca del título y en el Nacional, ambos equipos fueron avanzando etapas, hasta encontrarse en la semifinal.

Desde que se conoció que Newell’s y Central se enfrentarían por un puesto en la final todo el mundo fue consciente de que aquel partido marcaría a los dos clubes durante años. Eran los equipos más fuertes del momento y, jugándose la final en Rosario, quien pasara la eliminatoria tendría muchas posibilidades de ser el campeón. Pero, además, eran los dos grandes rivales y, pasar a la final, tendría la satisfacción añadida de dejar en el camino al vecino impertinente. Nadie tenía dudas de que el ganador de aquella semifinal la recordaría por los restos y, para el perdedor, se convertiría en un calvario imposible de olvidar.

El 19 de Diciembre de 1971 la carretera entre Rosario y Buenos Aires se llenó de coches, autobuses, camiones o cualquier vehículo que pudiera servir para llegar al estadio Monumental. El partido se inició a las 18 horas, con dos hinchadas eufóricas, ansiosas por pasar a la final, pero también temerosas de que lo hiciera el máximo rival. A las 19:09, González puso un centro en el área y Aldo Pedro Poy se lanzó de palomita para marcar el único gol del partido. Central se clasificó para la final y nació el mito de “La Palomita de Poy”.

Aquel gol es uno más dentro de las frías estadísticas de la historia del fútbol argentino, pero es también el gol más celebrado en el mundo. Roberto Fontanarrosa, escritor incomparable e incorregible hincha de Central, lo relató de manera brillante en el cuento 19 de Diciembre de 1971. La OCAL (Organización Canalla Anti Leprosa) también quiso hacerle su propio homenaje y decidió que, semejante hazaña, merecía ser recordada cada año. Desde entonces, cada 19 de Diciembre, los hinchas de Central se reúnen junto a Aldo Poy para repetir la palomita. En todos estos años el acto se ha realizado en Rosario y también en Santiago de Chile, Miami o Montevideo. Cuando se organizó en La Habana fue el hijo del “Che”, hincha de Central como su padre, quién centró el balón a Aldo Poy.

Al día siguiente del recordado partido en el Monumental, el jugador de Newell’s, Di Rienzo, marcador de Poy en aquella jugada, sufrió un ataque de apendicitis. El cirujano que le operó, casualmente miembro de la OCAL, decidió conservar en formol el apéndice extraído y, hoy en día, se expone en el museo de la organización con la siguiente nota: “Apéndice del jugador Di Rienzo por donde a veinte centímetros del mismo pasó la pelota impulsada por Aldo Pedro Poy de palomita convirtiéndose en el gol por el cual Central eliminara el 19 de Diciembre de 1971 a Newell’s Old Boys de Rosario”. ¡Ah! Y, por supuesto, después de eliminar a Newell’s, Central ganó la final.

Dos años después de la palomita de Poy, Rosario Central logró su segundo Torneo Nacional. Newell’s se tomaría la revancha ganando el Metropolitano de 1974 por delante de los “Canallas”. En aquella ocasión los dos equipos rosarinos se enfrentaron en el último partido, en cancha de Central. En el minuto 69, Carlos Aimar ponía el 2-0 para los “Canallas”, pero Newell’s no podía volver a perder, no podía aceptar otra Palomita de Poy. Un minuto más tarde Capurro acortó distancias y Zanabria logró, en el 81, el gol que empataba al partido. Fue el momento en que la hinchada “Canalla” no pudo soportar más la afrenta e invadió el terreno de juego. El partido se suspendió y días más tarde la AFA dio el 2-2 como resultado definitivo. Newell’s era el campeón del Metropolitano de 1974.


SAN LORENZO BICAMPEÓN

Al mismo tiempo que en Rosario empezaban a conocer el sabor de los títulos, los grandes clubes de Buenos Aires trataban de recuperar su dominio. En 1972 San Lorenzo fichó como entrenador a Juan Carlos Lorenzo, de vuelta tras su paso por la Lazio italiana. Sobre la base de los “matadores” campeones en el 68, el entrenador armó un equipo pensado para jugar al contraataque. En la delantera formaban Scotta, el “Ratón” Ayala o el “Nene” Sanfilippo, que había vuelto al equipo tras haber colgado las botas un año antes.

San Lorenzo se llevó el Metropolitano de 1972 con autoridad y se clasificó para la final del Nacional. Allí se enfrentaría a un River Plate que acumulaba ya quince años sin lograr títulos. En el estadio José Amalfitani todo indicaba que el partido se dirigía a la prorroga, hasta que Figueroa hizo el gol que dio el doblete a San Lorenzo. River volvía a quedarse a las puertas de un título.

Pero aquellos eran tiempos de cambio en Argentina. La junta militar se iba desgastando a pasos agigantados y los apoyos iban desapareciendo. En 1973 se volvieron a celebrar elecciones presidenciales y se permitió al peronismo presentarse a las mismas, aun con el General Perón exiliado en Madrid. En su lugar fue Héctor Cámpora quien lideró al partido en las elecciones. Con su triunfo en las urnas, la vuelta de Perón al gobierno era sólo cuestión de tiempo. Cámpora dimitió y convocó unas nuevas elecciones en las que Perón ya figuraba como candidato. Ganó con más del 60% de los votos y, 18 años después del golpe de Estado que lo mandó al exilio, volvía al sillón de Rivadavia.


UN HURACÁN EN EL FÚTBOL ARGENTINO

Al mismo tiempo que el país vivía el final de ocho años de gobiernos militares, en el fútbol argentino se consagraba un equipo que marcaría una influencia determinante en los años posteriores. Huracán había sido un club ganador en la década de los veinte, pero desde entonces había quedado ensombrecido por la superioridad de los cinco grandes. En 1971 llegó al club un entrenador joven, convencido de que el fútbol alegre, atractivo para el espectador, era el único camino posible hacia el triunfo. Cesar Luis Menotti fue siempre un ganador que daba tanta importancia a la victoria como a la forma de conseguirla.

El equipo se armó con varios jugadores de la cantera del club; Roganti, Buglione, Russo… Para cerrar la defensa llegaron desde Racing, Alfio Basile y Chabay y desde Central llegó Carrascosa. En la delantera del equipo aparecía Roque Avallay, mientras que en el centro del campo la elegancia la ponían Carlos Babington y Miguel Ángel Brindisi. También contaba con Larrosa y con otro de los grandes “locos” del fútbol argentino, de los grandes wines derechos del país, Rene Houseman. Un “loco” del que Menotti tenía muy claro lo que quería, “usted entre a la cancha e invente”.

Con esos jugadores, 45 años después del último título, Parque Patricios volvía a celebrar un campeonato y el club Huracán volvía a ser el mayor orgullo del barrio. El fútbol descarado, imaginativo de Huracán sirvió como altavoz para la cruzada futbolística de Menotti. El “Flaco” no sólo creía en su estilo de juego, también estaba dispuesto a enfrentarse con quien hiciera falta para convencerlo de que era la mejor forma de jugar al fútbol. Reivindicaba el fútbol de potrero, el juego que tantos éxitos había dado a la Argentina, “La Nuestra”, ese estilo que había quedado enterrado tras el fracaso del Mundial de 1958. “Estoy convencido de que todos los equipos argentinos están capacitados para jugar un fútbol que de espectáculo, un fútbol así, alegre, como el que juega Huracán” declaraba entonces Menotti.

Con un fútbol muy atractivo para el espectador, Huracán se ganó la admiración de los aficionados desde el primer momento, pero necesitó del título, en el Metropolitano de 1973, para lograr también el respeto de sus opositores. En Argentina se imponían los entrenadores conservadores que únicamente daban valor a la victoria y para los que, el éxito de Huracán, era un desafío en toda regla. Menotti reivindicó una manera diferente de entender el fútbol y abrió un debate que durante años dividió al fútbol argentino en dos bandos irreconciliables y cuyos efectos aún perduran.

La pelota no se mancha
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