Termina la fase de grupos de la Copa Libertadores con suerte dispar para los equipos argentinos. Racing y Estudiantes han logrado la clasificación, mientras que Huracán no pudo superar a Cruzeiro y Universitario de Sucre. San Lorenzo, el campeón vigente, ha quedado eliminado por Corinthians y Sao Paulo. River se ha clasificado in extremis y se ve obligado a enfrentarse con Boca Juniors en los octavos de final, por lo que habrá tres superclásicos en poco más de quince días y sólo uno de los dos equipos seguirá adelante en la Libertadores.

River y Boca llegan a los superclásicos igualados a puntos y al frente de la clasificación de la liga. Ambos equipos juegan buscando llevar la iniciativa del partido, queriendo ser dueños del balón. Ambos equipos cuentan también con entrenadores jóvenes que fueron ídolos del club en su etapa de jugadores.

Arruabarrena y Gallardo son buenos referentes de la nueva generación de entrenadores argentinos y no resulta aventurado pensar que pronto darán el salto al fútbol europeo.No en vano en el viejo continente siempre se ha tenido mucho respeto por los técnicos argentinos y durante décadas se ha mirado hacia el rio de La Plata en busca de influencias. Cuando Guardiola se preparaba para ser entrenador, viajó hasta Argentina para encontrarse con Menotti y Bielsa. Lavolpe, Cappa o Valdano son también referentes de los que toma ideas el técnico catalán. El propio Simeone ha provocado un terremoto en el fútbol español al desafiar el statu quo que parecía condenar la Liga al dominio de Madrid y Barcelona.

El “Cholo” es el último ejemplo de los entrenadores argentinos que han dejado su marca en Europa, pero antes lo hicieron Bielsa, Bilardo, Menotti o Juan Carlos Lorenzo. De hecho habría que remontarse a los años veinte para encontrar las primeras influencias americanas en Europa. Entonces la albiceleste impresionó en los Juegos Olímpicos de Amsterdam y Boca Juniors hizo lo mismo en su gira por Europa. Veinte años más tarde San Lorenzo volvió a atraer todos los focos en su visita a Europa.


UN PASE A LA RED

Los “Cuervos” emprendieron una gira por España y Portugal después de haberse proclamado campeones de liga. Era el equipo de los Blazina, Basso o Zubieta, y, sobre todo, el de una delantera histórica: Rinaldo Martino, René Pontoni y Armando Farro. Llegaron a un país que seguía encerrado en el estilo de la furia, en un juego de pases largos y mucho empuje y sorprendieron con su fútbol de pases cortos y precisos. «El gol es un pase a la red» se atrevieron a decir en un país en el que el tiro a puerta sólo se entendía como un intento de romper la portería. El impacto de San Lorenzo en España fue tal que todavía hoy en día se habla de aquel equipo cuando se buscan referencias para el “tiki-taka” de la selección. «¡Si juegan todos como Panizo! » decían en Bilbao.

Las crónicas de la época reflejaron el impacto que causo el fútbol de los “Cuervos”: «Juega el San Lorenzo sin pensar en ningún instante en el brillo individualista y con el ánimo y los músculos disciplinados de una manera perfecta para el lucimiento total. Es una clase, un estilo de fútbol armonioso y compacto, donde cada pieza funciona matemáticamente y en el momento oportuno. Impulsan el balón con tanta suavidad como destreza. La línea delantera aborda las jugadas con sus dos rapidísimos extremos y sus dos interiores de extraordinaria valía»[9].

A la selección española le ganaron dos veces, una de ellas por 6-1. A la portuguesa por 10-4. En total fueron 5 victorias, 4 empates y una sola derrota. Mes y medio después volvieron a Argentina dejando en la península un legado futbolístico que muchos quisieron seguir.


PERÓN Y EVITA

El éxito de San Lorenzo en Europa contribuyó también a alimentar la autoestima del fútbol argentino. La albiceleste había ganado los Sudamericanos de 1941, 1945, 1946 y 1947 y los equipos que viajaban al viejo continente impresionaban con su juego. Aunque la II Guerra Mundial impidió la organización de los Mundiales de 1942 y 1946, en Argentina no había dudas de que el mejor fútbol del mundo se jugaba a ese lado del Rio de La Plata.

Los años de esplendor del fútbol argentino coincidieron con el periodo que ha marcado el devenir del país desde entonces. El golpe de Estado de 1943 había puesto fin a la “década infame” y se iniciaba un movimiento que dividiría a los argentinos como ningún otro. Como si de la afición a un equipo de fútbol se tratara, el peronismo se convirtió para sus simpatizantes en una seña de identidad y para sus opositores en la raiz de todos los males del país.

Desde que asumió como presidente de la nación en 1946, Perón hizo de la contradicción un arte. Capaz de mostrarse como un gobernante con sensibilidades sociales y al mismo tiempo como el más conservador de los presidentes. Su gobierno estaba respaldado por los sindicatos y los militares y se aseguró el apoyo de la iglesia garantizándoles la obligatoriedad de la enseñanza católica. Pero también supo ganarse al pueblo como ningún otro presidente lo había hecho. Cuando el comunismo empezaba a verse en occidente como el mayor de los enemigos, Perón defendió que los trabajadores argentinos no reclamaban más que un poco de bienestar. Para ello puso en práctica unas políticas sociales que permitieron que aquellos que siempre habían quedado en un segundo plano sintieran que el gobierno trabajaba para ellos.

La cara más amable del peronismo la ejerció siempre su esposa. Trascendiendo el papel de primera dama, Evita se convirtió en la portavoz de los más pobres, de esos a los que se refería como «mis descamisados». Trató de aprovechar su influencia para ahondar en las políticas sociales, al tiempo que el peronismo aprovechaba el fervor popular que despertaba su figura para asegurarse el apoyo de las masas. La propaganda peronista atribuía a Evita el protagonismo de los principales logros sociales y su impacto mediático creció como nadie lo había conseguido antes. Entre unas clases populares que siempre se habían sentido olvidadas por sus gobernantes, Perón y, sobre todo Evita, se convirtieron pronto en personajes casi religiosos.


DEPORTE PERONISTA

Con el ascenso al poder del peronismo el deporte se convirtió por primera vez en una cuestión prioritaria para el gobierno, enmarcada dentro de una política que otorgaba una importante presencia al Estado en todos los ámbitos de la sociedad. El deporte debía ser una actividad accesible a toda la sociedad, pero también una herramienta de distracción y un arma de propaganda política.

Para impulsar la actividad física entre los estudiantes, en 1948 el gobierno puso en marcha los Juegos Evita, una competición deportiva en la que participaban más de 100.000 niños de todo el país. El objetivo era fomentar la práctica del deportes entre los jóvenes, pero además incluía una revisión médica a cada uno de los participantes. Para muchos niños argentinos participar en los Juegos Evita suponía una oportunidad de que los viera un médico.

Pero también se invirtió en el deporte de élite y se lograron éxitos desconocidos hasta entonces: Pascual Pérez se convirtió en el primer argentino en proclamarse campeón del Mundo de boxeo, Juan Manuel Fangio ganó el campeonato de Fórmula 1 y la selección de baloncesto se proclamó campeona del mundo en un torneo organizado en Buenos Aires y con una fuerte intervención del gobierno. Cada uno de estos triunfos era retribuido con cuantiosas ayudas públicas, mientras la prensa no olvidaba preguntar al ganador por la importancia que había tenido Perón en sus éxitos. «¡Cumplí, mi general! ¡Gané por Perón y por mi patria!» fueron las palabras de Pascual Pérez tras coronarse campeón del Mundo. La política era peronista, la economía era peronista, la sociedad era peronista y el deporte también era peronista.


FÚTBOL PERONISTA

Argentina vivía unos años de crecimiento económico y las políticas sociales del gobierno habían producido una mejora del bienestar de la clase trabajadora. Este crecimiento del poder adquisitivo se tradujo en un aumento de la asistencia a los estadios, que fue creciendo durante todo el periodo de gobierno peronista.

River Plate seguía siendo el dominador de la competición. En 1946 había vuelto de México el ídolo de la “Máquina”, José Manuel Moreno, apuntalando un equipo en el que ya destacaban jóvenes canteranos. Un año antes había debutado con 19 años Amadeo Carrizo, un arquero de presencia imponente que cambiaría para siempre el rol del portero. Se atrevió a jugar el balón con los pies, a iniciar los contraataques con pases largos o a agarrar el balón con una sola mano. No es por nada que muchos años después el Congreso de la Nación decretó su fecha de nacimiento como día nacional del arquero. Por esos años debutaron también Nestor Rossi, el dueño del centro del campo de River Plate y un joven del barrio de Barracas que dejaría huella en el fútbol mundial, Alfredo Di Stefano. Los “Millonarios” tenían tantas figuras que no les importó vender a Adolfo Pedernera.

El que fuera ídolo de la “Máquina” se marchó a Atlanta atraído por un proyecto muy ambicioso. El club del barrio de Villa Crespo hizo una muy fuerte inversión para hacerse con importantes jugadores y poder aspirar a ganar el campeonato. Un año más tarde Atlanta estaba en Segunda División y Pedernera buscando nuevos retos en Huracán.

Curiosamente fue River Plate, el equipo de los “millonarios”, quien dominó el fútbol durante los primeros años de gobierno de Perón. Boca Juniors, el que se reconoce a sí mismo como el equipo de las clases populares, vivió por entonces un periodo aciago. En la Bombonera se adoraba al nuevo presidente, pero Boca era incapaz de lograr un campeonato. Tres veces quedaron los “Xeneizes” subcampeones. Sus hinchas se consolaban con el segundo puesto, mientras Angelito Labruna se divertía haciendo una y otra vez lo que más le gustaba, ganar a Boca.

Aquellos fueron los años dorados del fútbol argentino. Los de las canchas llenas de aficionados y los mejores jugadores jugando en casa. Labruna, Moreno, Rossi o Di Stefano en River. Martino, Pontoni y Farro en San Lorenzo. Lazzatti, Varela o Boyé en Boca. Arrieta y Rodríguez en Lanús. Pelegrina en Estudiantes. Sued en Racing. Perucca en Newell’s. Simes y “Tucho” Méndez en Huracán. Todos los equipos contaban con grandes jugadores en sus filas y no sería exagerado decir que, por entonces, la argentina era la liga más fuerte del mundo. Sin embargo las cosas se torcerían pronto y el golpe recibido fue muy grande.

La pelota no se mancha
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