Arsenal de Sarandí es un equipo particular. No cuenta con la historia y la tradición de otros clubes del país. Tampoco con una hinchada demasiado numerosa. Sin embargo logró ascender a Primera División en 2002, no ha descendido desde entonces y ha logrado varios títulos importantes: la Copa Sudamericana en 2007, el Clausura y la Supercopa en 2012 y la Copa Argentina en 2013. El caso de Arsenal sería toda una epopeya si omitiéramos que el club fue fundado por Julio Humberto Grondona, fue presidido durante veinte años por Julio Humberto Grondona, su estadio se llama Julio Humberto Grondona y se encuentra en la calle Julio Humberto Grondona. Hablamos por supuesto de Don Julio, presidente de la AFA durante 35 años y mandamás del fútbol argentino hasta su fallecimiento en julio del 2014.
El rumor en Argentina es que todos los estamentos del fútbol ayudan a Arsenal. Nunca se ha demostrado que la AFA les favorezca o que se hayan comprado árbitros, pero quizás tampoco es necesario, todo el mundo sabe que Arsenal es el club de la familia Grondona y que, quien se ha enfrentado a Don Julio, siempre ha salido mal parado. El colegiado argentino Barrientos decía que el partido más difícil para un árbitro no es un River-Boca o un Newell’s-Central, es uno del equipo de los Grondona «Porque te equivocás en contra de Arsenal y no lo contás»[7].
Esta temporada, después de siete partidos, Arsenal ocupa el último puesto de la clasificación y en el partido frente a Aldosivi se hizo presente la barra brava del club. Se enfrentaron con la policía y obligaron a que el encuentro se suspendiera a la media hora de juego al no quedar garantizada la seguridad de los asistentes. Desde que murió Don Julio ya nada es lo mismo por Sarandí.
LOS VECINOS CHARRÚAS
Al mismo tiempo que se disputa la séptima jornada, la selección juega dos amistosos en Estados Unidos frente a El Salvador y Ecuador. Estos encuentros no son seguramente la mejor opción para preparar la próxima Copa América, pero la presencia de Messi, Agüero, Di María y compañía es muy golosa para muchos promotores y la AFA sabe vender bien su producto. Exhibe a sus grandes figuras y a cambio se embolsa una muy suculenta cantidad de dinero. Si alguien busca romanticismo en el fútbol de selecciones, se ha equivocado de lugar.
Para encontrar algo de ese espíritu en los enfrentamientos internacionales hay que remontarse a los primeros años del fútbol. Entonces cada partido era un acontecimiento y la delegación anfitriona exhibía sus mejores galas para agasajar al invitado. Eran tiempos en los que el transporte todavía no permitía grandes aventuras y la mayoría de los partidos de la selección argentina eran contra los vecinos uruguayos. Hasta 1930 se habían disputado doce ediciones del Campeonato Sudamericano (actual Copa América) y en siete de ellas la final había enfrentado a uruguayos y argentinos. En total los charrúas acumulaban seis títulos, por cuatro de los argentinos. Entre las dos selecciones del Rio de La Plata se generó una fuerte rivalidad y ambas pelearían los primeros títulos mundiales.
En 1924 Uruguay acudió a los Juegos Olímpicos de París casi como un invitado exótico entre todos los representantes europeos. 16 días más tarde volvió a América con la medalla de oro y la admiración de todos sus rivales. Fue un éxito de gran impacto, demasiado para el orgullo de los ausentes argentinos. Poco tiempo después organizaron un partido entre la selección albiceleste y los flamantes campeones olímpicos. Aquel partido frente a los uruguayos sirvió para demostrar que los argentinos no tenían nada que envidiarles, pero también dejó un importante legado en el lenguaje futbolístico. Para celebrar la medalla de oro de los uruguayos estos dieron una vuelta al campo entre los aplausos del público. Desde entonces a ese homenaje se le conoce como “vuelta olímpica”. También se inauguró con aquel partido en la cancha de Sportivo Barracas un foso para evitar que los aficionados invadieran el campo, el “foso olímpico”. Unos meses antes la FIFA había autorizado los goles directos de córner. Argentina ganó a los uruguayos con un único gol de tiro directo desde el córner de Cesáreo Onzari, un “gol olímpico”.
Eran tiempos en los que acudir a unos juegos olímpicos no resultaba sencillo. El viaje a Europa se hacía en barco y se tardaban veinte días en llegar. A esto había que añadir que los juegos no eran todavía un negocio multimillonario y el costo del viaje era muy alto. Pero el éxito logrado por los uruguayos hizo crecer el prestigio del torneo y, cuatro años más tarde, Argentina decidió participar en los juegos de Amsterdam.
La albiceleste contaba con un gran equipo que incluía a estrellas como Fernando Paternoster, Ludovico Bidoglio, Luis Monti, “Nolo” Ferreira o Raimundo Orsi. Desde el principio uruguayos y argentinos demostraron que, por el Rio de La Plata, el fútbol había seguido un camino muy diferente al europeo. Frente al juego más directo de los del viejo continente, muy influenciado por el estilo inglés, los sudamericanos sorprendieron con un juego mucho más libre, de pase corto y gambeta. Argentina debutó venciendo a los E.E.U.U. por 11-2. Luego se deshicieron de los belgas por 6-3 y, en semifinales, ganaron a Egipto por 6-0. En la final esperaba, como no, Uruguay.
Disputaron un primer partido que terminó con empate a uno y que obligó a jugar un segundo encuentro para determinar el campeón. Ante esta segunda final la expectación en Ámsterdam fue tal que se solicitaron 200.000 entradas para un estadio que sólo tenía capacidad para 28.000 espectadores. Los uruguayos se impusieron por un ajustado 2-1 y consiguieron revalidar su título de campeón olímpico. Para los argentinos quedó el consuelo de la superioridad mostrada por las dos selecciones del rio de La Plata.
Entre los espectadores de aquella final se encontraba Carlos Gardel, conocido aficionado al fútbol y de quien ambos países se disputan aun su patria potestad. Al terminar la final Gardel invitó a ambas plantillas al espectáculo de cabaret en el que iba a cantar. Argentinos y uruguayos aceptaron la invitación, pero la noche terminó con los jugadores enfrentados a puñetazos.
Para entonces la rivalidad entre ambos países hacía tiempo que había dejado el plano deportivo. Ya en 1924 se había producido la primera muerte por violencia en un partido de fútbol y ocurrió al termino de la final del Sudamericano entre Uruguay y Argentina. Tras la victoria de los “Charrúas” se produjeron incidentes en la puerta del hotel de la delegación argentina que finalizaron con la muerte de un aficionado uruguayo. El acusado del homicidio era un aficionado argentino al que la policía uruguaya trató de encontrar, pero había logrado salir del país gracias a la ayuda de los jugadores de la albiceleste.
URUGUAY 1930
La rivalidad entre argentinos y uruguayos tendría un nuevo capítulo en 1930 cuando la FIFA, por fin, pudo hacer realidad uno de sus sueños fundacionales, la organización de una Copa del Mundo. Para su primera edición Uruguay fue elegido como sede gracias al peso de los dos oros olímpicos y a la promesa de su federación de hacerse cargo de todos los gastos de organización, incluyendo el transporte de las delegaciones europeas a América, y la construcción de un estadio con capacidad para 100.000 personas, el estadio Centenario.
Sin embargo las facilidades puestas por la Asociación Uruguaya no consiguieron despertar demasiado interés entre las selecciones europeas. El viaje era demasiado largo y la incertidumbre acerca del torneo era grande. Finalmente el primer Mundial de fútbol dio comienzo con trece selecciones participantes y con el cemento del estadio Centenario tan fresco que los aficionados pudieron grabar en él mensajes para la posteridad. El torneo se presentaba con argentinos y uruguayos como favoritos y ambos países no esquivaban la rivalidad. Mientras en Buenos Aires la prensa se preguntaba cómo iban a hacer para llenar un estadio con capacidad para 100.000 personas cuando Montevideo rondaba los 600.000 habitantes y se estrenaba una obra de teatro con el título «¿Qué hacemos con el estadio?«, los uruguayos no tenían dudas: “Haremos lo de siempre, ganar a los argentinos”.
Desde el principio de la competición la selección argentina fue superando a cada uno de sus rivales y también a la hostilidad de la hinchada “Charrúa”, que llegó al punto de que la albiceleste amenazara con retirarse del torneo y sólo la promesa por parte del presidente uruguayo de asegurar su seguridad les convenciera para seguir compitiendo. En semifinales superaron fácilmente a Estados Unidos por 6-1, mientras los uruguayos lograban idéntico resultado frente a Yugoslavia. La final estaba servida.
En Argentina la expectación que despertó el duelo fue enorme. Se fletaron varios barcos para trasladar aficionados hasta Montevideo, aunque la niebla impidió que muchos de ellos llegaran a tiempo. Los que se quedaron en Buenos Aires se concentraron en las privilegiadas casas que contaban con una radio o se acercaron a las puertas de los edificios de los diarios más importantes, esperando noticias de Montevideo.
Argentina llegaba con confianza a la final. Contaba con la base del equipo que había logrado la plata en Amsterdam, más la aportación de los jóvenes “Pancho” Varallo, Carlos Peucelle o Guillermo Stábile. Llegaron al descanso con una ventaja de 2-1 en el marcador, pero en la segunda parte los uruguayos fueron capaces de darle la vuelta al partido y ganar por 4-2. Los “Charrúas” se proclamaron campeones del mundo y empezó la polémica. En Buenos Aires la embajada uruguaya sufrió ataques, mientras que la Asociación Argentina protestaba oficialmente por el trato recibido durante su estancia en el país anfitrión y decidió romper relaciones con los directivos del país vecino. El jugador argentino Luis Monti denunció haber recibido amenazas contra su madre y su hermana antes y durante el partido. Su compañero “Pancho” Varallo declaró años más tarde: «Esa final nosotros no la podíamos ganar de ninguna manera. Hubo siete jugadores argentinos que no guapearon y, con cuatro jugadores que guapeamos, en ese tiempo no podíamos ganar. Nos dieron los uruguayos y se achicaron los argentinos (…) Y Monti no tenía que haber jugado, porque se caía un jugador uruguayo y lo levantaba»8.
No todos debían compartir la opinión de Varallo, porque, tras el Mundial, a Monti le llegó una oferta para jugar en el fútbol italiano. Detrás de este ofrecimiento se encontraba la mano de Benito Mussolini y su plan para ganar la siguiente Copa del Mundo. Monti aceptó la oferta y fichó por la Juventus de Turín. Con él se marcharon también Enrique Guaita y Attilio Demaria; Raimundo Orsi lo había hecho tras los juegos de Amsterdam. Italia reforzaba su selección con figuras americanas y Argentina consolidaba un nuevo mercado, el de la exportación de futbolistas.
SEGUNDA EXPERIENCIA MUNDIALISTA
Cuatro años más tarde, en el Mundial celebrado en Italia, los anfitriones quedaron campeones del Mundo con estos cuatro argentinos en sus filas. La albiceleste, por el contrario, no pasó del primer partido, aunque llevó un equipo en el que no estaban ninguno de los mejores jugadores del país. La legalización del profesionalismo había propiciado la creación de una nueva liga en la que se incluían los clubes más potentes, pero la Asociación Amateur siguió con unos pocos clubes que quisieron mantenerse fieles a ese espíritu. Esta última era la asociación afiliada a la FIFA y, por tanto, los integrantes de su selección debían jugar para alguno de sus clubes. Quedaban así excluidos todos los grandes clubes de la Argentina. La FIFA, que ya sabía que los campeones uruguayos no viajarían a Italia, trató de asegurar la presencia de los profesionales argentinos, pero los clubes no estaban dispuestos a ceder a sus figuras durante tanto tiempo. Ante esta situación la Asociación Amateur se acordó de aquellos clubes a los que siempre había dado la espalda, los clubes del Interior, y la selección argentina viajó a la Copa del Mundo de Italia con jugadores de los clubes que se mantenían en el amateurismo más algunos jugadores del interior del país.
Aquella improvisada selección argentina viajo en barco hasta Europa, perdió frente a Suecia por 3-2 y quedó eliminada de la competición. Algunos jugadores aprovecharon para visitar los pueblos de donde era originaria su familia y luego volvieron para casa. Pocos podían pensar entonces que Argentina tardaría 24 años en volver a participar en un Mundial.