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Como una burbuja que sale a la superficie desde el fondo, la primera insinuación de dificultades surgió a mitad de enero. Era un comentario en una columna de chismes. Con la oreja en tierra, que aparecía en la edición dominical de un periódico local.
El periodista escribía:
«… Los murmullos que corren predicen pronto mayores reducciones en el Forum East… Se dice que el grandioso proyecto tiene problemas económicos. ¿Quién no los tiene hoy en día?»
Alex Vandervoort no se enteró del comentario hasta la mañana del lunes, cuando su secretaria lo colocó, con un círculo en lápiz rojo, sobre su escritorio, junto con otros papeles.
En la tarde del lunes, Edwina D’Orsey telefoneó para preguntar si Alex había leído el comentario y si había algo detrás. La preocupación de Edwina no era sorprendente. Desde el comienzo del Forum East la sucursal que ella dirigía había trabajado con préstamos para la construcción, con muchas de las hipotecas involucradas y con el papeleo correspondiente. En la actualidad el proyecto representaba una parte importante de los negocios de la sucursal.
—Si hay algo en esos rumores —insistió Edwina— quiero estar enterada.
—Dentro de lo que sé —la tranquilizó Alex— nada ha cambiado.
Unos momentos más tarde tendió la mano hacia el teléfono, para averiguar la cosa con Jerome Patterton, pero cambió de idea. Las malas informaciones con respecto al Forum East no eran nada nuevo. El proyecto había generado mucha publicidad, e inevitablemente parte de esa publicidad no era exacta.
Era inútil, decidió Alex, molestar al nuevo presidente del banco con trivialidades innecesarias, especialmente cuando necesitaba el apoyo de Patterton para un proyecto mayor: la expansión en gran escala de la actividad de ahorros en el FMA, que estaba ahora a consideración del consejo rector.
De todos modos, Alex se preocupó unos días después, cuando apareció un comentario más largo, esta vez en la columna regular de noticias del diario «Times Register».
El informe decía:
Continúa la ansiedad sobre el futuro del Forum East entre crecientes rumores de que el apoyo financiero será muy pronto severamente reducido o retirado.
El proyecto del Forum East, que tiene como meta a largo plazo la total rehabilitación del centro de la ciudad tanto desde el punto de vista residencial como de los negocios, cuenta con el apoyo de un consorcio de intereses financieros encabezado por el banco First Mercantile American.
Un portavoz del First Mercantile American ha reconocido hoy los rumores pero no ha hecho comentarios, a no ser para decir: «En el momento oportuno, se hará un anuncio.» Bajo el plan del Forum East, algunas zonas residenciales del centro de la ciudad ya han sido modernizadas o reconstruidas. Un complejo residencial de apartamentos de bajo alquiler ya ha sido completado. Otro está en marcha.
Un plan principal de diez años incluye programas para mejorar las escuelas, asistir a los negocios menores, proporcionar empleo y preparación para obtener cargos, al igual que oportunidades culturales y recreo. La construcción en masa se inició hace dos años y medio, pero, hasta ahora, solo se ha realizado en el papel.
Alex leyó la noticia por la mañana, en su apartamento, mientras desayunaba. Estaba solo, Margot hacía una semana que había salido de la ciudad por asuntos legales.
Al llegar a la Torre del FMA, convocó a Dick French. Como vicepresidente de relaciones públicas, French, un excomentarista financiero, fornido y de maneras directas, dirigía su departamento de manera notable.
—En primer lugar —preguntó Alex—: ¿quién fue el portavoz del banco?
—Fui yo —dijo French—. Y le digo desde ahora que no me gustó nada esa estupidez del «anuncio en el momento oportuno». Míster Patterton me dijo que usara esas palabras. También insistió en que no dijera nada más.
—¿Y qué hay de más en la cosa?
—¡Yo no sé, Alex! Evidentemente algo está pasando y, bueno o malo, cuanto antes lo saquemos a luz, mejor será.
Alex sofocó una creciente rabia.
—¿Hay algún motivo para que no se me haya consultado sobre este asunto?
El jefe de relaciones públicas pareció sorprendido.
—Creí que le habían consultado. Cuando hablé ayer por teléfono con míster Patterton, me di cuenta de que Roscoe estaba con él, porque los oí hablar. Supuse que usted también estaba presente.
—La próxima vez —dijo Alex— no suponga nada.
Despidió a French y dio orden a su secretaria para que averiguara si Jerome Patterton estaba libre. Le informaron que el presidente todavía no había llegado al banco, pero que ya estaba en camino, y que Alex podría verlo a las 11. Alex gruñó con impaciencia, y volvió a su trabajo sobre el programa de expansión de los ahorros.
A las 11, Alex caminó los escasos metros que lo separaban de las oficinas de la presidencia —dos habitaciones de la esquina—, cada una con vista sobre la ciudad. Desde que el nuevo presidente se había hecho cargo, la segunda habitación generalmente tenía la puerta cerrada y los visitantes no eran invitados a pasar. Entre las secretarias corría el comentario de que Patterton hacía esto para ponerlos en la «amansadora».
El brillante sol de un cielo invernal sin nubes resplandecía desde las amplias ventanas sobre la cabeza rosada y casi sin pelo de Jerome Patterton. Sentado tras un escritorio, llevaba un traje ligero con diseños, un cambio en lugar de sus acostumbrados trajes de lana. Un periódico doblado ante él señalaba el comentario que había traído aquí a Alex.
En un sofá, en la sombra, estaba Roscoe Heyward.
Los tres se dieron los buenos días.
Patterton dijo:
—He pedido a Roscoe que se quede porque creo tener idea del motivo que le trae a usted aquí —tocó el periódico—. Usted ha visto eso, lógicamente.
—Lo he visto —dijo Alex—. También he hablado con Dick French. Me ha dicho que Roscoe y usted discutieron ayer los comentarios de prensa. Por eso la primera pregunta que hago es: ¿por qué no he sido informado? Lo del Forum East me concierne tanto como a cualquier otro.
—Se le hubiera informado, Alex. —Jerome Patterton pareció incómodo—. La verdad es que nos aturrullamos un poco cuando las llamadas de la prensa demostraban que se ha deslizado algo…
—Se ha deslizado… ¿qué?
Fue Heyward quien contestó:
—Algo sobre una propuesta que presentaré ante el comité de política monetaria el próximo lunes. Sugiero reducir en un cincuenta por ciento el compromiso actual del banco con el Forum East.
En vista de los rumores que habían salido a la superficie, la confirmación no era sorprendente. Lo que sorprendió a Alex fue la cantidad del corte propuesto.
Se dirigió a Patterton.
—Jerome: ¿debo entender que está usted a favor de esta increíble locura?
El rubor cubrió la cara del presidente y su cabeza en forma de huevo.
—No es verdad ni mentira. Reservo mi juicio hasta el lunes. Lo que Roscoe ha estado haciendo aquí… ayer y hoy… son algunos cabildeos por adelantado.
—Exacto —añadió Heyward con blandura—. Es una táctica enteramente legítima, Alex. En caso de que usted objete, permítame que le recuerde que en muchas ocasiones presentó usted a Ben sus ideas antes de las reuniones de política monetaria.
—Si lo he hecho —dijo Alex—, es porque me parecían más sensatas que este proyecto.
—Esa, naturalmente, es su opinión.
—No solo la mía. Muchos la comparten.
Heyward no se inmutó.
—Mi opinión personal es que podemos poner el dinero del banco en un uso sustancialmente mejor —se volvió hacia Patterton—. A propósito, Jerome, esos rumores que están circulando pueden sernos útiles si la propuesta de una reducción es aceptada. Por lo menos la decisión no cogerá a nadie de sorpresa.
—Si usted lo ve así —dijo Alex— es porque probablemente es usted quien ha hecho correr los rumores.
—Le aseguro que no es así.
—¿Entonces cómo los explica?
Heyward se encogió de hombros.
—Pura coincidencia, supongo.
Alex se preguntó: ¿era coincidencia? ¿O bien alguien cerca de Roscoe Heyward había soltado un globo de prueba por cuenta de él? Sí. Probablemente Harold Austin, el Honorable Harold, quien, como jefe de una agencia de publicidad, tenía muchos contactos con la prensa. Era poco verosímil, sin embargo, que nadie lo pudiera probar nunca.
Jerome Patterton levantó las manos.
—Les ruego, a los dos, que ahorren las discusiones hasta el lunes. Entonces lo analizaremos todo.
—No nos engañemos —insistió Alex Vandervoort—. El punto que decidimos hoy es: ¿cuánto beneficio es razonable y cuánto es excesivo?
Roscoe Heyward sonrió:
—Francamente, Alex, nunca me ha parecido que ningún beneficio sea excesivo.
—Tampoco me lo parece a mí —interrumpió Straughan—. Reconozco, sin embargo, que lograr un beneficio excepcionalmente alto es a veces indiscreto y puede acarrear molestias. Se sabe y es criticado. Al final del año financiero tenemos que publicarlo.
—Y es otro de los motivos —añadió Alex— por lo cual debemos lograr un equilibrio entre lograr beneficios y servir a la comunidad.
—Los beneficios sirven a nuestros accionistas —dijo Heyward—. Es esa clase de servicio la que es primordial para mí.
El comité de política monetaria del banco estaba reunido en una sala de conferencias de ejecutivos. El comité, que contaba con cuatro miembros, se reunía todos los lunes por la mañana, bajo la presidencia de Roscoe Heyward. Los otros miembros eran Alex y dos vicepresidentes efectivos, Straughan y Orville Young.
El propósito del comité era decidir los usos que podían darse a los fondos del banco. Las decisiones mayores eran luego referidas a la Dirección para su confirmación, aunque la Dirección rara vez cambiaba lo que el comité había recomendado.
Las sumas individuales aquí discutidas rara vez bajaban de las decenas de millones.
El presidente del banco asistía, ex-officio, a las reuniones más importantes del comité, aunque votaba solo cuando era necesario para lograr un desempate. Jerome Patterton estaba hoy presente, aunque, hasta el momento, no había participado en la discusión.
Se debatía la propuesta de Roscoe Heyward de un drástico corte en la financiación del Forum East.
En los próximos meses, si el Forum East iba a continuar según estaba programado, se requerirían nuevos préstamos para la construcción y fondos para hipotecas. La participación del First Mercantile American en esa financiación debía ser de unos cincuenta millones de dólares. Heyward había propuesto reducir dicha cantidad a la mitad.
Ya había señalado:
—Debemos dejar en claro para todos los interesados que no abandonamos el Forum East y que no tenemos intención de hacerlo. La explicación que daremos es simplemente que, en vista de otros compromisos, hemos ajustado la fluencia de fondos. El proyecto no se detendrá. Simplemente marchará más lentamente de lo que se había planeado.
—Si se mira desde el punto de vista de la necesidad —protestó Alex— el progreso ya es más lento de lo que debía ser. Demorarlo es lo peor que podemos hacer, en todos los sentidos.
—Veo la cosa en términos de necesidad —dijo Heyward—. Las necesidades del banco.
La respuesta fue desusadamente tajante, pensó Alex, quizá porque Heyward confiaba en que la decisión iba a ser la que él quería. Alex estaba seguro de que Tom Straughan iba a unirse a él para oponerse a Heyward. Straughan era el principal economista del banco —joven, estudioso, con un amplio margen de intereses— a quien Alex personalmente había promovido sobre las cabezas de los otros.
Pero Orville Young, tesorero del First Mercantile American, era hombre de Heyward y sin duda alguna iba a votar con él.
En el FMA, como en cualquier banco importante, las verdaderas líneas de poder rara vez aparecían reflejadas en los planes de organización. La verdadera autoridad fluía de lado o daba vueltas, dependía de las lealtades de unos individuos hacia otros, de manera que los que preferían no mezclarse en las luchas por el poder eran dados de lado o quedaban anclados en el puerto.
La lucha de poder entre Alex Vandervoort y Roscoe Heyward era bien conocida. Debido a esto algunos ejecutivos del FMA habían tomado partido, y puesto sus esperanzas de adelanto en la victoria de uno u otro adversario. La división era también evidente en la línea del comité de política monetaria.
Alex argumentó:
—Las ganancias del año pasado fueron del trece por ciento. Eso es muy bueno para los negocios, como todos sabemos. Este año las perspectivas son todavía mejores… un quince por ciento en las inversiones, quizás un dieciséis. Pero: ¿conviene luchar para conseguir más?
El tesorero, Orville Young, preguntó:
—¿Por qué no?
—Ya he contestado eso —retrucó Straughan—. Es de visión corta.
—Recordemos una cosa —urgió Alex—. En el negocio bancario no es difícil hacer grandes beneficios, y si un banco no los logra es porque está manejado por imbéciles. En muchos sentidos las cartas están a nuestro favor. Tenemos oportunidades, nuestra propia experiencia y razonables leyes bancarias. Lo último es quizá lo más importante. Pero las leyes no siempre serán tan razonables… es decir, si seguimos abusando de la situación y abdicando la responsabilidad ante la comunidad.
—No veo que seguir en el Forum East sea abdicar —dijo Roscoe Heyward—. Incluso después de la reducción que propongo, estaremos sustancialmente comprometidos.
—¡Qué sustancialmente ni qué diablos! ¡Será una contribución mínima, como han sido siempre mínimas las contribuciones sociales de los bancos norteamericanos! En la financiación de las viviendas de bajo alquiler, lo que puede presentar este banco y cualquier otro es espantoso. ¿Para qué engañarnos? Durante generaciones los bancos han ignorado los problemas públicos. Incluso ahora hacemos el mínimo de lo que podemos…
El economista jefe, Straughan, revolvió unos papeles y consultó algunas notas escritas a mano.
—Quiero sacar el tema de las hipotecas de casas, Roscoe. Y ahora que Alex lo ha hecho, comunico que solo el veinticinco por ciento de nuestros depósitos de ahorros están invertidos en préstamos hipotecarios. Es bajo. Podríamos aumentar al cincuenta por ciento, sin dañar la liquidez. Creo que deberíamos hacerlo.
—Apruebo eso —dijo Alex—. Nuestros gerentes de sucursales están pidiendo dinero para hipotecas. El porcentaje en las inversiones es bueno. Sabemos, por experiencia, que el riesgo que se corre con las hipotecas es insignificante.
Orville Young objetó:
—Pero ata el dinero durante largo tiempo, y es un dinero con el cual podríamos ganar promedios más elevados en otra cosa.
Alex, impaciente, golpeó con la palma de la mano la mesa de conferencias.
—Por una vez tenemos la obligación pública de aceptar promedios bajos. Este es el punto en que insisto. Por eso protesto de que nos escabullamos tajantemente del Forum East.
—Hay otro motivo —añadió Tom Straughan—. Alex ya lo ha mencionado: la legislación. Hay rumores en el Congreso. Muchos querrían una ley similar a la de México… el requerimiento de un porcentaje fijo de los depósitos bancarios para ser usado en la financiación de viviendas de bajo alquiler.
Heyward se burló:
—Nunca dejaremos que pase. El grupo bancario es el más fuerte en Washington.
El economista jefe movió la cabeza.
—Yo no contaría con eso.
—Tom —dijo Roscoe Heyward—, le haré una promesa. De aquí a un año echaremos una nueva mirada a las hipotecas, y tal vez hagamos lo que usted defiende; tal vez volvamos a abrir el Forum East. Pero no este año. Quiero que este sea un año de ganancias colosales —miró hacia el presidente del banco, que todavía no había participado en la discusión—. Y Jerome también lo quiere.
Por primera vez Alex percibió la estrategia de Heyward. Un año de excepcionales beneficios para el banco convertiría a Jerome Patterton, como presidente, en un héroe para los accionistas y directores. Todo lo que Patterton tenía era un año de reinado al final de una carrera mediocre, pero se retiraría con gloria y con el sonido de las trompetas. Y Patterton era humano. Por lo tanto era comprensible que la idea le atrajera.
La historia posterior era igualmente fácil de adivinar. Jerome Patterton, agradecido a Roscoe Heyward, iba a promover la idea de que este fuera su sucesor. Y, debido a aquel año ganancioso, Patterton estaría en posición fuerte para realizar sus deseos.
Era un plan nítidamente ingenioso el trazado por Heyward, y a Alex le iba a ser difícil romperlo.
—Hay otra cosa que no he mencionado —dijo Heyward—. Ni siquiera a usted, Jerome. Puede tener peso en nuestra decisión de hoy.
Los otros le miraron con renovada curiosidad.
—Estoy esperanzado, de hecho la posibilidad es fuerte, de que pronto disfrutemos de negocios sustanciales con la Supranational Corporation. Es otro de los motivos por el que no me siento muy dispuesto a comprometer los fondos en otra parte.
—Es una noticia fantástica —dijo Orville Young.
Incluso Tom Straughan reaccionó con sorprendida aprobación.
La Supranational —o SuNatCo, como se la identificaba familiarmente en el mundo entero— era un gigante multinacional, la General Motors de las comunicaciones globales. Igualmente la SuNatCo poseía o controlaba docenas de otras compañías, relacionadas o no con su línea principal. Su prodigiosa influencia en gobiernos de todos los colores, desde las democracias hasta las dictaduras, se suponía mayor que la de cualquier otro complejo de negocios en la historia. Los observadores decían a veces que la SuNatCo tenía más poder real que muchos de los estados soberanos en los cuales operaba.
Hasta el momento la SuNatCo había confiado sus actividades bancarias en los Estados Unidos a los tres grandes bancos, el Bank of America, el First National City y el Chase Manhattan. Añadirse a este terceto exclusivo elevaría inconmensurablemente el status del First Mercantile American.
—Es una perspectiva muy seductora, Roscoe —dijo Patterton.
—Espero contar con más detalles para nuestra próxima reunión de política monetaria —añadió Roscoe—. Es posible que la Supranational quiera que abramos una línea sustancial de crédito.
Fue Tom Straughan quien les recordó:
—Todavía necesitamos votar sobre el Forum East.
—Así es —reconoció Heyward. Sonreía confiado, crecido ante la reacción provocada por su anuncio y seguro del camino que iba a tomar la decisión sobre el Forum East.
Como era previsible se dividieron en dos grupos: Alex Vandervoort y Tom Straughan se opusieron a que se cortaran los fondos, Roscoe Heyward y Orville Young estuvieron en favor del corte.
Las cabezas se volvieron hacia Jerome Patterton, que tenía el voto decisivo.
El presidente del banco vaciló solo levemente, después anunció:
—Alex, en esto estoy con Roscoe.