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También a las 9,45, a tres manzanas de la Torre de la Casa Central del FMA, Margot Bracken operaba en un puesto de mando desde un Volkswagen descuidadamente estacionado.

Margot había tenido la intención de mantenerse apartada de la ejecución de su plan de presión, pero, finalmente, no había podido hacerlo. Como un caballo de batalla que patea el suelo ante el olor del combate, su resolución se había debilitado primero y se había disuelto después.

Pero la preocupación de Margot de no turbar a Alex o a Edwina continuaba, y este era el motivo de que estuviera ausente de la primera fila de acción, en la Plaza Rosselli.

Si aparecía, iba a ser rápidamente identificada por miembros de la prensa, cuya presencia Margot conocía, ya que ella misma lo había arreglado de antemano, con notas confidenciales a los periódicos, a la TV y a la radio.

En consecuencia unos discretos mensajeros traían hasta el coche noticias acerca del desarrollo de las operaciones y llevaban instrucciones de vuelta.

Desde el jueves se había llevado a cabo una gran actividad organizadora.

El viernes, cuando Margot trabajaba en el plan principal, Seth, Deacon y varios miembros del comité habían reclutado capitanes de grupo dentro y fuera del Forum East. Estos jefes describieron lo que iba a hacerse en términos generales, pero la respuesta fue abrumadora. Casi todos querían actuar en algo y conocían a otros con quienes también se podía contar.

Al final del domingo, cuando las listas estaban completas, figuraban mil quinientos nombres. Rápidamente se añadieron otros. De acuerdo con el plan de Margot era imposible mantener la acción por lo menos una semana, o más, si se mantenía el entusiasmo.

Entre los hombres con trabajos regulares que se habían ofrecido voluntariamente para cooperar, algunos, como Deacon Euphrates, estaban de vacaciones, tiempo que dijeron iban a aprovechar. Otros simplemente dijeron que se ausentarían cuando fuera necesario. Lamentablemente muchos de los voluntarios eran desocupados, y su número había crecido recientemente debido a una temporada de escasez de trabajo.

Pero predominaban las mujeres, en parte por estar más disponibles durante el día, y también porque —más que en el caso de los hombres— el Forum East se había convertido en el esperanzado faro de sus vidas.

Margot sabía esto, tanto por lo que le decía su personal adelantado como por los informes de la mañana.

Los informes que hasta ahora había recibido eran altamente satisfactorios.

Margot había insistido que en cualquier momento, y particularmente durante los contactos directos con representantes del banco, todos los del contingente del Forum East debían ser amables, corteses y parecer ostensiblemente dispuestos a cooperar. Este era el motivo de la frase «Acto de Esperanza», que Margot había acuñado, y la idea de que un grupo de individuos interesados en el asunto —aunque de medios limitados— venían en «ayuda» del banco que estaba en «dificultades».

Sospechaba, con aguda penetración, que cualquier sugestión de que el First Mercantile American estaba en dificultades iba a tocar un nervio sensible.

Y aunque no se debía ocultar la conexión con el Forum East, en ningún momento debía haber amenazas abiertas, como por ejemplo, que la paralización del gran banco continuaría a menos que se devolvieran los fondos para la construcción. Margot había dicho a Seth Orinda y los otros: «Dejemos que sea el mismo banco el que llegue a esa conclusión».

Al dar instrucciones había señalado la necesidad de evitar cualquier apariencia de amenaza o intimidación. Los que habían asistido a las reuniones tomaron nota, y después trasmitieron las instrucciones.

Otro detalle era la lista de preguntas que podían hacer los individuos al abrir una cuenta. Margot también había preparado estas preguntas. Hay centenares de preguntas legítimas que cualquiera que esté tratando con un banco puede hacer razonablemente, aunque, en general, la gente no las hace. Como resultado implícito las operaciones del banco iban a demorarse casi hasta la paralización.

Orinda debía actuar como portavoz si llegaba la oportunidad. El proyecto de Margot no necesitaba mucho ensayo. Y era fácil de aprender.

Deacon Euphrates fue designado para iniciar temprano la fila y ser el primero en abrir una cuenta.

Fue Deacon[1] —nadie sabía si Deacon era un nombre dado a un título otorgado por alguna de las religiones de la zona— quien encabezó el trabajo aconsejando a los voluntarios y diciéndoles cuándo y cómo tenían que actuar. Deacon trabajaba con un ejército de lugartenientes, que se extendían ampliándose, como la tela de una araña.

El miércoles por la mañana, había sido esencial una gran concurrencia al banco para crear una fuerte impresión. Pero algunos de los asistentes debían ser relevados periódicamente. Los otros, que aún no habían aparecido, eran la reserva para acudir más tarde, u otro día.

Para realizar todo esto se había establecido una red de comunicaciones que hacía continuo uso de los teléfonos públicos locales, por medio de otros cooperadores estacionados en las calles. Pese a algunos fallos en un esquema improvisado y que debía funcionar rápido, las comunicaciones andaban bien.

Todas estas cosas y otros informes eran proporcionados a Margot, que seguía esperando en el asiento trasero de su Volkswagen. La información incluía el número de personas que formaban fila, el tiempo que empleaba el banco en abrir cada cuenta y el número de escritorios adicionales para abrir las cuentas. También estaba enterada de la situación en el colmado interior del banco; y conocía las frases cambiadas entre Seth Orinda y los funcionarios del banco.

Margot hizo un cálculo y después dio órdenes al último mensajero, un joven larguirucho que esperaba en el asiento delantero del coche:

—Dígale a Deacon que no busque más voluntarios por el momento; me parece que tenemos bastantes para el resto del día. Que los que están afuera sean relevados un rato, aunque no más de cincuenta por vez, y dígales que vayan a recoger sus almuerzos. En cuanto a los almuerzos, prevenga nuevamente a todos que no deben quedar desperdicios en la Plaza Rosselli, y que no hay que llevar comida ni bebidas al banco.

El hablar de los almuerzos recordó a Margot el problema del dinero, que se había presentado al empezar la semana.

El lunes, los informes traídos por Deacon Euphrates revelaron que muchos de los voluntarios no podían disponer de cinco dólares… y esa era la cantidad mínima requerida para abrir una cuenta en el FMA. La Asociación de Inquilinos del Forum East virtualmente no tenía dinero. Por un momento pareció que el plan iba a fracasar.

Entonces Margot hizo una llamada telefónica. Llamó al sindicato —la Asociación Norteamericana de Empleados, Cajeros y Trabajadores de Oficina— que representaba ahora a los porteros y limpiadores del aeropuerto a quienes había ayudado el año pasado.

¿Quería el sindicato colaborar prestando el suficiente dinero como para proporcionar cinco dólares a cada voluntario que no dispusiera de ellos? Los dirigentes del sindicato convocaron a una reunión apresurada. El sindicato dijo que sí.

El martes, empleados de las oficinas del sindicato ayudaron a Deacon y Seth Orinda a distribuir el dinero. Todos los interesados sabían que parte de ese dinero nunca iba a ser devuelto, y que algunos de los poseedores de los cinco dólares iban a gastarlos el martes por la noche, y que el propósito original iba a ser ignorado u olvidado. Pero la mayoría del dinero, suponían, iba a ser empleado como se pensaba. A juzgar por el espectáculo de esta mañana, no se habían equivocado.

El sindicato había ofrecido suministrar y pagar los almuerzos. La oferta fue aceptada. Margot sospechaba que debía haber algún interés especial de parte del sindicato, pero decidió que la cosa no iba a afectar el objetivo del Forum East y que, por lo tanto, no tenía importancia.

Siguió dando instrucciones al último mensajero:

—Debemos mantener la fila hasta que se cierre el banco, a las tres.

Era posible, pensó, que los periodistas tomaran fotografías en el último momento, de manera que era importante una muestra de fuerza en lo que quedaba del día.

Los planes para el día siguiente serían coordinados esa noche. En su mayoría eran una repetición del plan del primer día.

Por suerte el tiempo —un despliegue de dulzura con cielos claros— ayudaba y los pronósticos para los próximos días eran buenos.

—No dejen de recalcar —dijo Margot a otro mensajero media hora después— que todos deben ser amables, amables, amables. Incluso si la gente del banco se vuelve grosera o se impacienta lo único que hay que hacer es contestarles con una sonrisa.

A las 11,45 de la mañana Seth Orinda informó personalmente a Margot. Sonreía ampliamente y enarbolaba en la mano una temprana edición del periódico de la tarde.

—¡Caramba! —Margot desdobló y leyó la primera plana.

La actividad del banco ocupaba la mayor parte del espacio disponible. Le prestaban mucha, mucha más atención de la que se había atrevido a esperar.

El titular principal decía:

GRAN BANCO INMOVILIZADO POR LOS DEL

FORUM EAST

Y debajo:

¿ESTA EN DIFICULTADES EL FIRST MERCANTILE AMERICAN?

MUCHOS HAN IDO A «AYUDARLO»

CON PEQUEÑOS DEPÓSITOS.

Seguían fotografías y un artículo a dos columnas.

—¡Hermano! —exhaló Margot—. ¡Esto no va a gustarle nada al FMA!

No les gustó.

Poco después de mediodía tuvo lugar una conferencia rápidamente convocada en el piso treinta y seis de la Torre de la Casa Central del First Mercantile American, en las oficinas de la presidencia.

Jerome Patterton y Roscoe Heyward estaban allí, con las caras torcidas. Alex Vandervoort se les unió. Él también estaba serio, aunque a medida que la discusión progresaba, Alex pareció menos preocupado que los otros, su expresión era por momentos pensativa, con algún chispazo divertido. El cuarto asistente era Tom Straughan, el estudioso y joven jefe de los economistas del banco; el quinto era Dick French, vicepresidente de relaciones públicas.

French, corpulento y ceñudo, caminaba a zancadas masticando un cigarro sin encender; traía un montón de diarios de la tarde que fue echando uno tras otro, ante los presentes.

Jerome Patterton, sentado detrás de su escritorio, abrió un periódico. Cuando leyó las palabras: «¿Está en dificultades el FMA?», estalló:

—¡Esta es una inmunda mentira! ¡Habría que poner pleito a ese diario!

—No hay motivo para ponerle pleito —dijo French, con su acostumbrada rudeza—. El periódico no lo afirma como un hecho. Está puesto como un interrogante y, en todo caso, está citando a otro. Y la frase original no era maligna —guardó silencio en una actitud que significaba «hay que aceptar la cosa como es», con las manos cruzadas a la espalda y el cigarro proyectándose como un torpedo acusador.

Patterton se puso colorado de rabia.

—¡Claro que es maligna! —exclamó Roscoe. Había permanecido desdeñosamente junto a una ventana y se volvió ahora hacia los otros cuatro—. Todo el asunto está hecho con malignidad. Cualquier imbécil puede verlo.

French suspiró:

—Está bien, tendré que deletrear la cosa. Quienquiera que esté detrás de esto, es alguien que conoce bien la ley y las relaciones públicas. El asunto, como usted lo dice, está hábilmente planeado para dar la impresión de algo amistoso y cooperativo hacia el banco. Claro, sabemos que no es así. Pero es algo que nunca podrá probarse y sugiero que dejemos de perder tiempo hablando de intentar hacerlo.

Recogió uno de los diarios y lo tendió mostrando la primera página.

—Uno de los motivos por el que gano mi principesco salario es porque soy experto en noticias y en el ambiente. Y en este momento mi experiencia me dice que esta historia… que está bien escrita y preciosamente presentada, ¿para qué negarlo?… está corriendo por todos los servicios telegráficos del país y será utilizada. ¿Por qué? Porque es una historia de David y Goliat, que apesta a interés humano.

Tom Straughan, sentado junto a Vandervoort, dijo tranquilamente:

—Puedo confirmar eso en parte. La historia ha estado en el servicio de noticias del Dow Jones y casi en seguida nuestros valores han bajado un punto.

—Otra cosa. —Dick French siguió como si no lo hubieran interrumpido— es conveniente que nos preparemos esta noche para las noticias en la televisión. Habrá mucho en las emisoras locales, seguramente y mi entrenamiento en estas cosas me dice que habrá información en cadena en los tres canales mayores. Y afirmo que si algún guionista puede resistirse a hacer algo con la frase «Banco en dificultades», estoy dispuesto a tragarme un sapo.

Heyward preguntó con frialdad:

—¿Ha terminado?

—No del todo. Solo quiero añadir que, si yo hubiera desperdiciado todo el presupuesto de relaciones públicas del año en una sola cosa, nada más que en una, para presentar mal a este banco, no podría igualar el daño que han hecho ustedes, sin ayuda de nadie.

Dick French tenía una teoría personal. Era que un buen encargado de relaciones públicas debe estar cada día preparado para actuar. Si el conocimiento y la experiencia requerían de él que dijera a sus superiores hechos desagradables, que hubieran preferido no oír, y si era necesario ser brutalmente franco al hacerlo, lo hacía. La sinceridad formaba también parte de las relaciones públicas… era una treta para llamar la atención. Hacer menos, o procurar ganar favores por medio del silencio o el sigilo, hubiera sido faltar a sus responsabilidades.

Algunos días requerían más rudeza que la habitual. Este era uno de ellos.

Frunciendo el ceño, Roscoe Heyward preguntó:

—¿Sabemos ya quiénes son los organizadores?

—No concretamente —dijo French—. He hablado con Nolan Wainwright que se está ocupando de eso. No es que vaya a importar mucho.

—Y si le interesa conocer las últimas noticias de la sucursal —añadió Tom Straughan— le diré que he ido allí por el túnel, antes de venir aquí. La plaza está todavía repleta de manifestantes. Casi nadie puede entrar para hacer transacciones regulares.

—No son manifestantes —corrigió Dick French—. Que esto también quede claro, ya que estamos en ello. No hay un cartel ni ninguna consigna, como no sea, quizás «Acto de Esperanza». Son clientes, y ese es el problema.

—Está bien —dijo Jerome Patterton—, ya que está usted tan enterado: ¿qué sugiere?

El vicepresidente de relaciones públicas se encogió de hombros:

—Son ustedes los que retiraron la alfombra del Forum East. Es a ustedes a quienes corresponde volverla a poner.

Las facciones de Roscoe Heyward se endurecieron.

Patterton se volvió hacia Vandervoort.

—¿Qué opina, Alex?

—Ustedes conocen mis sentimientos —dijo Alex; era la primera vez que hablaba—. Yo estuve, en principio, en contra de que se cortaran los fondos. Sigo estándolo.

Heyward dijo con sarcasmo:

—Entonces probablemente estará usted encantado con lo que está ocurriendo. Y supongo que cedería de buena gana ante esa chusma y sus intimidaciones.

—No, no estoy en modo alguno encantado —los ojos de Alex llamearon enojados—. Lo que estoy es turbado y ofendido de ver al banco colocado en esta situación. Creo que lo que está ocurriendo podía haber sido previsto… es decir, podía haberse previsto alguna respuesta, alguna oposición. Pero lo que importa en este momento es arreglar cuanto antes la situación.

Heyward dijo, con desprecio:

—Por lo tanto usted cede ante la intimidación. Tal como he dicho.

—Ceder o no ceder no tiene aquí importancia —contestó Alex con frialdad—. La cuestión real es: ¿Teníamos razón o no al cortar los fondos al Forum East? Si estábamos equivocados, debemos rectificar y tener el valor de reconocer nuestro error.

Jerome Patterton observó:

—Rectificaciones o no, si ahora retrocedemos, haremos el papel de idiotas.

—Jerome —dijo Alex— en primer lugar, no creo eso. En segundo lugar: ¿qué importa?

Dick French intervino:

—La parte financiera de todo esto no es asunto mío. Lo sé. Pero les diré algo: si decidimos ahora cambiar nuestra política con respecto al Forum East, quedaremos bien y no mal.

Roscoe Heyward dijo agriamente a Alex:

—Si el valor es aquí un factor, yo diría que usted carece de él enteramente. Lo que usted hace es negarse a hacer frente a unos patanes.

Alex movió la cabeza, con impaciencia.

—Vamos, Roscoe, no hable como un comisario de pueblo. A veces negarse a cambiar una decisión equivocaba es simple testarudez y nada más. Todos los periodistas lo han dicho claramente. Además, esa gente que está en la sucursal no es chusma.

Heyward dijo, desconfiado:

—Parece usted sentir una afinidad especial con ellos. ¿Sabe acaso algo que los demás no sabemos?

—No.

—De todos modos, Alex —rumió Jerome Patterton—, no me gusta la idea de someterme tan fácilmente.

Tom Straughan había escuchado los dos argumentos. Ahora dijo:

—Yo, como todos saben, me opuse a que se cortaran los fondos al Forum East. Pero tampoco me gusta que me lleven por delante unos desconocidos.

Alex suspiró.

—Si todos están de acuerdo con eso, es mejor que nos hagamos a la idea de que la sucursal del centro quedará paralizada por algún tiempo.

—Esa gentuza no podrá continuar con lo que está haciendo —afirmó Roscoe—. Me atrevo a predecir que, si nos mantenemos fuertes, si nos negamos a que nos hagan a un lado o nos pisoteen, toda la demostración se evaporará mañana.

—Y yo —dijo Alex— me atrevo a predecir que continuará toda la próxima mañana.

Finalmente ambos cálculos resultaron equivocados.

En ausencia de una actitud de suavización en el banco, la inundación de la sucursal del centro por los sostenedores del Forum East se prolongó todo el jueves y el viernes, hasta el cierre de las transacciones, el viernes por la tarde.

La gran sucursal estaba inutilizada. Y, como había predicho Dick French, toda la atención del país se concentró en aquel aprieto.

Parte de la atención prestada era humorística. Sin embargo, los inversores no estaban tan divertidos, y en la Bolsa de Nueva York, el viernes, las acciones del First Mercantile American cerraron con dos puntos y medio menos.

Entretanto Margot Bracken, Seth Orinda, Deacon Euphrates y otros continuaban planeando y reclutando.

El lunes por la mañana el banco capituló.

En una conferencia de prensa rápidamente convocada a las 10 de la mañana, Dick French anunció que la total financiación del Forum East sería restablecida inmediatamente. Por cuenta del banco, French expresó la cordial esperanza de que muchos habitantes del Forum East y sus amigos, que habían abierto cuentas en FMA en los días pasados, siguieran siendo clientes del banco.

Detrás de la capitulación del banco hubo varios motivos de fuerza. Uno fue: antes de que se abriera la sucursal el lunes por la mañana, la fila fuera del banco y en la Plaza Rosselli era todavía mayor que en días anteriores, de manera que resultaba evidente que la situación de la semana anterior iba a repetirse.

Y, para mayor desconcierto, otra fila apareció en otra sucursal del FMA, en el suburbio de Indian Hill. Aquello no fue del todo inesperado. La extensión de las actividades del Forum East a otras sucursales del First Mercantile American había sido prevista en los diarios del domingo. Cuando se empezó a formar la fila en Indian Hill, el alarmado gerente telefoneó a la Casa Central, pidiendo ayuda.

Pero fue un último factor el que desencadenó el resultado.

Al final de la semana, el sindicato que había prestado dinero a los inquilinos del Forum East y proporcionado almuerzo gratuito para los que formaban fila, la Federación Norteamericana de Empleados, Cajeros y Trabajadores de Oficina, públicamente anunció que participaba en el asunto. Afirmaron que darían apoyo adicional. Un portavoz del sindicato calificó al FMA como a «una máquina egoísta y pantagruélica de hacer dinero, puesta en marcha para enriquecer a los poderosos a costa de los que nada tienen.» Una campaña para sindicar a los empleados del banco, anunció, iba a iniciarse pronto.

El sindicato, de aquel modo, hizo inclinar la balanza, no con una brizna de paja, sino con un saco de ladrillos.

Los bancos —todos los bancos— temen, incluso odian a los sindicatos. Los dirigentes y ejecutivos bancarios miran a los sindicatos como una serpiente podría mirar a una mangosta. Lo que asusta a los bancos, si los sindicatos se hacen fuertes, es una disminución de la libertad financiera de los bancos. A veces ese miedo ha sido irracional, pero ha existido.

Aunque los sindicatos lo habían intentado con frecuencia, pocos habían abierto camino en lo que concierne a los empleados bancarios. Una y otra vez, hábilmente, los banqueros fueron más ingeniosos que los organizadores de sindicatos y pensaban seguir siéndolo. Si la situación en el Forum East significaba una palanca para que se formara un sindicato, ipso facto la palanca debía ser removida. Jerome Patterton, que había llegado temprano a su oficina y se movía con velocidad desusada, tomó la decisión de autorizar la restitución de fondos al Forum East. También aprobó el anuncio que iba a hacer el banco y que Dick French corrió a propagar.

Después, para calmar los nervios, Patterton cortó todas las comunicaciones y se dedicó a practicar puntería con palillos en la alfombra de su despacho.

Más tarde, esa misma mañana, en una reunión informal del comité de política bancaria, se acordó la restitución de los fondos aunque Roscoe Heyward rezongó:

—Se ha creado un precedente y es una entrega que lamentaremos.

Alex Vandervoort guardó silencio.

Cuando el anuncio del FMA fue leído a los partidarios del Forum East, en ambas sucursales bancarias, se oyeron algunos aplausos, y los grupos reunidos tranquilamente se dispersaron. En media hora los negocios en ambas sucursales volvieron a la normalidad.

El asunto hubiera terminado allí de no ser por una información que se había deslizado y que, vistas las cosas retrospectivamente, fue quizás inevitable. La filtración apareció dos días después en el comentario de un periódico —un comentario en la columna Con la Oreja en Tierra—, sección que había sido la primera en sacar a luz el asunto.

¿Se ha preguntado usted quién estaba detrás de los inquilinos del Forum East que esta semana pusieron de rodillas al orgulloso y poderoso First Mercantile American? La Sombra lo sabe. Es la abogada feminista y defensora de los Derechos Civiles, Margot Bracken… la misma de «la sentada en los servicios de aseo del aeropuerto», famosa por esta y otras batallas a favor de los humildes y los pisoteados.

Esta vez, aunque el «banqueo» fue idea suya, en la que trabajó activamente, miss Bracken actuó con sumo secreto. Se encargaron otros de dar la cara, pero ella se mantuvo oculta, evitó a la prensa, su aliada normal. ¿Esto también les parece raro?

¡Que no les parezca! El mejor y más grande amigo de Margot, con quien ha sido vista frecuentemente, es el equidistante banquero Alexander Vandervoort, importante ejecutivo del FMA. Si usted fuera Margot y tuviera esa relación en la cacerola: ¿no se habría mantenido aparte?

Solo nos preocupa una cosa: ¿conocía Alex y aprobó la invasión de su propio hogar?