HOLA

Y por la mañana estás tú en el espejo del cuarto de baño a tu espera. ¿Tú ese pelo, esa nariz, esas marcas bajo los ojos? Tú. Te lleva tiempo reconocerte en un hombre que no imita tus gestos, que los hace al mismo tiempo, que no te remeda. La manera de lavarse los dientes, la manera de afeitarse. Nunca se afeitó bien, nunca te afeitaste bien: hay siempre islas de pelos que sobran, vuelves a empezar. Limpian la navaja, la dejan, ninguno de ustedes sonríe. ¿A quién?

Querías crecer deprisa, ahí te tienes. ¿Qué has perdido, qué has ganado? Si bien se mira, has crecido más deprisa de lo que imaginabas y, sin embargo, antes todo transcurría tan lentamente: horas infinitas, el día de tu cumpleaños siempre muy lejos, lunes perpetuos en el calendario. Meses y más meses de lunes, los años de la facultad pasados jugando al ajedrez. Hoy almorzaste con un ruso que trabaja con libros y gracias a Dios que en lugar de libros hablasteis de ajedrez durante todo el arroz: Petrosian, Capablanca, Kárpov, Fischer, Alekhine, Kaspárov. Variantes de aperturas. Partidas semirrápidas. Ventajas y desventajas de la defensa india de rey. No compartías su admiración por Kárpov, preferías a los locos geniales. ¿Cuánto hace que no te extasías con el juego de peones de Korchnoi? Él siempre «mi país», «en mi país». Mamá Rusia. La manera tan íntima, orgullosa y tierna con la que hablan de su tierra: Mamá Rusia. Un amor tan carnal, tan de ser vivo a ser vivo. Su Mamá y mi orfandad a la portuguesa. Necesitaba pensar en la novela que estoy acabando, necesitaba silencio y, no obstante, me quedaba viéndolo festejar nombres mágicos con su boca: Pushkin, Chéjov, Gógol, Dostoievski en Siberia. ¿A quién le doy a cambio? ¿A Júlio Dinis, a Camilo? Papá Portugal. Mi pobre papá Portugal. Allí estás tú en el espejo del cuarto de baño peinándote. El cuarto de baño de mis padres tiene tres ventanas y una bañera con patas. Entrábamos dos cada vez y mi madre nos frotaba con jabón hasta los codos. Siempre había alguien quejándose de que alguien había meado en el agua. Tal vez fuese verdad: por mi parte fue verdad algunas veces.

Ahora estoy en Nelas, es decir, he vuelto a Nelas. Mi pasado irrumpe de súbito en mi presente, no un pasado muerto, un pasado vivo: allí está la casa que miramos del lado de fuera, mitad del pueblo ha cambiado y mitad no ha cambiado, reconozco todo y no reconozco nada. ¿Quién soy yo? ¿Este fortuito acorde de elementos que se llama António Lobo Antunes? ¿Esta suma de partículas, de azares? El castaño seco frente al garaje. Viven en mi casa

personas que no conozco viven en mi casa

y ha dejado de pertenecerme. La espío como un ratero arrebatado, creo verme aparecer por el lado del pozo, con pantalones cortos, pero no soy yo, era la sombra de una rama. Querida casa. Mamá casa. Hacía muchos años que no volvía a Beira Alta y no obstante sabía de memoria este aroma. Esta luz. Si al menos por un minuto me pudiesen devolver lo que perdí. Siéntate en los bancales de la viña. Recuerda. No te sientes en los bancales de la viña. No recuerdes. En algún rincón de mis venas la Serra da Estrela comienza a crecer: nítida, de un lado al otro del horizonte. Por la noche todo hablaba contigo, tenías la sensación de formar un solo cuerpo con la tierra. Escarabajos, voces de los adultos en el piso de arriba, miedos. Adiós, acorde de elementos que se llama António Lobo Antunes.

El viento se levanta desde el pinar murmurando las quejas de los muertos. ¿Qué pretenden de ti, qué pretenden de mí? En la casa de Joãozinha se estancaron los años. ¡Tantas fotos! Aquel león de cerámica, aquel banco: ni siquiera añoranzas. Solo la ternura que envuelves en una mueca fugaz. Bajas las escaleras. Te metes en el coche. Te marchas. Tú duro en el interior de ti, como un puño cerrado que se estremece. Dicen que el corazón tiene el tamaño de nuestro puño cerrado: ¡si lo abriese se escaparían tantas cosas! ¿La criada del cura párroco aún te dice adiós desde el porche? Tardas en encontrar el porche. Encuentras, sí, la iglesia y el cementerio: han desaparecido todas las manos que te hacían señas. Aprovecha el espejo del afeitado para hacerte señas a ti mismo y vas a ver que el sabor de las uvas del cura párroco te vuelve a la boca. Sentada en su silla, con bastón, Joãozinha sonríe: jugaba al tenis en Urgeiriça con una falda blanca. Al recordarla sonríes también. Sonríele al espejo, anda. Castaños, granito. Sonríe. Buçaco, las termas, el sabor de las moras, el sitio muy pequeño donde nace el Mondego. Sonríe. Ocurra lo que ocurra no dejes de sonreír. Y no vuelvas, por amor de Dios, a abrir el corazón: como has dicho antes, saldrían escapando tantas cosas.

Segundo libro de crónicas
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