JURO QUE NO ESTOY MINTIENDO
No exactamente cuando llueve. Más bien con el cielo gris, seco, donde se imprimen con las piernas hacia arriba las chimeneas y los árboles, cuando el sol envuelto en papel celofán se avergüenza de nosotros
(tantos soles iguales, con el cartel NARANJAS, en las cajas de las fruterías)
más bien cuando torcemos la nariz hacia arriba y vacilamos llevo no llevo la gabardina, cuando ya hemos cerrado la puerta y se abre otra vez y nuestras mujeres en el felpudo
—Lleva la gabardina
y nosotros con la gabardina en el brazo con el peso de un cepo y entonces llegamos a la calle mirando con odio el balcón del apartamento
—No va a llover
porque no es exactamente cuando llueve, es más bien cuando miramos el balcón del apartamento y, enseguida, el cielo gris, seco, donde se imprimen con las piernas hacia arriba las chimeneas y los árboles y la naranja que se escapó de la frutería y aumentó de tamaño, es entonces cuando nos encontramos con los señores con bombín paseando en el aire. Unos cuantos señores con bombín, vestidos como los parientes del álbum que debe de estar en el anaquel más alto de la despensa, detrás de las mermeladas y el radiador averiado, risueños o solemnes, que nunca conocemos a no ser merendando, inmóviles, en cuadraditos descoloridos.
(tío Narciso, teniente Santos)
unos cuantos señores lentos y compuestos, paseando en el aire y saludándose
—¿Cómo está, tío Narciso?
—¿Cómo está, teniente Santos?
caminando de un lado al otro, suspendidos de la nada, con sus zapatitos relucientes de charol. Es extraño que solo yo los vea. Nadie se detiene a observarlos, nadie se interesa, nadie percibe a los parientes, y yo inmóvil, solo, presenciando sus reverencias, sus gestos, la arruga afanosa con la que aparecen y desaparecen de los tejados
—¿Cómo está, teniente Santos?
a veces liando un cigarrillo, pidiéndose fuego unos a otros, conversando entre susurros graves de enfermedades y jubilaciones, apoyándose en una antena de televisión para contemplar la plaza, uno de ellos, con gafas oscuras, tropieza con el guijarro de un pájaro, se endereza, sigue andando, le pregunto a mi mujer
—¿No lo ves?
mi mujer, fingiendo que no entiende
—¿No veo qué?
le muestro, lleno de paciencia
—Aquel señor, tropezando con un pájaro
mi mujer me toca la frente con el dorso de la mano para ver si tengo fiebre, vuelve a mirar
—¿Qué señor, Armando?
me mira con una desconfianza extraña, sacude la cabeza, mira una última vez, vuelve a comprobar la fiebre, se interesa
—¿Has dormido bien, Armando?
por la mañana huele a jaboncillo y a sábana tibia, huele a restos de sueño, la pintura de la víspera le da un aspecto de muro en el que el ayuntamiento hubiese borrado mal la propaganda de los partidos, aún tiene escrito en el párpado derecho
ABAJO LOS PATR
un pedazo de cartel con un político concienzudo se le desliza por la mejilla
VOTA EDUARD
y solo los señores con bombín y yo lo notamos, el de las gafas oscuras me ofrece el pañuelo para limpiarle al político concienzudo de la cara, mi mujer me quita el pañuelo de un tirón
—¿De dónde has sacado esto, Armando?
sospechando amantes, un pañuelo con una N bordada
tío Narciso
oliendo a agua de colonia antigua, el señor de las gafas oscuras se preocupa
(mi madre, pobre, decía siempre que el tío Narciso vivía preocupado por la familia)
mi mujer husmeando el agua de colonia
—¿Quién es ella, Armando?
desconfiada de la viuda que se pasa las tardes leyendo revistas en el café, le explico que uno de los señores con bombín me entregó el pañuelo, me subo a una silla con la intención de mostrarle el álbum en el anaquel de la despensa, de buscar al tío Narciso entre cumpleaños, tonterías, polainas
—No hay ninguna mujer, es mi tío Narciso
y no obstante la fotografía del tío Narciso no está en su lugar, alguien sacó al tío Narciso porque se nota la marca del pegamento y un fragmento de foto, interrogo
—¿Qué se ha hecho del tío Narciso?
mi mujer volviendo una y otra vez el pañuelo
—No cambies de tema, Armando
deteniéndose en una marca de carmín del color del carmín de la viuda
(mi madre, pobre, decía que el único defecto del tío Narciso era ser un poco mujeriego, decía siempre, acariciando la foto con el meñique
—Un corazón de oro pero un poco mujeriego)
incluso intenté contárselo a mi mujer
—El tío Narciso era un corazón de oro pero un poco mujeriego
mientras ella hacía la maleta en la habitación, mientras aplastaba una lágrima con su palma, mientras se detenía en el rellano, antes de desaparecer en las escaleras, y me tiraba el pañuelo que acabó en mi hombro, la casa sin mi mujer aumentó de tamaño, la sala, la habitación, la cocina, el tendedero, sobre todo el tendedero con el tiesto con geranios en la barandilla, más allá de la barandilla el cielo gris, seco, donde se imprimen con las piernas hacia arriba las chimeneas y los árboles, el sol envuelto en papel celofán y el tío Narciso, con bombín, que me pide el pañuelo de vuelta y se marcha con él tropezando con los gorriones.