MINUÉ DEL SEÑOR DE MEDIANA EDAD
La vida es una pila de platos que se caen al suelo. Va uno muy despacio de la sala a la cocina, con todos los cacharros de días, de semanas, de meses en equilibrio unos sobre otros, tintineantes y temblorosos, además de un montón de tenedores y cuchillos que se deslizan allí arriba, en medio de los restos de comida y los restos de infancia, de las espinas de pescado de las pequeñas mentiras y las hojas de lechuga de los domingos felices, y en eso, vaya uno a saber por qué, los años se desbaratan, una nostalgia resbala, mi madre, muy joven, se me va de las manos, y tras mi madre los años del ejército, el instituto, la esposa del farmacéutico que me llamaba desde el primer piso y yo con miedo, va uno con todos esos cacharros, cada vez más precarios, más vacilantes, más oblicuos
la muerte de mi abuela por ejemplo, el dentista que se equivocó de muela
y en medio del pasillo o si no ya en la cocina, ya con la encimera a la vista, ya
eso es lo que pensamos
a salvo, los días, las semanas, los meses se deslizan unos tras otros, despacio primero, deprisa después, todo junto por fin, y he ahí la vida hecha añicos en el linóleo, un solo plato entero y el resto trizas, el único plato entero es alguien que no distingo diciéndome adiós desde un balcón o algo parecido, un alféizar con geranios, creo que el mar a lo lejos, el único plato entero soy yo en bicicleta volviendo a casa
pero no me acuerdo de la casa
yo que no me reconozco en aquella casa, en aquellos ojos, en aquellos gestos ajenos a mí
he cambiado tanto
el único plato entero es tener cincuenta años y que te rodeen tantas cosas rotas, traer el recogedor y el cepillo, echar la vida en el cubo, limpiar con la fregona, alguien detrás de mí
—¿Y ahora?
que mira sin ayudarme, una cuchara de postre debajo de la cocina que se recoge a gatas y se ensucian los pantalones a la altura de las rodillas con manchas de salsa, la palma que se lastima con un huesito de pollo, la corbata que oscila en el cuello
¿o una correa?
un mechón de pelo que me impide ver, el único plato entero eres tú
—¿Y ahora?
seguro que con las manos en jarras a la entrada de la puerta que meneas la cabeza ante mi vida en el suelo, me señalas con la puntera un trozo de cáscara que no vi, me empujas con el mango del cepillo
—Ponte ahí
y vuelcas todo mi pasado en la basura, sobre todo aquella tarde sin ti en la terraza de la playa encantado con una extranjera que ni se fijó en mi sonrisa, la extranjera desapareció en el cubo y yo con ella, no me atreví a decir que hablaba inglés
¿o sueco?
de entregarle una sonrisa porque no había ninguna florista cerca de allí y una sonrisa, a pesar de todo, tal vez se pueda envolver en celofán y atar con una cinta roja, pedirle
—Look, miss
y ella oliendo mi sonrisa como se huelen las corolas, aceptando que le ofreciese una naranjada o algo por el estilo, cómo se dirá naranjada en inglés, cómo se dirá naranjada en sueco, hablamos del calor porque hay que hablar de algo, hace mucho calor, miss, su pelo rubio tan rubio como el sol, miss, quiere que la ayude con la crema protectora, miss, y la piel tan suave de las inglesas
¿de las suecas?
sus ojos azules del color de la piedra del anillo de mi tío aunque más transparentes y más grandes, no tiernos, asombrados, miss, sus ojos azules que mi mujer mete en la bolsa de plástico de las sobras junto con los fragmentos de cacharros de mi vida
—Qué torpe, Dios mío
pequeñas mentiras, domingos felices, la esposa del farmacéutico que, al andar, llevaba mi embobamiento tras de sí por las calles
golpeaba las farolas con la regla acompañando sus pasos
alguien que me dice adiós desde el balcón o desde el alféizar con geranios, y ahora que la bolsa de plástico está en el rellano esperando la mañana siguiente, cuando al salir para el trabajo la deje en el contenedor de la basura dos edificios más allá, cojo el único plato entero, lo lavo, lo seco, lo pongo en el armario
tanto espacio vacío en el armario
y las líneas de mi mano no son exactamente iguales a las de una hoja de plátano, aquella que guardé entre las páginas de un libro porque la línea del amor y la línea de la suerte ocupaban la palma entera y por tanto
era evidente
yo iba a ser feliz. Feliz en inglés, feliz en sueco en una terraza de playa
¿cómo se pronuncia naranjada, miss?
donde son otros los que llevan una pila de platos hacia la cocina, donde es la vida de ellos la que se cae al suelo y se rompe. Doblo la mía en la maleta como se dobla un pijama
cuidado con las arrugas
y me la pongo de nuevo, antes de dormir, con la esperanza de encontrarla, al despertarme, allá lejos, en la alfombra, con una marca de su pintalabios
miss
en el cuello.