MARIA IRENE
No pensaba en usted. Hace siglos que no pensaba en usted. En el fondo de mi alma estaba libre de usted. Las cosas iban más o menos
(da mala suerte decir que van bien)
uno nunca sabe por qué el mal es traicionero pero creo que he tenido salud, no veo motivos para quejarme del trabajo
no es lo que se espera pero vamos tirando
en casa las personas se interesan por mí, cariñosas, gracias a Dios en vacaciones hay dinero suficiente para salir de Lisboa
(alquilamos un apartamentito en Algarve y este año puede ser que vayamos a España, había un folleto en el buzón y no sale caro)
cambiamos las baldosas del suelo, mi prima tuvo un bebé en marzo. De vez en cuando me pasa algo por la cabeza y escribo un poema. Allí, en el cajón, ha quedado un cuaderno entero casi lleno de versos. Hay quien piensa que debería publicarlos pero no lo sé, en mi opinión son demasiado íntimos, los hago para mí. Usted no entra en ninguno de ellos, quédese tranquila. No por pudor: por no pensar en usted.
Aparte de eso tengo cinco años más y me dicen que no he cambiado: el pelo sigue siendo castaño, no me veo arrugas en el espejo. Tal vez me canse un poquito al subir las escaleras al acabar el día, después del trabajo, de vez en cuando me despierto en mitad de la noche: no con un sueño o un dolor o algo así, me despierto sin motivo. Tardo en darme cuenta de dónde estoy y en cuanto me doy cuenta me duermo de nuevo. Mi prima me aconseja que no me preocupe, así que no me preocupo demasiado. Ahora hay un tiesto con zinnias junto al balcón. Como suelo decir es una compañía, y desde que desapareció el gato quién sabe dónde sentía que algo faltaba. Desde que las zinnias llegaron no falta casi nada. Y, por lo menos, las flores no clavan las uñas en el sofá ni estropean las alfombras. De martes a martes la regadera y listo. Es una pena que no salten a mi regazo.
En consecuencia
(en muchísimas ocasiones mi padre comenzaba una frase de esa manera, sobre todo cuando iba a hablar de política. Se repantigaba en el sillón, se subía las gafas hasta la frente, murmuraba hacia el techo
—En consecuencia
y juraba que, con el gobierno que tenemos, en un abrir y cerrar de ojos
expresión suya
nos quedamos todos en bragas
ídem)
en consecuencia no me asiste el derecho
(otra expresión suya:
—No te asiste el derecho de fastidiarme)
de lamentarme de nada. Y no me lamento. Ocurrieron episodios tristes, claro, aunque no me afectasen demasiado: el aneurisma de doña Ângela reventó, mi tía se pasó unos días angustiada con una inflamación en la pierna. A pesar de las inyecciones en el ambulatorio tardó en curarse. Cojea un poquito, pero está animada: el médico dice que la semana que viene, si le apetece, puede participar incluso en la media maratón. A mi prima le cae bien por ser el médico mejor dispuesto que conoce. Pero él ni en sueños una media maratón: usa un bastón debido a una caída de pequeño que le torció la rodilla. En la sala de espera se sabe que es él por la bota ortopédica que golpea con fuerza en el suelo. En el otro pie usa un zapato muy normal, de manera que si miramos hacia abajo parece que el médico es dos.
Hay otros episodios que podría mencionar, pero, en lo esencial, debo de haber contado más o menos todo. Principalmente que no pensaba en usted, que hace mucho tiempo que no pensaba en usted, que en el fondo de mi alma estaba libre de usted. Era lo que yo creía. Ayer, por casualidad, pasé por la calle Doctor Taborda Viana debido a un problema de facturas de la empresa y la vi entrar en un automóvil con un niño en brazos. Está más delgada, llevaba una chaqueta marrón que no conozco, ha cambiado de peinado y, no obstante, la reconocí enseguida. Uno cree que ha enterrado los sentimientos y entierra un cuerno. No la imaginaba con un hijo. No la imaginaba con aquella permanente. Usted no me vio, puso al niño en esas sillitas para niños que se encajan en los asientos traseros de los coches y se marchó. Me quedé allí quieto hasta que mi compañero me dijo
—Es para hoy, ¿no?
Me vino la tentación de hablarle de usted y me callé a tiempo. ¿Para qué? Fue hace ya cinco años, ¿no? Nos despedimos en la cafetería, después usted guardó el pañuelo y dijo que no iba a llorar. Esto con dos líneas que le bajaban por las mejillas, exactamente iguales a las que mi compañero, distraído como siempre, no vio, así como no me vio limpiarme la cara con la manga. Afortunadamente salimos de la calle Doctor Taborda Viana con el problema de las facturas resuelto.