Capítulo 27

Jirá estaba saliendo del baño donde sus sirvientas acababan de untarle aceites perfumados, cuando Seschi irrumpió en su habitación cual toro enloquecido. Ignorando el hecho de que la joven no llevaba estrictamente nada, Seschi atacó:

—¿Por qué fuiste a ver a los chipriotas ayer?

A Jirá nunca le habían impresionado los arranques de ira de Seschi. Replicó resueltamente:

—No tengo que darte ninguna explicación. Soy libre de actuar como me dé la gana.

—¿Piensas que nuestro padre estaría satisfecho al saberte en compañía de esos chipriotas?

—Son amigos míos. ¿Qué tienes tú que reprocharles?

—Los Pueblos del Mar atacaron una flota comercial hace poco. ¿Acaso no sabes que Chipre les presta su apoyo?

Jirá se encogió de hombros mientras una esclava la ayudaba a ponerse un vestido de lino blanco bordado con hilo de oro.

—¡Eso es ridículo! Tash’Kor no es responsable de ese ataque.

—No estoy tan seguro.

Jirá hizo caso omiso de la réplica y caminó hacia Neserjet, quien estaba visiblemente incómoda. La miró de arriba abajo con ojos llenos de desprecio y le espetó:

—¡Eres tú la que me ha traicionado!

—¡Yo no te he traicionado, princesa! Estaba preocupada por ti. Ayer volviste tarde y ni siquiera quisiste hablarme. Esta mañana me has vuelto a rechazar. Parecías muy desdichada.

—¿Y eso es asunto tuyo?

Neserjet separó los brazos:

—Yo sólo quería ayudarte…

—¿Yendo a denunciarme a Seschi? —espetó Jirá.

—Ella ha actuado como debía. Tú no tienes nada que hacer con los chipriotas. En Mennof-Ra sólo se les tolera. El Horus no aceptará jamás que su hija tenga tratos con ellos.

—¿Su hija, dices? —exclamó Jirá, presa de una repentina cólera—. ¡Pero es que yo no soy su hija! ¡Soy una bastarda!

—¿Qué estás diciendo?

—¡La verdad! ¡Jamás he sido su hija! ¡Y tú ni siquiera eres mi hermano!

Seschi creyó que se había vuelto loca. Jirá prosiguió, con una risa llena de desespero.

—Mi verdadero padre es un rey de Punt al que mi madre mató en su momento, después de concebirme. En cuanto a ti, ¡tranquilízate! Tú sí eres hijo de Djoser. Pero tu madre no es Tanis. Djoser amó a otra mujer antes que a ella. Se llamaba Letis. Ella fue quien te trajo al mundo.

Confundido, Seschi no supo qué responder. Las palabras que salían de los labios de la muchacha vibraban con un acento de verdad incuestionable. Una verdad que tal vez conocía en el fondo de sí mismo, pero que jamás había querido oír. Algunos criados habían hecho alusión a veces a aquella otra mujer delante de él, sembrando la duda en su espíritu. Pero nunca había intentado profundizar en la cuestión. Tanis siempre había estado a su lado, y eso era lo único que contaba.

—¿Es ese chipriota el que te ha contado todo esto?

Arrastrado por su furia y por el agotamiento de su larga noche de pesadillas, Jirá no se había dado cuenta de que había estado a punto de traicionar a Tash’Kor. Replicó con un tono que quería parecer seguro:

—Él no tiene nada que ver en esto. Esta información proviene de un viajero al que conocí ayer mientras buscaba al asesino de Inja-Es.

—¿Un viajero?

Jirá sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Tenía que inventar una mentira al instante o de lo contrario condenaría a su amigo. Entonces recordó que dos días antes había ido sola al puerto mientras Seschi visitaba Turah.

—Me topé con él en una taberna del ujer, adonde fui a interrogar a los marineros, por desgracia sin resultado. Ese hombre acudió a mí y dijo que deseaba hablarme. Por su aspecto pensé que podría informarme sobre el asesino de nuestra hermana, pero lo que me explicó no tenía ninguna relación con el criminal. Decía venir de muy lejos, de más allá del país de Kush. En Djura conoció a un viejo capitán que le contó esta historia.

—¿Y tú le creíste?

—¡Sí! No tenía ningún motivo para mentir. Creo que mi madre confirmará su relato.

—¿Dónde está ese viajero?

—¿Cómo voy a saberlo? Podría enseñarte la taberna donde le conocí. Pero puede que ya se haya ido de Mennof-Ra.

Seschi dudó un instante, y luego afirmó:

—Debemos hablar de todo esto con nuestros padres. Sígueme.

Jirá vaciló, pero luego asintió en silencio. No tenía otra opción. Dirigió una mirada de reproche a Neserjet. Ésta entendió que se había inventado la historia del viajero. Su nerviosismo, debido sin duda a la revelación de su nacimiento, había sido inmediatamente posterior a la visita al príncipe chipriota. Pero Jirá callaba, sin duda para protegerlo. Neserjet le dirigió una señal discreta para hacerle entender que guardaría el secreto. Jirá se relajó un poco y siguió los pasos de Seschi.

Unos instantes después se hallaban los tres ante Tanis. Djoser estaba fuera, visitando las obras de la ciudad sagrada. Un dolor insidioso se clavaba en las entrañas de Jirá. Siempre había venerado a su madre, que unía la inteligencia con la feminidad, la belleza con la fuerza. Pero algo se había roto. El relato del sumerio había empañado aquella imagen ideal. De sensibilidad exacerbada, la joven consideraba una traición el que le hubieran ocultado su verdadero origen. De carácter luchador y obstinado, no estaba dispuesta a escuchar ninguna explicación, fuera la que fuese. Con reticencia, confesó a Tanis lo que le habían dicho, describiendo vagamente las circunstancias. La reina no puso en duda la historia. La tesis del viajero era suficientemente imprecisa para ser creíble, y Tanis estaba demasiado trastornada por la actitud de Jirá para plantearse otras preguntas. Su reacción la desconcertaba. Ante la cara terca de la muchacha, tenía la impresión de estar hablando con un bloque de granito. Jirá sufría, y se negaba a abrirse.

El incidente en sí no era dramático. Muchas personas conocían el verdadero origen de los dos niños. Simplemente, con el tiempo, habían evitado revelarles la verdad. Habían sido criados como hermanos y esa situación convenía también a sus padres. Pero Tanis comprendió que Jirá rechazara la idea de no ser la hija de Djoser.

—Tal vez sea culpa mía —dijo con ternura—. Deberíamos haberte contado la verdad antes. Pero ¿es tan importante? Djoser te ama como si hubieras nacido de su sangre. Siempre te ha tratado como hija suya. Ha querido ser ese padre que no tenías. ¿Es un crimen tan grande?

Jirá tardó unos instantes en contestar. Por supuesto que no tenía nada que reprochar a Djoser, al contrario. Pero sí a su madre.

—Ese viajero me dijo que mataste a mi verdadero padre.

Tanis palideció. Excepto los supervivientes de Siyutra, poca gente sabía la auténtica historia. Ahora bien, el asesino de Inja-Es era Enjalil, la mano derecha de Jacheb. Quien había informado a Jirá no podía ser más que uno de sus acólitos.

—¿Cómo podía saberlo él? ¿Quién era ese hombre? ¿Qué aspecto tenía?

—Parecía… un mercader nubio —respondió Jirá evasivamente.

—¿Ni por un instante imaginaste que podías estar delante de un cómplice del miserable que mató a tu hermana? —gruñó Tanis.

Jirá no supo qué responder. Su madre podía descubrir la verdad. Pero tenía que guardar el secreto para salvar a Tash’Kor. Replicó un tanto embarazada:

—Habló de un capitán sumerio, que te habría conocido. Un tal… Melhok, me parece.

—Melhok… —murmuró Tanis.

La cara del viejo marino de Eridu acudió a su mente. Resurgieron dolorosos recuerdos que siempre había querido borrar de su memoria. Conocía demasiado bien la historia relatada por Jirá. La joven, sintiendo que su madre flaqueaba, atacó de nuevo:

—Entonces no mintió: ¡tú mataste a mi auténtico padre!

Trastornada, Tanis vaciló.

—Es cierto, lo maté. Era un criminal.

—Pero le amaste —replicó Jirá—. ¡Ese individuo me dijo que le habías amado apasionadamente! —insistió.

Una fuerte emoción, que su hija no pasó por alto, embargó a Tanis.

—De nada sirve remover esa historia —murmuró—. Habría preferido que no te enteraras nunca de todo esto.

Jirá pensó que su madre pretendía escabullirse y dio libre curso a su ira.

—Si le amabas, ¿por qué le mataste? ¡Era mi padre!

Tanis continuó en silencio. Se daba cuenta de que debería haber llegado más lejos, haberle contado toda la historia a su hija. Pero no tenía valor para revelarle las tormentosas relaciones que la habían unido a Jacheb, la captura y los crímenes de Siyutra, la muerte de Beryl, la ominosa violación durante la cual sin duda ella había sido concebida, las atrocidades cometidas por los piratas y, por último, el incendio que había destruido la ciudad maldita. Volvía a ver a sus verdugos transformados en antorchas vivientes, dando alaridos de odio y terror antes de quedar aniquilados en la hoguera. No se sentía con fuerzas para remover aquel pasado hostil. Aún no. Quizá más adelante.

La muchacha interpretó su silencio de manera diferente. Había tocado un punto débil. Ahora tenía la confirmación de que el sumerio no había mentido. La emoción sentida por su madre era una confesión. Por lo tanto, puesto que le había ocultado la verdad sobre su nacimiento, también era posible que le hubiera mentido sobre los pretendidos crímenes de su padre. Jirá tuvo la terrible sensación de que su madre, aquella madre a la que veneraba, se había convertido, de repente, en una extraña. Tanis tenía también una parte de responsabilidad en la muerte de Inja-Es. Porque, por culpa de sus actos pasados, Enjalil había regresado para asesinarla. El hecho de que se negase a hablar de ello probaba a los ojos de Jirá que ocultaba un terrible secreto. Dividida entre la ira y una terrorífica sensación de angustia y soledad, la princesa se encerró en sí misma.

Durante los días siguientes no vio a nadie. Seschi le había propuesto proseguir con la búsqueda del asesino, pero ella se había negado. No podía decirle que aquella investigación estaba abocada al fracaso, puesto que el sumerio estaba muerto. Sin embargo, se negaba a seguirle la corriente. Se limitó a afirmar que el criminal seguramente habría conseguido escapar. Seschi se encogió de hombros y se fue. Las revelaciones sobre su nacimiento no habían tenido repercusiones en él. La muerte de Inja-Es era mucho más importante. ¿Que Tanis no era su verdadera madre? ¿Y qué? Siempre la había considerado como tal, y nadie podría cambiarlo. En cuanto a Jirá, siempre había sido su hermana, aunque no llevaran la misma sangre. ¡Y que anduviera con cuidado si se empeñaba en volver a ver a aquel perro chipriota!

Pero Jirá seguía profundamente marcada por aquella información. El caos se había adueñado de su espíritu. La imagen de la tormenta que había visto poco antes de la sequía la perseguía. En aquella época había presentido que se avecinaban grandes cambios, grandes adversidades. Pensaba que ya había vivido lo peor durante los años áridos. Hoy se daba cuenta de que se había equivocado. La pesadilla aún estaba por venir, y había caído sobre ella en el momento en que menos lo esperaba. Mientras la más grande de las paces parecía reinar sobre Kemit, todo había dado un vuelco hacia el horror. Primero se había producido la muerte de su hermana, a la que amaba muy especialmente, quizá porque sabía que una amenaza pesaba sobre ella. Los dioses la habían advertido, pero, con el paso del tiempo, había bajado la guardia. Y no había podido hacer nada para impedir que el asesino cometiera su crimen. Un dolor sordo le roía el pecho cuando recordaba el dulce rostro de Inja-Es, su humor siempre igual, su mirada pura y cristalina.

Aquel sentimiento de culpabilidad se mezclaba con la certeza de haber sido traicionada: por su madre, que le había mentido sobre su nacimiento, y por Neserjet, que lo había contado todo a Seschi. Estaba segura de que lo había hecho por celos. Neserjet no podía soportar tener que compartirla algún día con un hombre.

El mismo Djoser la había traicionado, haciéndole creer que era su hija. Su decepción era hoy demasiado cruel. Entre tanta confusión no le quedaba más que una certeza: amaba a Tash’Kor. Sólo él había dicho la verdad. No le había ocultado que le haría sufrir, pero había cumplido con su palabra. ¿Que la había forzado a matar al asesino de Inja-Es? En un primer momento había estado furiosa con él. Pero ahora entendía que no había querido robarle su venganza, que la había obligado, a pesar de su miedo, de su cobardía, a llevar sus actos hasta el final. Aquel Enjalil merecía la muerte. No lamentaba haberlo matado ella misma. Y le daba las gracias a Tash’Kor por haberle facilitado la ocasión para llevar a cabo su venganza.

Y, sobre todo, más allá de la pena que sentía, guardaba el recuerdo del apasionado abrazo que les había unido. Aún le parecía sentir la calidez de sus manos, imperiosas y posesivas, sobre su piel. Era presa de la mayor confusión. Ardía en deseos de ir a verle. Pero estaba segura de que Seschi habría puesto a sus guardias vigilando la casa de los príncipes. La conocía demasiado bien. Asimismo era inútil intentar enviar una carta a Tash’Kor: no sabía leer los medu-néteres.

A menos que…

Poco a poco fue germinando una idea que ahuyentó el sufrimiento. Una idea audaz pero cuyas consecuencias ni siquiera podía imaginar.