CAPITULO VII
Se había producido un cambio dramático en la situación. El propio Olney estaba desconcertado ahora.
—¿Tú? —disparó por entre los dientes apretados—. ¿Quieres hacernos creer que lo hiciste tú sólo?
—Y sin mayor esfuerzo. En cuanto usted y el otro que estaban con Mac Alien se fueron a dormir. Ustedes me robaron mis toros y creyeron que había salido corriendo a contárselo al coronel Dryant. Pero yo nada tengo que ver con el coronel. Mientras no me los pague los toros son míos y no iba a dejármelos robar por un puñado de granujas imbéciles. De modo que aguardé a la noche, entré en el rancho y me llevé al señor Mac Alien a sitio seguro. Va a estar allí, sin comer ni beber, atado como un asado listo para el horno, hasta tanto se me devuelvan mis toros sanos y sal-vos. Y si algo me sucede se morirá rabiando de hambre y sed. Porque no lo van a encontrar donde lo puse, aunque imaginan conocer el país y yo llegué ayer por la mañana.
Su discurso estaba causando una profunda impresión. Incluso Thrall parecía haberse medio olvidado de su herida. Olney tragó aire profundamente. Se le veía sin saber qué hacer. Miró al sheriff, a quien acababan de dejarle al descubierto el antebrazo herido y sangrante.
—¿Has oído eso, Thrall? ¡Confiesa que lo tiene secuestrado!
—¿Y qué demonios quieres que haga? Iba a arrestarlo por la denuncia de tus hombres sobre lo de ayer y nos ganó la mano a Chet y a mí. Mira cómo me ha puesto, maldita sea su estampa. Y encima ha encontrado un compinche en ese vaquero, o lo que sea…
Olney miró a Vance, que le sostuvo la mirada con frialdad. Luego a Ramón, que seguía con la espalda contra la pared. El machete en una mano y el revólver en la otra. Tragó aire y estalló, broncamente.
—Muy bien, ya lo veo. Ya que tú nada puedes hacer, Thrall, lo haremos nosotros. Y en seguida.
Luego picó espuelas a su caballo y lo lanzó sobre los mirones, que se apartaron a los lados como gallinas asustadas, alejándose al galope calle arriba y no tardando en desaparecer.
Vance abrió el tambor de su revólver, sacó los cartuchos gastados y los repuso lentamente. Tenía una expresión especulativa cuando lo cerró con un golpe seco y lo guardó en la funda.
—Y esto termina por ahora la cuestión. Señor Guerrero, creo que debe envainar ya su terrible machete. El sheriff no tiene ganas de pelea y tampoco me parece que salga por ahí un valiente a buscarle camorra, o a buscármela. Su denuncia está hecha y la han oído demasiadas orejas. ¿Qué le parece si nos tomamos un trago juntos mientras comentamos lo ocurrido?
Ramón esbozó una sonrisa lenta.
—Me parece muy bien, señor.
Alargó la mano y limpió la hoja del facón en los pantalones del sheriff, que lo miró con odio refrenado.
—La sangre es suya en parte —dijo, mientras se guardaba el arma. Luego le tiró el revólver a los pies—. Y el revólver también. Antes de proceder contra mí vaya pensando en la conveniencia de hacer testamento.
Luego bajó y se acercó a su caballo, destrabándolo y tomándolo de la brida.
—Cuando usted quiera, señor Vance.
—Andando.
Se alejaron despacio, tan tranquilos, hacia el saloon que estaba un poco más abajo y enfrente, como si no hubiera por allí más de uno que a gusto los habría baleado. El médico se dispuso a vendar la profunda herida del brazo al sheriff.
—Tiene un buen corte, Thrall. Le llega al hueso. Lo menos en un mes no va a poder manejar el revólver, se lo advierto.
—Antes he de acabar con esos dos, lo juro. Si no me hubiera cogido de sorpresa ese negro traicionero…
—¿De sorpresa, Thrall? Parece que usted y su ayudante estaban bastante apercibidos. Yo, que usted, lo pensaría un poco antes de meterme de nuevo con ellos. Sé que ayer ese hombre, Guerrero, trajo cuatro hermosos ejemplares de la raza “Hereford” para el coronel. Me lo dijo el propio Granson mientras le curaba la pierna.
—Tenga mucho cuidado con sus opiniones, doctor. Podrían indigestársele —fue la ronca respuesta del sheriff. El médico asintió con su silencio…
Vance le indicó a Ramón un ruano de sólido aspecto atado al palenque delante del saloon.
—Es mi caballo. Ate al suyo ahí y entremos.
—¿Cree que será prudente?
—Prudente, tal vez no. Efectivo, sí. Y usted ha hecho ya bastantes cosas en las últimas veinticuatro horas, por lo visto, para que no deba importarle una imprudencia más o menos.
Ramón le sostuvo la mirada. Luego rió con risa seria.
—Sí, tiene usted muchísima razón. Bien, adelante y que Dios nos ayude.
Había bastantes clientes allí dentro. Y podía apostarse a que muy pocos miraron amistosamente a los dos vaqueros. Pero nadie se movió o dijo nada. Llegaron al mostrador, y Vance pidió licor. Bebieron sin prisas, luego Ramón pagó otro trago. No entró nadie mientras ni nadie hizo por aproximárseles. Había algunas muchachas pintadas en el local, pero ninguna pareció tener deseos de acercárseles.
—¿Piensa quedarse aquí ahora, señor Guerrero? —inquirió Vance en voz bastante alta para que lo escuchara el camarero. Ramón denegó.
—Sólo vine a hacer mi denuncia. Ahora me iré hacia el rancho del coronel Dryant a explicarle lo sucedido. Pienso esperar allí sentado a que traigan mis toros.
—Es una buena idea. ¿Conoce el camino?
—Ayer me lo indicaron en la estación. Supongo que no me perderé.
—Yo nada tengo que hacer aquí tampoco. Llegué anoche, de paso para Lubbock. Tengo allí un viejo amigo que me ha prometido trabajo. Si no le importa cabalgaremos juntos un rato.
—No tengo ningún inconveniente.
—Pues vámonos.
Salieron sin que tampoco nadie se opusiera. Montaron a caballo. La calle aparecía tan solitaria como al llegar Ramón al pueblo. Siguieron adelante, al paso. Frente a la oficina del sheriff estaban parados algunos curiosos, cuatro o cinco, haciendo comentarios. Se quedaron mirándolos. Vance los interpeló.
—Díganle al sheriff que voy para Lubbook y que Tom Riley, el de aquella ciudad, es mi amigo. Que pienso venir con él a recoger el premio por Wellman o a ajustarle las cuentas si lo dejó escapar.
—Se lo diremos, hombre.
—Muchas gracias.
Los dos jinetes salieron al paso de la población. Y el que afirmó llevaría a Thrall el aviso comentó, mirándoles alejarse.
—Me parece, amigos, que esa pareja no se ha despedido ya de Tascosa…