INTRODUCCIÓN:
La cura para la muerte y el fin del trabajo (y la energía libre)
En mi larga vida he llegado a ver la cura para la muerte y el ascenso de la Sociedad Bitchun; he tenido tiempo de aprender diez idiomas, de componer tres sinfonías y de realizar el sueño de mi infancia de establecerme en DisneyWorld; he visto el fin de los centros de trabajo, y aún del trabajo mismo.
Cory Doctorow, Tocando fondo
El comienzo de Tocando fondo es una de esas frases que merece un lugar en una antología de primeras frases de novela. Al igual que Gabriel García Márquez en el comienzo de Cien años de soledad (“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo”) o Jane Austen en Orgullo y prejuicio (“Es una verdad reconocida universalmente que un hombre en posesión de una buena fortuna ha de necesitar una esposa.”), Cory Doctorow arranca su novela como una jugada de billar perfecta: coloca al espectador en el lugar donde el truco será más efectista, prepara las bolas sobre la mesa haciendo un dibujo alegórico, convierte a su personaje principal en la bola blanca y, de una tacada certera, lo manda en la dirección precisa, rebotando contra el mundo y los demás personajes, creando el efecto deseado.
La ciencia-ficción está llena de frases tan densas como ésta, que pueden llenar la cabeza de sus lectores con tan sólo 308 caracteres (incluyendo espacios y el punto final). En una frase así cabe toda una novela, quizá ésta misma que ahora tiene el lector entre sus manos. Una frase así se expande en la mente del lector, escribiendo en ella sus efectos como una textura algorítmica comprimida con un compilador memético, y su expansión se transmite por todo el libro como las ondas de choque de un terremoto.
Uno tiembla de pensar cuál sería la versión de James Michener de esta novela, con un populoso elenco de superhéroes cuasi-nietzscheanos volando de un sitio a otro del globo en sus jets privados, interviniendo en el sistema sanitario mundial y luchando por establecer la nueva Sociedad Bitchun contra las fuerzas de la reacción que quieren conservar los viejos modelos, los viejos mercados. Sería una especie de vodevil tecno-político a escala planetaria, en el que las puertas que se abren y se cierran estarían remplazadas por encuentros en salas de espera de aeropuertos, y las camas por salas oscuras llenas de humo de cigarrillos y nefarias conspiraciones. Casi se puede imaginar uno a George Kennedy en uno de los papeles de la película, mascando un cigarro y pegando gritos que su implante coclear han convertido en innecesario. Gracias al cielo, Doctorow no es un discípulo de Michener.
Es imposible leer Tocando fondo sin pensar en John Varley y Mañana serán clones. Pero Doctorow se complace doblemente cuando también se compara su novela con Pacific Edge, otra utopía californiana en la que Kim Stanley Robinson describe el mundo a través de un conflicto urbanístico sobre la construcción de un estadio de béisbol. Las dos son novelas fractales, en las que la estructura del mundo se ve reflejada en una pequeña comunidad, igual que la del helecho se ve reflejada en cada una de sus hojas.
Como en toda buena ciencia ficción, Tocando fondo explora las consecuencias sociales del cambio tecnológico. Dos descubrimientos como la cura para la muerte y la energía libre (y aquí “libre” implica tanto el acceso universal como su gratuidad) serían un shock para el sistema, una intensa sacudida en la historia de la humanidad, un terremoto económico, político y social. Y sin embargo la novela es el relato aparentemente trivial de las oscilaciones de tan sólo una de esas ondas de choque, ni siquiera la más importante. Es un raro talento el que describe un vuelco tan radical en la historia de la humanidad. A través de las rencillas internecinas de un grupo de fanáticos que están renovando un parque de atracciones, por mucho que se trate del parque de atracciones más famoso del mundo.
La revolución propuesta por Cory Doctorow se hace sola. La adhocracia (estupendo neologismo que ojalá acabe formando parte del habla común), la gestión mediante grupos auto-organizados en torno a proyectos voluntarios, se convierte en la única forma posible de gobierno en un mundo en el que la escasez no existe, las necesidades mínimas están cubiertas, y nadie tiene que trabajar a cambio de dinero. El dinero, como Cory Doctorow gusta de recordar, no es más que un síntoma de pobreza. Cuando todo es abundante, nada tiene realmente un precio, y nada es lo bastante valioso para intercambiarlo por lo único escaso, lo único valioso, el tiempo que cada uno tiene cada día. La economía de la escasez da paso a la economía de la abundancia.
Doctorow propone para su Sociedad Bitchun un nuevo modelo de incentivos: la puntuación Whuffie. El Whuffie es un complejo arqueo del juicio que los demás tienen sobre una persona. Y más que transferible, el Whuffie también es contagioso, de modo que si mucha gente tiene buena opinión de un comerciante o un escritor, el Whuffie acumulado de ese colectivo pesará sobre la reputación pública de esa persona. Este modelo es una proyección a escala planetaria de lo que representa la reputación en sociedades cerradas, una generalización a todos los ámbitos de la vida de la puntuación de feedback del sitio de subastas ebay o el karma de los sitios de noticias Slashdot y Barrapunto.
En la Sociedad Bitchun el Whuffie lo es todo: alguien sin Whuffie tiene garantizado el sustento básico, y poco más, porque es bien sospechoso que nadie se declare admirador tuyo, y más aún en una sociedad de la abundancia donde todos tienen tiempo de ocio que dedicar a las relaciones sociales. En la sociedad de mercado se obtiene dinero a cambio de bienes y servicios escasos: en la Sociedad Bitchun, donde la automatización provee de todo lo esencial, se obtiene Whuffie a cambio de los únicos valores no automatizables: por tener creatividad, por trabajar bien con los demás, por ser buen amigo, por ser buena compañía, por ser persona, en una palabra. La economía de la reputación hace que la personalidad de uno sea su valor de cambio.
Lo demás es la materia de la que están hechos los sueños, o la literatura. La naturaleza humana no cambia, y las rencillas, pasiones, amores y desvaríos del protagonista Jules (y sus amigos, y sus rivales) podrían suceder en cualquier otro entorno. Pero suceden en el Reino Mágico. Al situar su historia en Disney World, Doctorow realiza un comentario sobre la parquetematización inherente a una sociedad abundante, un proceso de conversión del mundo en parodia y homenaje a sí mismo que podemos observar a nuestro alrededor con tan sólo visitar el centro de Londres, de Amsterdam, de Barcelona. El mundo presente es tremendamente desigual, y si la sociedad Bitchun equilibrara esa desigualdad, uno de sus efectos sería convertir el mundo en una copia a escala global de un Disney World gestionado por colectivos anarquistas. Incluso con sus defectos, más del 90% del planeta preferiría vivir esa distopía a sobrevivir en cualquiera de las múltiples “utopías” del presente. Incluso con sus virtudes, un 90% de sus habitantes añorarían una imagen idealizada de un pasado mejor, más heroico, más auténtico. Tocando Fondo trata de los muchos debates entre lo original y lo trillado, entre lo nuevo y lo viejo, entre la seguridad y el riesgo. Tocando Fondo es la crónica de la lucha entre las fuerzas de la nostalgia y las de la renovación, narrada por un hombre del futuro que no se da cuenta de hasta qué punto está anclado en el pasado.
Si hacia algo intenta avanzar la humanidad es hacia un mayor confort material. Es una afirmación cargada, pero una afirmación que no pretende tener una carga moral. Sin embargo, hay muchas formas de gestionar ese confort material, y aquí Doctorow nos ofrece una moraleja. Una de esas formas de gestión es crear una sociedad de consumidores, en la que todos absorbemos lo que unos pocos crean. Otra es convertirnos en una sociedad de creadores, en la que todos crean tanto que apenas hay tiempo para consumir lo que hacen los demás. En Tocando Fondo Cory Doctorow nos muestra lo que pasa cuando una sociedad entera decide tomar el segundo camino.
Cory Doctorow predica con el ejemplo. Escribe sobre hackers y es hacker él mismo. Hacker técnico, político, literario, hacker incluso de su propio cuerpo. En el blog BoingBoing, del que es co-editor, explica cómo usa la técnica Sarno para acabar con los dolores de espalda, cómo usó el hipnotismo para dejar de fumar, cómo controla su peso (y su desmedida afición al chocolate) mediante la dieta Atkins, consistente en no comer hidratos de carbono y subsistir a base de fibra, pescado y grasas. Uno se lo puede imaginar en los primeros puestos de la cola el día que saquen los implantes cerebrales a la venta. Escribe sobre difuminar la frontera entre el trabajo y el ocio y ha conseguido convertir sus aficiones en una forma de ingresos: BoingBoing le proporciona una parte sustancial de ellos, pero además es embajador en Europa para la organización activista en favor de los derechos civiles Electronic Frontier Foundation, y está pre-publicando en el sitio Salon.com en forma de serial la que será su cuarta novela.
Doctorow también escribe sobre la abundancia de los bienes virtuales e infinitamente copiables, y hasta tal punto predica con el ejemplo que ha conseguido que su editor norteamericano (Tor Books, sello del prestigioso editor MacMillan) le publique bajo una licencia Creative Commons. Todos los libros de Cory Doctorow llevan consigo un permiso de copia, bajo las condiciones especificadas en las licencias: no se permite su uso comercial (Cory se reserva ese permiso para sus editores; después de todo aspira a vivir de su prosa), pero permite que cualquiera haga copias para su uso privado, incluso que edite obras basadas en ella, siempre que lo haga bajo la misma licencia. Esa es la razón por la que existen versiones de sus novelas para agendas electrónicas, una remezcla en verso (hecha a partir de frases extraídas de la propia novela) e incluso traducciones hechas por aficionados. Uno no necesita imaginárselo en la vanguardia de la Sociedad Bitchun, porque (para bien o para mal, todo sea dicho), la Sociedad Bitchun que describe está hecha de copias tan imperfectas como idealizadas del propio Cory Doctorow.
Una cita memorable de William Gibson dice que “el futuro está aquí, lo que pasa es que no está uniformemente distribuido”. Tocando fondo es un modesto ecualizador, un dispensador de ese futuro en el presente, a la vez que una crónica de la respuesta de un hombre a la única pregunta. La pregunta, por supuesto, es “¿qué hacer?”.
Javier Candeira, 81.35.224.209, octubre de 2005