SIETE
Las medicinas me ayudaron a afrontar el siguiente par de días, emprendiendo la rehabilitación de la Mansión. Trabajamos toda la noche erigiendo un andamiaje en torno a la fachada, si bien no había ningún trabajo que hacer en ella: queríamos aparentar un rápido progreso, y además, tenía una idea.
Trabajaba mano a mano con Dan, usándolo como secretario personal, realizaba mis llamadas, buscando diseños, vigilando la red en busca de los primeros rumores mientras el público de Disney se daba cuenta de pronto que la Mansión había sido desmontada para una completa rehabilitación. No intercambiábamos ninguna palabra innecesaria, permaneciendo codo con codo sin mirarnos nunca a los ojos. Sin embargo, en realidad no podía sentirme torpe con Dan a mi alrededor. Nunca me dejaba y además estábamos ocupados dirigiendo a los decepcionados visitantes fuera de la Mansión. Un deprimente número de ellos se dirigía directamente a la Sala de los Presidentes.
No tuvimos que esperar mucho para que apareciese el primer artículo de alarma sobre la Mansión. Dan lo leyó en voz alta desde su pantalla:
—¡Hey! ¿Alguien ha oído algo sobre programas de mantenimiento en la ME? Acabo de pasar por ahí camino a la nueva S de P’s y da la impresión de que pulula un montón de personal adentro y afuera, montando un andamio, mirad la foto. Espero que no estén jodiendo una buena cosa. Por cierto no os perdáis la nueva S de P’s: muy Bitchun.
—Vale —dije—. ¿Quién es el autor? ¿Está en la lista?
Dan pensó un momento.
—La autora es Kim Wright, y está en la lista. Buen Whuffie, montones de fan-artículos sobre la Mansión, gran lectora.
—Llámala —dije.
Éste era el plan: reclutar fanáticos rabiosos inmediatamente, enfundarlos en disfraces y colocarlos en los andamios. Darles enormes y ornamentadas herramientas y conseguir que fingiesen una actividad de construcción en una frenética pantomima de muertos vivientes. A su debido tiempo, Suneep y su pandilla tendrían un grupo de robots de telepresencia operando; nosotros los guiaríamos, haciéndolos deambular en el área de espera, interactuando con los visitantes curiosos. La nueva Mansión estaría abierta para el negocio en 48 horas, a pesar de su estilo descarnado. El andamiaje desarrollado por unos simpáticos novatos era una atracción visual que podría atraer una o dos miradas curiosas de las hordas que se agolpaban en la Sala de los Presidentes. Soy un chico bastante listo.
Dan llamó a esta Kim y habló con ella mientras desembarcaba de los Piratas del Caribe. Me pregunté si sería la persona adecuada para el trabajo: parecía terriblemente enamorada de la rehabilitación que Debra y su personal habían realizado. Si hubiera tenido más tiempo, podría haber llevado a cabo una profunda investigación de cada uno de los nombres de mi lista, pero eso podría llevar meses.
Dan tuvo una pequeña charla con Kim, hablando en voz alta en deferencia a mi minusvalía, antes de ir al grano.
—Hemos leído tu post sobre la rehabilitación de la Mansión. Eres la primera persona en darse cuenta, y nos preguntamos si estarías interesada en acercarte para descubrir un poco más acerca de nuestros planes —Dan se sobresaltó— es una chillona— susurró.
De manera refleja intenté convocar la pantalla HUD con los archivos de los fans de la Mansión que habíamos esperado reclutar. Por supuesto no ocurrió nada. Lo había hecho una docena de veces esa mañana, y no daba la impresión de tener visos de detenerme. No parecía estar agobiado por eso, aunque tampoco por ninguna otra cosa, ni siquiera por el chupón apenas visible bajo el cuello de la camisa de Dan. Todo eso se debía al regulador de humor transdérmico en mi bíceps: órdenes del doctor.
—Perfecto, muy bien. Estamos a la derecha del Cementerio de Mascotas, dos miembros de personal masculinos, vestidos con disfraces de la Mansión. Aparentamos sobre unos treinta. No tienes pérdida.
No se perdió. Llegó corriendo, sin aliento y excitada. Aparentaba unos veinte años, y vestía como una verdadera chica de veinte, enfundada en una capucha climatizada adherida al cuerpo que dejaba libertad de movimiento a sus piernas, las cuales eran largas y con rodillas dobles. El último grito entre la gente joven, incluida la chica que me disparó.
Pero las semejanzas con mi asesina finalizaban en su vestido y su cuerpo. No llevaba una cara de diseño, más bien una que tenía las suficientes imperfecciones como para ser la misma con la que había nacido, ojos levemente entrecerrados y la nariz ancha y ligeramente achatada.
Admiré la manera en que se movía a través del gentío, rápida y silenciosa, pero sin empujar a nadie.
—Kim —llamé mientras se acercaba— por aquí.
Lanzó un chillido de alegría y se dirigió en línea recta hacia nosotros. Incluso observándola minuciosamente, ella era lo suficientemente buena navegando entre la muchedumbre como para no rozar ni a un alma. Cuando llegó ante nosotros, surgió repentinamente dando pequeños brincos.
—¡Hola, soy Kim! —dijo, agitando su brazo con el peculiar ímpetu de las articulaciones extra.
—Julius —dije, y esperé a que repitiese el proceso con Dan.
—Así que, ¿cuál es el trato? —dijo.
Cogí su mano.
—Kim, tenemos un trabajo para ti, si estás interesada.
Ella apretó mi mano y sus ojos brillaron.
—¡Lo cogeré!
Dan y yo nos reímos. Era una educada aprendiz de miembro de personal, ligeramente humorística, pero en el fondo era un alivio.
—Creo que mejor te lo explicaré primero —dije.
—¡Dame buenas razones! —dijo, dándome otro apretón.
Solté su mano y comencé a explicarle una versión abreviada del plan de rehabilitación, omitiendo cualquier referencia a Debra y sus adhócratas. Kim lo absorbió vorazmente. Mientras le hablaba, agitaba su cabeza hacia mí con los ojos completamente abiertos. Era desconcertante.
—¿Estás grabando esto? —pregunté finalmente.
Kim se sonrojó.
—¡Espero que no importe! ¡Estoy empezando un nuevo álbum de la Mansión. Tengo uno de cada atracción del Parque, pero este será el número uno!
Esto era algo en lo que no había pensado. Hacer públicos los asuntos de los adhócratas era tabú dentro de Parque, de modo que no se me había ocurrido que los nuevos miembros de personal que introdujésemos podrían querer grabar cada pequeño detalle y publicarlo por la Red, como un enorme recolector de Whuffie.
—Puedo apagarlo —dijo Kim. Parecía preocupada, y en verdad empecé a aprehender como era de importante la Mansión para la gente que estábamos reclutando, que tipo de privilegio les estábamos ofreciendo.
—Déjalo funcionando —dije—, dejemos que el mundo vea lo que estamos haciendo.
Llevamos a Kim dentro de un túnel de servicio y bajamos hasta el vestuario. Se medio desnudó en el tiempo que tardamos en llegar, literalmente se arrancaba la ropa, anticipando el meterse en el personaje. Sonya, una adhócrata de Liberty Square que se encargaba del vestuario, ya tenía un atuendo esperándola: un raído uniforme de sirvienta con un enorme cinturón.
Dejamos a Kim en el andamio, expandiendo enérgicamente con una paleta un sustituto del cemento basado en agua sobre la pared, raspándola y dándole un nuevo diseño. Aquello me parecía aburrido, pero estaba convencido de que tendríamos que despegarla de allí cuando llegase la hora.
Nosotros volvimos a pescar en la Red para el siguiente candidato.
A la hora de comer ya había diez nuevos miembros taladrando, martilleando, y raspando alrededor del andiamaje, empujando negras carretillas mientras cantaban “Fantasmas de la Sonrisa Torva”.
—Esto marcha —le dije a Dan. Estaba exhausto, empapado en sudor y la transdérmica bajo mi traje picaba. A pesar del zumo de la felicidad en mi torrente sanguíneo, una veta de irritabilidad anti-personal se disparó en mi humor. Necesitaba salir del escenario.
Dan me ayudó a salir cojeando, y mientras abríamos la puerta de servicio, me susurró:
—Esta es una gran idea, Julius. De verdad.
Tomamos un tranvía hacia los Imaginieros, con el pecho inflado de orgullo. Suneep tenía a tres de sus asistentes trabajando en la primera generación de robots móviles de telepresencia para el exterior, y había prometido un prototipo para esa tarde. Los robots eran bastante sencillos: en realidad eran prototipos ya diseñados, pero los disfraces y las rutinas de cinemática eran algo indescriptible. Pensar acerca de cómo Suneep y su panda de supergenios hipercreativos podían llevar a cabo mi idea me levantaba un poco el ánimo, tanto como estar fuera del centro de atención.
Parecía como si un tornado hubiese pasado por el laboratorio de Suneep. Jaurías de Imaginieros andaban de acá para allá con misteriosos aparatos, o formaban apretados grupos de discusión en las esquinas mientras vociferaban acerca de lo que quiera que sus pantallas estuviesen mostrando. En medio de todo estaba Suneep, quien apenas parecía reprimir el deseo de gritar: ¡Yuhuuu!. Claramente estaba en su elemento.
Alzó los brazos cuando nos vio, y los extendió abarcando todo el loco y vociferante caos.
—¡Que maravilloso espectáculo! —gritó por encima del ruido.
—¡Seguro! —acordé—. ¿Cómo va el prototipo?
Suneep gesticuló distraídamente, los cortos dedos dibujando trivialidades en el aire.
—A su debido momento, a su debido momento. He puesto a ese equipo sobre otra cosa, una rutina cinemática para la clase de espectros voladores que usan bolsas de gas para mantenerse en lo alto: silenciosos y temibles. Es vieja tecnología de espionaje, y las próximas mejoras serán tremendas. ¡Echa un vistazo! —apuntó un dedo hacia mí, presumiblemente enviándome algunos datos.
—Estoy desconectado —le recordé amablemente.
Se dio un manotazo en la frente, quitándose el pelo de la cara con un gesto de disculpa.
—Por supuesto, por supuesto. Aquí—. Desenrolló una pantalla de cristal líquido y me la pasó. Un tropel de espectros bailaban en la pantalla, renderizados sobre la escena del Salón de Baile. Estaban en consonancia con los fantasmas existentes en la Mansión, más graciosos que espeluznantes, y sus caras me resultaban familiares. Miré alrededor del laboratorio y me di cuenta que caricaturizaban a varios imaginieros.
—¡Ah!, ¿te has dado cuenta? —dijo Suneep frotándose las manos con satisfacción—. Una broma muy buena, ¿eh?
—Esto es fantástico —dije con pies de plomo— pero de verdad, Suneep, necesito algunos robots listos y en funcionamiento para mañana por la noche. Hablamos sobre esto, ¿recuerdas?—. Sin robots de telepresencia, mi reclutamiento estaría limitado a fans como Kim, que vivían en los alrededores. Tenía propósitos más amplios que esos.
Suneep parecía desilusionado.
—Por supuesto. Lo hablamos. No me gusta detener a mi gente cuando tienen buenas ideas, pero aquí hay un tiempo y un lugar. Los pondré en ello inmediatamente. Déjamelo a mí.
Dan se dirigió a saludar a alguien, y me giré para ver quién era. Lil. Por supuesto. Tenía ojeras del cansancio, alargó la mano hacia Dan, me vio, y cambió la intención.
—Hola chicos —dijo con estudiada despreocupación.
—¡Oh, hola! —dijo Suneep. Le disparó con un dedo, imaginé que serían los espectros voladores. Los ojos de Lil se cerraron por un momento, después asintió exhausta hacia él.
—Muy bueno —dijo—. Acabo de tener noticias de Lisa. Dice que el personal de interior va según el plan de trabajo. Tienen la mayoría de los animatronics desmantelados y ahora están desmontando los cristales del Salón de Baile —Los efectos espectrales del Salón se conseguían por medio de un panel gigante de cristal pulido que bisectaba lateralmente la habitación. La Mansión había sido construida a su alrededor: era demasiado grande para sacarlo de una sola pieza—. Dicen que tardarán un par de días en cortarlo y en estar listos para trasladarlo.
Un poso de incómodo silencio descendió sobre nosotros, pero el rugido de los imaginieros no tardó en llenarlo.
—Debes de estar exhausta —dijo Dan después de un rato.
—Malditamente cansada— dije, al mismo tiempo que Lil decía:
—Lo adivinaste, lo estoy.
Ambos sonreímos débilmente. Suneep nos rodeó con los brazos y nos apretujó. Olía a un cóctel exótico de lubricante industrial, ozono y poción contra el cansancio.
—Deberíais iros a casa y daros un masaje el uno al otro —dijo—. Os habéis ganado un poco de descanso.
Dan se encontró con mi mirada y agitó la cabeza con aire de disculpa. Me zafé del brazo de Suneep y le di las gracias sosegadamente, entonces me escabullí hacia el Contemporany en busca de un baño caliente y un par de horas de sueño.
Volví a la Mansión al atardecer. Hacía el suficiente fresco como para coger un camino en la superficie, con el disfraz metido en una mochila, en lugar de ir a través del confortable traqueteo del aire acondicionado de los túneles de servicio.
Como si un soplo de aire fresco me impactase, de repente tuve una necesidad imperiosa de tiempo auténtico, de la clase de clima con el que crecí en Toronto. Era octubre, por todos los santos, y toda una vida de condicionamiento me decía que era mayo. Me detuve y me apoyé un momento en un banco, cerrando los ojos. Inesperadamente, y con la claridad de una pantalla HUD, vi el High Park de Toronto vestido con sus colores otoñales: fogosos rojos y naranjas, sombras de verde perenne y marrón terroso. Dios, necesitaba unas vacaciones.
Abrí los ojos y me di cuenta de que estaba enfrente de la Sala de los Presidentes; había una cola delante de mí, que se expandía atrás y atrás a lo lejos. Hice una rápida suma mental y silbé: había suficiente gente esperando allí como para llenar cinco o seis Salas: fácilmente sería una hora de espera. La Sala nunca atraía multitudes como esa. Debra estaba trabajando en las puertas de acceso, vestida como Betsy Ross; captó mi mirada y me saludó con la cabeza.
Me dirigí a la Mansión. Un grupo de nuevos reclutas había formado un coro de zombis arrastrapiés enfrente de la puerta, y estaban gimiendo a su manera “Fantasmas de la Sonrisa Torva”, con una nueva estructura de canto-y-respuesta. Una pequeña audiencia participaba, jaleada por los reclutas del andamiaje.
—Bueno, al menos esto está marchando bien —murmuré para mí mismo. Y así era, salvo por que podía ver miembros de la adhocracia observando desde los alrededores, y las miradas no eran amigables. Los fans completamente obsesivos eran una buena medida de la popularidad de una atracción, pero también eran algo así como un grano en el culo. Ellos cantaban la banda sonora, mendigaban souvenirs y te acosaban con zalameras y pretenciosas preguntas. Después de un rato, incluso los miembros de personal más alegres empezaban a perder la paciencia, desarrollando una automática aversión hacia ellos.
Los adhócratas de Liberty Square que estaban trabajando en la Mansión habían sido transportados dentro, dando el visto bueno a la rehabilitación, presionados a trabajar en ella, y ahora estaban forzados a padecer la compañía de estos grandilocuentes megafans. Si hubiera estado allí cuando todo eso comenzó —¡en lugar de durmiendo!— quizá hubiera sido capaz de masajear sus magullados egos, pero ahora me preguntaba si ya no sería demasiado tarde.
Nada de eso, tenía que intentarlo. Me zambullí dentro del túnel de servicio, me puse el disfraz y volví de vuelta al escenario. Me uní al canto-y-respuesta con entusiasmo, caminando alrededor de los adhócratas y logrando que enfilasen dentro, de mala gana por otro lado.
Mientras el coro se retiraba, sudoroso y exhausto, un grupo de adhócratas estaba preparado para ocupar su lugar; escolté a mis reclutas a una habitación de descanso fuera del escenario.
Suneep no desarrolló el prototipo del robot en una semana, y me dijo que pasaría otra antes de que pudiera contar con cinco unidades de producción. Y si bien no lo dijo, tuve la sensación de que sus chicos estaban fuera de control, tan excitados por la libertad de la falta de supervisión de los adhócratas que se estaban volviendo salvajes. El mismo Suneep parecía un náufrago, nervioso y asustadizo. No lo presioné.
Además, yo tenía mis propios problemas. Los nuevos reclutas estaban multiplicándose. Instalé un terminal en mi habitación de hotel desde el que me encargaba de responder a los fans sobre la rehabilitación. Kim y sus colegas locales presentaban millones de visitas cada día, y su Whuffie se acumulaba tanto como los envidiosos fans de todo el mundo accedían al sistema para comprobar su progreso en el andamiaje.
Todo eso estaba conforme al plan. Lo que no funcionaba acorde con el plan era que los nuevos reclutas estaban haciendo su propio reclutamiento, extendiendo invitaciones a sus amigos de la red para venir a Florida, acostarse en sus sofás y camas de invitados, y presentarse ante mí para el servicio activo.
A la décima vez que pasó me acerqué a Kim en la habitación de descanso. Su garganta estaba trabajando y sus ojos seguían palabras invisibles en la distancia. Sin duda ya estaba escribiendo otra carta excitante acerca de la magia de trabajar en la Mansión.
—Ey —dije— ¿tienes un minuto para reunirte conmigo?
Levantó un solitario dedo, y un momento después me lanzó una brillante sonrisa.
—¡Hola Julius! —dijo— ¡claro!
—¿Por que no te pones ropa de calle, damos un paseo por el Parque y charlamos?
Kim llevaba su disfraz cada vez que podía. Había sido considerablemente inflexivo con ella para que lo dejase cada noche en la lavandería en lugar de llevarlo puesto a casa.
Con desgana se arrastró a los vestidores y salió con su capucha. Tomamos el túnel hacia la salida de Fantasayland y caminamos a través de la tarde bulliciosa de niños y adultos, haciendo largas y enormes colas para Blancanieves, Dumbo y Peter Pan.
—¿Cómo te lo estás pasando aquí? —pregunté.
Kim dio un pequeño salto.
—¡Oh, Julius, de verdad es la mejor época de mi vida! Un sueño hecho realidad. Estoy conociendo a mucha gente interesante, y realmente me siento creativa. Apenas puedo esperar para poner en marcha los equipos de telepresencia.
—Bien, estoy realmente complacido con lo que tú y tus amigos estáis haciendo aquí. Estáis trabajando duro, poniendo en escena un buen espectáculo. Y también me gustan las canciones que habéis estado desarrollando.
Hizo uno de esos pasos de doble articulación que era la base de cualquier número de los vídeos de acción estos días y de pronto estuvo de pie frente a mí, la mano en mi hombro, mirándome fijamente a los ojos. Parecía seria.
—¿Hay algún problema, Julius? Si lo hay, prefiero que hablemos sobre eso, en lugar de estar de cháchara.
Sonreí y le bajé la mano del hombro.
—¿Qué edad tienes, Kim?
—Diecinueve —dijo— ¿cuál es el problema?
¡Diecinueve! Jesús, no era de extrañar que fuera tan volátil. ¿Entonces, cuál era mi excusa?
—No hay ningún problema, Kim, es sólo que quiero discutir algo contigo. La gente que habéis estado trayendo para trabajar para mí, todos ellos son en verdad grandes miembros de personal.
—¿Pero?
—Pero tenemos recursos limitados por aquí. No tengo suficientes horas al día para estar encima de los nuevos compañeros, de la rehabilitación, de todo. Por no mencionar que hasta que abramos la nueva Mansión, hay un número limitado de extras que podemos usar en la fachada. Estoy preocupado por que estamos poniendo gente en el escenario sin el entrenamiento adecuado, y por que nos estamos quedando sin uniformes; también estoy preocupado por la gente que hace todo el camino hasta aquí y descubre que no hay ningún turno del que puedan tomar parte.
Me lanzó una mirada de alivio.
—¿Eso es todo? No te preocupes por ello. He estado hablando con Debra, sobre la Sala de los Presidentes, y dice que puede recoger alguna de la gente que no puede ser usada en la Mansión: ¡podríamos incluso rotarlos de un lado a otro! —estaba claramente orgullosa de su previsión.
Me pitaron los oídos. Debra, todo el tiempo un paso por delante de mí. Probablemente fue ella la que sugirió en primer lugar a Kim que hiciese algún reclutamiento extra. Ella captaría a la gente que venía a trabajar a la Mansión, convenciéndolos de que serían explotados por el personal de Liberty Square, y los amarraría dentro de su pequeño rancho de Whuffie, para apoderarse mejor de la Mansión, del Parque, de todo Walt Disney World.
—Oh, no creo que sea necesario llegar a eso —dije cuidadosamente—. Estoy seguro de que podremos encontrarles un uso a todos en la Mansión. Más diversión.
Kim se irguió interrogativa, pero no dijo nada. Me mordí la lengua. El dolor me devolvió a la realidad y empecé a planear la elaboración de disfraces, calendarios de entrenamiento, asignar lugares de descanso. ¡Dios, si tan solo Suneep pudiese terminar los robots!
—¿Qué quieres decir con “no”? —pregunté acaloradamente.
Lil se cruzó de brazos y me miró colérica.
—No, Julius. Esto no alzará el vuelo. El grupo ya está molesto por que toda la gloria esté yendo a los nuevos, no nos van a dejar traer más. Tampoco quieren detener su trabajo en la rehabilitación para entrenarlos, vestirlos, alimentarlos y ser sus mamás. Están perdiendo Whuffie cada día que la Mansión está cerrada, y no quieren ya más retrasos. Dave ya se ha unido a Debra, y estoy segura de que no será el último.
Dave: el imbécil que se había indignado por la rehabilitación en la reunión. Por supuesto que se había ido. Lil y Dan estaban de pie el uno al lado del otro en el porche de la casa donde yo había vivido. Había conducido allí esa noche para convencer a Lil de que embaucase a los adhócratas para traer más reclutas, pero no estaba yendo según lo previsto. Ni siquiera me dejaron entrar en la casa.
—¿Y qué le digo yo a Kim?
—Dile lo que quieras —dijo Lil—. Tú la metiste dentro, tú te las ingenias con ella. Toma alguna maldita responsabilidad por una vez en tu vida.
Esto no estaba yendo mejor. Dan me miró en tono de disculpa. Lil me miró con furia durante un largo momento y se metió en casa.
—Debra lo está haciendo realmente bien —dijo Dan—. Está por toda la red. Es la cosa más moderna en todo el mundo. El Flash-bake está despegando en los clubes nocturnos, baile mezclado con los backups de los DJ’s están siendo introducidos violentamente dentro de los bailarines.
—Dios —dije—. Estoy jodido, Dan. Estoy completamente jodido.
No dijo nada, y fue lo mismo que estar de acuerdo.
Conduciendo de vuelta al hotel, decidí que necesitaba hablar con Kim. Ella era un problema que no necesitaba, y que quizá pudiese solventar. Di un chirriante giro de 180 grados y conduje el pequeño bote hasta su casa, un diminuto apartamento en un derruido complejo que una vez había estado en la entrada de una villa de ancianos en la era pre-Bitchun.
Su casa era fácil de divisar. Todas las luces estaban encendidas, y una débil conversación era audible a través de la puerta. Subí los escalones de dos en dos y estaba a punto de tocar cuando una voz familiar se filtró a través de la puerta.
—¡Oh, sí, oh sí! —dijo Debra— ¡Fantástica idea! Nunca hubiera pensando en usar jugadores de callesmótfera para que animasen el área de espera, pero hacéis que tenga mucho sentido. Tu gente ha estado haciendo el mejor trabajo sobre la Mansión: ¡encontradme más como vosotros y algún día los usaré para la Sala!
Escuché a Kim y a sus jóvenes amigos charlar excitada, orgullosamente. La ira y el miedo se extendieron en mí de arriba abajo, y de pronto me sentí etéreo y calmado, listo para hacer algo terrible.
Silenciosamente bajé los escalones y me introduje en el bote.
Alguna gente nunca aprende. Aparentemente soy uno de ellos.
Casi me reí en voz alta por la evidente simplicidad de mi plan mientras me deslizaba a través de la entrada de personal usando la tarjeta de Identidad que había adquirido cuando mis sistemas se desconectaron y ya no fui capaz de introducir mi autorización en la puerta.
Me cambié de ropa en un baño de Main Street, me puse una capucha negra que oscurecía por completo mis facciones y me escabullí entre las sombras a lo largo de las fachadas hasta que llegué al foso defensivo del castillo de Cenicienta. Lentamente anduve sobre la valla y caminé agazapado hacia el malecón, me introduje en al agua y vadeé hacia el lado de Adventureland.
Me deslicé a lo largo de la entrada de Liberty Square, aplastándome contra los portales al oír al personal de mantenimiento pasando en la distancia, hasta que alcancé la Sala de los Presidentes; en un suspiro estaba dentro del mismo teatro.
Tarareando el tema de “Es un Mundo Pequeño”, saqué una pequeña pata de cabra del bolsillo interior de mi capucha y empecé a trabajar.
Las unidades primarias de transmisión estaban ocultas detrás de una tela de decoración sobre el escenario, y estaban sorprendentemente bien construidas para ser tecnología de primera generación. Estaba realmente excitado haciéndolas pedazos, y continué hasta que no quedó ningún componente remotamente reconocible. El trabajo era lento y ruidoso en el Parque sereno, pero me sumergí en una somnolienta autohipnosis temporal de actividad y descanso. Para estar seguro, agarré las unidades de almacenaje y las metí en la capucha.
Localizar sus unidades de backup fue un poco más difícil, pero años de pasar el rato en la Sala de los Presidentes mientras Lil arreglaba los animatronics, me ayudó. Metódicamente investigué cada rincón, cada grieta, cada área de almacenamiento, hasta que los localicé en lo que había sido un armario de una habitación de descanso. A esas alturas, ya había cogido el tranquillo, y las despaché rápidamente.
Hice una pasada más, destrozando cualquier cosa que pudiera parecer un prototipo para la siguiente generación, o notas que pudieran ayudarles a reconstruir las unidades que había hecho añicos.
No me hice ilusiones acerca del estado de preparación de Debra: ella tendría algo fuera de aquí con lo que ponerse en marcha en unos días. No estaba haciendo nada permanente, tan solo me estaba dando a mí mismo un día o dos.
Hice el camino de vuelta al Parque sin ser divisado, y vadeé hasta el bote, con los zapatos chorreando agua del foso.
Por primera vez en semanas, dormí como un bebé.
Por supuesto, me pillaron. En realidad no tengo disposición para las travesuras maquiavélicas, y dejé pistas a lo largo de una milla, desde las pisadas llenas de barro en el vestíbulo del Contemporany hasta la pata de cabra dejada atrás alocadamente, pasando por la capucha y las unidades de almacenaje de la Sala olvidadas en el asiento trasero de mi bote.
Silbaba mi particular versión uptempo jazz de “Fantasmas de la Sonrisa Torva” mientras me dirigía desde Vestuario, a través del túnel de servicio, hasta Liberty Square, media hora antes de que abriese el Parque.
De pie frente a mí estaban Lil y Debra. Debra sujetaba la capucha y la pata de cabra. Lil sostenía las unidades de almacenaje.
No me había puesto los transdérmicos esa mañana, de modo que la emoción que sentí no fue enmascarada, sino clara y ruidosa.
Corrí.
Corrí por delante de ellas, a lo largo del camino a Adventureland, pasando la Habitación Tiki, donde había sido asesinado, pasando la puerta de Adventureland donde me abrí camino a través del foso, bajando por Main Street. Corrí y corrí, empujando a los visitantes tempraneros, pisoteando flores, derribando una carretilla con manzanas al final de Penny Arcade.
Corrí hasta que alcancé la puerta principal, me giré, pensando que había dejado atrás a Lil y Debra, y a todos mis problemas. Estaba equivocado. Ambas estaban allí, un paso detrás de mi, resoplando y rojas como tomates. Debra sujetaba mi pata de cabra como un arma, y la esgrimía contra mí.
—Eres un maldito idiota, ¿lo sabías? —dijo. Creo que si hubiéramos estado solos, me habría golpeado.
—¿No puedes soportar cuando alguien más juega duro, eh, Debra? —me burlé.
Lil agitó la cabeza disgustada.
—Tiene razón, eres un idiota. Los adhócratas se están reuniendo en Adventureland. Tienes que venir.
—¿Por qué? —pregunté, sintiéndome beligerante—. ¿Vais a homenajearme por todo mi trabajo duro?
—Vamos a hablar sobre el futuro, Julius, qué queda de él para nosotros.
—Por el amor de Dios, Lil, ¿no puedes ver lo que está pasando? ¡Ellos me asesinaron!, ¡y ahora estamos peleando el uno contra el otro en lugar de contra ella! ¿Por qué no puedes ver todo lo malo que pasa?
—Deberías vigilar esas acusaciones, Julius —dijo Debra, sosegada e intensamente, casi siseando—. No sé quién te asesinó o por qué, pero aquí tú eres el único que es culpable. Necesitas ayuda.
Ladré una risa sin humor. Los visitantes empezaban a afluir dentro del recién abierto Parque, y varios de ellos miraban atentamente mientras tres miembros de personal disfrazados se gritaban los unos a los otros. Podía sentir mi Whuffie desangrándose.
—Debra, eres una pureta llena de mierda, y tu trabajo es trillado y falto de imaginación. Eres una jodida explotadora, y nunca has tenido los cojones de admitirlo.
—Es suficiente, Julius —dijo Lil, con la expresión severa y la furia apenas contenida—. Nos vamos.
Debra caminó un paso por detrás de mí, Lil un paso delante, por todo el camino a través del gentío hasta Adventureland. Contemplé una docena de oportunidades para deslizarme dentro de algún hueco entre el flujo y reflujo humano y escapar de la custodia, pero no lo intenté. Quería una oportunidad para decirle al mundo entero lo que había hecho y por qué lo había hecho.
Debra nos siguió cuando subimos los escalones hacia la sala de reuniones. Lil se giró.
—No creo que debieras entrar aquí, Debra —dijo en un tono comedido.
Debra negó con la cabeza.
—No puedes mantenerme fuera, lo sabes. Y no deberías desearlo. Estamos del mismo lado.
Resoplé burlonamente, y creo que eso decidió a Lil.
—Vamos dentro, entonces —dijo.
No cabía ni un alfiler en la sala de reuniones, abarrotada hasta los topes con la adhocracia al completo, salvo por mis nuevos reclutas. Ningún trabajo estaba siendo realizado en la rehabilitación entonces, y Liberty Belle estaría amarrada a su muelle. Incluso el personal del restaurante estaba allí. Liberty Square debía ser un pueblo fantasma. Eso daba a la reunión sensación de urgencia: el conocimiento de que había visitantes en Liberty Square dando vueltas sin hacer nada, buscando a algún miembro para que les ayudaran. Por supuesto, la pandilla de Debra debería estar por los alrededores.
Las caras del gentío eran severas y amargas, dejándome entender sin lugar a dudas que estaba lleno de mierda. Incluso Dan, sentado en la fila de enfrente, parecía disgustado. Entonces estuve a punto de echarme a llorar. Dan, oh Dan. Mi amigo, mi confidente, mi chivo expiatorio, mi rival, mi némesis. Dan, Dan, Dan. Quería golpearlo hasta matarlo y abrazarlo al mismo tiempo.
Lil subió al estrado y se remetió los mechones de pelo detrás de las orejas.
—Todo correcto, entonces —dijo. Estaba de pie a su izquierda, y Debra lo estaba a su derecha—. Gracias por venir hoy. Me gustaría hacer esto rápidamente, todo nosotros tenemos trabajo importante que hacer. Enumeraré los hechos: la pasada noche, un miembro de esta adhocracia arrasó la Sala de los Presidentes, dejándola inservible. Se estima que se necesitará al menos una semana para conseguir volver a ponerla en funcionamiento. No necesito deciros que esto es inaceptable. Nunca había ocurrido antes, y no volverá a ocurrir de nuevo. Vamos a velar por ello.
»Me gustaría proponer que no se haga ningún trabajo más en la Mansión hasta que la Sala de los Presidentes esté completamente operativa. Ofrezco voluntariamente mis servicios para las reparaciones.
Había asentimientos en la audiencia. Lil no sería la única trabajando en la Sala esa semana.
—Disney World no es una competición —dijo Lil— los diferentes adhócratas trabajamos juntos, y lo hacemos para hacer el Parque tan bueno como podamos. Hemos perdido de vista eso bajo nuestra entera responsabilidad.
Casi me ahogo en bilis.
—Me gustaría decir algo —dije, tan sereno como pude.
Lil me miró.
—Está bien Julius. Cualquier miembro de la adhocracia puede hablar.
Hice una profunda inspiración.
—Lo hice, ¿de acuerdo? —dije. Mi voz se agrietó—. Lo hice, y no tengo ninguna excusa para haberlo hecho. Quizá no sea la cosa más inteligente que haya hecho nunca, pero creo que todos deberíais entender de qué manera fui conducido a eso.
»Suponemos que aquí no estamos en competición los unos con los otros, pero todos sabemos que eso es solo una educada ficción. La verdad es que hay verdadera competición en el Parque, y que los jugadores más duros son el personal que ha rehabilitado la Sala de los Presidentes. ¡Ellos os robaron la Sala! Lo hicieron mientras estabais distraídos, me usaron para diseñar la distracción, ¡ellos me asesinaron! —escuchaba los chillidos reptar lentamente en mi voz, pero era incapaz de hacer nada.
»A menudo nos mienten diciéndonos que estar del mismo lado es bueno. Que eso nos permite trabajar conjuntamente en paz. Pero eso cambió el día en que me dispararon. Si continuáis creyéndolo, vais a perder la Mansión, la Liberty Belle, la Isla de Tom Sawyer: todo. Toda la historia que tenemos con este sitio, toda la historia que tienen los cientos de millones que la han visitado, va a ser destruida y reemplazada con la mierda irreflexiva y estéril que se ha apropiado de la Sala. Una vez que esto ocurra, no restará nada que haga este sitio especial. ¡Cualquiera podrá conseguir la misma experiencia sentado en el sofá de su casa! ¿Qué ocurrirá entonces, eh? ¿Cuánto tiempo creéis que este lugar se mantendrá abierto una vez que la única gente que haya aquí seáis vosotros?
Debra sonrió condescendiente.
—¿Ya has terminado? —preguntó dulcemente—. Bien. Sé que no soy miembro de este grupo, pero desde que mi trabajo fue destruido anoche, creo que estoy interesada en hablar sobre el alegato de Julius, si no os importa—. Se detuvo, pero nadie habló—. Ante todo quiero que sepáis que no pensamos que seáis responsables de lo que ocurrió anoche. Sabemos quién fue el responsable, y necesita ayuda. Os insto a que toméis la responsabilidad de que la consiga.
»Lo siguiente que me gustaría decir, es que hasta donde me concierne, estamos del mismo lado: el lado del Parque. Este es un lugar especial, y no podría existir sin la aportación de todos nosotros. Lo que le pasó a Julius es terrible, y sinceramente espero que la persona responsable sea atrapada y llevada ante la justicia. Pero esa persona no soy yo, ni cualquiera de mis adhócratas.
»Lil, me gustaría agradecerte tu generosa oferta de ayuda, y la aceptamos. Esto va para todos vosotros: os invito a la Sala, y os pondremos a trabajar. Estaremos operativos en un abrir y cerrar de ojos.
»Ahora, por lo que concierne a la Mansión, dejadme deciros esto de una vez para siempre: ni yo ni mis adhócratas tenemos ningún deseo de hacernos cargo del funcionamiento de la Mansión. Es una atracción fantástica, y mejorará con el trabajo que estáis haciendo. Si habéis estado preocupados por ella, detened vuestra preocupación ahora. Todos estamos en el mismo lado.
»Gracias por escucharme. Ahora tengo que ir a ver a mi equipo.
Se giró y salió, con un coro de aplausos siguiéndola.
Lil esperó hasta que se apagaron.
—Todo correcto entonces; nosotros también tenemos trabajo que hacer. Pero antes me gustaría pediros a todos un favor. Me gustaría que los detalles del incidente de anoche no salieran de aquí. Dejar que los visitantes y el mundo sepan de este feo asunto no será bueno para nadie. ¿Estamos todos de acuerdo?
Hubo un momento de pausa mientras los resultados eran tabulados en las pantallas, entonces Lil les brindó una sonrisa de un millón de dólares.
—Sabía que lo haríais. Gracias, chicos. Vayamos a trabajar.
Pasé el día en el hotel, leyendo lánguidamente en mi terminal. Lil me había dejado muy claro después de la reunión que no quería ver mi cara por el Parque hasta que no “consiguiese ayuda”, significase lo que significase eso.
Al mediodía, la noticia se había difundido. Era difícil identificar la fuente exacta, pero parecía centrarse en los nuevos reclutas. Uno de ellos le había contado a sus amigos de la red el gran drama en Liberty Square, y había mencionado mi nombre.
Ya había un par de sitios en la red calumniándome, y esperaba más. Necesitaba algún tipo de ayuda, eso era seguro.
Pensé en dejarlos, darle la espalda a todo el asunto y abandonar Disney World para empezar una vez más otra nueva vida, con Whuffie escaso y sin compromisos.
No podía ser tan malo. No hace tanto que había tenido peor reputación. La primera vez que Dan y yo nos hicimos amigos, en la Universidad de Toronto, había sido el centro de un montón de sentimientos ambivalentes, y tan pobre de Whuffie como podía serlo un hombre.
Dormía en un pequeño ataúd, perfectamente climatizado, en el campus. Era angosto y soso, pero tenía libre acceso a la red y un montón de material para entretenerme. Mientras no podía conseguir mesa en un restaurante, era libre de hacer cola en cualquiera de los mercados de los alrededores y hacerme con cualquier cosa que quisiese para comer y beber cuando quiera que se me antojase. Comparado con el 99’99999 por ciento de toda la gente que había vivido en toda la historia, tenía una vida de lujo incomparable.
Incluso para los parámetros de la Sociedad Bitchun, apenas era una rareza. El número de individuos con bajo respeto, en general era significativo, y se llevaban sin problemas, pasando el rato en parques, conversando, leyendo, escenificando obras o tocando música.
Por supuesto, esa no era vida para mí. Tenía a un amigo como Dan con el que ir, un excepcional individuo con Whuffie altísimo que estaba deseoso de confraternizar con un inútil como yo. Me llevaba a comer a las terrazas de los cafés, a conciertos en el SkyDome, y bajaba la podrida reputación de cualquier mocoso que se burlase de mi nivel de Whuffie. Estar con Dan era un proceso de constante reevaluación de mis creencias en la Sociedad Bitchun, y nunca había tenido una época más vibrante y desafiante en toda mi vida.
Podía haber dejado el Parque, cabeceado a cualquier parte del mundo, empezar de nuevo. Podía haberles dado la espalda a Dan, a Debra, a Lil, y a todos los malditos problemas.
No lo hice.
Llamé al doctor.