OCHO
El doctor Pete respondió al tercer toque, solamente en audio. En segundo plano oía un coro de niños llorando, el constante telón de fondo de la enfermería del Reino Mágico.
—Hola, doc —dije.
—Hola Julius. ¿Qué puedo hacer por ti? —bajo la superficie de profesional y cordialidad del personal del Parque, percibí su irritación.
Esta vez hazlo todo bien.
—En realidad no estoy seguro. Quisiera verle para hablarlo con usted. Tengo algunos grandes problemas.
—Tengo turno hasta las cinco. ¿Puedes esperar hasta entonces?
No tenía ni idea de si me atrevería a verlo entonces.
—No lo creo, esperaba poder encontrarnos inmediatamente.
—Si es una emergencia, puedo enviarte una ambulancia.
—Es urgente, pero no una emergencia. Necesito hablar de ello en persona, por favor.
Suspiró de una manera poco apropiada para un doctor, o un miembro de personal.
—Julius, tengo cosas importantes que hacer aquí. ¿Estás seguro de que eso no puede esperar?
Contuve un sollozo.
—Estoy seguro, doc.
—De acuerdo. ¿Cuándo puedes estar aquí?
Lil había dejado claro que no me quería en el Parque.
—¿Puede encontrarse conmigo? De verdad, no puedo ir hasta allí. Estoy en el Contemporany, Torre B, habitación 2334.
—No hago visitas a domicilio, hijo.
—Lo sé, lo sé —odiaba lo patético que sonaba—. ¿Puede hacer una excepción? No sé a quién más acudir.
—Estaré allí tan pronto como pueda. Tengo que encontrar a alguien para que me supla. Pero no hagamos una costumbre de esto, ¿de acuerdo?
Resoplé aliviado.
—Lo prometo.
Desconectó abruptamente y me encontré marcando el número de Dan.
—¿Sí? —dijo cautelosamente.
—El doctor Pete se va a reunir conmigo, Dan. No sé si él puede ayudarme, no sé si nadie puede. Sólo quería que lo supieras.
Entonces me sorprendió, y me hizo recordar por qué seguía siendo mi amigo, incluso después de todo.
—¿Quieres que nos veamos?
—Eso sería muy amable de tu parte —dije con tranquilidad—. Estoy en el hotel.
—Dame diez minutos —dijo, y colgó.
Me encontró en el patio, mirando al Castillo y a las cimas de la Montaña Espacial. A mi izquierda se extendían las brillantes aguas del Lago de los Siete Mares, a mi derecha, la Property se alargaba milla tras cuidada milla. El sol me calentaba la piel, débiles rescoldos de risas felices navegaban con el viento, y las plantas florecían. En Toronto habría lluvia gélida, edificios grises, repugnante transporte público (un monorraíl siseante) y caras ásperas y anónimas. Lo echaba de menos.
Dan puso una silla a mi lado y se sentó sin una palabra. Ambos miramos fijamente el paisaje durante un largo rato.
—Hay algo más, ¿verdad? —dije finalmente.
—Supongo que sí —dijo—. Quiero decirte algo antes de que venga el doctor, Julius.
—Dispara.
—Lil y yo hemos roto. En primer lugar nunca debería haber ocurrido, y no estoy orgulloso de mí mismo. Si vosotros dos lo dejabais, eso no es asunto mío, pero no tenía derecho a acelerarlo.
—De acuerdo —dije. Estaba demasiado impactado por la impresión.
—He cogido una habitación aquí y trasladado mis cosas.
—¿Cómo se lo ha tomado Lil?
—Oh, piensa que soy un completo bastardo. Supongo que tiene razón.
—Supongo que tiene razón en parte —le corregí.
Me dio un afable puñetazo en el hombro.
—Gracias.
Esperamos en amigable silencio hasta que llegó el doctor.
Llegó apresuradamente con la sonrisa fruncida en un gesto amargo; esperó expectante. Dejé a Dan en el patio, mientras me sentaba en la cama.
—Estoy roto, o algo —dije—; he estado actuando erráticamente, algunas veces con violencia. No sé que está mal en mí —Había ensayado el discurso, pero seguía sin ser fácil no estar nervioso.
—Ambos sabemos que es lo que está mal, Julius —dijo el doctor, impaciente— necesitas ser recuperado desde tu backup, conseguir ser estabilizado con un clon reciente y retirar éste. Ya lo hemos hablado.
—No puedo hacerlo —dije sin mirarlo a los ojos— simplemente no puedo, ¿no hay otra manera?
El doctor negó con la cabeza.
—Julius, tengo recursos limitados para proporcionar. Hay un remedio perfectamente aceptable para tu dolencia, y si no quieres recibirlo, no hay mucho que yo pueda hacer por ti.
—¿Pero que hay sobre los medicamentos?
—Tu problema no es un desequilibrio químico, es un defecto mental. Tu cerebro está roto, hijo. Todo lo que los medicamentos harán será enmascarar los síntomas mientras te deterioras. Desafortunadamente, no puedo decirte lo que quieres oír. Ahora bien, si estás preparado para recibir el tratamiento, puedo retirar este clon inmediatamente y conseguir que estés restituido dentro de uno nuevo en 48 horas.
—Por favor, ¿no hay otra manera? Tiene que ayudarme: no puedo perder todo esto—. No podía admitir las auténticas razones por las que estaba tan unido a este singularmente miserable capítulo de mi vida, ni siquiera incluso ante mí mismo.
El doctor se levantó para irse.
—Mira Julius, no has conseguido el Whuffie suficiente para hacer que valga la pena el tiempo que nadie tenga que emplear buscando una solución a este problema, aparte de la única que todos sabemos. Puedo darte tranquilizantes, pero esa no es una solución permanente.
—¿Por qué no?
Parecía aturdido.
—Simplemente no puedes estar narcotizado para el resto de tu vida, hijo. Eventualmente, algo le pasará a este cuerpo —veo en tus archivos que eres propenso a los ataques al corazón— y serás recuperado desde tu backup. Cuanto más esperes, más traumático será. Estás arrebatando tu propio futuro desde tu egoísta presente.
No era la primera vez que ese pensamiento cruzaba por mi mente. Cada día que pasaba haría más duro tomar el tratamiento. Acostarse y despertar con la amistad de Dan, despertarse y estar enamorado de nuevo de Lil. Despertar con la Mansión de la manera que la recordaba, la Sala de los Presidentes donde podría encontrar a Lil flexionada con su cabeza en las entrañas de un Presidente por la tarde. Acostarse y despertar sin desgracia, sin saber que mi amante y mi mejor amigo podrían traicionarme, sin saber que me habían traicionado.
Simplemente no podía hacerlo, no ahora, de cualquier manera.
Dan: Dan iba a suicidarse pronto, y si me restauraban desde mi viejo backup iba a perder mi último año con él. Iba a perder su último año.
—Déjeme dejarle claro ésto, doctor: he oído lo que está diciendo, pero hay complicaciones. Creo que tomaré los tranquilizantes por ahora.
Me lanzó una fría mirada.
—Entonces te daré una receta. Podría haber hecho eso sin venir hasta aquí. Por favor, no me llames más.
Estaba conmocionado por su evidente ira, pero no la entendí hasta que se hubo ido, y le conté a Dan lo que había ocurrido.
—Nosotros, los veteranos acostumbramos a pensar en los médicos como profesionales altamente instruidos: especialmente como los colectivos de las facultades de medicina de la era pre-Bitchun, largos períodos de aprendizaje, ensayos de anatomía... La verdad es que el doctor corriente hoy en día está más entrenado en métodos de cuidado en cama que en biociencia. El “doctor” Pete es un técnico, no un doctor médico, no al menos de la manera en que tu y yo lo entendemos. Cualquier persona con la clase de conocimiento que estás buscando está trabajando como investigador histórico, no como doctor.
»Pero eso no es una falsa impresión. El doctor presupone ser la autoridad en asuntos médicos, aún cuando solamente tiene un truco: restaurar desde el backup. Le has recordado a Pete eso, y no está feliz de que haya sucedido.
Esperé una semana antes de retornar al Reino Mágico, bronceándome en la blanca arena de playa del Contemporany, haciendo jogging en el Paseo Alrededor del Mundo, tomando una canoa con destino a la salvaje y gigantesca Isla de los Descubrimientos, y en general enfriando el ánimo. Dan venía por las noches y era como en los viejos tiempos, discutiendo sobre los pros y los contras del Whuffie, la Bitchundad y la vida en general, sentados en mi porche con una refrescante jarra de limonada.
La última noche, se presentó con un pequeño y ligero portátil, una pieza de museo que me recordó cariñosamente los primeros días de la Sociedad Bitchun. Tenía muchas de las funciones de mis difuntos sistemas, en un bulto que podía deslizar en el bolsillo de mi camisa. Parecía como si fuera parte de un disfraz, como los relojes de bolsillo que llevaban los jugadores de callestmótfera vestidos como Ben Franklin en la Aventura Americana.
Pieza de museo o no, eso significaba que una vez más estaba cualificado para participar en la Sociedad Bitchun, si bien más lentamente y con menos eficiencia de la que una vez tuve. A la mañana siguiente bajé las escaleras y conduje hasta el terreno de los miembros de personal del Reino Mágico.
Al menos, ese era el plan. Cuando bajé hasta el parking del Contemporany, mi bote se había ido. Una rápida comprobación con el portátil reveló lo peor: mi Whuffie era lo suficientemente bajo como para que alguien simplemente entrase dentro y se lo llevase, al darse cuenta de que podría hacer un uso más popular de él conduciéndolo de lo que yo podría.
Con un sentimiento de desesperación, caminé pesadamente hasta mi habitación y puse la llave en la cerradura. Ésta emitió un suave, insatisfecho bzzz y se iluminó: “Por favor, mire el escritorio frontal”. También mi habitación había sido reasignada. Había apurado el Whuffie hasta quemarme con la colilla.
Al menos no había comprobación obligatoria de Whuffie en la plataforma del monorraíl, pero la otra gente en el vagón no eran en modo alguno demasiado amistosos hacia mí, y ninguno me ofreció ni una pulgada más de espacio personal del necesario. Había llegado al fondo.
Tomé la entrada de personal del Reino Mágico, sujetando la etiqueta con mi nombre en mi polo de Procedimientos Disney, ignorando las miradas furiosas de mis colegas de personal en los túneles de servicio.
Usé el portátil para llamar a Dan.
—Qué pasa —dijo, brillantemente. Podía decir instantáneamente que me estaba siguiendo la corriente.
—¿Dónde estas? —pregunté.
—Oh, por encima de Square. Por el Árbol de la Libertad.
Enfrente de la Sala de los Presidentes. Usé el portátil para consultar algún Whuffie manualmente. El de Debra había sido llevado tan alto que parecía que nunca caería, así como el de Tim y el resto de su personal en conjunto. Lo estaban obteniendo de los millones de visitantes, y de los miembros de personal, y de la gente que leía las historias populares de su lucha contra las fuerzas de mezquinos celosos y saboteadores, es decir, yo.
Me sentí aturdido. Me apresuré en el vestuario y me puse el traje verde oscuro de la Mansión y subí corriendo las escaleras hasta Square.
Encontré a Dan bebiendo un café sentado en un banco bajo el gigantesco farol suspendido del Árbol de la Libertad. Tenía una segunda taza de café esperándome, y palmeó el banco vecino. Me senté con él y bebí a sorbos esperando a que empezase a contar cualquiera de las malas noticias que tenía para mí esa mañana; podía sentirlas revoloteando como nubes de tormenta.
Sin embargo no habló, no hasta que no terminamos el café. Entonces se puso de pie y paseó hacia la Mansión. Ya no estaba llena de cuerdas colgando, y no había ningún visitante en el Parque, lo cual era mucho mejor, dado lo que vino a continuación.
—¿Le has echado un vistazo al Whuffie de Debra últimamente? —preguntó finalmente, mientras estábamos de pie en el cementerio de mascotas, contemplando el andamiaje vacío.
Empecé a sacar el portátil, pero puso una mano en mi brazo.
—No te molestes —dijo de forma arisca—. Basta con decir que la pandilla de Debra es la número uno intoxicando. Desde que surgieron las noticias sobre lo que le ocurrió a la Sala, lo han estado ampliando en profundidad. Pueden hacer casi cualquier cosa, Julius, y salirse con la suya.
El estómago se me cerró y me encontré rechinando los molares.
—¿Y qué es lo que han hecho, Dan? —pregunté, casi conociendo la respuesta.
Dan no tuvo que responder, porque en ese momento, Tim emergió de la Mansión, llevando un ligero mono de trabajo. Tenía una expresión pensativa, y cuando nos vio, nos irradió su sonrisa élfica y se reunió con nosotros.
—¡Hola, chicos! —dijo.
—Hola Tim —dijo Dan. Yo asentí con la cabeza, no confiando en mis propias palabras.
—Un material bastante excitante, ¿eh? —dijo.
—Aún no se lo he contado —dijo Dan, con forzada indiferencia—. ¿Por qué no lo haces tú?
—Bien, es bastante radical, tengo que admitirlo. Hemos aprendido algunas cosas de la Sala que queremos aplicar, y al mismo tiempo, queremos capturar algunos de los caracteres históricos de los cuentos de fantasmas.
Abrí la boca para objetar algo, pero Dan puso la mano en mi antebrazo.
—¿De verdad? —preguntó inocentemente—. ¿Cómo planeáis hacer eso?
—Bien, estamos tomando los robots de telepresencia —es una idea deliciosa, Julius—, pero les hemos dado a cado uno un enlace externo de modo que puedan flash-bakear. Tenemos a algunos escritores de terror de alto Whuffie desarrollando conjuntamente una serie de relatos acerca de la vida de cada fantasma: como encontraron sus trágicos finales, lo que han hecho desde entonces, ya sabes.
»Del modo en que lo hemos planeado, los visitantes recorren la atracción sabiendo el camino que van a seguir, caminando a través del espectáculo de entrada y entonces montando en los vehículos, los Carruajes Malditos. Pero aquí está el gran cambio: los hemos retardado. Hemos cambiado rendimiento por intensidad, haciéndolo más un producto de alta calidad.
»De modo que eres un visitante. Desde la cola hasta la zona de salida, estás siendo acosado por estos fantasmas, estos robots de telepresencia, y son realmente aterradores: conseguí que los artistas conceptuales de Suneep dieran marcha atrás hasta la mesa de diseño, desechando las investigaciones básicas de las cosas que solamente asustarían a los visitantes más tontos. Cuando un fantasma te coge, posa las manos en ti: ¡Wham! ¡Flash-bake! Quedas atrapado en su completa y espantosa historia en tres segundos, a través de tu lóbulo frontal. En el tiempo en que sales, has tenido diez o más contactos espectrales, y la próxima vez que vuelvas, dispondrás de nuevos fantasmas con nuevas historias. De la manera en que estamos diseñando la Sala estamos convencidos de que será un éxito—. Puso las manos detrás de la espalda y se meció sobre sus talones, claramente orgulloso de sí mismo.
Cuando el Centro Epcot abrió por primera vez, hace mucho, mucho tiempo, había habido una década desagradable, o más, en el diseño de atracciones. Los Imaginieros encontraron una fórmula ganadora para Spaceship Earth, la atracción principal en la gran pelota de golf, y, en su ímpetu para establecer una continuidad temática, convirtieron la fórmula en una producción en masa, acabando así con media docena de clones para cada una de las áreas “temáticas” del Escaparate del Futuro. Era de esta manera: primero, éramos cavernícolas, después estaba la antigua Grecia, después Roma ardiendo (con efectos de olor a azufre), después estaba la Gran Depresión, y finalmente alcanzábamos la era moderna. ¿Quién sabe qué nos espera en el futuro? ¡Nosotros lo sabemos! Todos tendremos videófonos y viviremos en el suelo oceánico. Una vez era mono, convincente e inspirado incluso, pero seis veces era vergonzante. Como todo el mundo, una vez que los Imaginieros se consiguieron un buen martillo, todo empezó a parecerse a un clavo. Incluso ahora, los adhócratas de Epcot estaban repitiendo los pecados de sus antepasados, finalizando cada paseo con una escena de la utopía Bitchun.
Y Debra estaba repitiendo ese error clásico, despedazando el Reino Mágico a su paso con su blaster en forma de flash-bake.
—Tim —dije, sintiendo el temblor en mi voz— pensaba que habías dicho que no teníais propósitos para la Mansión, que tú y Debra no intentaríais arrebatárnosla. ¿No dijiste eso?
Tim se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado y la sangre manase por su cara.
—¡Pero no os la hemos arrebatado! —dijo— vosotros nos invitasteis para ayudaros.
Moví la cabeza, confuso.
—¿Lo hicimos?
—Claro —respondió.
—Sí —dijo Dan—. Kim y alguno de los otros del grupo de rehabilitación fueron a ver a Debra ayer y le rogaron que hiciera una revisión de los diseños de la actual rehabilitación y sugiriese algunos cambios. Ella fue lo bastante amable para aceptar, y volvieron con algunas grandes ideas —Leí entre líneas: los novatos a los que tú invitaste a entrar se habían pasado al otro lado, e íbamos a perderlo todo a causa de ellos. Me sentí como una mierda.
—Bien, admito mi error —dije cuidadosamente. La sonrisa de Tim volvió y aplaudió. Realmente ama la Mansión, pensé. Podría haber estado a nuestro lado, si tan sólo hubiera jugado correctamente.
Dan y yo tomamos el túnel de servicio, agarramos un par de bicicletas y aceleramos hacia el laboratorio de Suneep, haciendo sonar las campanillas ante los apresurados miembros de personal.
—Ellos no tienen la autoridad para invitar a Debra a entrar —jadeé mientras pedaleábamos.
—¿Quién lo dice? —preguntó Dan.
—Era parte del trato: ellos sabían que eran miembros de prueba desde el principio. Ni siquiera tenían permiso para entrar en las reuniones de planificación.
—Parece como si ellos mismos hubieran terminado su período de prueba.
Suneep nos lanzó una fría mirada cuando entramos en su laboratorio. Tenía círculos negros bajos los ojos y sus manos se agitaban de puro cansancio. Parecía mantenerse erguido con nada más que la pura ira.
—Hay demasiado que construir sin interferencias —dijo—. Acordamos que este proyecto no cambiaría a medio camino. Ahora lo ha hecho, y tengo otros compromisos que he tenido que cancelar porque éste va fuera de fecha.
Hice unos gestos de disculpa con las manos, tranquilizándole.
—Créeme Suneep, estoy tan molesto con esto como tú. A nosotros no nos gusta este pequeño lío.
Carraspeó desaprobadoramente.
—Teníamos un trato, Julius —dijo acalorado— yo haría la rehabilitación para ti, y tu mantendrías a los adhócratas lejos de mi culo. Yo he estado manteniendo mi parte del negocio, pero, ¿qué demonios has estado haciendo tú? Si ellos se replantean ahora la rehabilitación, tengo que ir con ellos. Simplemente no puedo dejar la Mansión medio hecha: me matarían.
La semilla de una idea se formó en mi mente.
—Suneep, no nos gusta el nuevo plan de rehabilitación, y vamos a detenerlo. Tú puedes ayudar. Simplemente, dales largas: diles que tienen que encontrar otro apoyo de Imaginiería si quieren finalizarlo, que tienes un compromiso en firme de antemano.
Dan me lanzó una de sus largas, reflexivas miradas, entonces asintió con aprobación.
—Sí —dijo lentamente—. Eso ayudaría bastante. Solamente diles que son bienvenidos para efectuar cualquier cambio que quieran en el plan, si encuentran a alguien más para que lo ejecute.
Suneep parecía infeliz.
—Muy bien: de modo que ellos encontrarán a alguien más para hacerlo y esa persona conseguirá todo el crédito por el trabajo que mi equipo ha hecho hasta ahora. Es como si hubiese tirado mi tiempo por el retrete.
—Eso no sucederá —dije rápidamente— si puedes simplemente seguir diciendo que no un par de días, nosotros haremos el resto.
Suneep parecía inseguro.
—Lo prometo —dije.
Suneep pasó sus dedos regordetes a través de su pelo ya revuelto.
—De acuerdo— acordó arisco.
—Buen chico —respondió Dan palmeándole en la espalda.
Eso debería haber funcionado. Casi lo hace.
Me senté en el fondo de la sala de conferencias de Adventureland mientras Dan exhortaba:
—¡No tenéis que ir dando tumbos detrás de Debra y su gente! Este es vuestro jardín, y tenéis que asumir su responsabilidad durante años. Ella no actúa correctamente al apropiarse de lo vuestro: tenéis todo el Whuffie que necesitáis para defender este sitio, si todos trabajáis juntos.
A ningún miembro del personal le gusta la confrontación, y la piña de Liberty Square eran reacios a ser llevados a la acción. Dan había apagado el aire acondicionado y cerrado todas las ventanas una hora antes de la reunión, a fin de que la habitación fuese un horno para que la irritación se volviese en ira. Me mantuve dócilmente de pie en el fondo, lo más lejos posible de Dan. Estaba haciendo trabajar su magia en representación mía, y estaba contento de dejarle hacerlo.
Cuando llegó Lil, examinó la situación con una expresión agria: sentarse al frente, cerca de Dan, o al fondo, cerca de mí. Eligió el medio, y para concentrarme en Dan tuve que arrastrar los ojos lejos del sudor brillante en su largo y pálido cuello.
Dan acechó el pasillo como un predicador, con ojos resplandecientes.
—¡Ellos os están robando vuestro futuro! ¡Ellos os están robando vuestro pasado! ¡Y pretenden hacerlo con vuestro apoyo!
Bajó el tono.
—No creo que eso sea cierto —Agarró a uno de los miembros por la mano y lo miró a los ojos—. ¿Es eso verdad? —preguntó tan bajo que era apenas un susurro.
—No —respondió.
Soltó su mano y se dio la vuelta para encarar a otro miembro.
—¿Es eso verdad? —demandó, alzando ligeramente la voz.
—¡No! —dijo el aludido, con la voz extrañamente ruidosa después de los susurros.
Una risa nerviosa ondeó a través de la muchedumbre.
—¿Es eso verdad? —preguntó, dando zancadas hacia el estrado, gritando ahora.
—¡No! —bramó el gentío.
—¡NO! —gritó él a su vez— ¡No tenéis que seguirlos y aceptarlo! Podéis contraatacar, continuar con el plan y mandarlos de vuelta. Solo os lo están arrebatando por que se lo permitís. ¿Vais a permitírselo?
—¡NO!
Las guerras Bitchun eran extrañas. Mucho antes de que cualquiera intentara apoderarse de cualquier cosa, habían hecho los cálculos y se habían asegurado de que los adhócratas a los que iban a desplazar no tenían aspiraciones de defensa.
Para los defensores es una decisión simple: renunciar graciosamente y salvar alguna reputación del asunto; contraatacar seguramente consumiría incluso esa exigua recompensa.
Nadie se beneficia de un contraataque, menos que nada, la cosa por la que todo el mundo esté luchando. Por ejemplo:
Era mi segundo año en la universidad, cursando una doble especialidad sin meterme en líos con los profes y manteniendo la boca cerrada. Eran los primeros días Bitchun, y muchos de nosotros teníamos poco claros los conceptos.
Aunque no todos nosotros: había un grupo de perturbadores del campus, estudiantes licenciados en el Departamento de Sociología que estaban en la mismísima cresta de la ola de la revolución, que sabían lo que querían: controlar el Departamento, tras desahuciarlo de los tiránicos y poco imaginativos profesores, sería así un excelente púlpito desde el que predicar el evangelio Bitchun a la generación de impresionables estudiantes que estaban demasiado atemorizados por sus volúmenes de trabajo como para darse cuenta de las toneladas de mierda con las que les estaban alimentando la Universidad.
Al menos, eso es lo que la vehemente y corpulenta mujer que aferraba el micro en mi curso Sociología 200, decía esa somnolienta mañana de mediados del semestre en la Sala de Convocatorias. Ciento noventa estudiantes llenaban la sala, una masa de puntuales legañosos bebedores de café, que se despertaron de golpe cuando la estridente arenga de la mujer estalló sobre sus cabezas.
Vi como ocurrió desde el principio. El profe estaba allí en el estrado, una pequeña mota con el micro adherido al traje, hablando monótonamente acerca de sus diapositivas, y de pronto un borrón mientras media docena de licenciados se precipitaban en el estrado. Estaban vestidos a la moda pobre de la Universidad, anchos pantalones arrugados y andrajosas chaquetas deportivas; cinco de ellos formaron un muro humano enfrente del profesor mientras la sexta, la corpulenta con el pelo negro y un prominente lunar en su mejilla, le desabrochaba el micro y se lo sujetaba a su solapa.
—¡Despertad! —gritó, y la realidad del momento estuvo muy clara para mí: esto no estaba en la lección.
—¡Vamos, levantad la cabeza! Esto no es un ejercicio. El Departamento de Sociología de la Universidad de Toronto está bajo nueva dirección. Si reguláis vuestros portátiles en “recibir” os irradiaremos al momento los nuevos planes de estudios. Si habéis olvidado vuestros portátiles, podréis bajaros los planes más tarde. De cualquier manera voy a descargarlos para vosotros ahora mismo.
»Aunque antes de empezar, tengo una declaración preparada para vosotros. Probablemente lo oigáis un par de veces más hoy, en vuestras otras clases. Vale la pena repetirlo. Aquí va:
»Rechazamos el apático, tiránico gobierno de los profesores en este Departamento. Exigimos buenos púlpitos desde los cuales predicar el evangelio Bitchun. De manera efectiva e inmediata, el Departamento de Sociología Adhocrática de la Universidad de Toronto está en marcha. Prometemos gran relevancia a los curriculums con un énfasis en reputación económica, dinámicas sociales post-pobreza, y la teoría social de la prolongación indefinida de la vida. No más Durkheim, chicos, ¡sólo cabeceo! Esto será divertido.
Enseñó la asignatura como una profesional; te dabas cuenta de que había estado ensayando su discurso durante un tiempo. De vez en cuando, el muro humano detrás de ella temblaba cuando el profesor intentaba atravesarlo y era contenido.
Exactamente a las 9.50 de la mañana, despidió a la clase, la cuál había escuchado atentamente cada una de sus palabras. En lugar de caminar pesadamente afuera y deambular hasta nuestra siguiente clase, los ciento noventa nos levantamos, y, como si fuésemos uno, empezamos a cuchichear con nuestros vecinos, un bramido de “¿Puedes creerlo?” que nos siguió hasta la puerta y hasta nuestro siguiente encuentro con el Departamento de Sociología Adhocrática.
Aquel día fue tranquilo. Tuve otra clase de sociología, Anormalidades Constructivas Sociales, y presenciamos el mismo ejercicio allí, la misma propaganda apasionada, el mismo espectáculo cómico de un profesor emérito golpeándose contra una muralla humana de adhócratas.
Los periodistas nos fotografiaron cuando abandonamos las clases, acosándonos con micros y acribillándonos a preguntas. Levanté ostensiblemente el pulgar y dije “¡Bitchun!” con la clásica elocuencia estudiantil.
Los profes devolvieron el golpe a la mañana siguiente. Tuve una advertencia del peligro que se avecinaba desde el noticiario mientras me cepillaba los dientes: el Decano del Departamento de Sociología le dijo a un periodista que las asignaturas de los adhócratas no serían acreditadas, que eran una banda de gamberros totalmente incompetentes para enseñar. Una entrevista de contrapunto a un portavoz de los adhócratas estableció que todos los nuevos enseñantes habían estado escribiendo planes de estudios y conferencias durante años para los profesores a los que habían reemplazado, y que también habían escrito muchos de sus artículos periodísticos.
Los profesores trajeron al cuerpo de seguridad de la Universidad para que les ayudasen a recuperar sus atriles, solo para ser repelidos por guardias de seguridad adhócratas con uniformes caseros. La seguridad universitaria captó el mensaje: cualquiera podía ser reemplazado, y se mantuvo al margen.
Los profesores hicieron piquetes. Organizaron clases afuera, concurridas por estudiantes lameculos, preocupados por que las clases de los adhócratas no fueran tenidas en cuenta para su graduación. Pardillos como yo alternamos entre clases externas e internas, sin aprender mucho de ninguna de ellas.
Nadie lo hizo. Los profesores se pasaron el curso prostituyéndose por Whuffie, orientando los seminarios como grupos de encuentro en lugar de sermones. Los adhócratas consumieron su tiempo difamando a los profesores y haciendo trizas sus trabajos de clase.
Al finalizar el semestre, todo el mundo consiguió los créditos, y el Consejo de la Universidad desmanteló el programa de Sociología a favor del curso a distancia propuesto desde Concordia, en Montreal. Cuarenta años más tarde, la lucha fue resuelta para siempre. Una vez que asumes el backup-y-restauración, el resto de la Bitchundad simplemente viene rodada, un sistema de valores establecido por encima de ti.
Aquellos que no asumieron el backup-y-recuperación podrían haber protestado, pero, ey, todos estaban muertos.
Los adhócratas de Liberty Square marchaban hombro con hombro a través de los túneles de servicio y, como una masa, recuperaron la Mansión Encantada. Dan, Lil y yo estábamos al frente, con cuidado de no encontrarnos uno con otro mientras caminábamos con rapidez a través de la puerta de bastidores y empezábamos una cadena humana, sacando los materiales que la gente de Debra había acumulado allí, a lo largo de una fila que serpenteaba hasta el portal delantero de la Sala de los Presidentes, donde eran descargados sin ceremonias.
Una vez que el material principal fue evacuado, nos dividimos y deambulamos entre la atracción, por los pasillos de servicio, los dioramas, las habitaciones de descanso y los pasadizos secretos, reuniendo cada migaja de las majaderías de Debra y sacándolas por la puerta.
En la escena de la buhardilla, me topé con Kim y tres de sus estúpidos y pequeños amigos, con los ojos destellando en la tenue luz. El graznido de los niños transhumanos hizo que se me encogiera el estómago, pensé en Zed y en Lil, y en mi cerebro desnudo; tuve un repentino impulso de hacerlos trizas verbalmente.
No. Ese camino conducía a la locura y a la guerra. Esto era por lo que estábamos tomando de nuevo lo que era nuestro, sin castigar a los entrometidos.
—Kim, creo que deberíais marcharos —dije sosegadamente.
Resopló y me lanzó una mirada espantosa.
—¿Quién murió y te hizo el jefe? —dijo. Sus amigos parecían muy valientes, con sus articulaciones dobles, sus caderas adelantadas y sus miradas resplandecientes.
—Kim, puedes irte ahora o puedes irte después. Cuanto más esperes, peor será para ti y para tu Whuffie. La has arruinado, y ya no eres parte de la Mansión. Vete a casa, vete con Debra. No te quedes aquí y no vuelvas. Jamás.
Jamás. Estás expulsada de esta cosa que amas, que te obsesiona, por la que has trabajado.
—Ahora —dije tranquilo, severo, apenas controlándome.
Caminaron hacia el cementerio, siseando ácidamente contra mí. Oh, tenían un montón de nuevo material que postear en los sitios contra mí, mensajes que les darían Whuffie de la gente que pensaba que yo era la escoria de la tierra. Un punto de vista popular aquellos días.
Salí de la Mansión y seguí a la cadena humana hasta el frente de la Sala. El Parque había abierto hacía una hora, y un rebaño de visitantes observaban el proceso con confusión. Los adhócratas de Liberty Square pasaban su cargamento con clara vergüenza, conscientes de que estaban violando cada principio en el que creían.
Mientras observaba, aparecieron huecos en la cadena cuando algunos miembros la abandonaron, con las caras rojas por la vergüenza. En la Sala de los Presidentes, Debra presidía una ordenada recolocación de sus cosas; una alegre cuadrilla de sus miembros de personal trasladaban rápidamente todo aquello fuera de la vista. No tuve que recurrir a mi portátil para saber lo que le estaba ocurriendo a nuestro Whuffie.
Por la tarde, regresamos a la agenda prevista. Suneep supervisó la colocación de sus equipos de telepresencia, y Lil inspeccionó cada sistema con minucioso detalle, ordenando incesantemente a un grupo de adhócratas que iban a su zaga, chequeándolo todo doble y triplemente.
Suneep me sonrió cuando me vio, diseminando manualmente el polvo del salón.
—Mis felicitaciones, señor —dijo, y me estrechó la mano— ha sido magistral.
—Gracias Suneep. No estoy muy seguro de cómo de magistral ha sido, pero ya hemos hecho el trabajo, y eso es lo que cuenta.
—He visto a tus compañeros más felices que nunca desde que todo este asunto empezó. ¡Sé como se sienten!
¿Mis compañeros? Oh, sí, Dan y Lil. ¿Cómo estarían de felices?, me pregunté. ¿Lo bastante felices como para volver a estar juntos? Mi ánimo decayó, aun cuando una parte de mí me decía que Dan nunca volvería con ella, no después de todo lo que habíamos estado pasando juntos.
—Estoy feliz de que estés feliz. No podríamos haberlo hecho sin ti, y parece que ésto estará listo para abrir en una semana.
—Oh, eso es lo que creo. ¿Vas a venir a la fiesta esta noche?
¿Fiesta? Probablemente algunos de los adhócratas de Liberty Square estaban preparándola. Yo sería casi con seguridad persona non grata.
—No lo creo —dije con cautela— probablemente trabajaré aquí hasta tarde.
Me reprendió con severidad por trabajar demasiado, pero una vez que vio que no tenía intención de arrastrarme hasta la fiesta, desistió.
Y así es como llegué a estar en la Mansión a las dos de la madrugada, dormitando en una habitación de los camerinos cuando escuché un alboroto procedente del salón. Voces festivas, felices y sonoras; di por sentado que eran los adhócratas de Liberty Square regresando de su fiesta.
Me animé a mí mismo y entré en el salón.
Kim y sus amigos estaban allí, empujando carretillas con el equipo de Debra. Me preparé para gritarles algo horrible, y en esas fue cuando entró Debra. Atemperé el grito en una dentellada al aire, abrí la boca para hablar, y me detuve.
Detrás de Debra estaban los padres de Lil, congelados todos estos años en sus vasos cánopes en Kissimmee.