TRES

La Sociedad Bitchun había tenido mucha experiencia con la recuperación desde los backup: en la época de la cura de la muerte, la gente vivía bastante imprudentemente. Alguna gente fue recuperada un par de docenas de veces al año.

Yo no. Odiaba el proceso. Aunque no tanto como para que no quisiera participar en él. Todos los que tuvieron serios dilemas filosóficos a este respecto, sencillamente, ya sabes, murieron hace una generación. La Sociedad Bitchun no necesitaba convertir a sus detractores, simplemente los sobrevivía.

La primera vez que morí, no estaba muy lejos de mi sexagésimo cumpleaños. Estaba buceando con botella en Playa Coral, cerca de Varadero, Cuba. Por supuesto, no recuerdo el incidente, pero conociendo mis hábitos en ese lugar particular de buceo y habiendo leído los archivos de los equipos de buceo de mis compañeros, conseguí reconstruir los acontecimientos.

Estaba deslizándome a mi aire a través de cuevas llenas de langostas, con botella y máscara prestadas. También había alquilado un traje completo, pero no lo llevaba puesto —la cálida temperatura del agua salada era un bálsamo, y odiaba erigir barreras entre ella y mi piel. Las cuevas estaban formadas por coral y roca, que se enrollaban y se contorsionaban como si fueran intestinos. A través de cada agujero y alrededor de cada esquina, había una hueca, áspera, esfera de incomparable y extraña belleza. Gigantescas langostas saltaban ágilmente por encima de las paredes y a través de las oquedades. Bancos de peces brillantes como gemas pasaban velozmente, ejecutando sobrecogedoras maniobras como si hubiera trastornado sus ajetreados días. Tenía algunos de mis mejores pensamientos bajo el agua, y a menudo me deslizaba en profundas ensoñaciones. Normalmente, mis compañeros de buceo se aseguraban de que no me pasase nada, pero esa vez me alejé de ellos, deslizándome dentro de una estrecha abertura.

Dónde me quedé encajado.

Mis compañeros estaban detrás de mí, y empecé a golpear la botella con la empuñadura de mi cuchillo, hasta que uno de ellos puso la mano sobre mi hombro. Vieron lo que sucedía, e intentaron tirar de mí para sacarme, pero la botella y el chaleco de flotabilidad estaban firmemente trabados. Los otros intercambiaron silenciosas señales manuales, debatiendo la mejor manera de dejarme en libertad. De repente, mientras estaba forcejeando y pataleando, desaparecí en el interior de la cueva, desprovisto del chaleco y la botella. Por lo visto estaba intentando cortar las correas del chaleco y logré cercenar el conducto de mi regulador. Después de inhalar un repentino trago de agua salada, me hundí en el interior de la cueva, rodando por una monstruosa alfombra de larguiruchos corales de fuego. Inhalé otra bocanada de agua y pateé frenéticamente hacia la diminuta abertura del techo de la cueva, donde mis compañeros me rescataron poco después, ahogado y amoratado, salvo por los desiguales hematomas producidos por el punzante coral.

En aquellos días, hacer un backup era mucho más complicado; el procedimiento llevaba la mayor parte del día, y debía ser abordado en una clínica especial. Afortunadamente había realizado uno justo antes de salir hacia Cuba, unas semanas antes. El anterior backup a ese era de unos tres años antes, realizado al completar mi segunda sinfonía.

Me recuperaron a partir del backup dentro de un clon de crecimiento rápido en el Toronto General. Hasta donde puedo recordar, me acosté en la clínica donde realicé el backup un momento, y me levanté al siguiente. Me llevó casi un año superar el sentimiento de que el mundo entero estaba gastándome una monstruosa broma, de que el cuerpo ahogado que había visto realmente era el mío. En mi mente, el renacimiento era tan literal como metafórico: el tiempo perdido fue suficiente para que me encontrase en apuros para socializar con mis amigos pre-muerte.

Le conté la historia a Dan durante nuestra primera amistad, e inmediatamente resaltó el hecho de que yo había ido a Disney World a pasar una semana poniendo en orden mis sentimientos, reinventándome, mudándome al espacio y casándome con una mujer loca. Encontró muy curioso que yo siempre volviese a comenzar en Disney World. Cuando le dije que tenía la intención de vivir allí algún día, me preguntó si eso quería decir que estaba terminando de reinventarme. Algunas veces, mientras jugueteaba con los dedos entre los dulces y rojos rizos de Lil, pensaba en ese comentario y exhalaba suspiros de satisfacción y maravilla hacia mi amigo Dan y su presciencia.

La siguiente vez que fallecí la tecnología había mejorado un tanto. Tuve un ataque al corazón a los setenta y tres años, desplomándome en el hielo en medio de un partido de hockey para aficionados. En el tiempo en que tardaron en cortar mi casco, el hematoma había aplastado mi cerebro hasta convertirlo en un revoltijo pulposo y sangrante. Había sido descuidado en los backups, y perdí más de un año. Pero gentilmente me despertaron con un resumen generado por ordenador de los acontecimientos del intervalo perdido, y un orientador estuvo en contacto conmigo a diario durante un año hasta que me volví a sentir cómodo en mi nueva piel. De nuevo mi vida reiniciada, y me encontré en Disney World, despellejándome metódicamente de las relaciones que había construido y empezando de nuevo en Boston, viviendo en el fondo oceánico y trabajando en las cosechadoras de metales pesados; un proyecto que, eventualmente, me conduciría a mi tesis de Química en la Universidad de Toronto.

Después de ser herido de muerte en la Habitación Tiki, tuve la oportunidad de apreciar el gran salto que la recuperación había dado en el intervalo de diez años. Me desperté en mi propia cama, tan instantáneamente consciente de los acontecimientos que me habían llevado a mi tercera muerte como si los hubiera visto a través de los puntos de vista de terceras personas: el metraje de seguridad de las cámaras de Adventureland, memorias sintetizadas extraídas del propio backup de Dan, y una recreación por ordenador de la escena a vista de pájaro. Me levanté increíblemente calmado y alegre, sabedor de que me sentía así debido a que seguramente se había activado un neurotransmisor temporal programado cuando fui restaurado.

Dan y Lil estaban sentados en la cabecera de la cama. La cara fatigada y sonriente de Lil estaba adornada con cabellos escapados de su cola de caballo. Cogió mi mano y besó los tersos nudillos. Dan me sonrió beneficentemente, y se apoderó de mí un cálido, reconfortante sentimiento, de estar rodeado por la gente que realmente me quería. Escarbé en busca de las palabras apropiadas para la escena, y decidí improvisar sobre la marcha, abrí la boca, y dije, para mi sorpresa:

—Tengo que echar una meada.

Dan y Lil se sonrieron mutuamente. Salí tambaleándome de la cama, desnudo y caminé pesadamente hacia el baño. Mis músculos estaban asombrosamente flexibles, completamente nuevos. Después de enjuagarme me agaché, cogí mis tobillos e incliné mi cabeza hacia el suelo, sintiendo la maravillosa flexibilidad de mi espalda, piernas y glúteos. Una cicatriz en mi rodilla se había perdido, así como las muchas líneas que habían entrecruzado mis dedos. Cuando me miré en el espejo vi que mi nariz y mis lóbulos eran más pequeños y garbosos. Las familiares patas de gallo y las arrugas entre mis cejas se habían marchado. Tenía vello de un día en todas partes: cabeza, cara, pubis, brazos, piernas. Deslicé las manos sobre el cuerpo, riéndome nerviosamente por la cosquilleante novedad de todo. Estuve brevemente tentado de depilarme del todo, únicamente para mantener por siempre ese sentimiento de novedad, pero el neurotransmisor programado fue evaporándose, y un sentimiento de urgencia sobre mi asesinato fue avanzando lentamente en mí.

Me anudé una toalla en torno a la cintura y volví al dormitorio. El aroma de las flores, del limpiacristales y el rejuvenecimiento me inundaban la nariz, efervescentes como alcanfor. Dan y Lil estaban de pie cuando volví a la habitación y me ayudaron a llegar a la cama.

—Bien, esto apesta —dije.

Había ido directamente desde el terminal de enlace a través de los túneles de servicio: tres rápidos cortes del metraje de las cámaras de seguridad, una en el terminal, otra en el corredor, y otra más en la salida del paso subterráneo entre Liberty Square y Adventureland. Parecía confuso y algo triste cuando aparecí por la puerta, y empecé a trazar mi camino a través del gentío, usando un sinuoso y rápido paso que había elaborado cuando hacía trabajo de campo en mi tesis de control de masas. Atajé rápidamente a través de la multitud de gente almorzando hacia el alargado techo de la Habitación Tiki, cubierto de tiras de trémulo aluminio, cortado y pintado como si fuese espesa paja.

Imágenes borrosas ahora, desde el Punto De Vista de Dan, andando a su lado, pasando cerca de un grupo de chicas adolescentes con codos y rodillas extra, que llevaban abrigos de control ambiental con capuchas cubiertas de logos del Centro Epcot. Una de ellas llevaba un salacot, de la tienda de los Mercaderes de la Jungla, una tienda a las afueras de Expedición a la Jungla. Dan tenía la mirada fija en la entrada de la Habitación Tiki, donde había una pequeña cola de ancianos, después miró a la chica del salacot, quien sacaba una pequeña y elegante pistola orgánica, como un pene con rabo que se enrollaba alrededor de su brazo. Despreocupadamente, con una abierta sonrisa, alzo el brazo, hizo un gesto con la pistola, exactamente como hacía Lil con su dedo cuando estaba mandando archivos y la pistola embistió hacia delante. Dan se giró para mirarme. Fui lanzado hacia atrás, con los pulmones reventando fuera de mi pecho, esparcidos como si fuesen alas; trozos de médula y vísceras ducharon al visitante que estaba delante de mí. Un trozo de mi chapa identificativa, ahora metralla, golpeó a Dan en la frente, obligándole a parpadear. Cuando volvió a mirar, el grupo de chicas seguía allí, pero la chica con la pistola ya había desaparecido.

La vista de pájaro era bastante menos confusa. Todo el mundo, salvo Dan, la chica y yo, estaban agrisados. Estábamos delineados por una luz fluorescente amarilla, moviéndonos a cámara lenta. Salí del paso subterráneo y la chica se trasladó desde la Casa-Árbol de los Robinsones Suizos hasta el grupo de sus amigas. Dan comenzó a moverse hacia mí. La chica levantó el brazo y disparó la pistola. El proyectil inteligente autodirigido, codificado para la química de mi cuerpo, voló bajo, casi a ras de suelo, zigzagueando entre los pies de la multitud, moviéndose justo por debajo de la velocidad del sonido. Cuando me alcanzó, lanzó un chillido mientras subía hacia mi columna vertebral, detonando una vez que entró en mi cavidad torácica.

La chica ya había puesto bastante tierra por medio, volviendo hacia la entrada de Adventureland y Main Street. La vista de pájaro aceleró, siguiéndola hasta que se confundió con el gentío en la calle, zambulléndose y zigzagueando en él, moviéndose en dirección a los soportales del Castillo de la Bella Durmiente. Despareció y volvió a aparecer cuarenta minutos después en El País del Mañana, cerca del nuevo complejo Montaña Espacial, y entonces desapareció de nuevo.

—¿Sabe alguien quién es esa chica? —pregunté una vez que terminé de revivir los acontecimientos. La cólera estaba empezando a hervir dentro de mí. Cerré mis nuevos puños por primera vez, sintiendo las suaves palmas y los dedos sin callos.

Dan negó con la cabeza.

—Ninguna de las chicas con las que estaba la había visto antes. La cara era una de las de las Siete Hermanas: Hope—. Las Siete Hermanas era una moderna colección de rostros de diseño. Todas las adolescentes de segunda generación llevaban una de esas.

—¿Qué hay de los Mercaderes de la Jungla? —pregunté— ¿tienen alguna grabación de la venta del salacot?

Lil frunció el ceño.

—Corrimos a comprobar las ventas de los Mercaderes de los últimos seis meses: solo encontramos tres coincidencias con chicas de la misma edad, y las tres tenían coartada. Probablemente lo robó.

—¿Por qué? —pregunté finalmente. En mi mente, veía mis pulmones estallando fuera de mi pecho, como alas, como medusas; vértebras rociadas como metralla. Veía la sonrisa de la chica, casi una sonrisa sexual, mientras apretaba el gatillo.

—No fue algo aleatorio —dijo Lil— el proyectil estaba definitivamente codificado para ti: lo cual quiere decir que ella había conseguido estar cerca de ti en algún momento.

De acuerdo, eso quería decir que esa chica había estado en Disney World en los últimos diez años. Eso limitaba las posibilidades, todo perfecto.

—¿Qué pasó con ella después de El País del Mañana?

—No lo sabemos —dijo Lil—. Algo pasó con las cámaras. La perdimos y nunca reapareció—. Sonaba acalorada y disgustada: se tomaba los fallos en los mecanismos del Reino Mágico como algo personal.

—¿Quién querría hacer esto? —pregunté, odiando la autocompasión de mi voz. Era la primera vez que había sido asesinado, pero no necesitaba convertirme en una reina del drama por eso.

Los ojos de Dan miraron al infinito.

—Algunas veces, la gente hace cosas por causas que a ellos les parecen perfectamente razonables, pero que el resto del mundo no podría llegar a entender. He visto varios asesinatos, y nunca tenían sentido a posteriori. —Acarició su mentón—. Algunas veces es mejor buscar la disposición antes que la motivación: ¿quién podría hacer algo así?

Bien, todo lo que teníamos que hacer era investigar todos los psicópatas que habían visitado el Reino Mágico en diez años. Esto restringía considerablemente las posibilidades. Deslicé la pantalla HUD y comprobé la fecha. Habían pasado cuatro días desde mi asesinato. Tenía un turno dentro de poco, trabajando en las puertas de acceso de la Mansión Encantada. Me gustaba tener un par de esos turnos al mes, solo para mantenerme con los pies en el suelo; eso me ayudaba a tomar contacto con la realidad mientras estaba envuelto en el enrarecido clima de mis simulaciones de control de masas.

Me levanté y me acerqué al armario para empezar a vestirme.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Lil alarmada.

—Tengo un turno. Llego tarde.

—No estás en condiciones de trabajar —dijo Lil, tirando de mi codo. Me sacudí de ella.

—Estoy bien, como nuevo—. Ladré una risa sin humor— no voy a dejar que esos bastardos desestabilicen mi vida nunca más.

¿Esos bastardos? Pensé: ¿Cuándo había decidido que eran más de uno? Pero sabía que estaba en lo cierto. No había manera en que todo esto fuese planeado por una sola persona: había sido ejecutado con demasiada precisión, demasiado meticulosamente.

Dan bloqueó la puerta del dormitorio.

—Espera un segundo, necesitas descansar.

Lo miré lánguidamente.

—Yo decidiré eso —dije, y él se echó a un lado.

—Entonces iré contigo —accedió— por si acaso.

Escaneé mi Whuffie. Había subido un par de percentiles —Whuffie de compasión— pero ahora descendía: Dan y Lil estaban irradiando desaprobación. Que se jodan.

Subí en mi bote y Dan entró desordenadamente por la puerta del pasajero cuando ya la había puesto en marcha y aceleraba.

—¿Estás seguro de que estás bien? —preguntó mientras casi estrello el bote al coger la esquina de nuestro callejón.

—¿Por qué no debería estarlo? —dije—. Estoy como nuevo.

—Divertida elección de palabras —contestó—. Algunos dirían que eres nuevo.

—Ese argumento otra vez, no —gemí—. Me siento yo mismo, y nadie más puede aseverar eso. ¿A quién le importa si he sido recuperado de un backup?

—Todo lo que estoy diciendo es: ¿existe alguna diferencia entre y una copia exacta de ti mismo?

Sabía lo que estaba haciendo, distrayéndome con una de nuestras viejas peleas, pero no pude resistir el cebo, y conforme ponía en orden mis argumentos, realmente ayudó a calmarme un poco. Dan era esa clase de amigo, una persona que te conocía mejor que tu mismo.

—De modo que estás diciendo que, si fueras aniquilado y vuelto a recrear átomo a átomo, ¿ya no volverías a ser tu mismo?

—En teoría, sí. Ser destruido y recreado es diferente a no ser destruido en absoluto, ¿me sigues?

—Revisa tu mecánica cuántica, colega. Estás siendo destruido y recreado un trillón de veces cada segundo.

—A un nivel muy, muy pequeño...

—¿Y qué diferencia hay?

—Muy bien, te concedo eso. Pero tu no eres en realidad una copia átomo por átomo. Eres un clon, con un cerebro duplicado; eso no es lo mismo que la destrucción cuántica.

—Vaya manera de hablarle a alguien que acaba de ser asesinado, amigo. ¿Tienes algún problema con los clones?

Y seguimos discutiendo y corriendo.

Los miembros de la Mansión estaban tan risueños y solícitos que daban náuseas. Cada uno de ellos hizo un esfuerzo especial para acercarse a mí y tocar al fiambre, en el almidonado hombro de mi traje de mayordomo, haciéndome saber que si había cualquier cosa que pudieran hacer por mí... Les dirigí una sonrisa de circunstancias e intenté concentrarme en los visitantes: cómo esperaban cuándo llegaban, cómo se dispersaban a través de la puerta de salida. Dan revoloteaba alrededor, tomando de vez en cuando el paseo de ocho minutos veintidós segundos, haciendo de pantalla entre mí y los otros miembros.

Él estaba cerca cuando llegó la pausa. Me puse el traje de paisano y caminamos sobre las calles empedradas a lo largo de la Sala de los Presidentes; al girar en una esquina percibí que allí había algo diferente alrededor del área de espera.

—Ya lo han hecho —gimió Dan.

Me fijé mejor. Las puertas de acceso estaban bloqueadas por un cartel: Mickey vistiendo la peluca y lentes de Ben Franklin, llevaba una paleta de albañil. «¡Disculpen el desorden!» declaraba el cartel. «Nos estamos renovando para servirles mejor.»

Divisé a uno de los compinches de Debra de pie detrás del cartel, con una sonrisa autosuficiente. Había comenzado en este mundo como un chino achaparrado, pero se había alargado los huesos y sus pómulos estaban tan afilados que casi parecía un elfo. Miré su sonrisa y comprendí: Debra había establecido una cabeza de playa en Liberty Square.

—Presentaron el proyecto de la nueva Sala al comité de dirección una hora después de que te disparasen. Al comité le gustan los proyectos, de modo que consiguieron su recompensa. Prometieron no tocar la Mansión.

—No me comentaste nada —dije acaloradamente.

—Pensamos que sacarías conclusiones precipitadas. El plazo era sospechoso, pero no hay indicios de que ellos contratasen a la pistolera. Todos tienen una coartada, incluso se ofrecieron a ceder sus backups como prueba.

—Bien —dije— vale. De modo que ellos casualmente tenían planes para poner en marcha una nueva Sala. Y casualmente lo presentaron justo después de que me disparasen, cuándo todos nuestros adhócratas estaban ocupados preocupándose por mí. Es una enorme coincidencia.

Dan negó con la cabeza.

—No somos estúpidos, Jules. Nadie piensa que esto sea una coincidencia. Debra es la clase de persona que guarda un montón de proyectos a la espera de que pase algo. Pero eso solo hace de ella una oportunista bien preparada, no una asesina.

Me sentí exhausto, asqueado. Pertenecía lo bastante al personal, de modo que busqué un túnel de servicio antes de derrumbarme contra una muro, con la cabeza gacha. La derrota avanzaba a través de mí, saturándome.

Dan se acuclilló a mi lado. Lo inspeccioné, sonreía burlonamente.

—Imagínate —dijo—, por un momento, que Debra realmente hubiera hecho eso, ponerte a ti como cebo con el fin de poder apoderarse de ésto.

Sonreí, a pesar de mí mismo. Esa era su forma de explicar los hechos, cosa que podía hacer siempre que quisiera. Caí en una de sus artimañas retóricas, como en los viejos tiempos.

—De acuerdo, me lo imagino.

—¿Por que habría ella: uno, quitarte de en medio a ti, en lugar de Lil, o uno de los auténticos veteranos; dos, ir en busca de la Sala de los Presidentes, en vez de la Isla de Tom Sawyer, o incluso de la Mansión; y tres, hacerlo con esa maniobra tan evidentemente sospechosa?

—De acuerdo —dije, preparándome para el desafío—. Uno: soy lo bastante importante como para ser inquietante, pero no tanto como para justificar una investigación completa. Dos: la Isla de Tom Sawyer está demasiado a la vista, no puedes reformarla sin gente viendo el polvo desde la orilla. Tres : Debra pasó una década en Beijing, dónde la sutileza no es que importe precisamente.

—Seguro —dijo Dan—, seguro. —Entonces lanzó una salva de argumentos, y mientras pensaba mi respuesta, me ayudó a levantarme y a caminar hacia la lancha, discutiendo todo el camino, hasta que me di cuenta de que ya no estábamos en el Parque, estaba en la cama, en casa.

Con todos los animatronics de la Sala inactivos durante un tiempo, Lil tenía más tiempo libre del que podía gastar. Ella haraganeaba en el pequeño bungalow, con ambos tirados en el salón, la mirada perdida en la ventana, respirando pesadamente el claustrofóbico y recalentado aire de Florida. Tenía mis notas de trabajo en la gestión de colas de la Mansión, y trabajaba de tanto en tanto en ellas sin rumbo fijo. De vez en cuándo Lil replicaba mi pantalla HUD para verme trabajar, y me hacía sugerencias basadas en su larga experiencia.

Era un proceso delicado, este asunto de incrementar el rendimiento sin dañar las experiencias de los visitantes. Pero por cada segundo que podía arañar entre la cola y la salida, podía poner otros sesenta visitantes en espera y recortar treinta segundos del total de tiempo de espera. Y cuantos más visitantes consiguieran experimentar la Mansión, el Whuffie de la gente de Debra sufriría si daban un paso en esa dirección. De modo que cumplidamente picoteaba en mis notas; hallé tres segundos que podía arañar de la secuencia del cementerio haciendo que los Carruajes Malditos se desviasen a la izquierda conforme descendían de las cristaleras del ático: expandiendo su campo de visión, podía exponer a los visitantes a todas las escenas más rápidamente.

Ejecuté los cambios a vista de pájaro, entonces los apliqué después de cerrar e invitar a los otros adhócratas de Liberty Square a venir y probarlos.

Era otro bochornoso atardecer de invierno, prematuramente oscuro. Los adhócratas traían suficientes amigos y familia con ellos como para ser capaces de simular el máximo en el tiempo de espera; los demás estábamos de pie, sudando en el área de ensayo, esperando a que las puertas se abriesen, escuchando los aullidos de los lobos mezclados con llantos de horror, desde los altavoces ocultos.

Las puertas se abrieron cimbreantes, revelando a Lil con un desgastado uniforme de criada, los ojos pintados de negro, la piel empolvada le daba una palidez espectral. Nos lanzó una mirada fría y resplandeciente.

—El Amo Gracey demanda más cuerpos —entonó.

Conforme nos íbamos agolpando en la fría y mohosa penumbra del salón, Lil se las ingenió para darme un afectuoso pellizco en el trasero. Me volví para devolverle el favor y vi al camarada elfo de Debra surgiendo sobre el hombro de Lil. La sonrisa murió en mis labios.

El hombre entornó los ojos, y por un momento vi algo allí —una mezcla de crueldad y tribulación— y no supe cómo reaccionar. Desvió la mirada de inmediato. Sabía que Debra podía tener espías en el gentío, por supuesto, pero con el medio-elfo mirando, decidí hacer de éste el mejor espectáculo que hubiera visto.

Es delicado, este asunto de hacer el espectáculo mejor desde dentro. Lil casi había deslizado a un lado la pared panelada que daba a la alargada habitación número dos, la más reciente en entrar en servicio. Una vez que la gente estuvo dentro, intenté dirigir sus miradas, ajustando mi lenguaje corporal en una postura de sutil atención dirigida a los nuevos reflectores. Cuando la recién remasterizada banda sonora empezó a repiquetear detrás de los candelabros en forma de gárgola situados en las esquinas de la habitación octogonal, recosté ligeramente el cuerpo en la dirección del movimiento de la estéreo-imagen. Y un instante antes de que las luces irrumpieran, ostentosamente miré hacia el cielorraso, notando como los demás seguían mi señal, de modo que estaban atentos cuando el cadáver bañado por luz ultravioleta descendió de las sombras del techo, agitándose contra el nudo corredizo del cuello.

La gente llenó la segunda área de espera, donde subieron a los Carruajes Malditos. Había un pequeño murmullo de admiración conforme avanzábamos sobre las aceras deslizantes. Subí a mi Carruaje y un instante después alguien se deslizó detrás de mí. Era el elfo.

Hizo un esfuerzo para no mirarme directamente, pero sentía su mirada de reojo conforme avanzábamos directamente a lo largo de los candelabros flotantes y del corredor donde los ojos de los retratos nos seguían. Dos años antes había acelerado esa secuencia y añadido algunas rotaciones aleatorias a los Carruajes Malditos, arañando 25 segundos del total, y aumentando el rendimiento de 2365 a 2600 visitantes por hora. Fue la piedra de toque que marcó la tónica de todos los demás segundos que había escamoteado desde entonces. El violento cabeceo del Carruaje nos condujo al elfo y a mí a un contacto accidental, y al rozar su mano cuando quise alcanzar la barra de seguridad, sentí que estaba fría y sudorosa.

¡Estaba nervioso! Él estaba nervioso. ¿Por qué tendría que estar nervioso? Yo era quien había sido asesinado: quizá estaba nervioso por que sabía que tenía que terminar el trabajo. Le lancé una mirada de reojo, intentando distinguir bultos sospechosos en su ajustada vestimenta, pero el empedrado plástico negro del interior del Carruaje Maldito era demasiado oscuro. Dan estaba en el carruaje de detrás, junto a un miembro de personal de la Mansión. Le di un toque a su cóclea.

—Prepárate para saltar a mi señal —subvocalicé.

Cualquiera que dejara su Carruaje, interceptaría un sistema de infrarrojos y detendría la atracción. Sabía que podía confiar en Dan sin darle más explicaciones, lo que significaba que podía seguir de cerca al compinche de Debra.

Pasamos sobre el corredor de espejos y por el vestíbulo de las puertas, donde monstruosas manos asomaban por los umbrales, estirándose contra las bisagras mientras los gemidos se unían a los golpes. Pensé en eso: si quisiera matar a alguien en la Mansión, ¿cuál sería el mejor lugar para hacerlo? Las escaleras de la buhardilla —el siguiente escenario— parecía un buen lugar. Entonces lo vi claro. El elfo me mataría en la lobreguez de las escaleras, lanzándome fuera del Carruaje en la curva cerrada camino del cementerio, eso era lo que pretendía. ¿Sería capaz de hacerlo si estuviera mirándole fijamente todo el tiempo? Parecía tan terriblemente nervioso como yo. Me giré y lo miré directamente a los ojos.

Me saludó con la cabeza, esbozando una extraña media sonrisa. Continuaba mirándolo fijamente, con los puños apretados, preparado para cualquier cosa. Bajábamos las escaleras, cara a cara, escuchando el clamor de las voces procedentes del cementerio y el graznido de los cuervos de ojos rojos. Por el rabillo del ojo capté el temblor del animatronic jardinero y me asusté. Lancé un chillido subvocal y fui lanzado hacia delante mientras el sistema de la atracción temblaba hasta detenerse.

—Jules —la voz de Dan apareció en mi cóclea— ¿estás bien?

Había oído mi involuntario grito de sorpresa y había saltado del Carruaje, deteniendo el viaje. El elfo me miraba con una mezcla de sorpresa y compasión.

—Estoy bien, estoy bien. Falsa alarma—. Llamé a Lil en subvocal y le dije que continuara con el viaje tan pronto como fuera posible, que todo estaba en orden.

Pasé el resto del viaje con las manos en la barra de seguridad, con los ojos fijos hacia delante, ignorando resueltamente al elfo. Comprobé el tiempo que habíamos usado en el viaje. La demostración fue una catástrofe: en lugar de ahorrar tres segundos, había añadido treinta. Quería llorar.

Salí del Carruaje y caminé rápidamente hacia la salida, apoyándome en exceso en la verja, con la mirada perdida en el cementerio de mascotas. La cabeza me daba vueltas: estaba fuera de control, envuelto en sombras. Estaba asustado.

Y no tenía motivos para ello. Sí, había sido asesinado, ¿pero cuánto me había costado? Unos cuantos días de “inconsciencia” mientras trasvasaban el backup a mi nuevo cuerpo, un misericordioso hueco en mi memoria desde la salida de la terminal de backup hasta mi muerte. No quería ser uno de esos chalados que se tomaban la muerte seriamente. No es como si hubieran realizado algo permanente.

Entretanto, yo había hecho algo permanente: había cavado la tumba de Lil un poco más profundamente, comprometiendo a la adhocracia y, lo peor de todo, a la Mansión. Había actuado como un idiota. Saboreé mi cena, una pastosa hamburguesa que deglutí afanosamente, intentando obviar las náuseas.

Sentí a alguien a mi lado, y pensé que era Lil, que venía a preguntarme por qué me había ido, me giré con una sonrisa avergonzada, y me encontré cara a cara con el elfo.

Extendió su mano y habló con el insípido acento de alguien que lleva un módulo de lenguaje.

—Hola. No nos han presentado, pero quería decirle lo mucho que me gusta su trabajo. Me llamo Tim Fung.

Estreché su mano, que aún seguía fría y singularmente húmeda en el opresivo calor de la noche de Florida.

—Julius —dije, asustado de lo mucho que se asemejaba mi voz a un ladrido. Cuidado, pensé, no necesitas incrementar las hostilidades—. Es muy amable de tu parte. Me gusta lo que habéis hecho con los Piratas.

Sonrió: una auténtica sonrisa de embarazo, como si acabase de alabarlo uno de sus héroes.

—¿En serio? Creo que es bastante bueno; la segunda vez tienes muchas más oportunidades de depurar las cosas, para tener una mejor visión. Beijing, bueno, fue excitante, pero precipitado, ¿sabes? Quiero decir, realmente estábamos luchando. Cada día había un grupo diferente de precaristas, que querían echar abajo el Parque. Debra acostumbraba a mandarme afuera para pasear a los niños a hombros, solamente para mantener nuestro Whuffie elevado mientras ella expulsaba a los precaristas. Esta es una buena oportunidad para afinar diseños, para revisitarlos sin el espectáculo en marcha.

Yo conocía eso, por supuesto. Beijing había sido una auténtica batalla para los adhócratas que lo habían construido. Muchos de ellos habían sido asesinados, muchas veces. La propia Debra había sido asesinada cada día durante una semana, y restituida por una serie de clones preparados, mientras testaba uno de los sistemas de las atracciones. Era más rápido que revisar las simulaciones diseñadas por ordenador. Debra era famosa por buscar siempre lo más ventajoso.

—Estoy empezando a descubrir cómo se siente uno trabajando bajo presión —dije, inclinando la cabeza significativamente hacia la Mansión. Me complació verlo primero avergonzado y después horrorizado.

—Nosotros nunca tocaríamos la Mansión —dijo— ¡es perfecta!

Dan y Lil se acercaron a nosotros cuando estaba preparando una réplica. Parecían preocupados, ahora que pensaba en ello, parecían increíblemente preocupados por mí desde el día en que reviví.

La forma de andar de Dan era extraña, forzada, como si se estuviera apoyando en Lil. Parecían una pareja. Un irracional sentimiento de celos se disparó en mí. Estaba emocionalmente destrozado. Aún así, tan pronto ella estuvo a mi alcance, tomé su mano llena de grandes cicatrices entre las mías, y la atraje hacia mí, protectoramente. Ya se había cambiado el uniforme de criada; ahora llevaba un mono inteligente cuya tela microporosa transpiraba ajustada a su propia respiración.

—Lil, Dan, quiero presentaros a Tim Fung. Estaba contándome batallitas del proyecto de los Piratas en Beijing.

Lil hizo un gesto con la mano, y Dan le dio un solemne apretón.

—Aquello fue un trabajo algo duro —dijo Dan.

Se me ocurrió conectar algunas pantallas de Whuffie. Normalmente era una reacción instantánea al conocer a alguien, pero seguía desorientado. Escaneé al elfo. Tenía un montón de Whuffie opuesto: respeto acumulado por gente que compartía muy pocas de mis opiniones. Eso era de esperar. Lo que no me esperaba era que su ratio de Whuffie ponderado, que tenía en cuenta el crédito de la gente a la que yo respetaba, fuera asimismo elevado, más incluso que el mío propio. Lamenté mi conducta errática más que nunca. El respeto del elfo —Tim, tenía que acordarme de llamarlo Tim— podría conllevar un montón de influencia en cada campo que importase.

La puntuación de Dan se iba incrementando constantemente, pero seguía teniendo un perfil desastroso. Había acumulado una buena cantidad de Whuffie opuesto, que curiosamente provenía del momento de mi asesinato, cuando la gente de Debra había acordado darle una generosa porción de respaldo, por la discreta manera en la que había limpiado y sacado de escena mi cadáver, minimizando los disturbios en frente de sus maravillosos Piratas.

Estaba abstraído deambulando, en la misma clase de ensueño que me había llevado a la muerte en los arrecifes de Playa Coral; salí de él con un sobresalto, dándome cuenta que los otros tres estaban cortésmente ignorando mi lápsus. Podía haber retrocedido a través de mi memoria a corto plazo para captar el quid de la conversación, pero eso hubiera alargado la pausa. A la mierda.

—Bien, ¿y que tal están yendo las cosas en la Sala de los Presidentes? —le pregunté a Tim.

Lil me lanzó una mirada de advertencia. Ella había cedido la Sala a los adhócratas de Debra, ya que era la única manera de evitar la apariencia de chiquilla enojada para el todopoderoso Whuffie. Ahora tenía que mantener el papel de cooperante afable; eso significaba no mirar por encima del hombro de Debra, buscando excusas para atacar su trabajo.

Tim nos brindó la misma media sonrisa con la que me había saludado. Con sus rasgos suaves y afilados parecía casi irremediablemente atractivo.

—Estamos haciendo un buen trabajo, creo. Debra le tenía el ojo echado a la Sala desde hace años, en los viejos tiempos, antes de que se fuera a China. Estamos sustituyendo la mayoría de las cosas con enlaces externos de banda ancha de gestalts de cada una de las vidas de los Presidentes: titulares de prensa, discursos, biografías condensadas, documentos personales. Esto será como si tuvieras a cada Presidente dentro de ti, descargado en tu alma, en unos pocos segundos. ¡Debra dice que vamos a flash-bakear3 a los Presidentes en tu mente! —los ojos le centelleaban en la luz del crepúsculo.

Habiendo experimentado tan recientemente mi propio flash-bake cerebral, la descripción de Tim me tocó una fibra sensible. Mi personalidad parecía estar siendo removida en cierto modo dentro de mi mente, como si se estuviera adaptando incorrectamente. La idea de tener el gestalt de unos 50 Presidentes aplastados junto a la mía, era perversamente atractiva.

—Vaya —dije— eso suena genial. ¿Qué tenéis pensado para las instalaciones físicas? —la Sala mantenía una silenciosa, patriótica dignidad, obtenida de los cientos de edificios oficiales de los extintos Estados Unidos. Enredarse con ellos sería como rediseñar las barras y estrellas.

—En realidad ese no es mi campo —dijo Tim—. Yo soy programador. Pero puedo conseguir que uno de los diseñadores te cuente algo sobre esos planes, si quieres.

—Eso estaría muy bien —dijo Lil, agarrando mi codo—. Aunque creo que ya deberíamos irnos a casa. —Empezó a tirar de mí y Dan agarró el otro codo. Detrás de ella, Liberty Belle resplandecía como una fantasmal tarta de boda al anochecer.

—Es una pena —dijo Tim— mis adhócratas están trabajando toda la noche en la nueva Sala. Estoy seguro de que les encantará que los visitéis.

Una idea se aferró a mí. Podría meterme en el terreno del enemigo, sentarme sobre su fuego, aprender sus secretos.

—¡Eso sería estupendo! —grité, demasiado ruidosamente. La cabeza me zumbaba ligeramente. Las manos de Lil me soltaron.

—Pero mañana tenemos que levantarnos temprano —dijo Lil—. Tienes un turno a las ocho, y yo tengo que ir al pueblo a hacer la compra—. Estaba mintiendo, y con ello me estaba diciendo que esa idea no era un movimiento inteligente. Pero mi fe era inamovible.

—¿Un turno a las ocho de la mañana? No hay problema, estaré allí cuándo empiece. Sólo tengo que ducharme en el Contemporany, coger el monorraíl, y estaré a tiempo para el cambio de turno. ¿De acuerdo?

—Pero Jules —ahora lo intentó Dan— tenemos que ir a cenar a la Mesa Real de Cenicienta, ¿recuerdas? He hecho las reservas.

—Oh, venga, podemos comer en cualquier momento —dije—. Esta es una maldita buena oportunidad.

—De acuerdo —dijo Dan, dándose por vencido—. ¿Te importa si voy contigo?

Él y Lil intercambiaron significativas miradas, que interpreté como “si tiene la intención de convertirse en un chiflado,uno de nosotros debería estar con él”. Intenté ser compresivo: iba a meterme en la boca del lobo.

Tim, aparentemente obviaba todo esto.

—¡Entonces de acuerdo! Vamos.

De camino a la Sala, Dan estuvo llamando a mi cóclea, mientras lo mandaba directamente al contestador. Al mismo tiempo, farfullaba una charla intrascendente con él y Tim. Estaba decidido a compensar mi debacle en la Mansión con Tim, ganándomelo.

La gente de Debra estaba sentada en las butacas de encima del escenario; los animatronics de los presidentes estaban apilados pulcramente en montones en los laterales. Debra estaba repantigada en el sofá de Lincoln, con la cabeza ligeramente levantada y las piernas extendidas. El olor normal del Salón, a limpieza y ozono, estaba saturado por el olor del sudor y el aceite de motor, el hedor de los adhócratas trabajando toda la noche. La Sala había necesitado quince años para desarrollarse y ponerse en marcha, y un par de días para venirse abajo.

Debra estaba al natural, seguía usando la misma cara con la que había nacido, a pesar de haber sido regenerada docenas de veces tras sus muertes. Era aristocrática, pálida, alta, con una nariz hecha para mirarla fijamente. Era al menos tan vieja como yo, aunque solamente aparentase veintidós. Tuve la sensación de que había escogido esa edad por que era una de las que deparaba mayores reservas de energía.

No se dignó a levantarse cuando me acerqué, pero me saludó lánguidamente con la cabeza. Los otros adhócratas habían sido divididos en pequeños grupos, encorvados sobre los terminales. Todos ellos tenían ojeras, parecían fanáticos faltos de sueño, incluida Debra, quien lograba parecer perezosa y excitada simultáneamente.

¿Tú me asesinaste? me preguntaba, mirándola fijamente. Después de todo, ella había sido asesinada docenas, si no cientos, de veces. Eso no significaría gran cosa para ella.

—Hola —dije, alegremente—. Tim se ofreció a enseñarnos esto. Conoces a Dan, ¿no?

Debra lo señaló con la cabeza.

—Claro. Dan y yo somos amigos, ¿no es cierto?

La cara de póquer de Dan no movió un músculo.

—Hola, Debra —dijo. Había estado viéndose con ellos desde que Lil le informó del peligro para la Mansión, intentando recoger alguna información para nuestro uso. Ellos sabían lo que él tramaba, por supuesto, pero Dan era un tipo bastante encantador, y trabajaba como un mulo, de modo que lo toleraban. Pero parecía que se había pasado de la raya al acompañarme, como si la cortés pantomima de ser más un adhócrata de Debra que de Lil, se hubiera hecho pedazos con mi presencia.

—¿Puedo enseñarles la demo, Debra? —preguntó Tim.

Debra enarcó una ceja.

—Claro, ¿por qué no? Os gustará, chicos.

Tim nos guió a los bastidores, dónde Lil y yo acostumbrábamos a sudar sobre los animatronics y a achucharnos subrepticiamente. Cada cosa había sido desgarrada, desprendida, empacada y apilada. No habían desperdiciado un momento, habían pasado una semana destrozando un espectáculo que había funcionado durante más de un siglo. Las telas sobre las que normalmente se proyectaban partes del espectáculo, estaban tiradas en el suelo, manchadas de porquería, pisadas y aceite.

Tim me enseñó un terminal de backup medio ensamblado. La estructura estaba vacía, y un número indeterminado de teclados sin cable, punteros y guantes yacían esparcidos a su alrededor. Parecía un prototipo.

—Este es nuestro enlace externo. Por ahora tenemos la demo de un programa ejecutándose en él: los viejos discursos de Lincoln, junto con un montaje de la guerra civil. Simplemente activa el acceso de invitados, y te lo descargaré. Es salvaje.

Desplegué mi pantalla HUD y activé el acceso de invitados. Tim apuntó un dedo a la terminal y mi cerebro fue inundado por la esencia de Lincoln: cada matiz de su discurso, sus minuciosamente estudiados movimientos, sus verrugas, barba y sobretodo. Casi me sentí como si fuera Lincoln, durante un momento, y entonces se desvaneció. Pero podía seguir saboreando el persistente sabor cobrizo del fuego de artillería y del tabaco de mascar.

Di unos pasos hacia atrás. Mi cabeza estaba bañada con ricas y detalladas impresiones sensitivas del flash-bake. Supe en el acto que la Sala de los Presidentes de Debra iba a ser un éxito.

Dan también recibió un disparo del enlace externo. Tim y yo observamos cómo su expresión cambiaba desde el escepticismo al deleite. Tim me miró expectante.

—Es realmente bueno —dije— de veras, realmente bueno. Excitante.

Tim se sonrojó.

—¡Gracias!, yo he realizado la programación de los gestalts, es mi especialidad.

Debra habló a sus espaldas, se había aproximado a nosotros mientras Dan estaba recibiendo su chute.

—Tuve la idea en Beijing, cuando estuve muriendo tantas veces. Hay algo maravilloso en esto de tener memorias implantadas, como si realmente estuvieras haciendo trabajar a tu cerebro. Me encanta la pureza sintética de todo eso.

Tim resopló.

—No todo es artificial —dijo, volviéndose hacia mí—. Es agradable y suave, ¿verdad?

Capté la profunda diferencia política, y estaba elaborando mi respuesta cuando Debra replicó.

—Tim sigue intentando hacerlo todo más basado en impresiones, menos computerizado. Está equivocado, obviamente. No queremos simular la experiencia de ver el espectáculo, queremos trascenderla.

Tim asintió de mala gana.

—Claro, trascenderla. Pero la manera de conseguirlo es realizar una experiencia humana, meterse en la piel de los presidentes. Guiarnos por la empatía. ¿Qué sentido tiene proyectar en el cerebro de alguien un montón de datos asépticos?