NUEVE
Los padres de Lil se introdujeron en sus vasijas con una pequeña ceremonia. Los vi justo antes de que se introdujeran, cuando pararon por la casa de Lil, y mía, para despedirse, besarla y desearle lo mejor.
Tom y yo nos quedamos torpemente de pie a un lado mientras Lil y su madre se abrazaban, gorjeando dolorosamente y despidiéndose con cortesía.
—Así que cabecear —le dije a Tom.
Alzó una ceja.
—Sip. Realizamos el backup esta mañana.
Antes de venir a ver a su hija, habían realizado sus backups. Cuando despertasen, este suceso —cualquier cosa siguiente al backup— nunca habría ocurrido para ellos.
Dios, eran unos hijos de puta.
—¿Cuándo vais a regresar? —pregunté, manteniendo impertérrita mi cara de miembro de personal, ocultando cuidadosamente el disgusto.
—Estaremos muestreando mensualmente, solo para descargarnos un extracto. Cuando las cosas parezcan lo suficientemente interesantes, regresaremos—. Agitó un dedo ante mí—. Tendré un ojo puesto en ti y en Lillian, trátala bien, ¿me oyes?
—Seguro que os vamos a echar de menos a los dos por aquí —dije.
Hizo un gesto de desdén.
—Ni os daréis cuenta de que nos hemos marchado. Ahora este es vuestro mundo: sólo nos estamos quitando de en medio por una temporada, dejándoos al cargo. No nos marcharíamos si no tuviéramos fe en vosotros dos.
Lil y su madre se besaron por última vez. Su madre estaba más cariñosa de lo que nunca la había visto, incluso hasta el punto de derramar algunas lágrimas. Aquí, en estos momentos de conciencia desvanecida, podía ser de cualquier manera que quisiese, sabiendo que esto no tendría importancia la próxima vez que despertase.
—Julius —dijo, cogiendo mis manos y apretándolas— tienes una época maravillosa por delante: entre Lil y el Parque, vas tener experiencias grandiosas, lo sé—. Estaba infinitamente serena y compasiva, y yo sabía que eso no tenía importancia.
Aún sonriendo, se introdujeron en sus botes y se alejaron en busca de las inyecciones letales que les convertirían en consciencias incorpóreas, que les harían perder sus últimos momentos con su amada hija.
No estaban felices por haber retornado de la muerte. Sus nuevos cuerpos eran imposiblemente jóvenes, pubescentes y hormonales, dolorosamente ataviados a la última moda. En compañía de Kim y sus colegas, constituían una sólida masa de adolescentes iracundos.
—¿Pero qué demonios crees que estás haciendo? —preguntó Rita, dándome un fuerte empujón en el pecho. Di un traspié dentro del cuidadosamente diseminado polvo, levantando una nube.
Rita fue tras de mí, pero Tom la agarró por la espalda.
—Julius, vete. Tus acciones son totalmente indefendibles. Mantén la boca cerrada y vete.
Alcé la mano, tratando de rechazar sus palabras; abrí la boca para hablar.
—No digas una palabra —dijo—. Márchate. Ahora.
— No te quedes aquí y no vuelvas. Jamás —dijo Kim, con una mirada diabólica en su rostro.
—No —dije—. Maldita sea, no. Vais a escuchar todo lo que tengo que decir, y entonces voy a traer a Lil y a su gente y ellos me van a respaldar. Esto no es negociable.
Nos miramos fijamente a través del oscuro salón. Debra hizo girar las manos y las luces surgieron con toda su crudeza. La experta y artesanal penumbra se deshizo y quedó solamente una habitación polvorienta con falsas chimeneas.
—Déjale hablar —dijo Debra. Rita se cruzó de brazos y me miró encolerizada.
—Hice algunas cosas realmente terribles —dije, levantando la cabeza y mirándolos fijamente— no puedo excusarlas, y no os pediré que me perdonéis. Pero eso no cambia el hecho de que hemos puesto nuestros corazones y nuestras almas en este lugar, y no es correcto que nos lo arrebaten. ¿No podemos disponer de un rincón constante en el mundo, un pedazo congelado en el tiempo para la gente que ama ese camino? ¿Por qué vuestro éxito tiene que significar nuestro fracaso?
»¿Acaso no veis que estamos continuando vuestro trabajo? ¿Que estamos sirviendo a la herencia que nos dejasteis?
—¿Estás borracho? —preguntó Rita. Negué con la cabeza—. Este lugar no es una reserva histórica, Julius, es una atracción. Si no eres capaz de comprender eso, estás en el sitio equivocado. No es mi jodida culpa que hayas decidido representarme con tu estupidez, y eso no hace que sea menos estúpido. Todo lo que estás haciendo es confirmar mis peores temores.
La máscara de imparcialidad de Debra siseó:
—Tú, estúpido, gilipollas embaucador —dijo suavemente— te has tambaleado de acá para allá, molestando y lamentándote sobre tu insignificante asesinato, sobre tus insignificantes problemas de salud —sí, los he oído— con tu pequeña fijación de mantener las cosas tal y como están. Necesitas alguna perspectiva, Julius. Necesitas salir de aquí: Disney World no es bueno para ti, y seguro como el infierno que tú no eres bueno para Disney World.
Me hubiera herido menos si yo no hubiese llegado a la misma conclusión en algún momento a lo largo del camino.
Encontré a los adhócratas en el camping de Fort Wilderness, sentados alrededor de fuego, cantando, riendo, besándose. La fiesta de la victoria. Caminé pesadamente dentro del círculo, buscando a Lil.
Estaba sentada en un tronco, mirando fijamente al fuego, con la vista puesta en el infinito. Dios, estaba preciosa cuando se preocupaba. Me detuve frente a ella durante un minuto y siguió mirando a través de mí hasta que la golpeé ligeramente en el hombro. Lanzó un involuntario chillido y sonrió para sí misma.
—Lil —dije, y me detuve. Tus padres están en casa, y se han unido al otro bando.
Por primera vez en un eón me miró con suavidad, incluso sonriendo. Palmeó el tronco a su lado. Me senté, sintiendo el calor del fuego en mi cara, el calor de su cuerpo a mi lado. Dios, ¿cómo pude echar esto por la borda?
Sin previo aviso me rodeó con los brazos y me abrazó con fuerza. Estreché su espalda, oliendo su pelo, olía a madera quemada, champú y sudor.
—Lo hicimos —susurró con fiereza. La abracé más fuerte. No, no lo hicimos.
—Lil —dije de nuevo, separándome.
—¿Qué? —dijo, con los ojos brillantes. Estaba borracha, ahora lo veía.
—Tus padres han vuelto. Han regresado a la Mansión—. Parecía confusa, encogida, y la apremié—. Están con Debra—. Se echó hacia atrás como si la hubiera abofeteado—. Les dije que traería a todo el grupo para hablar sobre ello.
Dejó caer la cabeza y agitó los hombros; con indecisión puse un brazo a su alrededor. Se lo sacudió y se puso derecha. Estaba llorando y riendo al mismo tiempo.
—Tengo un ferry en camino —dijo.
Me senté en el fondo del ferry con Dan, lejos de los confusos y coléricos adhócratas. Respondí a sus preguntas con bruscas monosílabos, y se dio por vencido. Nos movíamos en silencio, los árboles de la ribera del Lago de los Siete Mares se cimbreaban de un lado a otro como anticipo de la cercana tormenta.
Los adhócratas atajaron por el parking este y se movieron aprehensivamente a través de las calmadas calles de Frontierland, un cortejo fúnebre que paralizó a los guardianes nocturnos en sus rutas.
Mientras caminábamos por Liberty Square, vi que el alumbrado estaba encendido y un enorme grupo de trabajo de los adhócratas de Debra estaban trasladándose desde la Sala a la Mansión, deshaciendo nuestra deconstrucción de su trabajo.
Trabajando al lado de ellos estaban Tom y Rita, los padres de Lil, con las mangas enrolladas, los antebrazos abultados con nuevos y tonificados músculos. El grupo detuvo su camino y Lil se dirigió hacia ellos, tropezando en la acera de madera.
Esperaba abrazos, pero no hubo ninguno. En su lugar, padres e hija hablaron los unos con la otra, alternando miradas y poses para rastrearse mutuamente, manteniendo una constante, calibrada, distancia.
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Lil finalmente. No se dirigió a su madre, para mi sorpresa. Sin embargo, no sorprendió a Tom.
Se adelantó, el arrastrar de sus pasos resonando en la noche serena.
—Estamos trabajando —dijo.
—No, no lo estáis haciendo —dijo Lil— estáis destruyendo. Parad.
La madre de Lil se puso velozmente al lado de su marido, sin decir nada, solo quedándose allí de pie.
Sin palabras, Tom sopesó la caja que estaba sujetado y se dirigió a la Mansión. Lil agarró su brazo y lo zarandeó hasta que dejó caer su carga.
—No estáis escuchándome. La Mansión es nuestra. Deteneos.
La madre de Lil delicadamente soltó la mano de Lil del brazo de Tom, manteniéndola en las suyas propias.
—Estoy feliz de que estés apasionada sobre esto, Lillian —dijo— estoy orgullosa de tu compromiso.
Incluso a una distancia de diez metros, escuché a Lil ahogar un sollozo, la vi derrumbarse. Su madre la tomó entre sus brazos, acunándola. Me sentí como un voyeur, pero no podía dejar de mirar.
—Shhh —dijo su madre, un silbido que hizo juego con el susurro de las hojas del Árbol de la Libertad—. Shhh, no tenemos que estar del mismo lado, ya lo sabes.
Siguieron abrazadas y siguieron silenciosas. Lil se enderezó, entonces se agachó y recogió la caja de su padre, llevándola hasta la Mansión. Uno por uno, el resto de sus adhócratas siguieron adelante y se unieron a ellos.
Así es como tocas fondo. Te despiertas en la habitación de hotel de tu amigo, encientes tu portátil y no te deja acceder.
Llamas al ascensor y te devuelve un furioso zumbido como respuesta. Tomas las escaleras hasta el vestíbulo y nadie te mira mientras te empujan al pasar.
Te conviertes en una no-persona.
Asustado. Temblaba mientras subía las escaleras hasta la habitación de Dan, cuando toque a su puerta, más ruidosamente de lo que pretendía, temblaba aterrorizado.
Dan abrió la puerta; sus ojos fueron a la pantalla HUD y regresaron a mí.
—Jesús —dijo.
Me senté en el borde de mi cama, con la cabeza entre mis manos.
—¿Qué? —pregunté, ¿qué ocurre? ¿qué me está pasando?
—Estás fuera de la adhocracia —respondió—. Estás sin Whuffie. Has tocado fondo.
Así es como tocas fondo en Walt Disney World, en un hotel con el siseo del monorraíl y el sol filtrándose a través de la ventana, con el ulular de las máquinas de vapor en el ferrocarril y el distante aullido grabado de lobos en la Mansión Encan tada. El mundo se deshace a tu alrededor, retrocedes hasta que no eres nada salvo una mancha, una mota en la oscuridad.
Estaba hiperventilado, mareado. Intencionadamente reduje la velocidad de mi respiración, poniendo la cabeza entre las rodillas hasta que pasaron los vértigos.
—Llévame hasta Lil —pedí.
Conduciendo juntos, fumando un cigarrillo tras otro, recordé la noche en la que Dan llegó a Disney World, cuando lo llevé hasta mi casa —la casa de Lil —, y cómo de feliz era entonces, cómo de seguro.
Miré a Dan y me dio una palmada en la mano.
—Tiempos extraños —dijo.
Eso fue suficiente. Encontramos a Lil en una habitación de reposo subterránea, dormitando ligeramente en un andrajoso sofá. Su cabeza descansaba sobre el regazo de Tom, y sus pies sobre el de Rita. Los tres roncaban suavemente; habían pasado una larga noche.
Dan sacudió a Lil hasta despertarla. Se estiró y abrió los ojos, mirándome somnolienta. La sangre huyó de su cara.
—Hola, Julius —dijo con frialdad.
Ahora Tom y Rita también estaban despiertos. Lil se puso derecha.
—¿Qué tenéis que decirme? —pregunté con calma— ¿O vais simplemente a darme una patada y dejar que me entere por mí mismo?
—Eras mi siguiente parada —dijo Lil.
—Entonces te he ahorrado algo de tiempo —tiré de una silla— cuéntamelo todo.
—No hay nada que contar —restalló Rita—. Estás fuera. Tenías que saber que iba a ocurrir: por el amor de Dios, ¡estabas haciendo trizas Liberty Square!
—¿Cómo lo sabías? —pregunté. Luchaba por mantenerme calmado—. ¡Habéis estado muertos durante diez años!
—Nos procurábamos actualizaciones —dijo Rita—. Por eso es por lo que hemos vuelto: no podíamos estarnos quietos de la manera en que iba esto. Se lo debemos a Debra.
—Y a Lillian —dijo Tom.
—Y a Lillian —repitió Rita, distraídamente.
Dan atrajo una silla a su lado.
—No estáis siendo justos con él —dijo. Al menos, alguien estaba a mi lado.
—Hemos sido más que justos —replicó Lil—. Tú lo sabes mejor que nadie Dan. Hemos perdonado y perdonado y perdonado, hemos hecho todas las concesiones. Está enfermo, y no quiere aceptar el remedio. No hay nada más que podamos hacer por él.
—Podrías ser su amiga —dijo Dan. El aturdimiento volvió, y me hundí en mi silla, intentando controlar la respiración; el pánico aporreaba mi corazón—. Podrías intentar comprenderle, intentar ayudarle. Podrías serle leal, de la manera que él lo es contigo. No tienes por qué darle una patada en el culo.
Lil tuvo la deferencia de parecer ligeramente avergonzada.
—Le conseguiré una habitación —dijo— durante un mes. En Kissimmee, en un motel. Mejoraré su acceso a la red. ¿Es eso justo?
—Es más que justo —replicó Rita. ¿Por qué me odiaba de esa manera? Había estado allí para su hija mientras ella estaba fuera... oh. Quizá eso lo explicase—. No creo que sea necesario. Si usted quiere encargarse de él, señor, usted puede. Eso no es asunto de mi familia.
Los ojos de Lil centellearon.
—Déjame manejar esto —dijo— ¿de acuerdo?
Rita se puso de pie bruscamente.
—Haz lo que quieras —dijo, y salió bruscamente de la habitación.
—¿Por qué has venido aquí para pedir ayuda? —preguntó Tom, siempre la voz de la razón—. Pareces lo bastante capaz.
—Voy a tomar una inyección letal al final de la semana —dijo Dan—. Tres días. Es algo personal, ya que lo preguntas.
Tom negó con la cabeza. Algunosde tus amigos cuentan contigo, podía verlo pensando eso.
—¿Tan pronto? —preguntó Lil con voz trémula.
Dan asintió.
Como en un sueño, me levanté y deambulé hasta el túnel de servicio, saliendo a través del parking oeste hacia afuera.
Vagué a lo largo del adoquinado y solitario Paseo Alrededor del Mundo; cada adoquín esculpido con el nombre de una familia que visitó el Parque un siglo antes. Los nombres pasaban fugazmente delante de mí como epitafios.
El sol llegó a lo más alto mientras rondaba el arco de la playa desierta entre el Grand Floridian y el Polynesian. Lil y yo a menudo íbamos allí, para contemplar las puestas de sol desde una hamaca, abrazados, con el Parque extendiéndose ante nosotros como una iluminada aldea de juguete.
Ahora la playa estaba desierta, el Pabellón de Bodas silencioso. Me sentí frío de súbito, a pesar de que sudaba en abundancia. Demasiado frío.
Como en un sueño me encaminé dentro del lago; el agua entrando en mis zapatos, anegando mis pantalones, caliente como la sangre; el calor en mi pecho, en mi barbilla, en mi boca, en mis ojos.
Abrí la boca e inhalé profundamente; el agua llenó mis pulmones, sofocante y cálida. Al principio escupí, pero controlé la situación e inhalé de nuevo. El agua brilló tenuemente ante mis ojos, y entonces todo se volvió oscuro.
Desperté en la camilla del Doctor Pete en el Reino Mágico, con correas alrededor de muñecas y tobillos, y un tubo en mi nariz. Cerré los ojos, creyendo por un momento que había sido restaurado desde el backup, con los problemas solucionados y los recuerdos detrás de mí.
La congoja me invadió cuando me percaté de que Dan probablemente estaba muerto a estas alturas, y mis recuerdos de él estaban perdidos para siempre.
Gradualmente comprendí que mis pensamientos eran disparatados. El hecho de que recordase a Dan significaba que no había sido recuperado desde mi backup, que mi cerebro roto aún seguía allí, revuelto junto a una soledad desnuda.
Tosí de nuevo. Me dolían las costillas, y los latidos del corazón reverberaban en mi cabeza. Dan me cogió de la mano.
—Eres como un grano en el culo, ¿lo sabías? —dijo, sonriendo.
—Lo siento —dije con un ahogo.
—Ya puedes estar seguro, tienes suerte de que te encontrasen; otro minuto o dos, y ahora mismo te estaríamos enterrando.
No, pensé confuso. Me habrían restaurado desde el backup. Entonces recordé: había confesado en público que rechazaba ser restaurado desde el backup después de haberlo recomendado un profesional médico. Nadie me habría restituido después de eso. Habría sido creído y, finalmente, muerto. Empecé a temblar.
—Tranquilo —dijo Dan—, tranquilo. Ya pasó todo. El doctor dice que tienes una o dos costillas rotas por la reanimación cardiopulmonar, pero que no hay daño cerebral.
—No hay daño cerebral adicional —dijo el doctor Pete, entrando en mi campo visual. Tenía su calma profesional reflejada en la cara, y me dio confianza a pesar de mí mismo.
Ahuyentó a Dan y tomó su asiento. Una vez que Dan hubo dejado la habitación, alumbró mis ojos y atisbó en mis orejas; entonces se cruzó de brazos y me miró, reflexionando.
—Bien, Julius —dijo— ¿cuál es exactamente el problema? Podemos darte una inyección letal si es eso lo que quieres, pero lanzarte a alta mar en el Lago de los Siete Mares, simplemente no es un buen espectáculo. Entretanto, ¿te gustaría hablar sobre ello?
Una parte de mí quería escupirle en el ojo. Intenté hablar sobre ello y él me dijo que me fuera al infierno, ¿y ahora cambiaba de opinión? Pero yo quería hablar.
—No quiero morir —dije.
—¿Ah, no? —preguntó escéptico—. Creo que las evidencias sugieren lo contrario.
—No estaba intentado morir —protesté— estaba intentando... —¿Qué? Estaba intentando... renunciar. Tomar el refresco sin elegirlo, sin esconderme detrás del último año de vida de mi mejor amigo. Rescatarme a mi mismo del hediondo pozo en el que me había hundido sin arrastrar a Dan junto con él. Eso es todo, eso es todo—. No estaba pensado, simplemente actuaba. Ha sido un episodio de locura, o algo. ¿Significa eso que estoy loco?
—Oh, probablemente —dijo el Doctor Pete despreocupadamente— pero centrémonos solamente en una cosa al mismo tiempo. Puedes morir si es lo que quieres, estás en tu derecho. Yo preferiría verte vivo, si quieres mi opinión, y dudo que sea el único; el Whuffie puede ser una maldición. Si tienes la intención de vivir, me gustaría grabarte diciéndolo, sólo como precaución. Tenemos tu backup archivado, odiaría tener que borrarlo.
—Sí —dije— sí, me gustaría ser restaurado si no hay otra opción—. Era cierto. No quería morir.
—Todo correcto entonces —dijo el doctor Pete— está archivado y soy un hombre feliz. Y ahora, ¿estás loco? Probablemente. Un poco. Nada que unos pequeños consejos y algo de reposo y recuperación no puedan arreglar, si quieres mi opinión. Puedo echarte una mano en eso si quieres.
—Aún no —dije— aprecio su oferta, pero aún hay algo más que tengo que hacer antes.
Dan me llevó de vuelta a la habitación y me dejó en la cama con una transdérmica de somníferos que me dejó fuera de combate para el resto del día. Cuando desperté, la luna estaba sobre el Lago de los Siete Mares, y el monorraíl estaba silencioso.
Estuve de pie en el patio durante un rato, pensando acerca de todas las cosas que este lugar había significado para mí durante más de un siglo: felicidad, seguridad, competencia, fantasía. Todo perdido. Era tiempo de partir. Quizá volver al espacio, encontrar a Zed y ver si podía hacerla feliz de nuevo. A cualquier lugar salvo aquí. Una vez que Dan estuviese muerto —Dios, finalmente lo iba comprendiendo— podría dar un paseo hasta el Cabo para un lanzamiento.
—¿En qué piensas? —preguntó Dan desde detrás, asustándome. Estaba en calzoncillos, delgado, fibroso y con el pelo largo y revuelto.
—Pensado acerca de seguir adelante.
—He estado pensando en hacer lo mismo —dijo riéndose entre dientes.
Sonreí.
—No de ese modo —repliqué— simplemente marcharme a algún otro lado, empezar de nuevo. Quitarme de en medio de todo esto.
—¿Tienes intención de tomar el clon de refresco? —preguntó.
Miré a lo lejos.
—No —dije— no creo que lo haga.
—Quizá no sea asunto mío, pero, ¿por qué no? Jesús, Julius, ¿de qué tienes miedo?
—No querrías saberlo —dije.
—Yo seré el que juzgue eso.
—Primero bebamos.
Dan puso los ojos en blanco durante un segundo.
—De acuerdo, dos Coronas de camino —dijo entonces.
Después de que el bot de servicio de habitaciones se hubiese marchado, abrimos las cervezas y sacamos unas sillas hasta el porche.
—¿Estás seguro de que quieres saberlo? —pregunté.
Me apuntó con la botella.
—Completamente seguro —dijo.
—No quiero tomar el refresco por que eso significaría perder el último año.
Asintió.
—Con lo cual quieres decir “mi último año” —dijo—. ¿Correcto?
Asentí y bebí.
—Pensaba que sería algo así. Julius, tú eres muchas cosas, pero cuesta comprender lo que no eres. Tengo algo que decirte, que quizá podría ayudar a tomar una decisión; es decir, si quieres escucharlo.
¿Qué podría tener que decirme?
—Claro —dije— por supuesto. En mi mente, estaba en un transbordador hacia la órbita, lejos de todo esto.
—Yo hice que te asesinaran —dijo—. Debra me lo pidió, y yo lo organicé. Estabas en lo cierto todo el tiempo.
El transbordador explotó en silencio, moviéndose lentamente en el espacio, y yo fui lanzado, dando vueltas, desde él. Abrí y cerré la boca.
Fue el turno de Dan de mirar a lo lejos.
—Debra lo propuso. Estábamos hablando acerca de la gente que había conocido cuando estaba realizando mi labor misionera, de los descarriados a los que había tenido que expulsar después de que se reincorporasen a la Sociedad Bitchun. Uno de ellos, una chica de Cheyenne Mountain que me había seguido hasta aquí, continuaba dejándome mensajes. Se lo dije a Debra, y entonces fue cuando tuvo la idea.
»Tenía que conseguir que la chica te disparase y desapareciese. Debra me daría Whuffie: montañas de él, y su equipo haría lo mismo. Estaría meses más cerca de mi objetivo. Eso era todo en lo que podía pensar por entonces, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo —El olor del rejuvenecimiento y la desesperación en nuestra pequeña cabaña, y Dan tramando mi muerte.
—Lo planeamos, entonces Debra se hizo refrescar a sí misma desde un backup: sin memoria de lo ocurrido, sólo el Whuffie para mí.
—Sí —Eso podría funcionar. Planear un asesinato, suicidarte, y hacerte recuperar desde un backup realizado antes del plan. ¿Cuántas veces habría hecho Debra cosas terribles y borrado su memoria de esa manera?
—Sí —acordó—. Nosotros lo hicimos, estoy avergonzado de reconocerlo. También puedo probarlo: tengo mi backup, y además puedo conseguir a Jeanine para contarlo—. Apuró la cerveza—. Este es mi plan: mañana se lo diré a Lil y a sus amigos, a Kim y a su gente, a toda la adhocracia. Un regalo de despedida de un amigo apestoso.
Mi garganta estaba seca y tensa. Bebí más cerveza.
—Lo supiste todo el tiempo —dije— podías haberlo demostrado en cualquier momento.
—Así es —asintió.
—Me dejaste... —busqué a tientas las palabras— me dejaste convertirme en... —no pude encontrarlas.
—Lo hice —dijo.
Todo este tiempo, Lil y él, de pie en mi porche, diciéndome que necesitaba ayuda. El doctor Pete diciéndome que necesitaba recuperarme desde el backup, y yo diciendo no, no, no, no quiero perder mi último año con Dan.
—Hice algunas cosas asquerosas en mis tiempos —dijo— pero ésta es indiscutiblemente la peor. Tú me ayudaste y yo te traicioné. Estoy realmente contento de no creer en Dios: eso haría lo que voy a hacer aún más terrible.
Dan iba a suicidarse dentro de dos días. Mi amigo y mi asesino.
—Dan —grazné. No podía encontrarle ningún sentido en mi mente. Dan, encargándose de mí, ayudándome, siempre a mi lado, acarreando esta horrible vergüenza con él todo el tiempo, esperando marchar con la conciencia limpia—. Estás perdonado —dije, y era cierto.
Se puso en pie.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté.
—Encontrar a Jeanine, la chica que apretó el gatillo. Nos vemos en la Sala de Presidentes a las nueve de la mañana.
Cuando atravesé la Puerta Principal, ya no era un miembro del personal; apenas un visitante con el Whuffie suficiente como usar las fuentes de agua y hacer cola. Si tuviese suerte, un miembro del reparto podría alcanzarme una banana de chocolate. Probablemente no la tendría.
Me mantuve de pie en la fila para la Sala de los Presidentes. Otros visitantes chequeaban mi Whuffie y desviaban la mirada. Incluso los niños. Un año antes, ellos me asaltaban con preguntas acerca de mi trabajo aquí, en el Reino Mágico.
Me coloqué en mi asiento en la Sala de los Presidentes, observando la corta película con el resto, sentado pacientemente mientras ellos se balanceaban en sus asientos bajo la explosión del flash-bake. Un miembro del personal recogió el micrófono del escenario y agradeció a todo el mundo su visita; las puertas se abrieron tambaleándose, y la Sala quedó vacía, salvo por mí. La chica me miró con interés, entonces me reconoció, me dio la espalda y se dirigió a mostrar el camino al siguiente grupo.
No acudió ningún grupo. En lugar de eso, entraron Dan y la chica que había visto en la repetición.
—Hemos cerrado esto toda la mañana —dijo.
Estuve mirando fijamente a la chica, viendo su sonrisa burlona mientras apretaba el gatillo hacia mí, y viéndola ahora con una expresión asustada y contrita. Estaba aterrorizada por mi presencia.
—Tú debes ser Jeanine —dije. Me puse de pie y le estreché la mano—. Soy Julius.
Tenía la mano fría, al retirarla se la secó en sus pantalones.
Mi instinto de miembro del Parque tomó el control.
—Por favor, toma asiento. No te preocupes, todo está bien. En serio. Sin resentimientos —Me acerqué para ofrecerle un vaso de agua.
Haz que se sienta cómoda, decía una voz irritante en mi cabeza. Será una mejor testigo. O haz que se ponga nerviosa, patética: eso también funcionará, hará que Debra parezca incluso peor.
Le dije a la voz que se callase y le llevé una taza de agua.
En el tiempo en que tardé en regresar, toda la pandilla ya estaba allí. Debra, Lil, sus amigos, Tim. La gente de Debra y la de Lil, ahora un equipo unido. Pronto serían desperdigados.
Dan subió al escenario, usando el micrófono para difundir su voz.
—Hace once meses hice una cosa horrible. Tramé con Debra el asesinato de Julius. Utilicé a una amiga que estaba un tanto confusa en esos momentos, la usé para apretar el gatillo. Fue idea de Debra contar con que el asesinato de Julius podría causar la suficiente confusión para que ella pudiese tomar el control de la Sala de los Presidentes. Y así fue.
La conversación surgió como un bramido. Miré hacia Debra, seguía sentada serenamente, como si Dan sólo la hubiera acusado de escamotear una porción extra de postre. Los padres de Lil, a ambos lados de ella, estaban menos tranquilos. La mandíbula de Tom estaba apretada y parecía enfurecido, Rita hablaba airadamente hacia Debra. Hickory Jackson, en la vieja Sala, solía decir: colgaré al primer hombre que pueda atrapar desde el primer árbol que pueda encontrar.
—Debra se hizo refrescar desde un backup después de que lo planeásemos —Dan continuaba como si nadie estuviese hablando—. Consideré la posibilidad de hacer lo mismo, pero no lo hice. Tengo un backup en mi directorio público, cualquiera puede examinarlo. Y ahora, me gustaría presentar a Jeanine, ella tiene algunas palabras que le gustaría decir.
Ayudé a Jeanine a subir al escenario. Aún estaba temblando, y los adhócratas se encontraban en una insensata cháchara llena de recriminaciones. A pesar de mí mismo, lo estaba disfrutando.
—Hola —dijo Jeanine suavemente. Tenía una voz encantadora, una cara preciosa. Me pregunté si podríamos ser amigos cuando todo hubiese terminado. De una manera o de otra, probablemente no le diera mucha importancia al Whuffie.
La discusión continuaba. Dan cogió el micrófono y dijo:
—¡Por favor! ¿Podemos tener algo de respeto para nuestra invitada? ¿Por favor, chicos?
Gradualmente, la algarabía disminuyó. Dan le devolvió el micrófono a Jeanine.
—Hola —dijo ella de nuevo, y se sobresaltó por el sonido de su voz en los altavoces de la Sala—. Me llamo Jeanine. Soy quien asesinó a Julius hace un año. Dan me lo pidió, y yo lo hice. No puedo decir por qué. Yo confiaba —confío— en él. Me dijo que Julius habría hecho un backup unos minutos antes de que yo le disparase, y que él podría sacarme del Parque sin ser capturada. Lo siento mucho—. Había algo falto de equilibrio en ella, algo extraño en su postura y sus palabras que daba a entender que ella no estaba del todo bien. Crecer en una montaña podía hacerte eso. Miré furtivamente a Lil, cuyos labios estaban apretados. Crecer en un parque temático podía hacértelo, también.
—Gracias, Jeanine —dijo Dan, recogiendo el micro—. Ya puedes sentarte. He dicho todo lo que tenía que decir: Julius y yo hemos tenido nuestras propias palabras en privado. Si hay alguien más que quiera hablar...
Las palabras apenas habían salido de sus labios antes de que el gentío entrase de nuevo en erupción con palabras y alzamiento de manos. Detrás de mí, Jeanine se sobresaltó asustada. La cogí de la mano y le grité al oído:
—¿Has estado alguna vez en los Piratas del Caribe?
Meneó la cabeza.
Me puse de pie y tiré de ella hasta levantarla.
—Te encantará —dije, y la conduje fuera de la Sala.