DIEZ
Nos reservé asientos en primera fila en el Luau Polinesio, disfrutando a lo grande de una ronda fresca de Whuffie de simpatía; Dan y yo bebimos una docena de lapu-lapus en piñas ahuecadas antes de abandonar la idea de emborracharnos.
Jeanine observaba las danzas del fuego y las antorchas brillantes con ojos como platos, seleccionaba delicadamente las costillas con una mano sin desviar la atención del espectáculo. Cuando bailaron el rápido hula hula, sus ojos de movieron de arriba abajo. Me reí entre dientes.
Desde donde estaba sentado, podía ver el lugar en el que vadeé dentro del Lago de los Siete Mares y tragué la cálida agua; podía ver el Castillo de Cenicienta al otro lado del lago, podía ver el monorraíl, los ferrys y los autobuses realizando su atareado camino a través del Parque, transbordando masas de pululantes visitantes de un lugar a otro. Dan me otorgó un brindis con su piña y se lo devolví, bebiendo la mía hasta el fondo y eructando de satisfacción.
Barriga llena, buenos amigos y una puesta de sol detrás de una troupe de morenos y medio desnudos bailarines de hula hula. ¿De cualquier modo, quién necesitaba a la Sociedad Bitchun?
Cuando terminó, contemplamos los fuegos artificiales desde la playa con mis pies enterrados en la limpia y blanca arena. Dan posó lentamente su mano en mi mano izquierda y Jeanine me cogió de la derecha. Cuando el cielo oscureció y las barcazas iluminadas vagaron perdiéndose en la noche, los tres nos sentamos en las hamacas.
Miré largamente al Lago de los Siete Mares y me di cuenta de que ésta era, a pesar de todo, mi última noche en Walt Disney World. Era tiempo de reiniciar una vez más, comenzar de nuevo. El Parque era de algún modo, solamente para visitarlo, y esta vez me había quedado pegado. Dan me había despegado.
La conversación derivó hacia la inminente muerte de Dan.
—Entonces, dime que pensarías de esto —dijo, lanzando lejos un cigarrillo incandescente.
—Dispara —dije.
—Estoy pensando... ¿Por qué tomar una inyección letal? Quiero decir, podría haber terminado aquí por ahora, pero ¿por qué debería tomar una decisión irreversible?
—¿Por qué querías hacerlo antes? —pregunté.
—Oh, supongo que era una cabezonería de macho. La finalidad y todo eso. Pero demonios, no tengo que demostrar nada, ¿verdad?
—Claro —le concedí con magnanimidad.
—Así que —dijo pensativamente— la cuestión que estoy planteando es, ¿durante cuánto tiempo puedo cabecear? Hay amigos que lo han hecho por mil, diez mil años, ¿no?
—Y tú estás pensando en qué, ¿un millón? —bromeé.
Se rió.
—¿Un millón? Estás apuntando demasiado bajo, hijo. Intenta esta magnitud: la muerte entrópica del universo.
—La muerte entrópica del universo —repetí.
—Claro —arrastraba las palabras e intuí su sonrisa burlona en la oscuridad—. Diez mil millones de años más o menos. El punto y final de la Era Estrellífera, cuando todos los agujeros negros se han desecado y las cosas se ponen, ya sabes, estupendamente aburridas. Y frías, también. De modo que estoy pensando, ¿por qué no programar la alarma para despertar en algún momento por entonces?
—Parece desagradable para mí —dije—. Brrrr.
—¡En absoluto! Me imagino, vasos canopes nanobóticos autorreparables, suficiente masa para su suministro —digamos, un asteroide de un billón de toneladas— y un montón de soledad cuando llegue el momento. Sacaré la cabeza cada siglo más o menos, sólo para ver qué es lo que hay, pero si no surge nada realmente maravilloso, tomaré el camino largo. La última frontera.
—Eso es genial —dijo Jeanine.
—Gracias —dijo Dan.
—No estás bromeando, ¿verdad? —pregunté.
—No, indudablemente no lo estoy.
No me invitaron a retornar a la adhocracia, incluso después de que Debra se quedase en la pobreza de Whuffie más absoluta, y empezaran a volver a colocar la Mansión de la manera en la que estaba. Tim me llamó para decirme que con el adecuado apoyo de los Imaginieros, pensaban que podrían tenerla funcionado en una semana. Suneep estaba a punto de matar a alguien, lo juro. Una casa dividida en sus opiniones no puede mantenerse, como solía decir el Señor Lincoln en la Sala de los Presidentes.
Empaqué tres mudas y un cepillo de dientes en mi mochila y me despedí de mi suite en el Polynesian a las diez de la mañana; me encontré con Jeanine y Dan en el parking de servicio de enfrente. Dan tenía un bote que había adquirido con mi Whuffie, me metí en él con Jeanine en el centro. Nos entretuvimos con viejas melodías de los Beatles en el estéreo todo el camino hasta Cabo Cañaveral. Nuestra lanzadera salía al mediodía.
El transbordador arribó cuatro horas más tarde, pero en el tiempo que pasamos descontaminándonos y orientándonos, se hizo la hora de cenar. Dan, casi tan pobre de Whuffie como Debra después de su confesión, a pesar de todo nos invitó a comer en la gran burbuja, retorcidos tubos con fuertes bebidas y pasta steaky; observamos como el universo se volvía más frío durante unos instantes.
Había un par de chicos improvisando, atados a una guitarra y a un conjunto de viento; no eran demasiado malos.
Jeanine estaba incómoda, colgando allí desnuda. Ella había ido al espacio con sus amigos después de que Dan hubiese abandonado la montaña, pero fue en una nave generacional de largo recorrido. La abandonó después de un año o dos, y cabeceó de vuelta a la Tierra en una vaina de soporte. Se acostumbraría a la vida en el espacio después de un tiempo. O no lo haría.
—Bien —dijo Dan.
—Sip —dije, imitando su toco lacónico. Sonrió.
—Es la hora.
Esferas de lágrimas salinas se formaron en los ojos de Jeanine. Las aparté, lanzándolas a la deriva en la burbuja. Había desarrollado algún tipo de verdadero sentimiento afectivo fraternal por ella desde que contemplé sus ojos completamente abiertos en el paseo que hicimos a través del Reino Mágico.
Sin romance, ¡no para mi, gracias! Pero sí camaradería y sentido de la responsabilidad.
—Nos vemos dentro de diez mil millones —dijo Dan, y se dirigió a la esclusa de aire. Empecé a seguir sus pasos, pero Jeanine me cogió de la mano.
—Odia las largas despedidas —dijo.
—Lo sé —contesté, y contemplé como partía.
El universo envejece. De modo que yo también. De modo que lo hace mi backup, esperando en una bodega de distribución al otro lado de la esfera, listo para el día en que el espacio, la edad, o la estupidez me maten. Se hace más y más desfasado con los años, y escribo mi vida a mano, una carta para el yo que seré cuando sea restaurado en un clon, en algún lugar, en algún momento. Es importante que quienquiera que sea entonces, sepa acerca de este año, y ya que va a tener un montón de preguntas para mí, que lo entienda correctamente.
Mientras tanto, estoy trabajando en una sinfonía, una con un poquito de “Fantasmas de la Sonrisa Torva”, una pizca de “Después de Todo Es un Mundo Pequeño” y especialmente, “Hay un Gran y Hermoso Mañana”.
Jeanine dice que es bastante buena, pero ¿qué sabrá ella? Apenas tiene cincuenta años.
Ambos tenemos mucha vida por delante antes de saber de qué va todo ésto.