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«Querido diario... el camino no fue tan fácil»

 

 

 

¡Jay, fuiste tú! Me parece mentira haberme dado cuenta tan tarde, después de los años transcurridos. Estoy sentada en la cama, con el ordenador portátil abierto sobre las piernas y, sin saber cómo, he recordado nuestra primera noche juntos. Sí, aquella noche en la que estuvimos hablando varias horas hasta que el cansancio nos venció y nos quedamos dormidos abrazados.

Recibí tu mejor discurso de tutor de Narcóticos Anónimos. Me explicaste cientos de cosas que yo desconocía sobre el proceso de recuperación, cómo la euforia inicial iba a dar paso al deseo de recaer de nuevo en el consumo de estupefacientes. Yo te dije que estaba convencida de que todo el mundo escondía un adicto en su interior: adicto al café, al alcohol, a las compras, al sexo, a las drogas o a cualquier otra cosa mucho menos nociva. Afirmé que lo llevábamos impreso en el ADN que conformaba nuestra persona. Tú me diste la razón, pero replicaste que en ese momento era cuando entraba en acción la voluntad humana para discernir lo que nos hacía felices de lo que no. Que yo era demasiado intensa para que un cúmulo de pastillas blancas aplacara esa necesidad de vivir que sentía, porque ahora que lo veo a distancia, era eso lo que me producían. Una calma, la sensación de que nada era realmente importante como para merecer la pena. ¿Cómo pudiste verlo sin apenas conocerme? ¿Cómo pudiste averiguarlo incluso antes que mi propia familia y amigos?

Te di las gracias por liberarme de las cadenas, como tú las llamabas, pero ahora creo que me hiciste comprender que yo no era aquella persona tras la que pretendía esconderme. En mí confluían dos personalidades opuestas y a las dos las odiaba con la misma fuerza. La joven de dieciséis años amante del rock y de las fiestas, la alocada e imprevisible, y la joven de veinticuatro que deseaba olvidar lo que un día fui y en lo que llegué a convertirme.

Sólo tú creaste a la chica cobarde, sólo tú creaste un nuevo ser y me hiciste ver que tenía la libertad para elegir. Una libertad que me había sido negada desde que llegué a este mundo.

¿Quién fue tu colaborador, Jay? ¿Malik, Penny, Lulah o Mara? Espero que no utilizaras a Joseph para robarme la medicación. ¿O es que todos lo sabían desde el principio? No lo sé y soy consciente de que nunca lo sabré.

De todas formas, gracias de nuevo. Gracias por creer en mí y, sobre todo, por hacer que yo creyera en mí misma otra vez. Y sí, te confesaré que he pasado muchos momentos en los que he pensado en acudir de nuevo al cómodo refugio de unas pastillas que calmen mi dolor.

Pero ¿sabes una cosa, Jay? Quiero seguir sintiendo dolor, porque si no lo hago, significa que te he perdido definitivamente. Y eso es algo que no haré nunca.