Los feligreses de la iglesia de Sixmile se daban la vuelta como si fuesen un grupo de marionetas cada vez que la puerta trasera se abría una vez habían empezado los oficios. Cuando Ballard entró, con el sombrero en mano, y cerró la puerta y se sentó solo en el banco del final, todos se volvieron, pero de forma más pausada. Entonces se produjo una oleada de suaves suspiros entre todos ellos. El pastor dejó de sermonear. Para justificar el silencio reinante se puso un vaso de agua de una jarra que había en el púlpito y se lo bebió y volvió a poner el vaso en su sitio y se secó la boca.
Hermanos, continuó, un parloteo bíblico para Ballard que leía los letreros de un tablón que había al fondo de la iglesia. El donativo de esta semana. El donativo de la semana pasada. Seis dólares y setenta y cuatro centavos. Aquí tienen las cifras según la asistencia.
Un pájaro carpintero martilleaba una tubería que había en el exterior y aquella sucesión de cabezas que figuraban en la lista se volvieron pidiendo silencio al pájaro. Ballard estaba resfriado y estornudó muy fuerte durante los oficios, pero nadie esperaba que parara aunque Dios en persona lo mirase con recelo, por lo que nadie lo miró.