Una buena mañana de mayo, Greer se puso a cavar un pozo ciego en la parte trasera de su casa. Mientras cavaba, Ballard, que llevaba una peluca horrorosa y falda, salió de detrás del cuarto de la bomba, levantó el rifle, amartilló el percutor en silencio, apretando poco a poco el gatillo y apuntando al objetivo como un cazador.
Cuando disparó, la pala ya había rebasado el hombro de Greer con un montón de suciedad. Un buen rato después de que el estruendo del rifle muriera en el abrigo de la montaña percibió el gong de la fatalidad repelida que sonaba encima de la cabeza del hombre, mientras éste permanecía allí congelado con la pala en alto, sobre la que había salpicado, formando una especie de medallón brillante, un pequeño trozo de plomo; el hombre se quedó mirando a lo que quiera que estuviese allí de pie maldiciéndose a sí mismo, mientras accionaba la palanca de montar del rifle; una aparición creada a partir de la nada y enviada a él con intenciones tan nefastas. Lanzó la pala por los aires y salió corriendo. Ballard le disparó atravesándole el cuerpo; éste se tambaleaba mientras intentaba caminar. Le volvió a disparar una vez más antes de que rodeara la esquina de la casa, pero no pudo precisar dónde le alcanzó. El que corría ahora era él; entretanto, maldecía sin parar y accionaba la palanca de montar del rifle, tomó la esquina de la casa, apenas a un paso detrás de él mientras daba la vuelta trazando surcos violentos en el barro; ahora llevaba el rifle en una mano con el pulgar doblado sobre el percutor y subía los escalones a saltos, como un desquiciado, en dirección a la puerta, a toda prisa.
Parecía algo en eclosión contra un muelle desatado o alguna charlotada desechada por cualquier montador de películas, se lo tragaba la puerta y lo volvía a repeler casi de forma simultánea, expulsado de espaldas por medio de una sacudida enorme y dando vueltas; un brazo salió volando en un gesto flexible peculiar mientras estallaba una diminuta nube de sangre; la ropa se rompió a jirones y el rifle repicaba mudo en los tablones del porche en medio del tumulto y Ballard, en el suelo, intentando incorporarse por todos los medios durante unos instantes antes de caer al jardín.
A pesar de que a Greer le habían atravesado el pecho, salió tambaleándose de la entrada con la pistola y bajó a examinar la cosa a la que había disparado. Al final de los escalones recogió lo que pareció ser una peluca y vio que toda ella estaba hecha a partir de la cabellera seca de un ser humano.