Ballard caminaba por la carretera cerca de la cumbre de la montaña cuando el sheriff detuvo el coche detrás de él. El sheriff le dijo que depositara el rifle en el suelo, pero Ballard ni se inmutó. Ballard estaba a un lado de la carretera mirando al frente, con el rifle en una mano y ni siquiera se volvió para ver quién le hablaba. El sheriff sacó el revólver por la ventanilla del coche y lo amartilló. Se pudo oír de forma muy clara en medio del frío el chasquido del percutor y el roce de la mano al pasar por la muesca del tambor.
Chico, será mejor que lo tires al suelo, le advirtió el sheriff.
Ballard apoyó la culata del rifle en la carretera y lo soltó. Cayó entre los arbustos que había en uno de los lados de la carretera.
Date la vuelta.
Ven hasta aquí.
No te muevas.
Entonces, venga hasta aquí.
Levanta las manos.
Si deja mi rifle ahí, me lo van a quitar.
Ya me encargaré yo de tu puto rifle.
El hombre que había detrás del escritorio se había juntado de manos como si fuera a rezar. Miró a Ballard a través de las yemas de los dedos.
Bueno, si no hizo algo malo, ¿qué estaba haciendo entre los arbustos para que no lo encontrase nadie?, le preguntó a Ballard.
Ya sé lo que te hacen, refunfuñó Ballard entre dientes, te meten en la cárcel y te sacuden el polvo.
¿Han maltratado alguna vez aquí a este hombre, sheriff?
Pregúntele a él.
Me han contado que insultó a Walker.
¿Lo hizo?
¿Qué miras ahí?
Simplemente estaba mirando.
Pues Walker no le va a explicar lo que debe decir.
Puede que me explique lo que no tengo que decir.
¿Es verdad que le pegó fuego a la casa de Waldrop?
No.
Vivía en esa casa cuando se quemó.
Eso… Yo no lo hice. Yo me largué de allí mucho antes de que eso ocurriera.
La habitación permanecía en silencio. Transcurrido un rato, el hombre que había detrás del escritorio bajó las manos y las cruzó sobre su regazo.
Señor Ballard, va a tener que buscarse otra forma de vivir u otro lugar en el mundo en el que cobijarse.