Durante la primavera o el buen tiempo, cuando la nieve se deshace en el bosque, las huellas del invierno vuelven a aparecer en esbeltos pedestales y la nieve revela en palimpsesto viejas correrías enterradas, luchas, escenas de muerte. Cuentos de invierno sacados a la luz de nuevo como si el tiempo hubiera vuelto atrás siguiendo sus pasos. Ballard atravesó el bosque pateando sus viejas huellas que cambiaban de dirección sobre la colina hacia la que un día había sido su casa. Viejas idas y venidas. Las huellas de un zorro alzadas a partir de la entalladura de la nieve a modo de pequeñas setas y bayas donde los pájaros habían descargado cagarrutas carmesíes sobre la nieve como si de sangre se tratara.
Cuando alcanzó la vista apoyó el rifle sobre las rocas y observó la casa que había abajo. No salía humo de la chimenea. Ballard se quedó mirando con los brazos cruzados. Un día gris y gélido junto con toda la nieve derritiéndose cesó de brotar y de manar. Ballard vio los primeros copos caer a modo de cenizas sobre el valle.
¿Dónde estás, so cabrón?, gritó.
Dos copos diminutos de nieve se posaron y perecieron sobre los brazos cruzados de su abrigo. Se quedó observando hasta que la silenciosa casa se tornó borrosa debajo de él mientras caía la nieve gris. Poco después volvió a recoger el rifle y cruzó la cresta hacia donde pudiera ver la carretera. Nadie subía o bajaba. La nieve caía ya de tal manera que no era posible ver el valle para nada. Una bandada de pequeños pájaros salió de la nieve y atravesó de nuevo el silencio como si fueran hojas conducidas por el viento. Ballard se agachó sobre los talones con el rifle entre las rodillas. Le dijo a la nieve que cayera más rápido y lo hizo.