El tiempo no cambió. Ballard se fue a vagar por la montaña atravesando la nieve hasta que llegó a su antiguo hogar y se quedó mirando la casa. La casa tiene un nuevo inquilino. Se acercó por la noche, se ocultó en el banco y lo observó a través de la ventana de la cocina. También lo observó desde la parte más alta de la cabaña donde está el pozo y desde donde pudo divisar la habitación delantera, en la que Greer estaba sentado junto a la estufa misma de Ballard con los pies levantados. Greer llevaba gafas y leía algo parecido a catálogos de semillas. Ballard se apoyó el rifle sobre el pecho prediciendo lo que pasaría. Rozó con el dedo la curvatura del gatillo.
¡Pum!, exclamó.