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Antes de sentarse y abrir el ordenador para revisar los artículos de Elijah Shapiro que Moisés Stein, el director del Israel Digital Star, había quedado en enviarle, llamó a Ari.

—¿Sarah? ¿Eres tú? —preguntó el camarero tras reconocer su número de teléfono—. ¿Qué pasó anoche? Estuve esperándote más de dos horas en el bar Oriental del hotel King David.

Shalom! Ari, lamento lo de anoche, pero me quedé dormida cuando regresé a casa para arreglarme. Tendremos que posponer nuestra cita para otra ocasión. Hoy no tengo ni un momento libre. Si estás conforme, paso mañana por la cafetería y charlamos.

—Mañana la cafetería está cerrada. Es sabbat.

—¡Oh, claro, es sábado! ¡Tengo tanto trabajo que a veces hasta me olvido del sabbat! —exclamó la inspectora.

—¿Trabajas el sábado? —preguntó Ari.

¿Se trataba de un reproche? Por un momento temió que el joven fuera a enumerarle las treinta y nueve categorías de actividades y las derivadas de estas que estaban prohibidas en sabbat, algo que entraba en contradicción con su aspecto de semental. Pero como solía decirse, las apariencias engañaban a menudo.

—La policía no descansa jamás, porque tampoco lo hacen los delincuentes. Alguien tiene que velar por la seguridad y el descanso de los ciudadanos —dijo con el propósito de tantear las creencias religiosas de su interlocutor.

—Comprendo. Había pensado acercarme a Tel Aviv. Ya sabes… Jerusalén para rezar, Haifa para trabajar y Tel Aviv para divertirse. De vez en cuando me gusta comer contemplando el mar. Han pronosticado que mañana las temperaturas serán inusualmente altas en la costa. Podrías acompañarme —se descolgó el camarero.

Que Ari hablara como el perfecto semental y no como un hombre piadoso le produjo cierto alivio. También le congratuló que tomara por fin la iniciativa, pues demostraba que su interés hacia ella iba en serio. ¿Qué debía hacer?, se preguntó. Viajar con Ari a Tel Aviv suponía romper todas y cada una de las reglas que regían su vida en materia sentimental. Suponía correr el riesgo de implicarse en la relación más de la cuenta. ¿Acaso mostrarse tan temerosa no era un signo de su debilidad, de falta de confianza en sí misma? ¿Por qué no podía permitirse un momento de debilidad sentimental? Por otro lado, se sentía tan halagada como atraída sexualmente por el cuerpo del joven. Además, hacía tiempo que no visitaba Tel Aviv y a ella también le gustaba contemplar el mar, que tanto le recordaba al Mediterráneo de su Algeciras natal.

—Bueno, Ari, tal vez pueda tomarme la tarde libre. Trabajaré hasta las doce…

—¿Dónde quieres que te recoja? —preguntó Ari sin ocultar su entusiasmo.

—Vivo cerca de la Ben Yehuda. Podemos encontrarnos en la puerta de la cafetería donde trabajas. A las doce en punto.

—Hasta mañana entonces.

Elijah Shapiro había entrevistado el 1 de septiembre a Aicha Uazir —así se llamaba la muchacha lapidada en Beit Orot—, después de que la joven, de veintiocho años recién cumplidos, hiciera pública su «apostasía» del islam y su posterior adscripción al movimiento Arabs for Israel. Este había sido creado por Nonie Darwish, hija del teniente general del ejército egipcio Mustafá Hafez, quien en 1951 fundó una unidad de fedayines palestinos con el objetivo de lanzar ataques terroristas contra Israel que se cobraron la vida de cuatrocientos israelíes. En julio de 1956, el general Hafez fue ejecutado, convirtiéndose así en el primer objetivo antiterrorista del ejército de Israel y en el primer mártir de la causa palestina. Su hija Nonie, en contra de lo que podía esperarse, acabó abjurando del islam, se convirtió al cristianismo en 1978 y posteriormente fundó la organización Arabs for Israel, que defendía la existencia de un estado judío en Palestina.

A tenor de la entrevista que Shapiro le había realizado a Aicha Uazir, la vida de la joven tenía ciertos paralelismos con la de su líder. La familia Uazir había sido eliminada de manera selectiva por el ejército de Israel, y también como Nonie Darwish, a pesar de esa circunstancia, desconfiaba de los principios culturales de su propio pueblo, el palestino, y del islam en general, del que había apostatado. No obstante, había un aspecto en la biografía de ambas mujeres que no coincidía: Aicha Uazir había sido obligada a casarse a los dieciséis años con un hombre quince años mayor que ella, quien murió en la operación militar que acabó con su familia al completo. Es decir, era viuda a pesar de su juventud, y había rechazado recibir protección policial pese a haber recibido numerosas amenazas de grupos armados palestinos, que la consideraban una traidora.

La primera pregunta que Shapiro le había formulado a la joven Aicha Uazir tenía que ver precisamente con unas manifestaciones efectuadas por la líder del movimiento Arabs for Israel.

Pregunta: Según Nonie Darwish, bajo la ley islámica (o sharía), los castigos incluyen azotes, lapidación, decapitación y amputación de miembros. Abandonar el islam está penado con la muerte. Y si un país musulmán falla a la hora de matar a un apóstata, su muerte está garantizada a manos de las turbas callejeras. Eso hace que el islam, más que una religión, sea una forma de vida, con un sistema legal elaborado para eliminarte si lo abandonas. ¿No siente miedo ante la posibilidad de que le sea aplicada la sharía? ¿Por qué ha rechazado la protección policial que le ha sido ofrecida?

Respuesta: Nonie Darwish y otras muchas compañeras abandonaron el islam y siguen vivas. Aunque es cierto que no residen en Israel, con todo lo que eso implica. No, no tengo miedo. O mejor dicho, dejé de sentir miedo cuando apostaté del islam. Fui educada en el odio a los judíos, en la necesidad de exterminarlos, de arrojarlos al mar. El Corán ve con buenos ojos la muerte de los infieles (2:191), a los que en todo caso hay que combatir y tratar duramente (9:123). Esa clase de ideas sí me daban, y me siguen dando, miedo. En muchos países musulmanes, odiar Israel es la forma de ocultar numerosos problemas de toda índole; por ejemplo la situación de la mujer, que vive sometida al hombre y que según el Corán es inferior a él, de ahí que el esposo tenga derecho a golpearla si es desobediente (4:34). Lo que nos conduce directamente al asunto de los malos tratos, la falta de libertad, la incultura generalizada, la incompetencia de los gobiernos corruptos, la poligamia, el trato a los homosexuales, que están obligados a elegir entre religión o sexualidad… Si para luchar contra estas ideas necesito protección policial, entonces es lo mismo que darles la razón a quienes las ponen en práctica.

Pregunta: Pero su familia fue víctima de los asesinatos selectivos del ejército hebreo. Usted tiene más motivos que nadie para odiar a los judíos.

Respuesta: Los odié durante un tiempo, hasta que comprendí que en Oriente Próximo Israel no es el problema, sino la solución a los conflictos de la región; al menos debería serlo. Como ha señalado nuestra líder Nonie Darwish en numerosas ocasiones, uno de los inconvenientes esenciales de nuestras sociedades radica en el concepto que los musulmanes tienen de la envidia. Envidian el progreso, la democracia, la libertad religiosa, la independencia de las mujeres, que en algunos países islámicos ni siquiera pueden conducir un coche o asistir a la escuela; pero a diferencia de otras confesiones religiosas, para los musulmanes la envidia no es un pecado. En el islam, la envidia es vista como un insulto hacia la persona por la que se siente envidia; es decir, en el islam el pecador no es el envidioso, sino el envidiado. Los islamistas están ciegos por la envidia y no alcanzan a comprender el éxito de Israel. Yo misma viví una larga temporada cegada por esta envidia perniciosa, y no fue hasta que conocí los postulados de Nonie Darwish cuando comprendí que, al contrario de lo que ocurre con los países musulmanes, Israel busca la excelencia y su éxito está basado en la autodisciplina y la educación como formas de mejorar la vida de las personas, de los ciudadanos.

Pregunta: ¿No le parece que su visión es un tanto maniquea?

Respuesta: ¿Maniquea? Aunque lo fuera no le restaría valor. Le daré unos cuantos datos para que entienda a qué me estoy refiriendo. Hay mil cuatrocientos millones de musulmanes en el mundo por tan solo trece o catorce millones de judíos. ¿Sabe cuántos premios Nobel ha generado la cultura musulmana? Siete u ocho; tal vez nueve en total. En cambio, el número de judíos o descendientes de judíos que han sido galardonados con esta distinción asciende a unos ciento setenta. Eso significa que más del 20 por ciento de los premios Nobel han recaído en judíos, mientras que los musulmanes suponen el 20 por ciento de la población mundial y no han logrado siquiera una decena.

»Un territorio tan pequeño como el de Israel cuenta con 3.500 empresas de alta tecnología. Israel es el tercer país del mundo con un mayor número de empresas NASDAQ, la Bolsa electrónica. Es el segundo destino de los fondos de capital de riesgo. Ni que decir tiene que muchos de los inversores de estos fondos son árabes contrarios a la existencia del Estado de Israel; una más de las contradicciones que adornan las relaciones entre árabes e israelíes. Además, Israel presenta el índice de patentes per cápita mayor del mundo, y publica más artículos científicos que ninguna otra nación, 109 por cada 10.000 habitantes. El doce por ciento de sus trabajadores tienen un doctorado universitario, cifra sorprendentemente alta. Si viaja por el desierto, comprobará que ha sido transformado en un vergel donde, por ejemplo, uno puede encontrar naranjas sin pepitas o palmeras enanas que producen diez veces más dátiles que las comunes. A eso me refiero cuando afirmo que Israel, y por extensión todos los judíos del mundo, buscan la excelencia.

Pregunta: ¿Cree entonces que los judíos son más inteligentes que quienes practican la religión islámica?

Respuesta: Reconocerá que su pregunta está cargada de mala intención. En absoluto. Lo que afirmo es que a los musulmanes se les enseña desde pequeños que todos los males y calamidades que asolan sus vidas son obra de los judíos y, por extensión, de Occidente, cuando los verdaderos responsables son quienes los gobiernan, sátrapas en su gran mayoría, que propician y favorecen que sigan viviendo en la ignorancia, de espaldas a cualquier avance que pueda poner en peligro los privilegios de las clases dominantes. Si en los países musulmanes no hay más premios Nobel es por culpa de sus gobernantes y el uso que estos hacen de la religión, y no por una cuestión de capacidad o inteligencia. Hay un detalle que todo el mundo pasa por alto y que resulta crucial para entender la situación. Islam significa literalmente «sometimiento». Partiendo de esta premisa, es comprensible que la religión sea el primer instrumento que los gobernantes de los estados musulmanes emplean para sojuzgar a sus respectivos pueblos. La radicalidad religiosa no se encuentra en la circunstancia de que una comunidad profese una determinada creencia, sino en el hecho de que la política y la vida civil estén sometidas a ella. ¿En qué país árabe o musulmán está implantada una verdadera sociedad del conocimiento? Dígame uno. Tal vez usted lo conozca. ¿Siria, Irán, Irak, Jordania, Afganistán, Arabia Saudí? Los árabes, y por extensión los países musulmanes, todavía no han comprendido que el arma más poderosa de todas es el conocimiento, muy por encima del odio. Sin embargo, prefieren seguir odiando, darle la espalda al progreso…

Pregunta: ¿Cuál es la solución desde su punto de vista? ¿Cómo podrían los países musulmanes revertir esta situación?

Respuesta: Partiendo del hecho incuestionable de que la religión islámica tiene un enorme peso sobre la mayoría de los países donde se practica, la solución debería pasar por acometer una reforma religiosa desde dentro. Una reforma del islam. Algo que, a día de hoy, resulta muy difícil. Hace siglos, Europa sufrió el mismo problema, pero el Humanismo primero y la Ilustración más tarde se encargaron de separar religión y Estado. Entre Jesucristo y Mahoma median seis siglos, que en mi opinión son los que el islam lleva de retraso.

Pregunta: Habla de la necesidad de reformar el islam, pero ¿qué me puede decir del sionismo, no habría también que revisarlo?

Respuesta: Básicamente habría que olvidarse de él, rechazarlo como fórmula de futuro, pues el sionismo es igualmente discriminatorio y racista. Israel se equivocaría si sigue profundizando esa vía. Se trata de un callejón sin salida.

Pregunta: ¿Qué opina de la política de Israel para con los palestinos? ¿Le parece que se está haciendo todo lo posible por solucionar el conflicto entre ambas comunidades?

Respuesta: Es evidente que no. Si algo se le puede reprochar a Israel es que no haya sabido tutelar el desarrollo del pueblo palestino. Israel anhela la excelencia, pero eso no significa que la haya alcanzado. Ciento setenta premios Nobel no convierten una sociedad en justa. Israel debe ser un padre para Palestina, un padre que enseñe y eduque a su hijo y lo libere cuando este haya alcanzado la mayoría de edad y esté en disposición de gobernar su propio futuro. Antes ha de velar porque ese hijo no vaya con malas compañías, Hamás por ejemplo. Pero nada de eso se ha logrado. La política de Israel para con los palestinos es torpe y obtusa, y carece de comprensión y de generosidad. En mi opinión, parte del problema del conflicto árabe-israelí está en el hecho de que son hombres quienes llevan siempre la voz cantante en las negociaciones de paz. Dada la actual situación de radicalidad de las dos partes, creo que la solución al conflicto árabe-israelí pasa porque sean las mujeres las que tomen la batuta. Es hora de un cambio.

Pregunta: ¿Por qué cree que las mujeres están en mejor disposición que los hombres para cambiar las cosas?

Respuesta: Porque son nuestros hijos, los de los dos bandos, los que mueren. Porque nosotras les damos la vida.

Pregunta: También son hijos de sus padres.

Respuesta: Sí, lo son, sin duda, pero nuestros hombres son demasiado orgullosos, creen que la tierra no se puede compartir, ni el agua, ni la simiente de los campos o las frutas de los árboles. Los hombres no están dispuestos a ceder, y la solución pasa precisamente por conceder, por renunciar.

Pregunta: En 1946, antes de la creación del Estado de Israel, Palestina había adoptado el sufragio femenino. Sin embargo, una vez Israel se convirtió en la fuerza dominante en la zona, las mujeres se negaron a utilizarlo. Da la impresión de que la mujer palestina ha tenido también su momento de gloria, si me permite emplear esa expresión.

Respuesta: Sí, así es, pero se trata de una gota de agua en el océano. El sufragio femenino es imprescindible en una sociedad avanzada y democrática, sin duda, pero también lo es que las mujeres palestinas gocen de una verdadera igualdad y no sufran malos tratos. Una cuarta parte de las palestinas ha padecido algún tipo de abuso por lo menos una vez en su vida. Y no solo de sus maridos, también de sus padres y hermanos. No hay cifras oficiales, ya que las mujeres golpeadas por sus maridos, padres o hermanos no denuncian las agresiones. Asumen sus padecimientos como «derechos del hombre», así que ni siquiera se sienten víctimas. ¿Sabía que el 60 por ciento de los varones palestinos está de acuerdo en que el marido violento no es el único responsable de su comportamiento? Según estos, si la mujer maltratada conociera sus límites y cómo evitar al marido, este no la maltrataría. ¿Qué sociedad que quiera avanzar puede aceptar esta clase de mentalidad? Le daré otro dato que pone de manifiesto el grado de desigualdad de la sociedad palestina: la familia de un terrorista suicida varón recibe un estipendio mensual de cuatrocientos dólares, mientras que si se trata de una mujer suicida, la cantidad se reduce a doscientos dólares. Por no mencionar que existe una manifiesta desigualdad con respecto a las mujeres que quieren trabajar o convertirse en empresarias en cuanto a los derechos sobre la propiedad y la herencia, el acceso al crédito y la responsabilidad penal. Los jueces palestinos son en realidad autoridades islámicas, de modo que, en la mayoría de los casos, no reconocen los derechos civiles básicos de las mujeres. De manera que la reforma de la que antes hablé habrá de implementar leyes civiles que estén por encima de la ley islámica.

Pregunta: ¿Qué opina de las mujeres musulmanas que critican su postura y aseguran que el Corán garantiza la igualdad entre hombres y mujeres?

Respuesta: Que mienten. El Corán (4:34), reza: «Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres porque Alá los ha hecho superiores a ellas». En otro pasaje (2:223) se dice: «Vuestras mujeres son vuestro campo de cultivo; id, pues, a vuestro campo de cultivo como queráis». Sin olvidar este otro: «Las mujeres virtuosas son las verdaderamente devotas, que guardan la intimidad que Alá ha ordenado que se guarde. Pero aquellas cuya animadversión temáis, amonestadlas, y luego dejadlas solas en el lecho; por último, pegadles». Eso dice el Corán. Pero si quiere más ejemplos de la igualdad entre sexos y el respeto de los hombres hacia sus mujeres, aquí enumero unos cuantos proverbios y dichos muy extendidos en el mundo árabe: «La mujer es una vergüenza, si sale de casa se apodera de ella el demonio, y se encuentra más próxima a Dios cuando está metida en el fondo de su casa», o «La mayor parte de la población del infierno está compuesta por mujeres». O esta otra: «No conocerán el éxito aquellos que confían su destino a una mujer». Es obvio que no todos los hombres de nuestros países piensan así, pero desgraciadamente quienes sí lo hacen son precisamente aquellos que detentan el poder religioso y político.

Pregunta: ¿Es partidaria de un Estado o de dos?

Respuesta: Lo ideal sería un solo Estado laico donde judíos, árabes y cristianos pudieran vivir en convivencia en el marco de una democracia parlamentaria que garantice los mismos derechos para todos los ciudadanos. Pero a día de hoy, la idea de un solo Estado no es más que una utopía. El odio entre ambas comunidades ha erosionado el terreno, ha creado un valle demasiado profundo, infranqueable. De modo que el final de esta historia será la creación de dos países independientes, tal y como dictaminó la ONU en su día.

Pregunta: ¿Es cierto que, como Nonie Darwish, la líder del movimiento Arabs For Israel al que usted pertenece, se ha convertido al cristianismo?

Respuesta: No, no lo es. Yo no he cambiado el islam por el cristianismo. Simplemente, he dejado de creer en Dios, o mejor dicho, nunca he creído en él, aunque crecí en la obligación de temerlo. Para mí, Dios es el máximo exponente de la superstición humana y, en consecuencia, no existe. El Dios que nos presentan las grandes religiones monoteístas del mundo se parece más a un justiciero que actúa empleando la coacción y la amenaza, por lo que se ha de colegir que son los hombres los que se esconden detrás de su figura. Mahoma era ante todo un guerrero que tuvo la habilidad y la fuerza de transformar unos postulados políticos en una religión. Una religión que, como todas, fue impuesta por la fuerza, a base de conquista. En ese sentido, todas las religiones son imperialistas.

Pregunta: ¿Qué planes tiene para el futuro?

Respuesta: Me gustaría inscribirme en el Consejo Central de Ex Musulmanes, fundado en Alemania en 2007, que cuenta con sedes en Reino Unido, Holanda y Escandinavia. El consejo fue instituido por treinta ex musulmanes entre los que se encuentran Mina Ahadi, condenada a muerte en Irán, o la escritora Arzu Toker. Mi intención es que el movimiento abra una sede aquí en Jerusalén, de la que yo sería responsable. Dios ha muerto y me gustaría poder explicarles a los musulmanes de esta tierra que ha llegado el momento de que cada uno asuma la responsabilidad de su propia vida.

Pregunta: Antes de terminar, ¿quiere añadir algo más?

Respuesta: Como declaró Arzu Toker, vicepresidenta del Consejo Central de Ex Musulmanes: «Me declaro fuera del islam porque es misógino y convierte a las mujeres en objetos y a los hombres en enloquecidas máquinas de matar». Mi deseo es que todos los hombres y mujeres del mundo que profesan la religión musulmana suscriban este mensaje algún día.

Hacía cuatro o cinco meses la joven Aicha Uazir había gozado de cierto protagonismo en los medios de comunicación israelíes, de ahí que a la inspectora le sonara tanto su rostro. Había visto su fotografía en algunos periódicos locales y nacionales. Hacer pública su apostasía del islam había reabierto un viejo debate en la sociedad hebrea: el de los palestinos que querían seguir siendo gobernados por los israelíes, que no confiaban en su clase política, salpicada por la corrupción, y repudiaban el modelo de vida musulmana, que consideraban más propio de la Edad Media que de una sociedad comprometida con el progreso y la libertad. Eran más de los que cabía pensar los palestinos que tenían del mundo una visión más amplia y abierta. Incluso existían estadísticas que corroboraban la presencia de un buen número de palestinos contrarios a la creación de un Estado palestino independiente por temor a la influencia que la República Islámica de Irán pudiera ejercer sobre el mismo, tal y como había ocurrido en Gaza con Hamás. Obviamente, estos palestinos no se significaban por temor a posibles represalias.

Tras repasar el texto una segunda vez, la inspectora imaginó que la relación entre Elijah Shapiro y Aicha Uazir había comenzado a raíz de aquella entrevista publicada en el Israel Digital Star. No obstante, ambos personajes parecían habitar mundos completamente distintos desde el punto de vista ideológico. Shapiro era un periodista de la izquierda más combativa, por decirlo así, que criticaba abiertamente el trato que el Estado de Israel dispensaba a los palestinos, ya fueran residentes en el territorio nacional o en los Territorios Ocupados. El periodista era un acérrimo defensor de la retirada judía de Judea y Samaria, y también de Gaza, así como del abandono de la política de asentamientos. Por el contrario, la joven Uazir defendía la supremacía de Israel en la zona, a pesar de pertenecer a una de las familias palestinas más hostiles contra el Estado de Israel. En cierto sentido, ambos habían traicionado a sus respectivos pueblos por «aliarse» con el enemigo, con la parte contraria. El judío que defendía a los palestinos y la palestina que era partidaria de los judíos: el mundo al revés. ¿Qué podían haber visto el uno en el otro?, se preguntó la inspectora. Claro que esa era la primera de una larga lista de preguntas que por ahora no tenían respuesta. ¿Por qué y quién había lapidado a Aicha Uazir? ¿Quién y por qué había apuñalado al periodista del Israel Digital Star? Entre ambos crímenes habían transcurrido unas pocas horas. ¿Ambos asesinatos tenían el mismo móvil? ¿Se trataba de una casualidad? ¿Había sido lapidada Aicha Uazir a manos de un grupo de radicales islámicos por haber hecho pública su apostasía del islam? ¿Había sido Elijah Shapiro asesinado por su investigación de las organizaciones israelíes que se dedicaban al tráfico ilegal de órganos humanos? ¿Por qué Shapiro acumulaba en la habitación del hotel Hashimi numerosos artículos de la organización Neturei Karta, contraria al Estado de Israel y favorable a que los judíos vivieran sometidos a la Autoridad Palestina y no al contrario? ¿No aseguraba Moisés Stein que estaba investigando el tráfico de órganos en Israel? ¿Se trataba de pruebas falsas, como indicaba el hecho de que en los recortes de prensa hallados en el hotel Hashimi no hubiera huellas? En algunas de las respuestas a estas preguntas tenía que encontrarse el elemento de yuxtaposición que explicara el caso en su conjunto.