Prólogo

 

 

 

 

¿Os acordáis de Alexandra? O mejor dicho… ¿de Alex y de Sandra?

Pobrecitas, lo están pasando muy mal. ¿Lo recordáis?

 

 

Alex conoció a Rubén en una noche de fiesta. Una despedida de soltero, más bien. La de Javi, el amigo de Rubén. Alex no estaba invitada, sino que fue ella quien la organizó, ¿recordáis?

Alex es organizadora de eventos en Congrats, la empresa que ella creó y fundó después de abandonar, para desgracia de su difunto padre, su carrera como abogada.

La muerte del padre de Alex fue un tanto… triste. Todas lo son, obviamente, pero si mueres solo, olvidado por tus amigos y casi abandonado por tu mujer, el fallecimiento se hace todavía más triste. Además si le añadimos el deterioro físico y mental del pobre hombre, qué os voy a contar. La pobre chica se lo tuvo que tragar sola. Digo tragar por aquello de que fue ella quien lo cuidó como si fuera su enfermera particular hasta el último momento, y digo pobre solo por lo desagradable que fue hacerlo, no por su economía. Gracias a Dios, o en este caso a su padre, Alex siempre ha tenido lo que ha querido. Hablo de lo material. Su padre era un hombre muy importante y con mucho prestigio, además de dinero. Él si era abogado, pero no uno cualquiera, era el mejor. Era un Armengol, como le encantaba decir, y aunque era capaz de solucionar todos los problemas de sus clientes y mantener sus relaciones sociales con la jet-set, era incapaz de solucionar sus propios problemas familiares y mantener una buena relación con su propia hija. Sí, sí, con Alex, su hija. La misma a la que después, en su decadencia, le tocó cuidar de él. La misma a la que se empeñaba en llamar Alexandra, y la misma que renunció a ese nombre, como si estuviera renunciando a él, a su padre.

Pues fruto de ese carácter rebelde, y al parecer con causa, Alex creó su empresa y empezó a dedicarse a organizar eventos tipo fiestas de universitarios, inauguraciones, despedidas de solteros, etc. Y como he dicho antes, así fue como conoció a Rubén.

Rubén es un tío apuesto, alto, guapo, inteligente, maduro, responsable, ambicioso y luchador, pero si hay un adjetivo en el mundo que lo describa mejor que ningún otro, ese es autosuficiente. El tío es autosuficiente no, lo siguiente.

A él le gusta hacer las cosas bien y le cuesta muchísimo delegar. Le cuesta fiarse de que otras personas vayan a hacerlo mejor que él, por eso es tan estricto. Tan exigente. Rubén se lo tuvo que trabajar todo él. Viene de una familia humilde en la que no sobraba el dinero precisamente, y si ha querido estudiar se lo ha tenido que costear él a base de esfuerzo y horas extras en el trabajo.

Actualmente ha conseguido todo lo que se ha propuesto en el terreno profesional. Acabó su carrera de ingeniero en telecomunicaciones, hizo varios masters, obtuvo un título MBA, empezó a trabajar como consultor en una consultora de tecnologías de la información y ascendió varios puestos hasta ser el responsable de un proyecto a escala internacional.

Entonces ¿cuál es el problema? Que Alex es todo lo contrario. Ella es despistada, despreocupada, distraída, olvidadiza. Ella, a diferencia de Rubén, lo ha tenido siempre todo (lo material, claro), nunca ha tenido que trabajarse lo que necesitaba. Incluso la empresa que montó, lo hizo con el dinero de su padre, y aunque actualmente ha querido renegar de él, la verdad es que Alex no está consiguiendo que Congrats salga a flote.

Pero antes de entrar en detalles os recordaré que se conocieron en persona por uno de los despistes de Alex, se olvidó de apuntar varios datos de los invitados a la despedida, para poder llevarla a cabo. Así que a última hora, deprisa y corriendo, lo tuvo que arreglar.

Y se conocieron y se cayeron fatal.

Rubén y Alex son diferentes hasta para vestir. Él es elegante, ella desenfadada. Él es clásico, ella alternativa. Él es pulcro y cuida los detalles, ella va desaliñada y ni siquiera se suele peinar.

Pero por suerte Alex es muy guapa. Así que siempre llama la atención, y no por la vestimenta que lleve. Es morena de ojos grandes y oscuros. Tiene una mirada penetrante y unas pestañas curvadas como las ondas de su pelo. Tiene un corte a lo chicazo que la hace parecer aún más jovencita. Alex tiene veinticinco años. Tenía veintitrés cuando conoció a Rubén, y es que después de aquella desastrosa despedida de soltero, Alex y Rubén se volvieron a ver. Lo hicieron  el día en el que Alex se enteró que Rubén era cliente de su padre. Lo hicieron el día en el que Alex se iba a enterar que su padre se estaba muriendo. Lo hicieron el día en que se acostaron por primera vez. En casa de Rubén. Tuvieron sexo puro y duro, aunque ambos ya estaban enamorados.

Después murió el padre de Alex, tras todo aquello que no hace falta volver a detallar de nuevo, y ellos se reencontraron en el entierro. Rubén se convirtió en un apoyo indispensable para Alex. Él era su mitad, y no porque fuera su media naranja, no (ya que si fueran esa fruta, uno sería una naranja de Valencia y el otro lo sería de la China), era su mitad porque era el yin de su yang o el yang de su yin, no importa, el caso es que se complementaban.

Y lo hicieron muy bien durante dos años. Lo hicieron bien mientras él se encargó siempre de todo y ella, también como siempre, se dejaba cuidar. Pero lo hacía con la rebeldía que la caracterizaba, queriendo asumir responsabilidades que ella misma después no podía cumplir. Y entonces le falló. Y no porque no lo quisiera o porque no estuviera enamoradísima de Rubén. Le falló porque ella era así: despistada. Siempre lo había sido y él siempre tuvo razón: «si quieres algo, hazlo tú mismo», y él ese día quería internet. Lo necesitaba. Y ella le falló. No pagó aquella factura que solo fue la gota que colmó el vaso, y el día de «la reunión» con el equipo del proyecto internacional que él lideraba, no se pudo conectar.

Así que Rubén dejó a Alex, o mejor, a Alexandra, porque así la llamaba cuando se enfadaba con ella. La dejó con un vacío en el alma y una depresión que le duró aproximadamente dos meses, cuando conoció a otra persona.

 

 

Y de Sandra ¿os acordáis? Empiezo por la historia de su nombre.

Ella también se llama Alexandra, ya que fue ese el nombre que eligió su madre el día que la adoptaron. Sí, sí, Sandra es una niña adoptada que adoraba a su padre mucho más que a su madre. O quizá era al revés: adoraba a su madre hasta que ésta decidió dejar de adorarla a ella. Y ese fue el día en el que la mujer descubrió que, de los dos, no era ella quien no podía quedarse embarazada sino que el estéril era él, el padre de Sandra. Enterarse de aquello le debió suponer un trauma, ya que a partir de aquel entonces ella cambió su relación con los dos: con su marido y con su hija. Con él se volvió una mujer borde y una amargada, mientras que para Sandra simplemente pasó a ser una madre despreocupada y arisca que apenas le demostraba su cariño. Así que por ese motivo su padre se volvió indispensable para ella. Él era lo que más quería en el mundo y, además de incondicional, era un amor totalmente recíproco. Su padre era quien la llamaba Sandrita desde pequeña, por eso, el día en el que él murió a causa de un infarto, producto de una fuerte discusión con su mujer, Sandra decidió que quería llamarse así en honor a él y empezó a no soportar oír su nombre completo, el que le había decidido poner su madre adoptiva antes de dejar de comportarse como tal.  

Y bien, esta misma historia, aunque de forma menos resumida, fue la que Sandra, totalmente borracha, le contó a uno de los camareros de la discoteca en la que estaba la noche en la que celebraba su graduación. Pero no era un camarero cualquiera, no, era Samuel.

¿Y quién es Samuel? Es un rubio de mirada angelical y de andares cansados, que tiene totalmente enamorada a la sosa de Sandrita.

Digo sosa porque eso es lo que es. Pese a ser una chica tremendamente atractiva, melena rubia y larga, ojos azules como el mar, cinturita de avispa y piernas largas, Sandra es una estudiante a la que no le gusta salir a bailar. No le gustan las fiestas, ni tiene excesivos amigos. Es extremadamente madura, responsable, trabajadora, ambiciosa (¿os recuerda en algo a Rubén? Sí, sí, el ex de la despistada de Alex).

Sandra tenía veintitrés años cuando se graduó en Relaciones Laborales pese a no tener don de gentes,  y como bien he dicho antes, para celebrarlo, decidieron salir a bailar y a beber a una discoteca de moda. Como a ella lo de bailar no se le daba bien, optó por la segunda opción: la de beber, así que se acercó al camarero de la barra y le pidió un Malibú con piña. —Doble—matizó Sandra, y Samuel, el camarero, se cachondeó de ella por primera vez.

Como digo, aquella noche Sandra acabó tan borracha que a la mañana siguiente no despertó sola en su habitación. Con ella había dormido (y mucho más que eso) Samuel, el camarero del que a esas horas ella ya no recordaba nada.

Obviamente cuando despertó, Sor Sandra, que era como la llamaban sus escasos amigos, por aquello de que era tan buena y recatada que parecía una monjita, entró en cólera y echó a Samuel de su casa de muy malas maneras. Lo trató tan mal que cuando recapacitó no le quedó otra que ir en su busca para disculparse. Y vaya si se disculpó. Aquella misma noche volvieron a repetir lujuria, pero con la diferencia de que ella aquella vez no estaba borracha.

La historia de Sandra y Samuel fue complicada porque parecían proceder de mundos distintos. Pese a que él proviene de una familia muy acomodada económicamente, nunca se consideró un niño feliz. Nunca le faltó de nada pero siempre se había quejado de no tener lo esencial, el amor de su familia, el calor de un hogar. Fue por ese motivo por el que Samuel, cansado de viajar tanto y no poder establecer buenas amistades en ningún sitio, decidió matricularse en un internado ibicenco con muy buena reputación del cual, además de salir con varias matrículas de honor y muy bien preparados para la universidad, salían experimentados y profesionalizados en todo tipo de fiestas, orgías y drogas varias.

Pero a Samuel todo aquello se le había ido de las manos. Era demasiado joven y no tenía la supervisión de nadie que realmente se interesase por él, así que para cuando su familia se enteró de su adicción, no quedaba otra que ingresarlo en un centro de rehabilitación.

Y se rehabilitó, y salió tomando decisiones. Entendió que no era sólo de las drogas de lo que se tenía que desvincular, así que renegó de su apellido, abandonó la universidad y renunció a todo lo material que le había dado su familia, para empezar a vivir sin lujos y sin más ambición que la de ser feliz en otra ciudad: de camarero en Barcelona.

Pero todo eso para Sandra era una barbaridad. Ella no concibe la vida sin aspiraciones profesionales, sin ganas de superarse a uno mismo, de ser mejor. Y es que por lo visto para ella, lo de ser mejor se mide solo con la vara de la profesionalidad. Porque ella es así, es una chica cargada de prejuicios enamorada de un chico que no encaja en las expectativas que ella tiene para  su futuro. Y que pese a haberlo intentado, pese a haber considerado que juntos pueden aportarse todo lo que al otro le falta para poder ser feliz, y haberlo hecho durante más de dos años, un día simplemente pasó: ella necesitó más de Samuel y se lo reclamó. Y lo hizo justo el día en el que ella, como responsable del departamento de recursos humanos de su empresa, entrevistó a un candidato para una vacante que ofertaban. Un candidato inteligente, maduro, responsable, ambicioso y luchador. ¿Sabéis de quien os hablo?

De Rubén. El mismo que hacía un par de meses había decidido dejar a la chica irresponsable y despistada que ocupaba su corazón, y la cual había tenido que mudarse nuevamente al piso que compartía cuando estaba soltera, y dónde conocería a su nuevo compañero de piso que se acababa de mudar porque su novia lo había dejado por no ser MÁS. (Más ambicioso, más responsable, más entregado, más… en resumen: Samuel).

Y aquí es donde parecen empezar a cruzarse los caminos de dos chicas que no tienen absolutamente nada en común. O bueno sí, sus nuevos novios, sus respectivos ex novios, y un nombre al que por distintos motivos ambas odian profundamente: Alexandra.

¿Recordáis la paradoja del final?

Samuel, el ex de Sandra y actual novio de Alex, acaba de tener un accidente de coche y está ingresado en la UCI del Hospital del Mar, donde al encontrar en su teléfono móvil el nombre de Sandra en su contacto en caso de urgencia, la han llamado e informado de la situación de Samuel.

Y mientras tanto, Alex cansada de esperar a que Samuel se presentase a su cita, lo ha llamado varias veces a su móvil hasta que una enfermera lo ha contestado y le ha informado también de cómo y dónde tienen a su chico ingresado.

Así que ha sido en el ascensor donde Alex ha encontrado a su ex Rubén acompañando a una rubia a la que ha llamado Sandra, y que según ha explicado ella misma, viene a ver a su ex, Samuel, que acaba de tener un accidente.

¡Ojú! Que manera de conocerse.

Y lo último que ha pasado es que cuando están a punto de tirarse los trastos a la cabeza, el doctor que ha atendido a Samuel, les comunica que el paciente ha despertado y pregunta por…

…      ALEXANDRA.

 

 

Y llegados a este punto, permitidme que coja yo la palabra y os cuente, con imparcialidad, cómo se han desarrollado los hechos en esta historia donde ambas parecen haber cruzado sus caminos.

Allá voy.