—Sara, te lo prometo. Ha sido sin querer. Verás. Llevo un día de locos. ¿Sabes que debería de haber viajado a Madrid a primera hora de la mañana? —confiesa—. Tenía concertadas un par de entrevistas con los candidatos para la sede de Madrid y se me ha olvidado totalmente. ¿Cómo ha podido pasarme eso a mí?

—Porque tienes la cabeza en otra parte.

—Y encima, en lugar de asumir las consecuencias o hacer algo para remediarlo, les miento a todos y les digo que me encuentro mal, y me paso la mañana de compras y en la peluquería.

Sara aplaude compulsivamente, se levanta y le hace una reverencia antes de volverse a sentar.

—Sandrita, bienvenida al mundo de los mortales. —Le espeta mientras se sienta.

—Me voy de compras, me doy un masaje, manicura y pedicura, y alisado japonés. A ver con qué cara me presento yo mañana diciendo que he estado enferma. —Se lamenta, señalándose de arriba abajo.

Sara gira la cara de su amiga hacia ella, le alborota el pelo, le fuerza una mueca de tristeza estirando hacia abajo las comisuras de la boca de Sandra, y le suelta:

—Ale, ya está. Un poquito de sombra oscura en las ojeras y mañana a trabajar como si hubieras pasado la noche sacando el alma por la boca.

—Qué dominio tienes en el arte de improvisar. Si no fuera porque te conozco, creería a pies juntillas todo lo que sale por esa boquita.

Sara le guiña un ojo, coloca un mechón de su pelo rizado detrás de su oreja izquierda, empuja sutilmente sus gafas de cerca, y le suelta:

—Mírame. Maruja de día y puta de noche. Quién lo diría viéndome así, ¿verdad?

Sandra se ríe por el comentario y contesta:

        — ¡Qué exagerada eres, por Dios! Pero es que yo no sé mentir. Yo no valgo para eso. —Responde. —Además, le he mentido incluso a Rubén. —Confiesa arrepentida de haberlo hecho.

—Bueno, Sandra, todo tiene solución. Cuéntame. ¿Y Samuel? ¿Cómo está? ¿Le han dado ya el alta, entonces?

Sandra eleva su mirada hacia el infinito, y antes de responder a Sarita, se tapa la boca con una mano y murmura:

— ¡Joder! ¿Te quieres creer que ni le he preguntado cómo estaba?

— ¿Cómo que no? —responde Sara sorprendida.

—Pues nos hemos chocado, me he caído, nos hemos insultado y nos hemos ido cada uno por nuestro camino.

—No es cierto.

—No, no lo es. Me he caído, le he recogido la muleta y lo siguiente que recuerdo es la boca de Samuel a dos milímetros de la mía —responde de nuevo sin obviar el detalle principal.

— ¡No te creo! ¿Os habéis besado? —la interroga incrédula.

—No, no. Pero bueno… casi.

— ¿Cómo que casi? ¿Cómo se hace para casi besarte con alguien?

— ¡Ay! Sara, yo que sé qué fuerza divina nos ha obligado a separarnos. Debe haber sido mi conciencia, que en el último momento ha  pensado en Rubén.

— O la suya. Y ha pensado en la otra «Alexandra».

Sandra aparta la mirada de su amiga, coge la taza de café entre las manos, se levanta del sofá y se aleja varios pasos en silencio, mientras Sara la persigue con la mirada.

Se levanta ella también y se acerca nuevamente a Sandra:

— Sandra, cariño ¿estás bien?

— ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puedo estar tan celosa? ¿Cómo puede afectarme tanto todavía todo lo relacionado con Samuel? ¿Qué me está pasando, Sara?

—No te castigues, es normal. Yo odio a todas las novias de mis ex. Incluso a sus amigas. —Le suelta, entre carcajadas—. No te sientas mal por seguir sintiendo algo por él. Pregúntate qué sientes por Rubén.

—Le quiero. Incluso este mismo viernes voy a conocer a su familia.

—Pues ya está, si eso es lo que quieres hacer.

— Pero ¿Y si no me olvido nunca de Samuel?

—Y seguramente no vayas a olvidarlo nunca. Es que no tienes por qué hacerlo. Samuel ha sido muy importante para ti. Casi casi el primero.

—Realmente fue el primero. No el primero con el que me acosté, pero sí el primero con el que lo hice con amor, Sara.

—Lo sé —confirma su amiga mientras la estruja entre sus brazos—. Lo único que importa es que lo que dices que quieres y lo que realmente quieres sea lo mismo.

—Joder Sara, quien iba a decirme hace un par de años que ibas a ser tú la más sensata.

Las dos amigas se vuelven a reír y se funden en un abrazo.

 

— ¡Hombre, tú por aquí! —Exclama Samuel al abrir la puerta después de que sonara el timbre de casa—.  ¿No habrás venido a controlar si en verdad estaba de baja?

Al otro lado de la puerta está plantado Rafael vestido de manera casual. Lleva unos tejanos un tanto ceñidos y un jersey de punto beis que resalta su esbelta y fibrada silueta. Viste el fular a juego color marrón que lleva bordadas sus iniciales en las esquinas, y el cuál, a pesar de haber insistido en que le parecía horripilante el día en que su amiga se lo regaló para su cumpleaños, se lo coloca en el cuello siempre que necesita pedirle un favor o tiene que disculparse con ella por haberle ofendido con algo.

— ¡Mierda, me has pillado! Maricón. Ven aquí y dame un beso. —Replica Rafael—. Que desmejorado te veo.

—Vaya, gracias por el piropo —ironiza—. Pasa y siéntate. Estás en tu antigua casa. —Continúa en el mismo tono.

— ¿Y mi Alex?

—Está dándose una ducha.

—Eso es que acabáis de tener sexo salvaje, marranos. —Le suelta con gracia el invitado.

— ¿Tú me ves a mí para mucho desenfreno? —Alega Samuel señalando sus magulladuras.

—Pues entonces una buena felación, y tú tranquilito sin moverte.

—Eso no te lo negaré que haya pasado. —Alardea, y los dos se empiezan a reír.

Desde el otro lado de la casa se escucha cada vez con más intensidad, la voz de Alex tarareándole una canción a su amigo:

—Te llaman el desaparecido que cuando ya se ha ido, volando… —Alarga un poquito más la estrofa, y cuando acaba con la melodía continúa: —Dichosos los ojos que te ven aparecer por aquí. ¿Has venido a ver a mi chico?

—He venido a verte a ti, lagarta. Aunque ya me han dicho que si llego a venir antes, te pillo con la boca llena.

Rafael y Samuel comienzan a reírse sin que Alex entienda nada, y antes de que pueda a preguntar, Samuel espeta:

—Entonces, ¿no venías por mí?

—No. Sí. Bueno, a ver. Necesito hablar con mi niña —justifica, señalando a chica que sacude su pelo con una toalla—, y de paso a ver cómo te encuentras. Un dos por uno.

—Pues ya me ves. Hecho un Cristo, pero vivito y coleando.

—Ay, nene, no me hables de colas que últimamente estoy muy salido, —se queja—. Eso de estar en pareja no está hecho para mí. Con la de tíos que hay en el mundo, y me tengo que conformar solo con uno.

—No le hagas caso, Samu, no es que últimamente esté muy salido, es que siempre ha estado así. —Comenta la chica, abrazando a su novio y besándole en la comisura de los labios. —Además éste ingrato viene a pedirme algo. Le delata ese fular.

— ¿Qué dices? Pero si me encanta. No me lo quito never.

—Claro. Ni para cagar.

—Sí. Lástima que no se me caiga a la taza del váter cuando tiro de la cisterna.

—Rafa, no seas escatológico y suelta de una vez qué carajo necesitas. —Reprende la chica.

—Buenoooooo, te ha llamado Rafa. Ahora empieza la guerra, así que mejor os dejo que os matéis a solas. —Se despide Samuel. —Me voy a mi cuarto. Rafita, gracias por venir, tío, y en cuanto pueda me tienes en el Sotaterra dándolo todo.

—Se te echa de menos, cielito lindo. 

Y con este último comentario tan propio de Rafael, se despiden con dos besos y un par de golpecitos en la espalda y Samuel se aleja poniendo rumbo hacia su habitación.

—A ver ¿qué es eso tan urgente que necesitas contarme?

— ¿Cómo lo sabes, Alexandra? Si no te he dicho que fuera urgente.

—Lo llevas escrito en la mirada. I know you and you know it—. Vuelve a alegar cantando.

Ambos se sientan alrededor de la mesa dónde quedan restos de la botella de vino que Alex había abierto para comer, sin recordar que Samu no podía beber debido a los analgésicos. Después de que éste se lo recordase, Alex no ha podido evitar pensar en que si fuera Rubén, le habría dado otra razón para llamarla irresponsable.

—Se trata de Congrats. He tenido una idea.

—Arranca.

—Creo que necesitas realizar solo tareas de asesoramiento. No puedes perder tu tiempo en contactar con los clientes, en preparar el pack, en calcular el presupuesto, las fechas, las localizaciones y todo lo demás. Te requiere demasiado esfuerzo.

— ¿No estarás pensando en contratar a alguien más? No puedo permitírmelo.

—No, no. No hablo de alguien. Hablo de algo.

—Ahora sí que me he perdido. —Confiesa Alex, llenando ambas copas de vino.

—Pues de un sistema informático. Un programa. Una cosa de esas que interactúan contigo a través de una pantalla. —Expone Rafael demostrando no ser un experto en el mundo de las tecnologías.

— ¿Qué quieres decir?

—Mira, es que el otro día un amigo de un amigo me dijo que a partir de unas bases de datos donde tu vuelques la información de las empresas colaboradoras que trabajan contigo, fechas clave, número de personas, recintos disponibles, y todo eso ponderado por un precio, puedes llegar a montar un tarificador.

— ¿Y qué se puede hacer con eso? Yo ya tengo mi sistema de cálculo de precios.

—No te quedes con lo elemental. —La corrige—. No sería un tarificador para ti. Sería para el usuario que se conecte a tu web. El introduciría todos esos datos a través de la pantalla, y al hacer click en aceptar, le devolverías un precio y una especie de pre-contrato que se tendría que descargar, firmar y devolverte en un determinado plazo.

— ¿Y si tiene dudas?

—Pues una opción de «Más información».

Ambos dan sendos sorbos a sus copas. Y antes de que Rafa pueda continuar, Alex le interrumpe nuevamente con dudas.

— ¿Pero y eso no crees que será muy caro? Ya te he dicho que ahora no lo podría pagar.

Money is not a problem.

— ¿Ah no? Eso lo dices porque no eres tú el que tiene que pagar.

—Alex, no te va a costar ni un chavo. Tú déjame a mí.

— No te vayas a prostituir para salvar mi empresa.

—Ya te cobraré el favor sobeteando tras la barra el culito de tu Samuel.

—No te dejará. —Se responde jocosa.

— ¿Eso crees? Pues que sepas que ya le he metido mano. «¡Uy! Cuidado que paso por detrás», «¡Uy!, cuidado que vengo por delante».

Rafa alza su copa e insta a Alex a que levante la suya también y brindan por el futuro de Congrats.

—Y ahora, Honey, ponte las pilas, porque necesito que me pases el contenido de las tablas en Excel en menos de una semana.

— ¿Qué? ¿Cómo? ¿En menos de una semana? —Pregunta Alexandra sorprendida.

—Claro, Sweetie, es que ya me he comprometido.

—Pero, ¿y si te hubiera dicho que no?

—Pues estarías como una cabra. —Responde—. En serio, Alex, esto es lo que necesitabas para remontar definitivamente Congrats.

— ¿En serio crees que vaya a funcionar?

—Lo creo. Pero tienes que querer que funcione, Alex, y si fuera necesario, hasta dejarte la vida en ello.

Alex vuelve a chocar con su copa con la de su amigo,  y echando un vistazo a la puerta de su habitación para cerciorarse de que está cerrada, le saca el tema de Rubén.

— ¡Me quedo muerto, Alexandra! Júramelo —le pide incrédulo a la chica, después de que esta le acabe de contar lo de su ex y la ex de Samuel.

—Te lo juro.

—Pero tiene que haber un error. El mundo no es tan pequeño.

—Como un pañuelo, Rafaelito. Como un puto pañuelo lleno de mocos.

— ¡Qué curioso el destino!

—Curioso hijo de p***… el destino.

— Ay, cariño, y tú ¿Cómo estás? —Le reclama, levantándose y acercando su silla a la de su amiga.

—No lo sé, Rafaelito. Dolida, enfadada, molesta…

— ¿Celosa?

— Mucho. Y no sé por qué. Yo quiero a Samuel, ¿Sabes?

— ¿Pero? —demanda, sabiendo que la frase no acaba ahí.

—Pero mira lo que me escribió Rubén anoche.

Alex  busca el mensaje de Whatssap que le envió su ex hará unas horas y se lo muestra sigilosa a su amigo:

«Si supieras lo que me costaba no responder a tus llamadas…
                                                                …que puedes contar conmigo para lo que necesites. No lo olvides, por favor. Cuídate.»

 

— Ahora lo entiendo todo. —Balbucea Rafael al relacionar esta última frase del mensaje de Rubén con la extraña y repentina intención de éste de ayudarle a rescatar Congrats, sin darse cuenta de que lo está haciendo en voz alta.

—Que entiendes ¿el qué? —inquiere la chica.

— ¿Qué? ¿Cómo? —Replica. — No, no. Me refiero a que… ummm… entiendo que… esto, pues, que estés mal. Afectada. Confusa.

—No es para menos. ¿No crees? Rubén ha vuelto en modo «Gilipollas».

— ¿Por qué lo llamas así? — Se indigna Rafael.

— ¿En serio no lo recuerdas? Así es como lo llamábamos: «El Gilipollas».

—Pero cari, te demostró no serlo. No lo llames así, no seas mala.

—Ay chico, estás más raro. Ahora espabila y déjame trabajar, que me has puesto deberes para mañana.

Ambos dan el último trago hasta vaciar del todo sus copas, se levantan de la mesa, se despiden y Rafael se va. No sin antes vociferar como las locas un: «Samuuuu, tu novia tiene trabajito esta noche. No me la entretengas mucho, campeón», que no le pasa inadvertido a nadie que esté a dos kilómetros a la redonda.