Cuando acaba de contarle todo lo ocurrido

 

 

 

… con Samuel. El encuentro en su piso, haciendo el amor, la promesa de una vida juntos y para rematar, un mensaje de Whatsapp que acababa para siempre y de una vez con cualquier resquicio de fe y de esperanza en el futuro de su relación, Sara tiene los ojos abiertos como platos y la mandíbula arrastrando casi por el suelo.   Le parece tan increíble todo lo que le acaba de explicar, que ella que tiene el don de la palabra y de la improvisación, se queda totalmente en blanco y sin saber qué decir.

Sara vuelve a reaccionar solamente cuando su amiga insiste en querer ir a trabajar, y entonces es cuando además de frenarla, se ilumina y le formula la pregunta del millón:

—Sandra, ¿has pensado en la posibilidad de que estés embarazada?

La rubia se sienta instintivamente y, sin atender a razones, responde insistentemente que no.

—No, no. Claro que no. No puede ser, no digas tonterías.

—No puede ser, ¿por qué no?

—Porque tomo la pastilla, lista. Hace meses que estoy con la anticonceptiva. Desde que empecé con Rubén. —Alega, sintiéndose victoriosa.

— ¿Y no se te puede haber pasado nunca tomarte alguna?

—Claro que no. Ya sabes cómo soy. Lo tengo todo milimetrado.

—Pero…

—Pero nada. —La interrumpe cansada con sus especulaciones—. No estoy embarazada. No es posible.

—Sandra, pero…

— ¡Qué no! No seas pesada.

—Perfecto, Sandra. Entonces no estás embarazada porque no existe la posibilidad de que se te haya olvidado ninguna píldora. Total, eres doña perfecta —Ironiza, levantándose del sofá donde estaba sentada con su amiga, y caminando varios pasos hasta detenerse justo delante, para culminar: — Además, ¿cómo se me ocurre pensar que puedas haber vomitado la pastilla y luego acostarte con Rubén? ¡¿Cómo?! ¡Qué mal pensada que soy! ¿Verdad, Sandrita? —Insiste con ironía—. ¿Verdad?

Sandra palidece todavía más de lo que ya lo estaba, siendo esta vez ella quien se queda con los ojos como platos y la mandíbula arrastrando.

—Sandra, repito ¿existe esa posibilidad? —insiste su amiga.

La rubia sube y baja la cabeza lentamente y sin mirarla, afirmando que efectivamente existe la posibilidad. Sandra intenta balbucear algo, pero obviamente ni vocaliza ni se le entiende.

Se lleva las manos a la cara con desesperación y cuando empiezan a caérsele de los ojos dos gotas de agua más grandes que la montaña de Montserrat, su amiga se le acerca a consolarla y le promete que todo se arreglará.

—Tranquila, amiga, estoy aquí. Vamos a solucionarlo. Te lo prometo.

Las amigas se abrazan llorando y en seguida, cuando Sara percibe que la chica está algo más calmada, se separa de ella sin soltarla y convencida le detalla su plan:

      —Vamos a escribirle a Dani. Le decimos que no te encuentras bien, que te cubra todo el día y que te aplace las reuniones.

Sandra asiente con la cabeza y continúa atenta a lo que dice su amiga.

—Después, tú te quedas aquí a descansar y yo bajo un momentito a la farmacia y compramos un predictor que nos dirá que aquí dentro no hay nada. ¿Ok?

Sandra empieza de nuevo a llorar al escuchar la palabra predictor y al notar las manos de su vecina acariciarle la panza, la cual, ahora que se para a pensar, hasta se la ve más hinchada y se lo confiesa.

—No digas tonterías, Sandra. En tres semanas no les crece la barriga a las embarazadas.

Y después de escribirle a Daniela y dejar a Sandra medio convencida y descansando en el sofá,  Sara sigue al pie de la letra su propio plan y baja a la farmacia a descartar el embarazo como posible causa del malestar de su amiga.

 

 

—Adelante, toma asiento.

— ¿Qué tal, Rubén? Te veo cómo siempre.

—Yo a ti también. Se te ve fenomenal.

—Ya. Gracias. Me gusta cuidarme. —Alega secamente mientras obedece al chico y toma asiento frente a él—. Y…  ¿cómo te va con tu nueva amiguita?

—Rafael, preferiría no tratar esos temas. ¿Qué te parece si nos centramos en el motivo de la reunión?

—Pues es que verás, cariñito, en sí, no sé por qué estás haciendo esto. Ni si quiera sé por qué estoy aquí. —Pregunta haciéndose el ofendido.

—Mira, estamos aquí los dos por lo mismo.

—Claro, por my friend. Pero a ti que más te da como le vaya Congrats. Eso es lo que no me cabe en la cabeza.

—Me preocupo por ella. Creo que esta es una buena oportunidad de negocio. Tiene que aprovecharla. Y si entre los dos podemos ayudarla. Darle un empujón…

—Menudo empujón le diste en su momento. La sacaste de tu vida de uno bien fuerte.

—Por favor. Esto también es violento para mí.

— Y para mí, Rubencito, le he mentido a mi amiga por tu culpa. Se me va a caer el pelo cómo lo descubra. —Se lamenta.

Rafael se cruza de piernas en la silla, y se atusa un poco el pelo, haciendo gala de su coquetería.

—No se tiene por que enterar. Yo voy a explicarte cómo funciona—. Rubén le alcanza un boli y un papel y continúa: —Apunta cualquier pregunta que te surja mientras te enseño cómo funciona. Voy a tener toda la paciencia del mundo y, cuando salgas de aquí, serás un experto utilizándolo.

El chico se mueve otra vez nervioso y espeta desconfiado:

—No sé yo. Soy un renegado para estas cosas.

—Confía en mí. Todo saldrá  bien. —Y haciendo uso de esas palabras mágicas con las que siempre lograba convencer de lo imposible a su ex, Rafael también se convence y escucha con atención todas las indicaciones de éste.

— ¿Qué? Fácil, ¿verdad? —Pregunta Rubén convencido tras acabar su explicación.

—Es una pasada, tío. Súper intuitivo. ¡Le va a chiflar cuando se lo enseñe a mi niña! —exclama, dando palmas emocionado.

Rubén sonríe melancólico y asiente con la cabeza al imaginarse la cara de Alex tan animada como lo está Rafael con su aplicación.

—Y entonces ¿qué tengo que hacer? ¿A dónde tienen que conectarse los clientes?

—Ahora tenemos que hablar de la otra fase.

— ¿Otra fase? —Pregunta Rafael intrigado, acercándose un poco más a la mesa y colocando sus codos sobre ella.

—Sí, otra fase. Ahora mismo, la web ya está operativa. Ya puede empezar a funcionar. Pero, ¿cómo va a conectarse nadie si no sabe de su existencia? —Pregunta, retóricamente, Rubén.

—Pues aireándolo. Haciendo tarjetas y repartiéndolas en mi local, por ejemplo. —responde ingenuo.

—Eso está bien, muy bien. Pero no es suficiente.

El directivo se levanta de su silla y se acerca a Rafael. Se sienta en el pico de la mesa a escasos centímetros del otro chico y le cuenta su estrategia:

— ¿Quieres celebrar un aniversario? ¿Una despedida de soltero? Una graduación. Inauguraciones. Bodas, bautizos y comuniones. En el campo, en la montaña, en la playa o en la ciudad. En los locales más cool de moda. En los más alternativos. Rústicos. Vintage. ¿Que por qué precio? No me lo preguntes a mí. Pregúntaselo a Congrats. Entra y encuentra lo que buscas al mejor precio www.congrats.com — Culmina—  Y a vosotros que os gusta tanto hablar en inglés, finalizáis diciendo: ¡Congratulations! —Hace un gesto acompañando el eslogan con las manos y le pregunta: — ¿Qué te parece?

—Que chulo. ¡Divinoooooo! Me encanta, Rubén. ¿Estás diciendo que lo anunciemos?

—Efectivamente.

—Pero, ¿por la tele y todo?

—Por la tele, por la radio. En Youtube, Facebook, Twitter… yo que sé. Donde se muevan los clientes, Rafael.

This is great.

Rubén se carcajea por la reacción del chico y, ahora que ambos parecen empezar a entenderse, le pide que vuelva un momento de la ensoñación y que continúe atendiéndole.

—Bueno, pero para hacer todo eso hace falta una gran  inversión.

— ¿A qué te refieres?

—Yo he proporcionado todo lo que me ha sido posible. No quieras saber cuánto les he cobrado a unos clientes por hacerles exactamente lo mismo.

— ¿Cuánto?

—Te he dicho que no quieras saberlo. Y vosotros lo tenéis gratis. Se lo regalo.

—Que amable—. Responde sarcástico.

—Escúchame. Alex puede permitírselo y lo sabes, al igual que lo sé yo.

—No querrá tocar ese dinero, y también lo sabes igual que yo. No aceptaría never.

—Tendrá que hacerlo.

Ne-ver. —Repite.

—Joder, Rafael. Invéntate algo. Pon algo de tu parte. Es tu amiga. Convéncela.

—Es mi amiga y la estoy engañando.

—Pero es por su bien.

— ¿Y a ti en qué te beneficia todo esto, si se puede saber? —Replica, dejando en fuera de juego al tipo trajeado que tiene delante.

—A mí… —comienza a responder descolocado— a mí no me beneficia en nada.  Yo solo quiero que le vaya bien. Se lo merece.

— ¿Solo por eso?

—Sí. Así es.

—No te creo. Hay algo más. Estoy seguro.

— ¿Crees que tengo una doble intención? ¿Crees que estoy haciendo esto para beneficiarme de algo? ¿Tan poco me conociste los años que casi convivimos a diario, Rafael?

—No. Por eso mismo. Porque te conozco. Porque al Rubén que yo conocí no es el que abandonó a mi amiga por ser una irresponsable. El Rubén que yo conocí es el que pasaría noches y noches sin dormir trabajando en un proyecto y dejándose la piel ahora, aquí, para convencerme para que la ayude. Para que la cuide y la proteja como te gustaría hacerlo a ti.

Rubén se levanta de la esquina donde estaba apoyado y recupera la distancia, sentándose en su acolchada y cómoda silla de director.

—Piensa lo que quieras. Invéntate un motivo, una excusa, una ilusión… lo que quieras, creas, puedas, para lograr que Alex haga una inversión en publicidad; de lo contrario, esto que ves aquí —señala la pantalla del ordenador, donde se visualiza la aplicación de Congrats de fondo— no vale para nada —sentencia.

 

 

El repiqueo continuo del boli contra la mesa del comedor está poniendo realmente nerviosa a su novia. Samu está rellenando el formulario de matrícula para la universidad del semestre que viene, pero en lugar de hacerlo para la carrera que había estudiado hasta ahora, ésta vez está tratando de convalidar todos los créditos realizados y acceder a la de psicología.

—Samu, no estés tan nervioso, se te dará bien. Ya lo verás.

—No lo estoy. De hecho todos estos años ejerciendo de camarero de borrachos, deberían de servirme para convalidar las prácticas. —Contesta con gracia.

Alex se ríe por su comentario y se acerca por detrás a abrazarlo, mientras éste sigue leyendo la solicitud sin dejar de repicar con el boli.

—Cielo, basta ya. —Le quieta el boli, se sienta a su lado y le pregunta: — ¿Qué te preocupa?

—Empezar de nuevo. Ya tengo una edad.

—Tienes tiempo, ya lo sabes. A partir de ahora tu única obligación será estudiar. Ya lo hemos hablado.

—Lo sé. Pero tengo la sensación que todos estos años no he sido más que un rebelde que no estudiaba ni dejaba el mundo de la noche, solo por no darles la razón a quienes lo exigían.

—Ahora no te lo ha exigido nadie. —Le recuerda su chica, rodeándole con el brazo.

—Y es tan extraña esa sensación…Me hace sentir cómo…

— ¿El único responsable de tus actos?

—Supongo.

Ambos sonríen con complicidad y ella aprovecha para requisarle el boli, agarrarle del brazo y escribirle en la palma de la mano:

«Estamos madurando»

Le cierra el puño con fuerza y le confiesa mientras le devuelve otra vez el boli:

—pero es un secreto. No se lo digas a nadie.

El rubio lee las palabras escritas en su mano y sonríe nuevamente, afirmando con la cabeza lo que le acaba de pedir.

Vuelve de nuevo a concentrarse en rellenar el documento, y cuando apenas lleva un rato, vuelve a mirar a su chica y le interrogación otra vez:

— ¿Qué sabes de la web de Congrats? ¿Has hablado ya con Rafael?

—Esta tarde viene a casa. Me ha escrito hace tan solo un rato para decirme que ya está todo preparado y que falta el remate final.

— ¿Remate final? ¿A qué se refiere? —Se interesa.

—Pues la verdad es que no lo sé. Pero bueno. Con este chico todo es un misterio. Después de la currada que me pegué, espero que llegue a buen puerto.

—Me parece que tú confías demasiado en él, cariño. El Sotaterra funciona así de bien por sí solo. No creas que es por como lo gestiona él. Tiene gente muy válida y una ubicación excepcional. Por no hablar de que el mundo de la noche, ya de por sí, da mucha pasta.

— ¿A qué te refieres? Ya sé que no es currante ni un cerebrito,  pero tiene contactos, y a eso a mi Rafita no le gana nadie.

—Ok, ok. Yo solo digo que no te hagas demasiadas ilusiones, te conozco, y lo conozco a él. No quiero que te defraude, Alex, y te haga sufrir. —Le advierte.

—No te preocupes tanto. Recuerda que… —Alex le coge de la mano y le enseña nuevamente lo hay escrito en ella.

      —Estamos madurando. —Repite él.

—Shhhhhh, es un secreto.

 

 

Ambas amigas esperan en el cuarto de baño del piso de Sara. Ésta está sentada en el filito de la bañera, mientras que la rubia está de pie y sin dejar de caminar por las pocas baldosas del suelo de lavabo de su amiga.

Sara menea con nerviosismo su pie mientras la otra hace lo mismo con sus uñas en sus dientes.

«Tactactactac» suena el contacto de sus dedos con sus esmaltes dentales.

—Sandra, chica, te vas a romper un diente como no pares.

—Un diente no, me voy a romper el cráneo a cabezazos como no salga ya el resultado.

 

Justo encima de la tapa del váter se encuentra mojado el predictor que Sandra acaba de usar para despejar de una vez la duda que su amiga le ha metido en la cabeza.

— ¡Tiene que salir negativo! —Repite con insistencia cuando apenas quedan segundos para que pite el maldito aparato.

Acaba de hacerlo, y Sara ha sido más veloz en cogerlo y esconderlo detrás de su espalda. Sandra, anonadada, la mira y le implora que se lo muestre de una vez.

—Espera, Sandri, vamos a calmarnos.

—No me puedo calmar. Dámelo de una vez. —Le grita.

Sara lo saca asustada por el berrido de su amiga, y cuando al fin lo tienen delante comprueban el mensaje que hay escrito en la pantalla:

«Embarazada 2-3»

— ¿Qué narices significa eso? ¿2-3? ¿mellizos-trillizos?

—Sandra, cállate. Léelo: Estás embarazada.

—Noooo

—Estás embarazada de entre dos y tres semanas.

—Que no. Eso no puede ser. Ese chisme va mal. —Le dice con furia, arrebatándole el predictor de las manos.

— ¿Cómo que va mal? He comprado el más caro. Que me devuelvan el dinero si no.

—Que te lo devuelvan. Está averiado. No funciona. Está equivocado.

—Voy ahora mismo a comprar otro, a ver si así te quedas más tranquila. —Le suelta, levantándose a toda prisa y dirigiéndose hacia el salón.

—Saraaaa. —La reclama Sandra desde el lavabo.

La amiga asoma la cabeza por el marco de la puerta y se encuentra a la rubia sollozando y pidiéndole que no se vaya y que se quede a su lado.

—No vayas a por otro. Éste funciona a la perfección. Estoy embarazada, Sara. Lo sé —musita resignada—. Lo siento aquí dentro.

Su amiga se agacha y la abraza. Le acaricia la melena y la consuela en silencio y sin saber qué decir. Esta situación le queda grande incluso a ella y a su capacidad de improvisación. La ha pillado de sopetón y cualquier cosas que le viene a la mente le parece desproporcionado.

—Dime.

— ¿Qué? —responde Sara extrañada.

— ¿Qué ibas a decir? ¿En qué estás pensando?

—No, en nada.

—Te conozco. Hay algo que te estás callando. —Insiste Sandra.

—Bueno. Es que no sé si preguntarlo.

—La respuesta es que no. No voy a seguir adelante con el embarazo.

Sara la suelta instintivamente y la cuestiona por su respuesta.

— Pero ¿por qué no?

—Porque yo fui una niña traumatizada por tener una madre que no me quería. ¿No te parece suficiente motivo para no querer traer a otra víctima más?

—Pero tú… y Rubén…

Sandra aparta la mirada con frialdad y acaba de rematarla.

—Ni siquiera tengo claro que sea de Rubén.