Samuel está durmiendo en su lado

 

 

 

… del colchón, mientras Alex en el suyo, teclea en su portátil varias nomenclaturas que servirán de títulos para su base de datos.

La propuesta de su amigo le ha parecido genial y le ha transmitido con tanto entusiasmo que la idea puede tener un éxito que no ha tardado en contagiarse del ánimo y en ponerse a trabajar.

Cuando lleva casi dos horas tecleando y  borrando sin haber podido avanzar nada en su labor, nota que su nivel de concentración no es el necesario para realizar un trabajo tan minucioso. Además del sueño y del cansancio, la parte del córtex donde se alojan los recuerdos más inmediatos le traen devuelta constantemente la imagen de un sorprendido Rubén de la mano de una rubia preciosa.

— ¡Alex, concéntrate! —Susurra para sí misma.

Se quita de la oreja derecha uno de los auriculares, donde sigue sonando una melodía sin letra que al parecer no está funcionando como ayuda a su concentración, y escucha la voracidad de los ronquidos de Samu, durmiendo a su lado. Al mirarle a él y al percatarse de su falta de capacidad de concentración, recuerda que Samuel aludió recurrir a esa sustancia blanca para que le ayudase a estudiar y a aguantar despierto. Recuerda también que anoche no le sentó nada mal y además le sobraron un par de gramos que aún conserva en el bolsillo del pantalón.

Se levanta sigilosamente y acude en busca del paquetito donde se encuentra la cocaína de Samu.

Una vez la tiene en la mano, se dirige al cuarto de baño y se encierra dentro por precaución antes de repetir los pasos de la pasada noche. La extiende en la tapa bajada del váter, aproxima su orificio nasal izquierdo, y mientras tapa el derecho con el dedo índice de su mano, inspira profundamente y esnifa la totalidad de la raya de polvo blanco.

Alex se refresca la cara, se rasca con ganas la nariz, y sale igual de sigilosa a retomar el trabajo por donde lo había dejado. Es decir, casi desde el principio.

 

 

Cuando empiezan a aparecer los primeros rayitos de sol a través de los agujeritos de la persiana del salón, Alex sigue pulsando las teclas con la misma vigorosidad con la que lo hacía hace más de seis horas. Aunque anímicamente parece estar inspirada a la par que concentrada, físicamente el cansancio y la falta de sueño empiezan a evidenciarse en sus ojeras y en el enrojecimiento de sus ojos.

— ¿Alex? —Pregunta Samuel, frotándose los ojos mientras se acerca cojeando hasta el salón. —Alex, nena ¿qué haces ahí? —Pregunta de nuevo.

Ella continúa absorta mirando hacia la pantalla de su portátil, sin reparar en que su novio le está hablando.

—Eooo, Alex. —Repite esta vez interponiendo su mano entre la visión de la chica y la pantalla.

—Ei, hola. ¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es? —Responde alterada.

—Eso digo yo, ¿qué haces aquí? Son más de la seis de la mañana.

— ¿Qué? No me he dado ni cuenta. Se me ha pasado volando. Y tú ¿Qué haces despierto a estas horas?

—Pues me has despertado tú. Parecía que hubiera un terremoto. Te vas a cargar las teclas como continúes con ese ímpetu.

—Lo siento, en serio. No me he dado cuenta.

—Alex, mírate. Se te ve agotada. Vente a la cama.

—Voy. Déjame que cuadre esta hoja y te sigo.

—Alex. Ven. —Insiste—. ¡Ya!

La chica a regañadientes baja la tapa de su ordenador y persigue a Samuel hasta la cama.

Una vez allí tardan cero coma en volverse a quedar dormidos en la posición de cuchara.

 

A la hora que Alex y Samu se van a dormir, Sandra y Rubén se levantan para ir a trabajar. Esta vez lo hacen por separado. Cada uno en su respectiva casa. Ella le dijo ayer que no se encontraba demasiado bien y que tenía un fuerte dolor de ovarios, y él se aprovechó de ello para justificar el quedarse a adelantar trabajo.

Apenas unos minutos después de que le suene el despertador, Rubén recibe un Whatsapp de Sandra deseándole los buenos días:

«Sandra: Hoy me encuentro mucho mejor, he dormido como una marmota con tanto analgésico para el dolor de regla. Y tú ¿cansado de tanto trabajar?»
«Rubén: Buenos días, princesa. Yo he dormido menos, y como siempre que lo hago sin ti, te echo de menos.»
«Sandra: Pues enseguida nos vemos. Voy a ver si hago algo con esta cara de mustia que tengo.»

Le dice, mintiendo descaradamente. A Sandra aún le duran los efectos del tratamiento de estética que se dio ayer mismo, cuando decidió que tras olvidarse de sus deberes profesionales –su viaje a Madrid- se dejó persuadir por Daniela y hizo un «de perdidos al río» como una catedral.

«Rubén: Tú siempre estás bonita, cariño. Enseguida nos vemos.» 

En poco más de media hora, ambos se encuentran en el aparcamiento de la empresa donde trabajan. Miran casi coreografiados a su alrededor y se aseguran de que nadie les esté observando antes de besarse.

— ¿Lo ves? Preciosa.

— ¿En serio? ¿Crees que nadie va a creer que ayer estuve enferma?

— Y eso qué más da, Sandra. Lo importante es que ahora te encuentres bien.

—Sí, sí. —Responde visiblemente nerviosa. Y es que a la pobre aunque lo intente, se le da fatal mentir—. ¿Quieres que comamos juntos después?

—No lo sé, vida. No sé si voy a tener tiempo. Quizá tenga que salir a ver a un par de clientes. —Le devuelve, emprendiendo el rumbo hacia el ascensor. —Por cierto, ayer fui a verte al despacho para pedirte un favor.

— ¿Profesional o personal?

Antes de poder responder la pregunta de Sandra, se abre las puertas del ascensor y junto a ellos entran varios compañeros de trabajo.

—Buenos días— les saluda la responsable de contabilidad.

—Buenos días, Carolina. —Saluda Sandra.

— Hola Carol, qué guapa estás hoy. —Le responde Rubén intentando actuar con total normalidad.

—Uy, guapa, dice. Tú siempre estás guapo Rubén. No entiendo por qué sigues soltero. Alguna tara tienes que tener.

Rubén enseña esa sonrisa tan seductora y que trae de cabeza a ambas chicas en el ascensor, cuyos ojos, en ese preciso instante, están posados sobre él.

A diferencia de Sandra, él no se ha hecho ningún cambio de look, de hecho viste uno de sus trajes típicos de oficina. Hoy concretamente, se ha puesto uno en color gris con una camisa blanca y una corbata estrecha en color vino que dan ese puntito de jovialidad a ese atuendo tan serio. Pese a vestir como lo haría un día cualquiera de trabajo, hoy, como siempre, es digno merecedor de la atención de esas miradas. Está guapísimo. Y es que simplemente lo es.

—Alguna tara tendrá. —Suelta Sandra con ironía, dirigiendo la mirada hacia su compañera.

—Sandra, tú hoy estás espectacular, tienes un «nosequé» que parece que vengas de peluquería.

—Eso es que me he maquillado a conciencia para disimular la cara de enferma que traía.

—Pues será eso, pero estás con el guapo subido. Te lo digo yo. —Le espeta agarrándola del brazo y caminando cuando se abren las puertas del ascensor.

Sandra sacude su vestido azul marino, intentando aparentar con normalidad que luce su ropa de siempre. Y es que, pese a tratarse de una de sus nuevas adquisiciones, el corte del vestido es similar a las que suele lucir en su día a día. El corte de la falda tiene forma de lápiz y el largo hasta las rodillas. La parte de arriba es igual de ceñida que la de bajo, pero por su diseño sin mangas y amplio escote, se  deja ver la camisa de rayas azules que empastan perfectamente con el modelito de hoy.

— Y ¿qué tal te encuentras hoy? —Añade la de contabilidad, haciendo alusión al motivo del porqué Sandra no viajó ayer a Madrid.

— ¡Sandra! — exclama Rubén, todavía en el ascensor para subir a su planta—, habla con Dani, y autoriza lo que viene de mi parte.

La chica asiente con la cabeza y vuelve a emprender la marcha hacia su despacho que se encuentra justo al lado del despacho de la responsable de contabilidad quien, por cierto, todavía no ha dejado de elogiar a la de Recursos Humanos.

 

 

— ¿Tres programadores y un analista en tres días?

—Sí, eso me dijo. O me exigió. Porque pareció una exigencia más que otra cosa.

—Éste se creerá que los candidatos llueven de los árboles.

—Eso pensé yo.

—Bueno. Hiciste bien en publicarlo, pero de esto ya me encargaré yo. Hablaré con él y le diré que no es a él a quien obedeces.

—Pensé que al ser él debía de acatar sus órdenes como si fueran tuyas. —Alega Daniela con picardía.

— ¿A qué te refieres? —responde dirigiéndose hacia la máquina dispensadora de agua.

—Pues, ya sabes. A que al ser tu consorte, adquiera los mismos privilegios.

— ¿Cómo dices?

—Ya no hace falta que finjas, jefa. Me lo contó Rubén. —Se carcajea.

—No te contó nada porque no hay nada que contar.

—Vamos jefa. Yo soy de fiar. Puedo guardar tus secretos, ya te lo he demostrado, ¿no? —le reprocha, sentándose en el pico de la mesa de su jefa con osadía. — Por cierto, estás preciosa. Bonito corte de melena. Y el alisado japonés, ideal.

— ¿Eso suena a chantaje?

—Eso suena a complicidad. —Se justifica. —Y te lo digo de verdad. Estás preciosa. Pero no sé si es el look o el amor lo que te favorece tanto.

Antes de que Sandra pueda responder, Dani se levanta y se dirige hacia su puesto de trabajo diciendo:

—Venga, vamos a trabajar un poquito que tenemos cosas que hacer.

— ¡Tendrás morro! — Le suelta su jefa alucinada.

 

Con un hambre voraz, se despierta Samuel al mediodía y se dirige hacia la nevera a por algo de comer.

— ¡Me cago en la puta! — Exclama.

Vuelve a la habitación apoyando con furia las muletas en el suelo a cada paso que da, y haciendo el suficiente ruido como para que Alex se despierte, pero al contrario de lo que Samuel espera, su novia sigue sin despertar.

—Alex. —La llama—. Aleeeex.

— Mmmmm… ¿queeeeee? —devuelve ésta todavía adormecida.

—Tengo hambre, joder. Y no hay absolutamente nada en la nevera.

—Nada que te apetezca, dirás.

—Nada que se pueda comer. —replica en un tono un tanto infantil—. Voy a llamar al telechino que nos traigan algo rápido.

— ¿Qué? Noooo. Déjame que espabile y bajo a comprarte algo. No podemos pasarnos la vida comiendo arroz tres delicias.

—Pues si no vas ya voy a desmayarme. Recuerda que estoy pasando el mono y estoy de muy mal humor. —Alude.

—Ya vooooy.

La chica da un salto y se levanta y se viste con lo primero que encuentra a su paso. Desliza sus dedos por su corta melena a modo de peine, coge las llaves, el monedero y se dirige hacia la puerta de la calle y se va.

«Estoy pasando el mono» recuerda en la voz de Samuel, y piensa en que ya no le queda ni un gramo de la coca que le quitó a él.

Sin poder remediarlo, empieza a ponerse muy nerviosa y a experimentar una especie de ataque de ansiedad. Hiperventila, tiembla y una extraña sensación de pánico le invade y se apodera de todo su ser.

¡Necesito conseguir unos gramos!  Piensa, y sin saber muy bien a dónde dirigirse para comprarla, acaba acudiendo al barrio del Raval, el antiguo barrio chino de Barcelona.

Cuando lleva varios minutos observando a un par de tipos que están en la puerta de un bar, al fin se atreve a preguntarles dónde puede conseguir un poco de –y cito literal- farlopa. Como si el hecho de utilizar tecnicismos la hicieran parecer una experta.

—Niña, ¿acaso tengo pinta yo de traficante? — Le suelta el tipo de chupa negra y con un aliento que espantaría hasta a un animal.

—No, lo siento, es que yo… Perdóneme. Es que yo… —Repite aturdida.

El tipo estalla a carcajadas al ver la cara de póker que se le ha quedado a la chica con su contestación, y antes de que ella de media vuelta y se vaya, la coge del brazo y le lanza:

— ¿Traes la pasta?

— ¿Qué?

—Dinero. Guita. Money. Que si traes.

—Sí. —Responde en tono asustadizo. —Sí, claro que sí.

— ¿Cuánto tienes?

—Veinte euros. —contesta la chica sacando el billete de su bolsillo.

— ¿Estás de coña? Con eso no tienes ni para un tirito.

—No tengo más.

—Pues andando. —Le grita el tipo con mala baba. —Arreando por donde has venido.

Alex emprende el camino de vuelta con desolación, y cuando lleva un par de pasos andados, escucha al tipo susurrarle a sus espaldas:

—Dame la pasta y toma. Pero la próxima vez con menos de cincuenta no aparezcas por aquí.

Ella le estira el dinero con toda naturalidad mientras él lo recoge cauteloso y sin dejar de mirar a ambos lados. Le pasa con la misma precaución la bolsita con la cocaína, y ella, replicando el comportamiento de su camello, mira también su alrededor y se guarda el paquetito con suma discreción.

 

Un rato después de que Alex hubiera salido por la puerta de casa, aparece bajo la misma, cargada con un par de bolsas y disculpándose por la tardanza.

—Había una cola monumental. —Se excusa ante su chico.

Se dirige entonces hacia la cocina y guarda el contenido de las bolsas en la nevera y en el congelador.

—Voy a hacer espaguetis a la carbonara, ¿te parece bien?

—Lo que sea, pero rápido. —Refunfuña Samuel desde el comedor, mientras sostiene el mando de la X-box y se lamenta por haber perdido una ocasión de gol. –Está jugando a uno de esos videojuegos de fútbol.

 

Alex vuelve hacia la habitación una vez tiene puesta la cocción de la comida en marcha, y mira a su alrededor en busca de un lugar seguro donde guardar el paquetito que acaba de comprar. Finalmente, se quita una de sus botas militares y lo introduce en su interior pensando que allí, sin duda, estará a salvo.

Cuando está a punto de soltar la bota y dejarla en el suelo, asoma la cabeza Samuel para quejarse nuevamente por tener hambre.

Ella se tensa frente al temor de que él haya podido verla como lo guardaba, pero inmediatamente reacciona quitándose la otra bota del pie.

—Me estoy cambiando, Samu, enseguida estará la comida. No seas pesado. —Se excusa, mientras continúa quitándose la camiseta.

—Sabes que si no me alimentas con comida, te voy a tener que comer a ti. —Le suelta provocativamente, acercándose al cuerpo desnudo de Alex.

—No empieces nada que no puedas acabar.

— ¿Me estás vacilando?

—No, no. Yo solo te lo advierto. Lo que empieces lo acabas. Hoy no pienso volver a quedarme con las ganas de más. —Le informa descarada, recordándole con malicia que debido a su dolorido cuerpo, no pudieron culminar lo que habían empezado.

Samuel de repente la agarra por la cintura y le suelta:

—Hay posturas que no puedo hacer, pero sin duda voy a hacerte chillar como a una perra en celo. —Le indica agarrándola con fuerza y dejándola caer a cuatro patas sobre la cama.

—Samu, la comida. Se va a quemar.

—Yo sí que estoy caliente, nena. Déjame gozar con tu cuerpo.

Alex se deja llevar por su excitación y en seguida se somete a la voluntad de Samuel.

Desabrocha el botón de sus pantalones y deja que éste tire de ellos hasta sacárselos por los tobillos.

Samu da un sonoro azote en el trasero de Alex, y la escucha quejarse con un gemido, que más que una queja suena a provocación.

Masajea intensamente sus nalgas, se agacha a mordisquearlas y besarlas, e impulsado por la tensión sexual del momento, recorre con su lengua la raja que separa cada cachete, terminando en su zona genital.

Alex separa las piernas instintivamente y él se adentra en ella. Lo hace primero con la lengua, una y otra vez. Chupa con devoción sus labios vaginales como si estuviera besando su boca. Entregado. Excitado. Cachondo perdido. Como ella. Como Alex que empieza a gemir y gemir. A retorcerse como puede pese a estar sujeta por los brazos fuertes de Samuel. Éste insiste con sus lametones feroces e incrementando la velocidad. Succiona el clítoris inflamado de su novia, mientras aprieta los muslos de la chica que están empezando a temblar.

—No vayas a correrte todavía que te quiero hacer chillar todavía más.

—Samu, la- la- co-mida. —Apunta Alex como casi sin aliento.

El chico hace caso omiso de sus palabras, y sin cambiar de postura se desabrocha el pantalón. Él continúa de pie mientras ella sigue a cuatro patas en el borde de la cama.

—Samu, —repite nuevamente sin obtener respuesta, y justo cuando intenta volver a insistir, Samuel chupa su mano y la restriega por la entrepierna para lubricarla antes de clavarle hasta el fondo la erección de su polla, que está masturbando con su otra mano.

— ¡Samu! —Vuelve a exclamar otra vez, aunque ahora no lo haya hecho porque se vaya a quemar la comida. Esta vez el grito ha sido de placer. Y repite cuando el chico insiste en sus embestidas.

— ¡Oh, sí, sí! — Jadea Samuel golpeando con sus huevos en las nalgas de Alexandra.

— ¡Sí, muévete, Samu, muévete! Así, así…

— ¿Te gusta?

—Sí, nene, sí.

— ¿Te pone que te empotre por detrás?

— ¡Oh! Me encanta. Me encanta. —Contesta.

—Mira como me la pones tú, morena.

Samuel se la saca y da varios golpecitos con su polla imitando a un látigo en los glúteos de su novia. Se la restriega después de arriba abajo entre los cachetes, y antes de continuar titubea unos segundos ante el orificio del culo,  y la escucha suplicar:

—Hazlo Samu. Fóllame el culo.

Vuelve a repetir el gesto de lubricarla con su saliva, y mientras sus dedos vuelven a jugar con su clítoris, su pene invade lentamente su cavidad anal.

— ¿Te molesta?

—No. Así, así. Despacito. Así.

Sigue las indicaciones de su novia para no incomodarla, pero a medida que acelera con sus dedos y la escucha jadear, lo hace también con las embestidas anales que parecen estarle gustando.

—Te gusta ¿eh? Cochina mía.

—Me gusta.  No pares.

— ¿Vas a correrte? —Pregunta Samu con esa voz de rockero macarra tan característica de él.

—Voy a correrme. —Responde entre jadeos.

—Vamos, nena, córrete.

Y aprieta el acelerador agarrando con las dos manos las caderas de la chica con el culo en pompa, dejando que sea ella misma la que con su propia mano masturbe su sexo hasta estallar en una explosión.

En diez segundos ambos estallan. Él saca su sexo de su interior y deja que ella siga convulsionando sobre sus temblorosas piernas y manos apoyadas en el colchón, mientras siente el calor del semen que le llueve sobre la espalda y se funde con su sudor.

—Samu, llama al telechino y pide arroz tres delicias.