En la pantalla del portátil de Alex, tal y como
… le ha enseñado a hacer antes Rubén, Rafael acaba de mostrarle a su amiga la demo de la aplicación que permitirá gestionar su empresa de organización de eventos con mayor éxito. Además de explicarle con pelos y señales el funcionamiento de la nueva web, su amigo acaba de contarle en qué va a consistir la misteriosa segunda fase del proyecto «Resucitando a Congrats», tal y como él mismo lo ha bautizado.
— ¡Pero eso tiene que valer una pasta! —Exclama Alexandra, cuando su amigo le cuenta el tema de la promoción.
—Podemos ir a preguntar. Hay agencias de publicidad muy económicas, darling.
— ¿Económicas? Por muy barato que salga yo no me lo puedo permitir, Rafita. Y menos ahora, con Samu en el paro.
— ¡Pues que no hubiera dejado el Sotaterra! Con lo bien que cobraba conmigo. No se puede quejar. Y déjame recordarte, niña, que lo quieras o no, tienes un porrón de dinero en el banco que está esperando ser invertido.
—Ey, chicos, chicos… que estoy aquí. No habléis de mí como si no estuviera delante. —Refunfuña el rubio. —Además, Alex, Rafael tiene razón. Coge el dinero de tu padre e inviértelo.
— ¿Cómo dices? ¿A vosotros se os ha ido la olla o qué? Ni hablar. Jamás de los jamases. Ese dinero no es mío. No lo quise antes y ahora tampoco lo quiero.
—Nena, ¿sabes lo que tienes aquí? —Rafael señala la pantalla de su portátil y continúa: — ¿Sabes cuánto vale esto? ¿Sabes cuantas PYMES lo quisieran tener? Pues tú lo tienes totalmente gratis, Alex, no lo desperdicies. Haz la inversión.
— ¡He dicho que no! ¡Y se acabó!
Alex se levanta, abandona enfadada su salita de trabajo dando un portazo y dejándolos allí anonadados por su comportamiento.
—Cabezona histérica. —musita su amigo haciendo el amago de salir a buscarla, cuando Samu se lo impide levantándose antes que él y diciendo:
—Espera un momento. Deja que vaya yo—. Y se dirige hacia la habitación, donde al parecer Alex se ha encerrado molesta con la proposición de los chicos.
— ¡Alex! —Grita mientras golpea la puerta para que le abra. —Alex, ábreme, por fa.
—Noooo… —se escucha un lloroso gritito desde el otro lado de la puerta. —No quiero hablar.
—Alex, ábreme. Tengo una cosa escrita en la mano.
— ¿Qué cosa?
—No puedo decirlo en voz alta. Es un secreto, ¿recuerdas?
La chica recuerda la frase que ella misma ha escrito cuando Samu estaba nervioso por lo de la universidad «estamos madurando», y tras esperar unos segundos reflexionando, se levanta y accede a dejarle pasar solamente a él.
—Solo lo diré una vez. No quiero convencerte de nada que vaya contra tu voluntad. —Comienza a hablar su novio una vez que le ha dejado pasar—. Pero sé que tu ilusión es ver como tu empresa funciona. Como arranca de una vez. Lo que te ha traído Rafita es un regalo impagable. Es una oportunidad. Y sé que invertir el dinero que era de tu padre te hace sentir como si una vez más estuviera pagando tus caprichos.
—Sí, así es. —Interviene la chica.
—Pues haz que no lo sea. Me explico: me dijiste que tu padre se reveló contra tu abuelo para no terminar trabajando como él en el arrozal. ¿No es cierto? Pero en cambio se pagó la carrera con el dinero que su padre ganó cultivando arroz.
—Sí, así fue.
— ¿y qué hizo él, Alex, para devolvérselo?
—Nada. Mi abuelo se murió antes de que pudiera devolverle nada.
—Tienes razón. No se lo devolvió a él. Pero se lo devolvió a su gente. Al pueblo. Y lo hizo de la mejor forma que sabía hacerlo, montando una gestoría de abogados en el Montsià que asesoran casi de manera gratuita a las familias del pueblo que viven de la agricultura.
— ¿Qué tiene que ver eso conmigo ahora?
—Haz lo mismo. Aprovéchate de él. De su dinero.
—Yo no soy abogada ni tengo nada que ver con los arroceros. —Se justifica Alexandra.
—Hablo del paralelismo, cariño. No del literal. Coge el dinero, inviértelo en tus sueños, haz de Congrats tu mayor éxito. Triunfa. Y cuando lo hayas hecho, cuando empieces a vivir de ello, devuelve hasta el último céntimo haciendo una donación. Hay miles de necesitados, ONGs, Asociaciones, lo que sea.
— ¡Un Mini-Congrats! —responde Alex entusiasmada.
— ¿El qué? ¿Un mini qué?
—Sí. Una asociación propia que organice fiestas de cumpleaños para los niños más necesitados. Para quienes no se pueden permitir celebrarlo. Meriendas, tartas, payasos, regalos—le expone dando palmadas de alegría y botando sobre el colchón.
— ¿Entonces eso significa que me harás caso?
—Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií.
Alex se pone como una niña dando volteretas en el colchón y gritando a Rafael para que venga.
— ¡Rafaaaaaaaaaaaaaa! ¡Rafaaaaaaa, veeeeeeen! — Repite. —Rafaaaaaa…
—Ya voooy. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Y por qué narices me llamas Rafa, Alexandra? —le reprende enfadado. —Esto me recuerda a cuando vivíamos juntos en este piso. Parecía tu chacha, todo el día para arriba y para abajo con tus gritos.
—Calla y escucha, ¡Gruñón! —Le devuelve Alex con guasa.
—Empezaba a pensar que os habíais olvidado de que estaba ahí fuera esperando. —Se queja—. ¿Tú que le has dado, niño, que la ha puesto así de contenta?
—Después de una visita de ésta todo se ve de otro color, chavalito. —Le vacila Samuel llevándose la mano en la entrepierna.
—Pues a ver si me visita a mí también.
— ¡Rafael! —Exclama ella, divertida.
— ¿Qué? Díselo a él, que me provoca.
—Bueno, ¿vais a hacer el favor de comportaros de una vez y dejarme hablar, o qué?
—Venga, dispara. —Le reclama su chico.
—Pues a ver…
Alex acepta la propuesta de Rafael y le indica que si es necesario recurrir al capital de su padre e invertirlo en publicidad para que la nueva web de su empresa tenga visitas y funcione, lo hará. Eleva el tono y también la ilusión con la que cuenta la idea que acaba de tener tras el consejo de Samu, la de crear con los primeros frutos de su inversión, una rama paralela que se dedique a organizar eventos en menor escala colaborando gratuitamente con fundaciones como Caritas, Save the Children, etc.
— ¡Que loca que estás! —Farfulla su amigo.
— ¿Por qué? ¿No te parece bien? —replica extrañada.
— ¿Bien? ¿Solo bien? Me parece fantástico, maravilloso, excepcional. Eres increíble, pequeña. Ven aquí y arrechúchame. ¡Tú eres muuuu pequeñita pero muuuu grande! —Le espeta mientras la abraza.
A la salida de la casa de su amiga, Rafael, siguiendo nuevamente las indicaciones de Rubén, se pone en contacto con éste para comentarle qué ha dicho Alex al ver la aplicación. Sobre todo, lo que más le interesaba, y a la vez le preocupaba del tema, era saber si al final lograba convencerla sobre la inversión necesaria para la promoción y la publicidad. El hecho de conocerla tan bien le hace saber que no iba a ser una tarea fácil.
— ¿Y bien?
—Se dice hola, cariño.
—Hooola, Rafael. —Dice para complacerlo— ¿cómo ha ido con Alex? —pregunta.
—Hola, Rubén, mi amor. Ya puedes estar tranquilo. El pollo está en el nido.
— ¿Qué?
— ¿No se dice así cuando algo ha salido bien?
— ¡Claro que no! Nada que ver. Es igual. Entonces, ¿ha ido bien?
—Sí.
— ¿Pero qué significa que ha ido bien? ¿Qué le ha gustado? ¿Qué le parece bien? ¿Qué le hace ilusión?
—Que está como loca de contenta. Ya la conoces. Saltando de alegría la he dejado.
— ¿de verdad? —pregunta incrédulo. — ¿Y lo de la publicidad?
—Ahá, también. Sin problemas.
—Y… ¿el dinero? ¿De dónde lo piensa sacar?
—De la herencia de su padre.
— ¿Así? ¿Sin más? ¿Alex recurriendo a lo fácil? ¡No te creo!
—Que sí, Darling. Tal como te lo cuento. —Le asegura.
—Es que no me cuadra. La Alexandra que yo conozco se habría puesto como una moto solo con escuchar mencionar la palabra «herencia». Pensaba que con mi propuesta te estaba enviando a una muerte casi segura. Así que imagínate.
—Pues así ha sido, por lo visto la conoces bien. Cuando se lo he mencionado por poco me saca los ojos y las entrañas. Pero por suerte, Samuel ha logrado convencerla.
Y Rubén, que cuando están a punto de dar las ocho de la tarde todavía se encuentra en su despacho, se sienta instintivamente al imaginarse a Samuel, a quien por cierto todavía no le ha puesto cara, siendo capaz de hacer lo que él no había sido capaz de hacer en la vida: convencer a su ex para que acepte la herencia de su padre.
— ¿Rubén? ¿Me has oído?
—Sí, sí, Rafael. Me-me alegro. Me alegro mucho. —Responde, todavía algo aturdido.
—Pero ahí no acaba la cosa, verás… déjame que te cuente.
Rafael, entonces, le explica al chico la idea tan extraordinaria que ha tenido su amiga: Lo de la colaboración con asociaciones y organizaciones que ayudan a los niños más desfavorecidos, y cuál sería su aportación.
—Joder, esa es mi niña. —Se le escapa.
— ¿Tu niña? —indaga avispado, al escuchárselo decir.
—Bueno, ya me entiendes. Alex. Ella es así.
—Rubén, ¿te puedo hacer una pregunta? Pero esta vez quiero que me digas la verdad.
—Rafael, tengo que irme, se me ha hecho ya muy tarde. —Se excusa levantándose e intentando colgar la llamada.
— ¿Sigues estando enamorado de Alex?
Se hace el silencio al otro lado de la línea telefónica y antes de que Rubén pueda responder, el chico le interrumpe y le advierte:
—Rubén, Alex ahora está con Samuel y son muy felices. Ha encontrado la horma de su zapato. A su media naranja. A su mitad. Yo te quise mucho pero la abandonaste y le partiste el corazón. Ella sigue intentando superarlo, y aunque no esté enamorada de él, repito: son muy felices y se quieren. No vuelvas, Rubén. No lo hagas.
Varios segundos después de que Rafael le haya advertido que no vuelva, Rubén se sienta de nuevo y finaliza:
—Gracias por todo, espero que os vaya muy bien. Ahora tengo que marcharme.
Cuelga el teléfono y se lo coloca en el pecho, alzando la cabeza y apoyándola en el reposa cabezas de su butaca de director, y un maldito nudo que se le ha puesto en la garganta le impide tragar saliva, mientras una lágrima se le escapa por el rabillo del ojo.
—… aunque no esté enamorada de él… —vocaliza, repitiendo las últimas palabras que le ha dicho Rafael. —no está enamorada de él.
«Rubén: Sandra, tengo que hablar contigo. Lo necesito. He salido a buscarte a tu despacho y no estás, supongo que te has ido ya. Voy ahora mismo a tu casa.»
Le envía el Whatsapp a su novia y se dirige hacia el aparcamiento a buscar su coche y ponerse en marcha para verla. Tiene que decirle lo que siente, y la verdad es que siente que no ha podido olvidar a su ex. Es cierto, tal vez sea una inmadura y una irresponsable, pero sigue siendo ella. La mujer que le robó el corazón. La que trastocó su vida. La que derrumbó de una vez y para siempre la frialdad de su alma. La seguridad de su ser. Alex, su niña. Su pequeña. Su dulce locura. Su dolor de cabeza. Su antes y su después. Es ella. Es Alex. Y ¿Sandra? Lo tiene que entender. No queda otra. No hay otra.
Sara, después de que su amiga haya recibido el Whatsapp de Rubén, se despide de ella y le recuerda que estará enfrente y que su puerta estará abierta toda la noche para ella.
—No va a ser fácil, Sandrita, pero no le hagas daño. Es un buen chico y te quiere.
—Tengo que decirle la verdad. Estoy embarazada y no sé de quién es. No puedo tener este bebe, Sara. No puedo.
—Pobre Rubén. Se morirá de pena. —Se lamenta. —Pase lo que pase, recuerda, estoy aquí.
—Gracias, amiga. —Le suelta, abrazándola y agradeciendo todo lo que ha hecho siempre por ella. —Gracias por seguir viviendo aquí. Gracias por no abandonarme nunca. Gracias por seguir siendo mi amiga.
Cuando Sandra hace solo unos minutos que acaba de cruzar el rellano para volver a su casa, escucha el telefonillo sonar y a su novio al otro lado pidiéndole que le abra.
— ¿Sandra?
Rubén entra en casa y llama a su novia sorprendido de que ésta no haya salido a recibirlo.
— ¿Sandra? —repite en un tono más alto. —¿Dónde estás?
Su chica responde con un pequeño alarido desde el baño, para indicarle que está allí y que ahora sale, pero antes de poder terminar su frase, vuelve a sentir esas arcadas que la obligan a permanecer abrazada a la taza del váter.
— ¿Estás bien?
El chico irrumpe en el cuarto de baño y se la encuentra arrodillada echándolo todo por la boca.
— ¡Sandra!
Se agacha inmediatamente a retirarle el pelo y sujetarle la frente mientras ésta continúa vomitando, y la consuela.
—Tranquila cielo, estoy aquí.
Le sujeta la melena en una cola de caballo mientras ella acaba y abre el grifo del bidé para refrescarse la cara. Rubén le humedece también la nuca y le alcanza una toallita de mano para que se seque.
— ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —le sonsaca, preocupado.
Sandra de repente se pone a llorar y se le tira al cuello desconsolada y repitiendo que no está bien.
—No lo estoy, Rubén. No estoy bien, estoy embarazada.
Si se había imaginado de mil formas diferentes cómo afrontaría esta situación, desde que el predictor le diera la noticia de su embarazo, en ninguna de ellas, se imaginaba haciéndolo así. A bocajarro. Sin pensar. «… estoy embarazada» le ha dicho, y se ha quedado tan ancha.
Rubén está tardando demasiado en reaccionar. Sigue sin decir nada. Sigue sin hablar. Sin despegarse de su abrazo, pero ya no le acaricia el pelo ni la espalda. Apenas casi se mueve. Ni tan solo parar respirar. Y Sandra, aún más asustada por su reacción, vuelve a romper en un llanto desconsolado y comienza a pedirle perdón.
—Lo siento. Lo siento mucho, Rubén. Esto es un error. No sé cómo ha pasado. Ni si quiera sé si…
— ¡No! —Exclama Rubén. —Está bien. Está bien, Sandra. No pasa nada. Está bien.
—Pero yo… y tú…
—Tú y yo, Sandra, seremos una familia. Estaremos bien. —Le tranquiliza. — ¡Un bebé!
—Pero Rubén…
—Cásate conmigo, Sandra. Seamos una familia. Casémonos.
Ambos están en el suelo de rodillas. La rubia desconsolada y sorprendida por la proposición de Rubén, se levanta del suelo de golpe y le dice que hay algo que tiene que saber.
—No lo digas, Sandra. Olvidémonos de todo. Seamos tú y yo. Y el bebé. —responde éste, todavía arrodillado.
Rubén coloca su mano en el vientre de su chica, cierra los ojos y los aprieta, mientras en su mente todavía resuenan las palabras de Rafael: «…son felices y se quieren… No vuelvas, Rubén. No lo hagas.» Entonces simplemente abre los ojos y se topa con esa mirada azul apuntándole a sus ojos llorosos y esperando a que lo vuelva a repetir:
—Alexandra ¿quieres casarte conmigo?