4
El despertar de Leo aquella mañana de domingo resultó extraño. Al mirar por la ventana, viendo como las cortinas se movían al son del viento suave y cálido, su primer pensamiento recayó en Andrey. Se acarició el cuerpo. Sintió su piel suave y caliente y sus manos fueron bajando hasta llegar a su polla, sonrió al percibir que estaba dura, como cada mañana al despertar, y comenzó a masturbarse. Su mano derecha acarició sus huevos apretándolos y soltándolos de vez en cuando. Su cuerpo sufría una súbita excitación y dejó que la masturbación fuera más suave, deseaba prolongar aquel momento mientras pensaba en el cuerpo desnudo de Andrey, que ahora deseaba haber visto por completo. Cerró los ojos. Sí, aquellas partes del cuerpo que la ropa le evitó contemplar, y se lo imaginó. Creyó verlo frente a él, quitándose la camisa blanca sin mangas y su pantalón corto, bajo los cuales no llevaba ropa interior, mostrando un rabo flácido coronado por un tupido pubis. Le sonreía y le miraba con aquellos ojos llenos de misterio. Deseó que se acercara a él pero Andrey permaneció quieto en su lugar, inmóvil, mientras sus manos iban rozando su propio torso, dejando que sus dedos peinaran aquel vello suave. Leo fue imitando aquellos gestos y comprobó como la polla de Andrey iba creciendo y creciendo, haciendo caso omiso de él. Antes de llegar a su vientre, aquella polla se pegó prácticamente a la piel y Leo sintió una excitación indescriptible. Deseó ser penetrado, poseído por aquel macho. Andrey continuaba acariciando cada centímetro de su propia piel hasta agarrar su rabo duro y despegándolo de su vientre bajo. Leo suspiró y buscó en aquellos ojos negros un atisbo que le dijera cuanto se deseaban, pero no encontró respuesta salvo un brillo diferente, tal vez por la excitación que también estaba provocando su organismo. Leo aceleró su masturbación y en el gesto de Andrey interpretó que no tuviera prisa y obedeció dejando que su mano prácticamente acariciara su polla tremendamente endurecida. «Te deseo» le intentó transmitir en un pensamiento, pero su compañero no hizo el menor ademán de haberlo entendido. «Te deseo» susurró en el silencio de la habitación y Andrey continuó sin gesticular. «Te deseo cabrón, seas quien seas» elevó su tono de voz y comprobó una sonrisa a quien se lo emitía. Andrey dejó de acariciarse, su torso brillaba por una suave capa de sudor que su interior había generado y comenzó a caminar lentamente hacia el lado izquierdo de la cama de Leo, se sentó y una de sus manos rozó suavemente la piel de Leo, sintiendo un escalofrío al percibir una cierta frialdad en ella, suspiró.
—¿Qué quieres de mí? ¿Qué buscas en mí? ¿Quién crees que soy?
Leo no respondió a sus preguntas. La mano que acariciaba su polla la separó de ésta y lo tomó por su brazo fornido tirando de él hacia su cuerpo. Andrey se dejó llevar y pronto sus torsos estuvieron unidos, sus piernas jugando entre si, sus pollas duras apretándose la una a la otra y sus ojos mirándose fijamente entre ellos. Leo, con su mano derecha, acarició aquella piel tremendamente suave y blanca con una ligera sensación de frialdad, mientras que el sudor que desprendía era cálido. Lo abrazó y Andrey reaccionó de la misma manera. Cuando Leo percibió la presión de aquellos brazos rodeando todo su cuerpo, creyó desfallecer, se vio transportado a otro mundo, cerrando los ojos y escuchando los latidos potentes de su propio corazón. Se dio entonces cuenta, por breves segundos, que el corazón de su compañero no latía, comprendió la razón y le dio igual. Deseaba aquel cuerpo, precisaba las caricias y la sexualidad que aquel cuerpo de macho le provocaba. Levantó sus piernas y lo rodeó. Andrey sonrió y colocando su cuerpo comenzó a penetrarlo. No había necesitado que lubricase su ano, lo estaba desde el momento en que aquella visión se hizo presente ante él. La polla de Andrey se abrió camino hasta que el tupido pelo de su pubis rozó como una caricia la piel de Leo. Andrey empujó fuerte para dejarla completamente dentro y Leo aulló como un lobo en la noche. Andrey acercó sus labios a los suyos y los besó. Aquellos labios sabían a un néctar desconocido que embriagaba todos sus sentidos. «Fóllame, fóllame» le susurró mientras mordisqueó una de sus orejas. Andrey se excitó al sentir los dientes de Leo en su lóbulo y comenzó a embestirlo. Salía y entraba con suavidad y Leo volvía a suspirar de placer. Andrey se incorporó sin salir de él y descansando sus hermosos glúteos sobre los talones de sus pies, mientras atraía el cuerpo de Leo hacia él. Levantó una de sus piernas y la lamió, como un suave masaje desde el muslo hasta los dedos los cuales mordisqueó con sutileza. Dejó descansar aquella primera pierna para sumirse con la segunda, realizando la misma operación y mientras tanto su polla seguía entrando y saliendo de su interior. Andrey tenía una polla de unos 23 centímetros y algo más gruesa que la de Leo, pero Leo no estaba sintiendo el menor dolor, sino por el contrario, con cada movimiento de aquel rabo en su interior, su ano latía con más y más intensidad, invitando al placer entre ambos. Andrey dejó aquella segunda pierna. Leo levantó sus piernas agarrándoselas y Andrey colocó sus manos a uno y otro lado de su cuerpo y comenzó una embestida con más fuerza. «Sí, así es como quiero que me folles, que arda mi ano, que le provoques el mayor de los placeres, como hace tiempo que no siento» le susurró entre jadeos y Andrey obedeció tomando de nuevo posición, agarrando sus piernas, separándoselas y penetrándole hasta el fondo. La metía y la sacaba sin ninguna contemplación y entre ciclo y ciclo de embestidas, la sacaba del todo para volver a llenar su agujero hasta el final. En esos momentos Leo no podía reprimir un grito que intentaba ahogar mordiendo la almohada. El rostro de Andrey estaba empapado y de vez en cuando alguna gota de sudor caía sobre la cara del Leo, éste la recibía deseando que penetrase en su boca y cuando esto sucedía, percibía un sabor que nada tenía que ver con la salinidad a la que estaba acostumbrado. Era un sabor entre agrio y dulce, difícil de definir, pero que incluso ese sabor le excitaba aún más. Su polla empezó a salpicar grandes chorros de semen empapando su vientre y pecho. Andrey aceleró y Leo le pidió que no se precipitara, que aguantaba su polla en su culo y que buscaba eyacular por lo menos otra vez antes de que él lo hiciera. Andrey le sonrió. Sacó su polla y lamió el vientre y torso de Leo, en aquellos lugares donde su semen se había desperdigado hasta dejar su piel limpia. Luego lo giró, lo abrazó por detrás, y mientras su pecho se pegaba a la espalda de Leo, le volvió a penetrar. Ambos suspiraron. Por primera vez escuchó un suspiro de Andrey y lo agradeció. Su boca se dirigió al cuello de Leo y éste sintió un escalofrío cuando percibió el roce de sus dientes sobre la piel. Andrey dobló el cuerpo de Leo hacia adelante y tomándole por la cintura con sus fuertes manos, le penetró con toda violencia y la polla de Leo se volvió a poner dura como un tronco. Siguió penetrando con fuerza y energía y separando una de sus manos de la cintura de Leo, agarró la polla de éste. Le masturbó y presintió los latidos de aquel rabo a punto de volver a estallar, entonces Andrey apretó aún más su embestida hasta que eyaculó en el interior de Leo. Una corriente cálida de semen inundó su interior y con aquella sensación se corrió. Leo cayó desplomado sobre la cama y Andrey encima de él. Introdujo las manos para abrazar el cuerpo de Leo y percibió el latido frenético de su corazón.
—Tu corazón late con fuerza —le habló al oído Andrey.
—Sí. Mi corazón se siente satisfecho por el placer que me has dado.
—¿Quieres penetrarme tú a mí?
—Sí. Deseo llenar el interior de tu ser.
—Pues que así sea.
Andrey se incorporó y giró a Leo. La polla de Leo permanecía entre la flacidez y la excitación.
—Tienes resistencia, eso me gusta en un hombre.
—Eres tú el que ha provocado que esté así. Ningún hombre lo ha conseguido jamás.
—Pues me alegro de serlo.
Andrey se agachó introduciendo el rabo de Leo en su boca. Leo lanzó un suspiro que provocó que todo su cuerpo se arquease. Andrey con suavidad logró que el cuerpo de Leo tocara de nuevo las sábanas y continuó con la mamada.
—Quiero tu rabo en mi boca.
Andrey se giró buscando la mejor postura para que su polla entrase en la boca de Leo y cuando la tuvo dentro, Leo no descanso hasta que se la puso de nuevo dura. Separó sus nalgas e introdujo su lengua en aquel orificio del placer. Andrey mordió la polla de Leo y éste introdujo aún más la lengua en aquel ano, comprobando que Andrey se excitaba. Él también lo hizo, su polla pronto cobró la potencia y la dureza y en un movimiento rápido, Andrey se sentó sobre el rabo de Leo, se lo introdujo en su interior y cabalgó colocando sus manos sobre el pecho de Leo. Leo lo tomó por sus potentes nalgas para intentar llevar él el ritmo, pero le fue imposible. La fuerza con que se penetraba Andrey él no la podía ejecutar en aquella postura. Andrey inclinó su cabeza hacia atrás y profirió un grito desgarrador, como de un animal furioso, y al volver la cara hacia la de Leo, éste contempló unos ojos rojos, llenos de fuego. Al abrir la boca unos largos colmillos aparecieron y le miró con un deseo que le provocó un terror que congeló todo su cuerpo. Seguía cabalgando y Leo petrificado llegó a la eyaculación mientras de la polla de Andrey salían fuertes chorros de leche que salpicaron su cara, su pecho y vientre inundándolo por completo. Leo no sabía que hacer hasta que tras la corrida, Andrey se fue relajando. Sus ojos volvieron al color negro azabache y los colmillos desaparecieron.
—Espero que no te haya asustado —le comentó mientras se tumbaba sobre el cuerpo de Leo—. Puedo controlar las emociones.
—Pensé…
—No pienses, descansa. Los dos lo necesitamos.
Pasado un periodo de tiempo, Leo abrió los ojos. Estaba sólo, su cuerpo empapado de su propio semen y sudor. Se había corrido en aquella fantasía en la que se vio envuelto por Andrey. Se incorporó y se sentó en la cama y mientras, con su mano derecha tomó parte de aquel semen que cubría su piel, lo olió y luego se lo llevó a la boca degustándolo, pensó si se estaba volviendo loco. Había vivido una fantasía con aquel desconocido, con un desconocido que estaba seguro era un vampiro e incluso en su sueño despierto, así lo había visto. Tomó otra parte de aquel semen y lo llevó de nuevo a la boca, le encantaba el sabor de su leche y la disfrutaba cada vez que se masturbaba. Miró hacia la ventana. Continuó sentado sobre la cama con la vista perdida entre aquel ventanal abierto, que agitaba con suavidad las cortinas y que le presagiaba otro día caluroso. Se levantó, buscó la cajetilla de tabaco y prendió un cigarro. Sus pasos le llevaron hasta la ventana, se apoyó y continuó fumando expulsando el humo al exterior. En su mente se dibujó de nuevo el rostro de Andrey y con aquel, los colmillos que en el estado de excitación le mostrara. No había hecho el menor ademán de morderle, simplemente presentó su identidad, en una fantasía, en un sueño despierto, en…
¿Qué había pasado? ¿Por qué su fantasía no se limitó al simple hecho de un polvo con un ser excepcional que le había cautivado por su aspecto físico? Dio una profunda calada al cigarrillo y lo expulsó suavemente. En aquella bocanada de humo creyó ver de nuevo aquel rostro, guiñarle un ojo y tras sonreírle, desaparecer. Se introdujo de nuevo en la habitación, apagó el cigarrillo en el cenicero y se encaminó al cuarto de baño para ducharse y eliminar el sudor y el poco semen que le quedaba sobre su cuerpo.
Tras la comida estuvo tentado de dormir una siesta, pero los recuerdos de aquel despertar, aunque disfrutara del momento, le hizo desistir. Se vistió con un pantalón corto y una camiseta de tirantes, y tras calzarse las deportivas salió de casa. Prefirió pasear a tomar el metro y entre calle y calle llegó hasta El Retiro. Se animó a correr un rato, a trote lento. Hacía demasiado calor. Al pasar por una de las arterias, fue adelantado por varios patinadores y al llegar ante la fuente del Ángel Caído, se detuvo un rato para ver las piruetas y equilibrios que los patinadores estaban llevando a cabo. Se desprendió de la camiseta y se secó el sudor de la frente, enganchándola a un costado de su pantalón. Su torso, brazos y piernas brillaban por la transpiración del esfuerzo y tras sacar una lata de refresco de una de las máquinas, se sentó en el suelo. Los patinadores intentaban esquivar todos los pequeños vasos de plástico que habían colocado en una larga hilera. Otros con sus bicicletas, creaban caballitos y giraban sobre una única rueda. Después de un rato de descanso y disfrute visual, se levantó emprendiendo el camino hacia la zona de ejercicios. Desde luego El Retiro era uno de esos sitios idóneos para practicar cualquier deporte al aire libre. Estudió un circuito sencillo, pues la carrera le había dejado algo cansado y comenzó. Al acercarse a la zona para hacer dominadas, un tío de musculatura muy fuerte, tras soltar la barra le miró y sonrió. Leo le devolvió la sonrisa y se agarró a la barra, cruzó las piernas, las inclinó un poco hacia atrás y comenzó con su primera serie. Aquel chico seguía mirándolo, justo frente a él, tensando los músculos de su torso. Leo intentó concentrarse, pero le estaba resultando difícil. El brillo que provocaba el sudor sobre aquel cuerpo moreno y bien marcado le estaba desconcertando. Notó que flaqueaban sus brazos cuando llevaba 10 dominadas y deseaba al menos, alcanzar las 15 ó 20. El chico frunció el ceño y sonrió, caminó girando alrededor de Leo y lo tomó por la cintura.
—Venga, puedes con unas cuantas más. Tienes buenos brazos.
Leo suspiró y se dejó llevar por aquella ayuda. Es conocido que entre los deportistas, se ayudan en momentos en que las fuerzas flaquean durante determinados ejercicios, para de esa forma el esfuerzo sea mayor y conseguir mejores resultados.
Se soltó de la barra y respiró con dificultad. Tomó su camiseta y secó de nuevo la frente. Miró al chico.
—Gracias. No viene mal una pequeña ayuda para motivarse.
—Si quieres, terminamos un par de series más aquí y hacemos otro par de ejercicios. Luego te invito a un refresco.
—Perfecto. Hace mucho que no hacía ejercicio.
—Pues se te ve en buena forma. Me llamo Teo y suelo venir todos los fines de semana cuando hace buen tiempo.
—El mío es Leo y creo que ese cuerpo no es únicamente de entrenar un rato los fines de semana.
—No —se rió—. Soy monitor en un gimnasio, pero disfruto practicando deporte al aire libre.
—Ya decía yo —Leo miró hacia la barra—. ¿Otra serie?
—Claro. Teniéndote ahora como compañero, quiero esforzarme un poco más. Ya sabes, cuando veas que…
—Sí, lo sé. Cuando era más joven también iba a un gimnasio.
Teo frunció el ceño.
—¿Más joven? ¿Qué eres ahora?
—Ya me entiendes. Cuando tenía unos 18 años.
Teo se agarró a la barra y ambos continuaron con el entrenamiento ayudándose el uno a otro. Como Teo sugiriera, después de las series de dominadas, continuaron con abdominales y lumbares, dando por finalizado el entrenamiento en la última serie de Leo.
—Estoy destrozado —comentó Leo tras sentarse en la hierba—. El tabaco, la falta de costumbre y el calor tan bochornoso que hace.
—Deberías volver a entrenar. Tienes un bonito cuerpo para no descuidarlo.
—¿Me estás tirando los tejos? —le preguntó Leo levantando una ceja.
—No. Para nada. No soy gay.
—Siento si te ha molestado la pregunta —se levantó y le ofreció la mano para ayudarle a levantarse.
—No, no me ha molestado. ¿Por qué te has imaginado que podría ser gay? —Le preguntó mientras aceptaba la mano para incorporarse.
Leo percibió la mano fuerte del chico. Sí, aquel tipo tenía la musculatura bien trabajada y las manos potentes.
—Por tu forma de mirarme cuando comencé a hacer las dominadas y sonreírme. Parecía…
—Por lo que deduzco por esas palabras, tú si lo eres.
—Sí. Lo soy. ¿Sigues queriendo tomarte ese refresco conmigo? —le volvió a preguntar elevando de nuevo su ceja derecha y sonriéndole.
—Por supuesto. Mi hermano era gay y no porque fuera mi hermano, pero era un tipo genial. Muy masculino como tú y yo, y una gran persona.
—¿Qué le paso?
—¿Has oído hablar del asesino que deja a sus víctimas desangradas?
—Sí. Lo he escuchado en las noticias. ¿Qué opinas sobre él?
—Pues que es un hijo de puta, un pervertido, un demente y…
—¡Tranquilo! Te comprendo.
—¿Cómo puede matar de esa manera? No lo entiendo, de verdad —hizo una pausa, miró al suelo y luego elevó el rostro al frente—. Leo, mi hermano nunca hizo daño a nadie. Era un trabajador ejemplar, pertenecía a dos ONG y en el barrio estaba siempre pendiente de la gente que podría necesitar ayuda. Tenía 25 años, dos menos que yo, y todo el mundo le adoraba. El ayuntamiento decretó un día de luto.
—Pues recuérdalo así. Y aunque joda, hay que sacar fuerzas.
—Quiero que lo atrapen. Si tuviera los medios para hacerlo, lo dejaría todo hasta conseguirlo, pero soy uno más, un puto ciudadano de a pie, y si la policía no puede dar con él, ¿qué voy a hacer yo?
—Nunca se sabe. No tires nunca la toalla.
—Gracias por tus palabras. La familia me ha dicho lo mismo y tiene que ser un desconocido el que al final me termine de convencer.
—Este momento es todo un clásico. Siempre sucede lo mismo.
Los dos se rieron y se sentaron en una terraza. Teo pidió dos refrescos y tras ser servidos, Leo continúo hablando.
—¿Sabes? Pienso que si la policía no lo ha encontrado todavía, es porque no se está moviendo en los círculos adecuados.
—Sí, eso mismo he pensado yo —le miró frunciendo el ceño—. ¿Cuál crees que podría ser el perfil del asesino?
—Alguien joven, lo suficientemente seductor para conquistar fácilmente a un chico o una chica en una noche y dejarse llevar, pues como es sabido, con todos mantiene sexo antes de desangrarlos. Por supuesto, fuerte, para no dejar escapar a las presas y…
Leo se detuvo. Pensó si decir aquella palabra o no. En realidad no conocía de nada a aquel chico y aunque desde el primer momento se cayeran bien, le podría tomar como loco.
—¿Por qué te has detenido?
—Por nada. Es que ayer cuando escuché de nuevo la noticia en el coche, tuve una idea loca, pero es eso, una idea loca.
—Compártela conmigo, por favor —le miró con aquellos ojos verdes donde se reflejó ternura, dolor y necesidad de saber.
—Pienso —bajó la mirada a la mesa y apretó la jarra fría de cerveza con la mano—. Creo que es un vampiro.
—¿Cómo?
Levantó la mirada clavándola en los ojos de Teo, que le miraba con sorpresa.
—Sí. Hay una prueba irrefutable que tal vez, aunque a los policías y al forense no se les ha pasado por alto, no toman como evidente: Las dos hendiduras en el cuello.
—Un policía, amigo de la familia, nos ha dicho que es por ese lugar donde son desangrados, pero que las autopsias no revelan que material han usado para ello. Esa es la locura a la que se enfrentan.
—Son dos colmillos. Es un vampiro. Estoy más que seguro.
Estuvo a punto de decir que ya conocía al vampiro, pero luego recapacitó, pensando en que tal vez estaba equivocado con Andrey. Si no era un vampiro, estaría cometiendo un grave error.
—¿Crees en los vampiros? —Teo suspiró—. Es una locura. Los vampiros son producto de la imaginación de un escritor basándose en un legendario guerrero sanguinario. Es como pensar que existen los hombres lobos, los duendes, los diablos y…
—¿Por qué no? ¿Qué conocemos realmente de la vida en otras posibles dimensiones? Pero olvídalo. No debí de decirte nada.
—Te lo agradezco y veo que has estado interesado en el tema.
—A mí también me jode que esté muriendo gente inocente y joven de nuestra ciudad.
—Eres un buen tipo. Me alegro de haber coincidido contigo —miró su reloj—. Ahora me tengo que ir, no me gusta dejar mucho tiempo sola a mi madre. Mi padre está de viaje de negocios y no vuelve hasta el miércoles. La muerte de mi hermano es demasiado reciente y para ella, aunque siempre nos ha tratado igual, era su favorito. Es que mi hermano era único.
Sus ojos se humedecieron y cambió la mirada. Aquel tío, con apariencia de hombre bien formado y con aspecto de duro, por las facciones marcadas de su rostro y la barba recortada que llevaba, tenía el corazón aún roto por la ausencia de su hermano, pero no deseaba demostrarlo, al menos, ante un desconocido.
Se levantó.
—Bueno, lo dicho, ha sido un placer conocerte. Si vienes otro fin de semana, suelo llegar sobre las cinco. Búscame y entrenamos juntos.
—Me tendrás aquí el sábado. Te lo prometo. Me apetece entrenar contigo.
En realidad lo que deseaba era conocerle un poco más. Sí. Tenía frente a él a un familiar de una de las víctimas y tal vez… ¿A qué estaba jugando?
Se despidieron con un apretón de manos y lo vio alejarse colocándose la camiseta sobre aquel cuerpo, donde en aquellos movimientos, los músculos de la espalda parecían hablar en su tensión y relajación.
«¡Que bueno está el cabrón!». —Pensó—. «¡Qué lástima que sea hetero! Menos mal que no se ha dado cuenta, pero me la ha puesto muy dura. Necesito un polvo. Necesito un buen revolcón».
Se levantó encaminándose hacia la puerta que más cerca le quedaba para regresar a su casa.
«Sí. Hace mucho que no tengo sexo y aún soy joven. Renunciar a la sexualidad no está bien —suspiró—. Pero bueno, lo que tengo claro, es que no me vale cualquiera». —Pensó en Adrián y sonrió.
Adrián no vivía muy lejos de él y hacía tiempo que no se veían. Sí, podría ser una buena sesión de sexo si estaba libre. Necesitaba su rabazo en el culo y también meter la suya en el apretado culo que Adrián tenía. Se le volvió a poner dura y decidió correr hasta casa. Entró y mientras se despojaba de la camiseta, marcó el teléfono de Adrián. Contestó a la tercera señal:
—Soy Leo… Eso está bien, significa que no me has borrado de tu lista… Ya, lo sé, hace mucho que no salgo… Bueno, he estado corriendo por el Retiro y al salir he pensado en ti —hizo una pausa—. ¿Qué vas a hacer?… ¿Te apetece follar? Necesito un buen revolcón y nadie como tú… No te rías cabrón. Sabes que siempre me ha gustado follar contigo. Quiero que esa polla reviente de nuevo mi culo… Si, yo también calentaré el tuyo. Por eso te decía. Quiero una buena, larga y cañera sesión. Y tú número ha sido el elegido… Genial. No te duches, yo también tengo que ducharme, lo hacemos juntos. No te pongas ropa interior, sabes que me pone mucho cuando un tío no la lleva… Te espero… Venga cabrón, que estoy ardiendo.
Colgó el teléfono y se quitó el pantalón corto. Su polla salió disparada, dura como una piedra.
—Hija de puta, bájate que ya te daré lo que quieres.
Entró en la cocina y sacó una lata de refresco del frigorífico. La puso sobre la polla un rato hasta que le bajó la erección y luego la abrió dando un largo trago. Regresó al salón, puso música en el equipo y se sentó en el sillón.
Adrián no tardó en llamar el telefonillo. Leo descolgó y dejó la puerta entornada. En un par de minutos Adrián entraba y cerraba la puerta.
—Estoy en el salón.
Adrián le vio desnudo sentado en el sillón con la lata de refresco en la mano y se apoyó contra la puerta.
—¿Así recibes a tus visitas?
—A ti sí. Anda, desnúdate que hace mucho que no veo ese rabaco.
—Eres un cabrón —comentó mientras se quitaba la camiseta—. Hace un calor de la hostia. Menudo veranito que nos espera.
—Mejor, así se puede estar en pelotas en casa sin problemas.
Adrián terminó de desnudarse y se acercó a Leo. Éste cogió el rabo aún flácido de Adrián y se lo llevó a la boca.
—Huele bien.
—Mi polla siempre huele bien.
Leo le mamó la polla hasta que la puso dura y Adrián comprobó como la de Leo estaba también como un garrote.
—Estás caliente, de eso no cabe la menor duda.
—Y el culo húmedo, esperando este pollón.
—Vamos a ducharnos.
Leo se levantó y Adrián le azotó.
—Ya tenía yo ganas de agarrar este culo. Siempre me has puesto muy burro. Creo que aún tienes las mejores nalgas de todo Madrid.
—Y el ojete más ardiente.
—No, eso no. Los hay mucho más.
—Esta tarde no —se rió estrepitosamente mientras entraba en el cuarto de baño.
Los dos se introdujeron en la bañera y tras mojarse el uno al otro se enjabonaron. En aquel juego de manos y caricias sus bocas se encontraban besándose con violencia, hasta el punto de morderse las lenguas y los labios inferiores.
—¡Joder, como me pones cabrón! —comentó Adrián.
—Follemos hasta volvernos locos.
Salieron de la bañera y apenas tocaron la sábana de la gran cama, los dos comenzaron a devorarse como fieras. Separaban sus piernas para dejar paso a sus duros rabos que estaban deseando el placer de aquellas bocas que se besaban con frenesí. Giraron sus cuerpos y aquellas pollas entraron en sus bocas hasta el final. Leo aguanto bien aquellos 23 cm. y los disfrutó como la primera vez. Había aprendido a tragarla hasta el fondo y así lo hizo. Adrián hizo lo mismo con la de Leo y así, entre caricias de manos por sus espaldas, nalgas y piernas, la excitación fue elevándose más y más. Adrián se colocó boca arriba y tumbó sobre él a Leo, mientras lo hacía girar, y sus potentes nalgas quedaban ante su cara. Las mordisqueó y Leo suspiró. Leo agarró con fuerza aquel rabazo y lo tragó hasta el final provocando en Adrián aún mayor excitación. Separó las nalgas e introdujo su gran y carnosa lengua. Leo elevó la cabeza y parte del cuerpo por aquel placer. No se movió durante un rato, dejando que aquella lengua abriese su ano, sólo apretaba aquel pollón con su mano derecha mientras sus suspiros y jadeos se iban filtrando por la habitación. Volvió de nuevo a la polla de Adrián y percibió los latidos que anunciaban el estallido del volcán. Sacó la boca y contempló los grandes chorros de leche lanzados al espacio. Aquella lefada inundó su mano y con la otra restregó el líquido por el vientre de su compañero. El olor de la leche le excitó y sin pensarlo dos veces lamió el glande de Adrián. El aroma se volvió sabor y con el sabor su ano se abrió en canal.
—Ponte un condón, quiero que me folles a saco.
—Déjame hacerlo a pelo. Confía en mí.
Leo no lo dudó, se giró y se sentó sobre el trabuco de Adrián que permanecía duro como la roca. La fue metiendo poco a poco. No estaba ya acostumbrado al grosor de aquel pollón y jadeó hasta que el pubis de Adrián tocó sus nalgas.
—Ahora déjame a mí —le rogó Adrián.
Adrián lo tomó por las nalgas y lo folló como si le fuera la vida en ello. Aquel rabaco se adaptó al ano de Leo y éste mordiéndose los labios y con las manos sobre el torso de Adrián, aguantaba y disfrutaba aquella penetración que aunque parecía dura, era sólo el principio.
Adrián fue incorporándose sin sacar el rabo de aquel culo cálido y ardiente, mientras tumbaba el cuerpo de Leo. Le separó las piernas y acercándose lo necesario lo envistió con rapidez. La piel de su polla estaba ardiendo por la fricción de las paredes anales, y Leo se agarró a la almohada. La penetración estaba resultando más violenta de lo que él había pensado. Adrián sin duda llevaba deseando aquel momento mucho tiempo. Siempre le decía que sus nalgas y su forma de entregarse, le sacaban de sus casillas y lo estaba demostrando. El sudor de su frente caía sobre el cuerpo de Leo y Leo lo miraba con deseo.
—Pensé que eras capaz de más. El tiempo está haciendo sus estragos.
—¡Hijo de puta, te vas a enterar!
Sacó la polla, lo giró poniéndolo a cuatro patas y se la metió hasta el fondo de golpe. Leo gritó y Adrián repitió la operación.
—¡Cabrón, me vas a romper el culo!
—Este culo está más que roto y mi polla hoy lo quiere taladrar.
Lo cogió por la cintura y tras meterla y sacarla tres veces seguidas, tomó aire y como si se tratase de un taladro de precisión, acometió aquel ano con fuerza. Los latidos del corazón de Adrián casi se podían escuchar en la habitación, hasta que su rabo estalló dentro del culo de Leo. Cayó sobre la espalda empapada de Leo, sin fuerzas. Leo sonrió a la vez que sintió alivio por la detención de aquella polla en su culo. Como bien le había dicho su amigo, se había comportado como un taladro. Aún no la había sacado. Se movió para intentar deshacerse de aquel rabo que tenía en el interior y Adrián lo detuvo.
—Ni lo intentes —le comentó fatigado—. Hemos comenzado con un aperitivo fuerte, pero nos queda lo mejor.
Volvió a moverse y tumbó a Leo en la cama. Adrián colocó sus manos a los lados del cuerpo de Leo y estirándose le fue penetrando de nuevo mientras flexionaba sus fuertes brazos. Leo mordió la almohada. Aquel placer le estaba enloqueciendo y sintió como su polla empapaba la sábana. Adrián continúo con la penetración hasta eyacular por segunda vez. Perdida la erección, la sacó del culo de Leo y éste no lo dudó, se giró colocando a Adrián boca arriba, le separó las piernas y se la metió hasta el final.
—¡Cabrón, despacio! Yo no estoy tan dilatado como tú.
—Si yo he aguantado tu rabaco, aguantarás tú el mío. Te voy a perforar.
Le separó bien las piernas, le sonrió y comenzó a penetrarlo con fuerza. Su polla salía y entraba de aquel ano que hacía tiempo no probaba y ahora recordaba el calor de sus paredes anales, de cómo Adrián sabía jugar con su esfínter. Era un gran activo, pero cuando se dejaba llevar como pasivo, hacía enloquecer al que lo penetraba. Adrián se agarró con fuerza a la almohada. La polla de Leo, aunque más pequeña que la de él, le estaba provocando aquel dolor mezclado con placer. Un dolor, un placer, que hacía tiempo no sentía, y que en el fondo le gustaba disfrutar cuando quien le penetraba, sabía lo que estaba haciendo y, sin duda, Leo siempre le había provocado el placer deseado. Leo le cambió varias veces de posición, mordisqueando y besando aquellas partes a las que llegaba en cada una de las posturas. Leo disfrutaba como nadie de pasivo, pero como activo, deseaba siempre agradar, complacer y dejar satisfecho cualquier ano que se le ofrecía con total complacencia. Pasada una media hora, agilizó la velocidad hasta que descargó, cayendo sobre el pecho de Adrián. Dejó la polla dentro, para que ella misma saliera cuando deseara. Adrián acarició su cabeza, Leo levantó el rostro y mientras la polla abandonaba el ano de Adrián, se besaron.
—Hacía mucho tiempo que no follábamos, pero cabrón, me gusta hacerlo contigo —comentó Adrián.
—Sí, a mí también. Eres la clase de tío que me deja agotado y no hay mayor satisfacción que esa.
—Pues ahora que has vuelto al mundo de los mortales, o debería decir, de los mortales folladores, espero que quedemos más veces.
—No lo dudes —Leo se incorporó dirigiéndose a la cocina y regresó con dos refrescos—. No dudes que quiero seguir en contacto contigo. Hacía mucho que no nos veíamos.
—Pues la vuelta ha sido buena.
Adrián se sentó en la cama apoyando su cuerpo contra el cabecero de la cama y cogiendo el refresco que le ofrecía Leo.
Leo se sentó frente a él.
—Siempre me gustaste tío, desde aquel primer día que saliste en mi defensa.
Adrián se rió a carcajadas.
—¿Te acuerdas la cara que puso el tío cuando le enseñé el rabo? —Volvió a reírse y al dejar caer la cabeza hacia atrás golpeó la pared—. Fue la hostia. Sólo miraba mi polla y no se atrevía a decir ni mu.
Leo no decía nada.
—¿Has conocido a alguien interesante?
—Anoche, a un tío.
—Has vuelto al mercado. Eso esta bien.
—Yo no soy mercancía. Ya sabes que nunca me han gustado esas…
—Lo sé. Es una forma de hablar. Cuéntame. ¿Follaste con él?
—No —se quedó pensativo.
¿Sería buena idea contárselo a su amigo? Tal vez al único amigo de verdad que le quedaba. Prefirió no hacerlo.
—Ese silencio te delata. Algo ha sucedido.
—No, te lo aseguro, simplemente nos conocimos y luego estuvimos hablando en la plaza Vázquez de Mella, sentados en un lateral de las escaleras. Resultó interesante, pero nada más. Eso sí, esta que trisca. Revienta el cabrón de él de lo bueno que está. Es un adonis y cuando te mira, te traspasa, te desnuda, te quiebra por dentro.
—¡Te estás enamorando!
—No. De eso estoy seguro. Es… Perfecto. Demasiado perfecto.
—Espero conocerle.
—¿Ya estás pensando en tirártelo?
—No sólo pienso con la polla —le miró frunciendo el ceño.
—No, también con el culo. Por cierto, no recordaba que fuera tan caliente.
—Yo siempre estoy caliente. Mira, se me ha vuelto a poner dura.
—Sí. Ya lo he visto. Pero… —Se levantó de la cama—. No me apetece seguir follando, todavía es pronto, te invito a una hamburguesa.
—Acepto —se levantó de un salto—. Ésta puede esperar.
—Mañana no trabajo, así que si quieres te puedes quedar en casa y follamos hasta que reventemos.
—Acepto. Yo no entro hasta las dos de la tarde.
—Pues vistámonos y salgamos a cenar algo —le agarró la polla al pasar junto a él. La seguía teniendo dura—. No voy a permitir que te quedes así —se agachó y se la mamó.
—Joder tío, eres de lo mejor. Sí, sigue mamando hasta que saques toda la leche.
—Saca tú también la mía, me la acabas de poner de nuevo dura.
—¿Qué te parece si nos la tragamos como en los viejos tiempos? Te aseguro…
—Lo sé. Hagámoslo.
Adrián se tumbó y tras girarse Leo, los dos comenzaron a mamarse la polla. A los dos les gustaba mamar, siempre habían pasado largo tiempo haciéndolo y el reencuentro, resultó más agradable de lo que ellos mismos pensaron. Tragaron con desesperación hasta que la última gota de leche entró en sus calientes bocas. Se relamieron mientras se miraban sonriendo.
—Sí, me gusta tú leche. Siempre me gustó —comentó Adrián.
—Está anocheciendo, salgamos, cenemos y volvamos a casa. Me apetece mucho seguir contigo hasta que quedemos agotados.
Se vistieron tras limpiarse las pollas y salieron.
La noche había caído sobre la ciudad. Las luces de los comercios, farolas y neones, iluminaban cada calle. Buscaron una terraza donde poder estar tranquilamente y disfrutar de una cena entre amigos. Entre dos colegas que hacía tiempo no se habían llamado. Conversaron recordando tiempos pasados. De todo encontraban anécdotas divertidas y la cena se prolongó más de lo normal. En vez de regresar a casa, decidieron tomarse una copa en un local con terraza. Contemplaron los chicos que pasaban por la calle e imaginaron como follarían o no, según sus movimientos y aspectos físicos. Los dos tenían los mismos gustos, a los dos les podía mucho más el morbo, que el físico de un tío determinado. Se volvían locos por los rapados y aquellos que mostraban algo de vello en sus torsos. Leo se rió al ver que el paquete de Adrián se abultaba en el pantalón que llevaba sin gayumbos.
—Se te ha puesto dura.
—Es que hay cada hijo de puta que se la levanta a un muerto. Soy un vicioso, lo sé y lo reconozco. Me gusta el sexo. Nací para estar follando todo el día.
Leo frunció el ceño y recordó que habían follado sin protección e incluso se había tragado su semen.
—No te preocupes, estoy sano. Te lo aseguro. Como acabo de decir, nací para estar follando todo el día, pero se usar la cabeza, tanto la de aquí arriba —se tocó la frente— como la de aquí abajo —se apretó el paquete y sonrió.
—Me alegro, porque me gusta follar contigo a pelo. Te siento mucho más cerca.
—Como sigamos follando como lo hacemos, no creo que piense en otros hombres.
—Claro que pensarás, cabrón. Tu cuerpo precisa el placer de otros cuerpos.
—Te aseguro Leo, que tú me das todo lo que necesito. Siempre me gustaste. No te tomes esto como una declaración o algo por el estilo, pero eres el tipo de tío que me encantaría tener todas las noches en la cama, y no sólo para follar. Eres la hostia —le golpeó el hombro y tomó un trago de la cerveza.
Leo permaneció en silencio un rato observándole.
—Tú también, desde el primer día que nos conocimos.
—Te sorprendí con mi rabaco.
—No. Me sorprendiste con tu personalidad. Para lo joven que eras, bueno, éramos, lo tenías todo muy claro.
—Seguimos siendo jóvenes, no te olvides. Yo al menos me siento pletórico. Mucho mejor que cuando tenía 18 años, te lo puedo asegurar.
—Sí. Estás más buenorro. Ahora tienes cuerpo de hombre y el culo más ardiente.
—Mi culo siempre ha sido igual de ardiente. Simplemente que cuando era más joven prefería usar más la polla que el culo. Con los años he ido descubriendo, que los placeres del cuerpo no se pueden limitar.
—¿Nos vamos a follar?
—Sí. Ya estamos perdiendo el tiempo. Ver tanto tío bueno, me ha provocado más apetito sexual. Follemos esta noche como si fuera la última.
—No. Follemos como dos animales, no quiero pensar que entre tú y yo, sea la última.
—Me gustas cabrón —le golpeó de nuevo el hombro mientras se levantaban de las sillas—. Me gustas más de lo que puedas pensar.
Leo no le dijo nada. En realidad a él también le gustaba. Siempre le había provocado mil sensaciones desde que se conocieran. Muchos hombres habían disfrutando de su cuerpo, pero, salvo Eloy, jamás había encontrado alguien parecido a él.