14
La velocidad, con la que se desplazaba el vampiro, no podía ser captada por los ojos de Leo. Cada acción que Leo intentaba emprender, él la boicoteaba, y con ello, un nuevo dolor, un nuevo sufrimiento en su cuerpo y la rabia de no saber como atacarle de nuevo. Intentaba pensar, pensar era lo que necesitaba, pero rápido. Se encontraba sin fuerzas.
Había accedido a ser follado de nuevo si le permitía amarrarse algo a la pierna y no seguir sangrando. El vampiro aceptó, en realidad, no deseaba que su sangre se desperdiciara. Leo se había enrollado la camiseta con fuerza antes de quitarse la estaca, que dejó a un lado, esperando un descuido del mal nacido. Pero aquel descuido fue frustrado y con ello, un golpe lo había elevado por los aires cayendo sobre el sofá. En ese momento, el vampiro lo cogió por una de las piernas y lo arrastró hasta el suelo, que se teñía con la sangre de Leo. Le separó las piernas y se la clavó de golpe. Leo gritó.
—Sí, grita. Quiero que tu sangre se caliente de tal manera que arda en mi interior cuando la saboree. Quiero ver el miedo en tus ojos para que se endulce aún más —le iba hablando mientras le follaba sin freno.
Adrián no había vuelto en sí. A su alrededor, se había formado un charco de sangre. El vampiro la miró y su boca se abrió, mostrando sus dientes, sus colmillos deseosos de absorber el líquido preciado y sus ojos se encendieron como brasas. Percibió la sangre fluir por el cuerpo de Leo a gran velocidad, los latidos de un corazón que parecía querer salir fuera del pecho.
—Es el momento. La comida está servida en su justo punto.
Le susurró mientras sus afilados dientes rozaban la yugular de Leo. Éste cerró los ojos viendo llegar el final, un final que no hubiera escrito en su mente de esa manera. Su amigo, su amigo no se había vuelto a levantar y él ahora… De repente se sintió liberado del cuerpo de indeseado. Cayó desplomado al suelo y escuchó una voz conocida, una voz amada, una voz añorada.
—Deja a mi protegido en paz. Escoria entre la escoria —su voz era firme, pero tranquila.
Al girar el rostro Leo visualizó dos escenas al instante. Primero vio el impacto del vampiro contra el techo, donde dejó un manchón de sangre, tiñendo la pintura blanca, y mientras caía al suelo, el rostro de Andrey sonriéndole e intentando levantarle del suelo.
—Siento haber llegado tan tarde.
El vampiro lo atacó por la espalda, desplazándose ambos por el aire y frenando con la espalda de Andrey en la pared frontal. El gran cuadro que se sujetaba en ella, cayó en mil pedazos al suelo. Los movimientos de aquella pelea resultaban prácticamente imposibles de seguir por los ojos de Leo, que se encontraba agarrado al sofá, intentando paliar parte del dolor de su cuerpo y de aquella pierna que comenzaba a insensibilizarse.
Andrey se descuidó y su contrincante lo atacó con furia. Lo lanzó por los aires; su cuerpo se estampó en el techo y luego se desplomó en el suelo, provocando un fuerte temblor en el salón.
En la calle, las sirenas de los coches de policía, auguraban su cercanía.
—Ahora ya eres mío.
El rostro del vampiro se había desfigurado, mostrando la fiera que llevaba oculta. Lo cogió por uno de los brazos, se lo retorció y crujieron todos los huesos. Leo gritó por el dolor y el vampiro sonrió.
—Sí, excitado y aterrado. La sangre gorgoteando ardiente por tus venas y ese corazón, que dejará de latir en segundos, llamándome para que sacie mi sed.
Lo elevó hasta su rostro. Leo sintió el aliento helado que brotaba de su boca y se encontró ante los afilados colmillos, una vez más. Intentó golpearlo con el otro brazo, pero no tenía fuerzas. Miró hacia el suelo, donde Andrey permanecía inconsciente y deseó encontrarse en la otra vida con él. Aquellos dientes se acercaron al cuello. El corazón de Leo se disparó consciente del desenlace que se avecinaba.
No llegó a tocar su piel, cuando de nuevo se vio golpeando con su cuerpo, el suelo.
—¡Te he dicho que no lo toques!
El grito de Andrey resonó con virulencia entre las cuatro paredes. Levantó al impuro por los aires con su mano izquierda. Su rostro se volvió animal y sus ojos negros como la noche. Su puño derecho entró en el pecho del vampiro como un proyectil. Andrey le mostró los dientes a su adversario, mientras sacaba de su interior el corazón que había dejado de latir hacía varios siglos y salpicando de sangre el cuerpo de Andrey; con la otra mano, retorció su cuello con tanta rabia contenida que separó aquella cabeza del tronco. Varios chorros de sangre salpicaron al vacío, impregnándose por toda la estancia e incluso resbalando por las bombillas de la lámpara del salón. Leo cerró los ojos sin ver aquel final. Donde aquel cuerpo se convertía en cenizas que caían al suelo.
El sonido de los coches de policía resonaba fuera del edificio.
Andrey reaccionó de inmediato. Buscó la estaca y se acercó a Leo.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien. Podría estar muerto —le dispensó una sonrisa forzada.
—No hay tiempo —le puso la estaca en su mano derecha y cerró su puño. Lo llevó hasta las cenizas y lo dejó con suma suavidad junto a ellas—. Has sido tú. Es muy importante que lo recuerdes. Tú lo has matado.
—Pero…
—No hay tiempo Leo. No tenemos tiempo. La policía está abajo y no tardarán en entrar en la casa. Te amo —le besó en los labios—. Siento hacer esto. Me va a doler más a mí que a ti —le golpeó en la cara y Leo perdió el conocimiento—. Será mejor así. Ningún humano puede sufrir lo que has sufrido, sin desmayarse —colocó su rostro entre las cenizas y su mano, con la estaca, dentro de aquel deshecho.
El salón quedó en silencio. Todo había terminado.
La policía había entrado en el inmueble. Se dividieron en dos grupos. Unos subían por las escaleras y otros en el ascensor. No deseaban errar en aquella captura, y dejar algún hueco por donde escapar quienes estuvieran provocando aquel altercado. Cuando todos estuvieron en el piso indicado, golpearon la puerta con fuerza.
—¡Abran a la policía!
Nadie contestó.
Por la puerta de aquel portal, un hombre de paisano entraba a la carrera, intentando ventilar sus pulmones para no desfallecer. Era Teo. Subió corriendo por las escaleras cuando escuchó dos disparos.
—¡Joder, joder! —gritó cuando le faltaban dos pisos por llegar.
La policía había reventado la cerradura. Entraron en la casa. Se sorprendieron por la iluminación de los cirios.
—¡Qué cojones es todo esto! —comentó uno de los policías.
Entraron en el salón. Sus cuerpos se volvieron rígidos como la piedra ante la estampa macabra que presentaba dicha estancia.
—¡Santo Dios, qué ha sucedido aquí! —Gritó el policía amigo de Teo—. Revisad el resto de la casa.
Los hombres le obedecieron y recorrieron las dependencias, salvo dos de ellos. Uno corrió hacia el cuerpo de Adrián. Le tomó el pulso.
—Todavía está vivo. Su pulso es muy débil, pero está vivo.
El otro hombre se acercó a Leo y lo giró. El rostro del chico estaba impregnado en ceniza. Realizó la misma operación que su compañero.
—Éste también está vivo.
El amigo de Teo sacó su teléfono y llamó a dos ambulancias, mientras Teo se personaba en el lugar de los hechos. El policía se giró hacia él.
—¡¿Qué hostias haces tú aquí?! Te dije que te quedaras en la comisaría. Éste no es lugar para…
—Discúlpame y aprésame si lo crees necesario, pero tenía que venir. Saber que le había pasado a Leo y advertirte. Esa ceniza, esa ceniza es el cuerpo del vampiro. Hazme caso, por favor, hazme caso.