10
Las calles estaban encharcadas. La tormenta había cesado una hora antes. En el calor de la noche prematura se olía la humedad en el ambiente. Una humedad que se pegaba a la piel pegajosamente. De los aleros de algunos edificios, aún caían gotas de agua, mientras el cielo comenzaba a despejarse. Sí, aquel día de verano, se asemejó al del más puro invierno, salvo en la temperatura, más sofocante, por el calor que desprendía el asfalto.
Un ser, como una sombra en aquella oscuridad, por sus ropajes negros, caminaba despacio por la calle Pelayo. Mirada al frente, cuerpo rígido, sonido de unas botas de plataforma metálica y que le cubrían casi hasta la rodilla, por donde se introducían los pantalones negros de piel. Camisa negra de algodón con mangas cortas y aquella piel, que se veía en sus brazos y rostro, tan pálida como la luna. A la espalda, una pequeña mochila, también en color negro.
Caminaba por la acera derecha, prácticamente desierta, salvo algunos habituales de la zona, conversando en las puertas de los bares de ambiente. Pasó ante el Eagle, uno de los que estaban fumando a la puerta, lo miró de arriba abajo y le dijo algo a su paso. La sombra viviente no se inmutó, llevaba un destino y nada alteraría su camino. Poco más adelante, observó las puertas de metal del local y las traspasó. El Leather era un bar donde se sentía a gusto y donde el morbo le provocaba, buscando la víctima adecuada.
En la primera barra, cuatro clientes tomando sus copas y conversando con el camarero. Le saludaron, como si lo conocieran de siempre, él respondió con un gesto con la mano y bajó las escaleras. Caminó por aquel pasillo a medio iluminar, creando el morbo que buscaban los clientes, entre rincones, entre cortinas que incitaban a entrar en los cuartos oscuros, entre baños donde unos se miraban las pollas y luego a la cara. Buscando el deseo, deseando los objetos de placer.
Nuestro caminante subió las nuevas escaleras, cerró los ojos momentáneamente por la luz que provocaba la nueva barra. Se acercó, pidió una cerveza y se internó en el nuevo pasillo. Frente a las cabinas, se encontraban cuerpos deseosos de placer. Apenas les miró, entró en el otro cuarto oscuro y esperó entre las tinieblas. La cortina se abrió ligeramente y un cuerpo penetró en el interior. Se aproximó a él y lo acarició. Él rechazó la caricia y salió. Paseó entre las cabinas. Se fijó en un chico que se encontraba al final, con una camiseta de tirantes negra. El joven le sonrió y se metió en uno de los privados y él lo siguió. El chico cerró la puerta y acarició su torso mientras le desabrochaba la camisa.
—Tienes la piel muy fría —le susurró—. Yo te la calentaré.
No hubo palabras. No hubo gesto por parte de su compañero, mientras el joven abría la camisa y disfrutaba de un torso ancho y bien formado. Lo besó, lo acarició y se excitó.
—No me apetece hacerlo aquí —fueron las palabras de su compañero sexual—. Si quieres, follaremos en otro lugar más tranquilo, tú y yo, con más espació. Sin prisas.
El chico le sonrió.
La sombra humana, el ser viviente sin vida, se abrochó la camisa.
—Espérame fuera, en la otra acera y cuando haya caminado unos cien metros, me sigues. Me provoca morbo saber que me están siguiendo.
—Lo haré. Te espero y te seguiré.
El joven salió sin decir nada. Recorrió todo el camino hasta la calle y esperó en la otra acera. Encendió un cigarrillo y apoyó su espalda contra la pared. El vampiro abrió la puerta y comenzó a caminar. El chico obedeció, al pie de la letra, aquella orden dada. Cruzaron la calle Augusto Figueroa y la primera a la izquierda para internarse en San Bartolomé, bajaron hasta llegar a la plaza Vázquez de Mella, para continuar por la calle Clavel hasta llegar a la Gran Vía. Justo en el comienzo, el vampiro se detuvo.
Había estado percibiendo el poder del deseo del joven durante todo el trayecto, y como había ido creciendo por segundos. Como sus feromonas pedían a gritos sexo y él sería quien le daría el placer deseado. El deseado y el que buscaba él. Un placer más allá de los límites.
—Me apetece tener sexo al aire libre —le miró con ojos lascivos—. ¿Qué te parece?
—Me gusta el cruising, pero todo está muy mojado.
—Sí. Me excita lo húmedo.
—Llévame donde quieras —suspiró—. Me tienes a mil.
—Lo sé y quedarás complacido —le dispensó una sonrisa fría y sarcástica.
Levantó la mano y un taxi paró frente a ellos. Se subieron y le indicó la dirección. No hubo palabras durante el trayecto, simplemente las miradas que el chico dispensaba al desconocido, que envuelto en aquellas prendas, le provocaba una excitación desmedida. Bajaron del taxi.
—¿Me traes a la Casa de Campo?
—Qué mejor lugar para follar como dos animales. Con el día que hemos tenido, no habrá ni un alma y si lo hubiera…
—Resultas muy morboso.
—No sabes hasta que punto.
Caminaron. Pronto las botas se fueron tiñendo de barro, mientras pisaban un césped que desprendía, bajo sus pies, el agua contenida, como si se tratase de una esponja, durante el día.
El joven no se atrevía a hablar, ante la imagen que el desconocido presentaba. Por unos instantes pensó si había acertado en acompañarlo, o por el contrario, qué le depararía aquella aventura. El vampiro leyó sus pensamientos.
—Nada tienes que temer. Simplemente, soy hombre de pocas palabras. Me gusta más la acción.
—A mí también —le sonrió—. Pero ni siquiera nos hemos presentado.
—Las personas se presentan cuando desean entablar una amistad. Tú y yo, hoy buscamos otra cosa. Satisfacer nuestros deseos más primarios. ¿Me equivoco?
—No.
—Entonces, ¿de qué sirven las presentaciones, si posiblemente no vayamos a vernos nunca más?
Aquellas palabras estaban sentenciando al chico, sin él saberlo. Aceptó lo dicho. No deseaba irritarlo, pues en realidad, tenía razón, buscaba un momento de placer con aquel hercúleo que le eligiera a él, entre todos los del bar. Se sentía un privilegiado y no perdería la ocasión de llegar al límite que él tenía en mente, aunque no coincidiera con el de su contrincante en la batalla.
Llegaron a una parte donde el vampiro se detuvo. Se despojó de su mochila, colocándola al lado de un árbol y se quitó la camisa.
El chico le observaba y con la mirada, el vampiro, le invitó a que buscara el objeto del placer deseado que ocultaba bajo el pantalón. El joven no lo dudó, se agachó, no le importó mancharse los pantalones. Desabrochó el pantalón y un enorme rabo salió duro y disparado como un muelle. El joven sonrió sorprendido, tomó aquella polla entre sus manos y se la llevó a la boca. Sin la camisa, el vampiro se apoyó contra el árbol, disfrutando del placer de la mamada. Tenía unos labios carnosos y una boca caliente. El vampiro gimió de placer, agarró la cabeza del chico y le folló la boca con rapidez. Al joven le daban arcadas, pero no deseaba dejar de mamar. Se fue despojando de su camisa y el vampiro lo levantó. Se arrodilló, le bajó los pantalones y el slip y tomó aquel rabo introduciéndolo en su boca. El suspiro del chico resultó más profundo que el del vampiro.
—¡Joder, como mamas, cabrón!
No dijo nada. Se tragó el rabo hasta el fondo, mientras con las dos manos apretaba las fuertes nalgas del chico. Las apretó y azotó por varias veces seguidas. Luego, introdujo uno de sus dedos en aquel ano. El joven lanzó un grito de placer y aquel dedo folló el interior de aquel ano. Un dedo dio paso a dos y el vampiro comprobó que aquel culo se abría complaciente. Sin duda, estaba bien trabajado.
Sacó la polla de la boca y lo giró. Abrió las nalgas e introdujo su potente lengua en el interior. Los aullidos, gemidos, susurros y gritos del joven, iban calentando cada vez más al vampiro.
El chico pidió poder mamársela de nuevo y el vampiro accedió. Le folló la boca de nuevo, con tanta agresividad, que la respiración del chico pareció ahogada, hasta que se corrió en su boca. Le inundó y disfrutó viendo como salía por la comisura de sus labios, mientras el chico, ahora, se la mamaba con más tranquilidad. Lo miró lujuriosamente.
—Buena manguera, cabrón. La quiero en mi culo.
El vampiro se desprendió de las botas y se quitó los pantalones. El chico le imitó. El desconocido colocó al chico contra el árbol.
—¿No te vas a poner condón?
—Fíate de mí. Te aseguro que no te voy a contagiar nada.
—Está bien. Prefiero sentir el calor de un rabo sin el látex.
—Agárrate fuerte a ese árbol y separa bien las piernas. Te voy a follar como nadie lo ha hecho en la vida.
El chico obedeció una vez más. Pegó parte de su cuerpo al árbol, se agarró a él con fuerza, separó el resto del cuerpo, colocando aquellas hermosas nalgas frente al vampiro y éste, cogiéndolo por la cintura, se la metió sin piedad. El joven gritó, pero no se movió. La polla salió y volvió a entrar de golpe y un nuevo grito rompió el silencio del lugar. El vampiro se abrazó a él y le acarició el torso.
—¿Esto es lo que buscabas?
—Quiero más. Todo lo que me puedas dar —habló entre susurros. Entre el dolor y el placer que aquel trabuco le estaba provocando dentro de sus entrañas.
Sin separarse de la piel de joven y abrazado a su torso, le fue penetrando, hasta percibir que el ano estaba bien dilatado. Entonces, comenzó una embestida frenética. El joven gritaba. Le ofreció su mano para que la mordiera y lo hizo. Mordía con fuerza, lo que le excitaba aún más, mientras aquel pollón rebasaba los límites establecidos.
El joven sentía que su culo ardía, que su interior estaba explotando por las fuertes embestidas, hasta que sintió, cómo una inundación le llenaba por completo.
El vampiro aulló a la noche, al placer que aquel joven le acabada de proporcionar y que no deseaba quedara ahí. Sí. Necesitaba que estuviera aún más excitado. Su sangre, caliente, corría como una catarata sin control en aquel cuerpo. Su corazón latía frenéticamente y el olor que iba desprendiendo le enardecía.
—¿Quieres follarme tú a mí? —le preguntó al ver la erección del chico.
—¿Puedo?
El vampiro no dijo nada. Lo apartó y se agarró al tronco del árbol. El joven contempló aquellas impresionantes nalgas. Se agachó y separándolas introdujo la lengua en un ano que le pedía guerra. Se incorporó y se la fue metiendo poco a poco.
—Sácala y métela de golpe. Como hacen los buenos folladores.
El chico la sacó y se la metió hasta el fondo. El vampiro aulló y el chico le agarró por la cintura. Aquella potente y fría cintura, penetrándole con todas sus fuerzas. El sudor se desprendía por su frente y torso. El vampiro inhaló aquella nueva ráfaga de feromonas, de fragancias que precisaba para su cometido, para el final de aquella batalla y saciar su sed de hambre.
El chico no dejaba de penetrarlo mientras le buscaba la polla a su compañero. La agarró dura como la piedra, babeante y descendió hasta los grandes huevos, los tomó y los retorció. El vampiro aulló una vez más, le miró girando la cabeza.
—¡Venga cabrón, quiero que me inundes, que me llenes con esa leche que contienen tus huevos!
El chico le volvió a coger la polla. Le rozó con un dedo el glande y sintió como saltaban los chorros de semen, mientras él, con aquella excitación, también se corría en el interior de aquel ano. Se desplomó contra aquel bloque de carne humana, al menos en apariencia. Unió su pecho caliente y sudoroso, con la fornida espalda fría del vampiro.
El vampiro se giró. La polla del chico salió del culo chorreando semen. Visto y no visto, le golpeó y el joven perdió momentáneamente el conocimiento. Tiempo suficiente para que el vampiro sacara de su mochila unas largas cadenas.
—Ha llegado el momento —susurró.
Cogió al chico con una mano y con la otra una de las largas cadenas. Lo elevó a una altura determinada y en décimas de segundos, lo tenía firmemente atado al tronco del árbol. Las piernas abiertas y dobladas hacia atrás, los brazos elevados y su rostro caído sobre su cuerpo, aún desfallecido.
Con la cadena más corta, levantó su rostro y la ató alrededor de su cuello. Sonrió y esperó paciente mirándolo. Contempló aquel cuerpo desnudo que tanto placer le había proporcionado durante aquellos instantes. Deseo, en sus pensamientos, que la excitación del placer, no hubiese mermado en él. Aunque aquel olor que seguía desprendiendo, le auguraba que su fogosidad se mantenía invicta.
El joven se despertó aturdido, sin saber dónde estaba y qué le había sucedido. El vampiro se elevó tomando su polla entre las manos y practicándole una rápida mamada. El chico se excitó y lo miró extrañado.
—¿Qué hago amarrado a este árbol?
—Continuando con el juego.
—Me aprietan, me hacen daño. ¡Me duele! ¡Desátame!
—No. Ahora ha llegado el momento de jugar yo.
El chico comprendió al instante el peligro en el que estaba. Aquel ser se elevaba del suelo. Sus ojos se encendían y su sonrisa…
—No, por favor —le suplicó—. No me mates. No diré a nadie que hemos estado juntos. No me mates por favor —le suplicó entre sollozos.
—Tu sangre está hirviendo. El deseo en lo más alto, ahora preciso el terror de tus ojos ante lo que se te avecina. Sí, te voy a privar de la vida. Te provocaré la muerte más mágica que un ser humano puede experimentar. Eres un privilegiado.
Intentó gritar y el puño de aquel maldito se clavó en el interior de su boca, hasta tocar su garganta. Un chorro de sangre salpicó su rostro. Sonrió. El terror se dibujó en los ojos del chico, que no podía pronunciar palabra, por el desgarro de su boca y garganta que aquel monstruo le provocara.
—Gracias —susurro de placer el vampiro.
Le ofreció su mirada de fuego. Sus ojos de endemoniado. Su dentadura blanca como la nieve y aquellos colmillos que se asentaron en la yugular del joven.
Percibió como se clavaban. Cómo se hundían en su piel. Cómo su vena se desgarraba y poco a poco, su sangre pasaba al cuerpo del indeseado. Sintió un fuerte desvanecimiento, que el oxígeno abandonaba su cuerpo, que el corazón dejaba de latir, que…
El cuerpo del chico perdió su calor. Se volvió tan frío como el del vampiro y tan rígido como la roca. El vampiro dejó de morder. Ya no quedaba sangre en aquel cuerpo mortal. Sacó el puño del interior de la boca del chico y descendió al suelo. Mientras sus pies rozaban la hierba húmeda, admiró su puño ensangrentado y cómo algunos dientes del joven estaban clavados en su piel. Los quitó uno a uno, mientras lamía la sangre. Mientras su polla seguía dura. Aún más dura que cuando compartió aquella pasión sexual con el chico.
Lo miró. Ahora allí muerto. Con su alma perdida en algún lugar. Vagando inquieta, pues aquella era una muerte prematura. No marcada por el destino, sino por el deseo insaciable e inhumano de un ser de las tinieblas.
—Gracias chaval —comentó mientras se vestía—. También tú me has dado lo que buscaba. Que sangre más sabrosa, que placer me has proporcionado. Espero y deseo, que el próximo tampoco me defraude. Me estoy acostumbrando a este sabor —suspiró—. Con los siglos vuestra raza mejora.
Tras terminar de vestirse desapareció. Allí se quedó el chico. Amarrado al tronco, cayendo sobre él, el manto de la noche.