13

Aquel policía escuchó estupefacto la historia que le contara Teo. Se había levantado en varias ocasiones del sillón y volviendo a él de nuevo, sin interrumpir ni un sólo momento. Algo que agradeció Teo. Aquel silencio en su amigo, pronosticaba que en parte le podría estar creyendo, pero hasta emitir la última palabra y que él hablara, no sabría la verdad.

—Eso es todo. Tal vez te suene a locura, pero te aseguro que no lo es, y sabes que nunca me ha gustado fantasear.

—Lo sé —suspiró—. Lo sé y eso es lo que me preocupa. Tal vez, intentando razonar como humanos que somos, se nos ha escapado algo tan inverosímil como eso. ¿Quién se va a imaginar que existan ese tipo de seres en nuestra sociedad? Bueno —le sonrió—, en nuestra sociedad o cualquiera.

—Creo que están en peligro. Me dijo Leo que si en media hora no daba señales de vida…

En ese momento sonó el teléfono del despacho. El policía levantó el auricular y escuchó.

—Está bien, dame la dirección, mandaremos un coche patrulla —permaneció en silencio y anotó lo que su interlocutor le dictaba.

Teo se incorporó y miró el papel. Abrió los ojos como platos.

—Esa es la dirección dónde están.

—Espera un momento —ordenó por el teléfono y tapó el auricular—. ¿Estás seguro?

—Sí, completamente seguro. Está sucediendo. Algo ha salido mal.

El policía colgó el teléfono y salió como un obús de su despacho.

—Que preparen de inmediato dos coches patrulla. Miró a algunos de sus hombres. Lo que puede estar sucediendo en esa casa, puede ser mayor de lo que nos imaginamos —miró a uno de sus compañeros—. Te quedas al mando.

Esa noche, por lo que dedujo Teo, su amigo era el responsable de la guardia. Teo se acercó.

—Quiero ir con vosotros.

—Ni lo sueñes. Eres un civil y esto no te incumbe —suspiró—. Muchas veces no os dais cuenta que nuestra misión es protegeros y vosotros intentáis jugar a policías y ladrones. Es una locura, aunque ésta vez tenga cierta justificación. Pero tú te quedas aquí. Haremos nuestro trabajo.

Teo esperó a que todos salieran. Las sirenas comenzaron a sonar y él pidió un cigarrillo a uno de los policías. No fumaba, pero de alguna forma tenía que salir de allí. Uno de ellos se lo ofreció y salió a la calle. Le faltaron piernas para llegar al coche, abrirlo y subirse a él. Arrancó como si fuera un Fórmula 1 y después de dos volantazos se encontró en la carretera.

Intentaba despejar su mente, ser dueño de la situación, del volante y de no tener un accidente, pero le resultaba muy complicado. Sólo pensaba que estaría sucediendo en aquella casa.

Los vecinos del inmueble habían llamado por los gritos y golpes que estaban escuchando. Argumentaron que aquel piso era de alquiler y que hacía tiempo no veían entrar o salir a nadie. En cambio, esa noche algo estaba sucediendo en el interior y no era nada bueno. Se oían gritos de dolor, caídas y roturas de muebles y cristales.

«Estarían aún vivos» se preguntaba Teo. «Por Dios, que así fuera».

El coche se abría camino, más rápido de lo normal, entre aquellas estrechas calles. Pero no dudaba, conocía bien la zona desde hacía ya años. Bajó la ventanilla, necesitaba respirar aire, o mejor, que el aire de la noche le despejara. Sentía un tremendo calor en sus mejillas y como su corazón latía a tanta velocidad como aquel coche corría. Su sangre hervía, por la impotencia de la situación, por estar aún lejos de su amigo, que en aquel momento, seguramente le necesitaba. Esperaba, que esta vez no fuera un tópico lo de que la policía llega tarde, esperaba y deseaba, que aquellos hombres, como su amigo le dijera antes de abandonar la comisaría, estaban para proteger a los ciudadanos. En ocasiones, no nos paramos a pensar, la importancia que tienen esos hombres, que exponen sus vidas, por la defensa de los demás.