8
Las calles que colindan Chueca estaban prácticamente desiertas. Eran las 2 de la madrugada del miércoles. Apenas una docena de personas caminaban de un lado hacia otro, tal vez de regreso a sus hogares tras el cierre de los locales, o simplemente, buscando algo de diversión.
Unas pisadas rompieron el silencio en la calle San Marcos; dobló la esquina subiendo por Libertad. Nadie en su camino y las pisadas cada vez resultaban más enérgicas. En el pensamiento de aquel ser, un solo deseo: «Necesito saciar mi sed». Dobló hacia Augusto Figueroa. Se detuvo. En la entrada de un portal un chico se estaba liando un porro. Se acercó lentamente a él. El joven levantó la mirada y le sonrió.
—¿Nos lo podemos fumar a medias? —le preguntó el extraño.
—¿Qué me ofreces tú? —le contestó con el deseo en sus ojos.
—Una noche de placer que jamás olvidarás.
—Soy muy exigente. No me conformo con diez minutos de sexo tradicional —le retó mirando aquel cuerpo bien formado. En aquel torso blanco y definido que mostraba la apertura de su camisa negra.
Se desató la camisa por completo.
—Estás bueno, hay que reconocerlo, pero me interesa más tu rabo.
El extraño se desabrochó el pantalón que llevaba sin ropa interior y le mostró su hermosa polla. El joven sonrió. Se llevó el porro a la boca sin encender y le tocó el rabo. Se pudo duro al instante y asintió con la cabeza.
—Buena polla, cabrón. Espero que tengas aguante porque mi culo es muy exigente.
—Tendrás lo que quieres, pero a mí tampoco me gusta el sexo convencional. ¿Te gusta que te amarren?
—Sí —contestó con un suspiro. Luego encendió el porro—. Y si sabes fistear también me dejo.
El extraño, o el vampiro, se contuvo ante aquellas palabras. Sí, le apetecía una sesión dura de sexo que le excitara hasta el límite para luego disfrutar aún más su sangre caliente. No existía una sangre más sabrosa, según él, que la provocada por el deseo, el placer extremo y esa chispa de terror, cuando saben que la muerte está a su lado.
—¿No dices nada?
Le preguntó expulsando el humo en su cara y volviendo a coger aquel rabo entre las manos. Se agachó para mamársela y el vampiro le detuvo.
—Que vas a tener lo que quieres y mucho más, te lo puedo asegurar —le contestó con el deseo encendido en sus ojos y una voz que hizo estremecer de placer al joven—. Vamos a casa. Tengo una habitación preparada para todo lo que te puedas imaginar.
El joven le entregó el porro y el vampiro lo rechazó.
—No gracias, no fumo. Era una excusa para entrarte.
—Con enseñarme esa polla, me hubieras atrapado.
El vampiro se abrochó la camisa y se guardó el rabo cerrando los botones. Caminaron hacia la calle Fuencarral y el vampiro detuvo a un taxi. Se subieron a él y tras indicar la dirección, el taxista emprendió la marcha.
Al entrar en la casa, el joven se sorprendió al ver que toda la iluminación era de grandes cirios. Se giró y frunció el ceño, mientras el vampiro cerraba la puerta.
—Me gusta la luz de las velas, provoca un ambiente diferente. Aunque si lo prefieres, las apago y enciendo la luz artificial.
—No. Me excita. Tiene ese aspecto tétrico que mola. ¿Follaremos rodeados de velas?
—Claro —sonrió el vampiro.
En mitad del pasillo el vampiro detuvo al joven. Le despojó de la camiseta y olisqueó todo su cuerpo. Lamió sus sobacos sudados y se deleitó con el sabor agrio que provocaban. Pasó sus dientes suavemente por la piel y notó como el rabo del joven se ponía duro, bajo el pantalón. El suyo también lo estaba. Tenía un olor ácido y excitante. Aquel joven debía de llevar al menos dos días sin ducharse y su excitación, con aquel aroma humano, aún creció más. El joven le pegó a su cuerpo buscando la boca para besarle.
—Tu piel está muy fría.
—Soy de piel fría, espero que no te moleste.
—No. Estás demasiado bueno para dejarte escapar y quiero ese rabo en mi boca.
El joven se agachó y le liberó de los pantalones. La polla del vampiro salió tan disparada que le azotó en la cara. El chico agarró aquel rabo con fuerza y se lo llevó a la boca. El vampiro suspiró. El chaval era de garganta profunda, pues se tragó el gran rabo hasta el fondo. Dio una arcada, la sacó, tomó aliento, le miró y sonriendo, volvió a tragársela hasta que el pubis rozó sus labios. Le acarició las nalgas y los muslos, mientras seguía mamando. El vampiro le cogió por la cabeza y le empezó a follar con fuerza la boca.
—¡Hijo de puta, como mamas!
El chico no dijo nada. Siguió mamando y mamando sobre excitado, con la violencia que su cabeza era movida por aquellas fuertes manos. Luego se levantó y se despojó de sus pantalones. Tampoco llevaba ropa interior y le mostró su polla dura. Tenía un rabo normal, de unos 16 cm y le miró pidiéndole con aquel gesto, que deseaba que se la mamara a él. El vampiro se arrodilló, tomó aquella polla y la devoró. El chaval lanzó un suspiro de placer y el vampiro succionó hasta que se corrió en su boca. Sabía que de esa forma, estaría más relajado y podría comenzar su propio juego.
—Cabrón, me has vaciado. Menos mal que yo sigo igual de caliente, aunque me corra.
—No esperaba menos de ti. Ven, te mostraré mi habitación especial.
Le guió por el pasillo, entraron en el salón y tras abrir una de las puertas de una de las habitaciones, le pidió que pasara. Estaba iluminado con grandes velones, como el resto de la casa y el chico abrió los ojos ante lo que observaba.
—¡Tienes una cruz de castigo! —Se acercó y acarició la madera; luego miró a su izquierda y al ver el sling, le sonrió—. Se me ocurre algo que nos puede excitar a los dos —se acercó y le agarró la polla que aún mantenía dura y le miró con ojos de vicio total—. Me atas a la cruz, me azotas un rato, y luego en el sling me abres el culo con tu puño y brazo. ¿Tienes popper?
El vampiro tomó un frasco de una estantería y se lo entregó. Luego cogió un látigo y empezó a golpearse en una de las manos, sin dejar de mirarlo y sintiendo como la polla se le pegaba más al vientre de lo excitado que estaba.
—Sí. Nos vamos a divertir —sonrió el chico mientras inhalaba del frasco—. Es bueno este popper. Siento como se me abre el culo —le volvió a coger la polla y tiró de ella. El vampiro suspiró—. Buen rabo. Grande y bien duro. Creo que antes de fistearme me follarás. Quiero sentir ese rabo. ¡Joder, lo quiero todo de ti!
—Lo tendrás, tendrás más de lo que piensas —hizo una pausa—. Si estás preparado, comenzaremos con la cruz.
El chico se colocó en la cruz de frente. El vampiro lo amarró y luego le cubrió la cabeza con una máscara de cuero. Abrió la cremallera que tapaba la boca y le metió la empuñadura del látigo. El chaval la lamió como si fuera una polla y se excitó. Cogió el látigo, se apartó un poco y le empezó a fustigar. Al principio suave y luego más fuerte, hasta que las primeras gotas de sangre brotaron. Los ojos del vampiro brillaron y se acercó para lamer los finos regueros de sangre que se desprendían por la piel. El chaval suspiró. El vampiro agarró sus huevos, tiró de ellos hacia abajo y se los retorció. El rabo del chico lubricaba en abundancia. Volvió a azotarlo y nueva sangre salió. Repitió la operación, dejando la piel limpia. Lo desató.
—¿Quieres follarme? —le preguntó el vampiro.
—Sí. Necesito vaciar de nuevo.
—Fóllame entonces.
El vampiro se puso a cuatro patas y el chaval le metió el rabo tras escupirle en el ojete. El vampiro aulló y el chaval se la clavó con fuerza hasta que la última gota de leche quedó dentro. La sacó de golpe, contempló como su leche salía de aquel ano, la volvió a meter, el calor de su semen y aquella lubricación que provocaba, le excitó y le estuvo follando durante un largo rato. Se detuvo y se volvió contra la cruz.
—Amárrame y fóllame como a una perra —tomó el bote de popper y esnifó de nuevo.
El vampiro se incorporó. Se tocó el ano y cogió en sus dedos parte leche que salía de su culo, la llevó a la boca y la saboreó. Amarró de nuevo al chico. Le azotó antes de follarlo y mientras lamía la sangre provocada por las heridas, se la metió de golpe. El chaval gritó y el vampiro le ofreció su puño para que mordiese. No lo dudó, mordió aquella mano y la excitación del vampiro se multiplicó, descargando en su rabo que entraba y salía con furia de aquel culo. Se sorprendió de que no sangrara, ante sus tremendas embestidas.
—Este culo está bien currado. Eres un buen puto.
El chico no dijo nada, seguía mordiendo aquel puño duro y frío; mientras el vampiro le follaba con tal frenesí, que sentía el ardor de las paredes anales del chaval. Se corrió. Una corrida abundante, que al sacar su rabo, aún duro, salió a chorros.
Le desató. Lo cogió en brazos y lo tumbó sobre el sling. Lo amarró y se la clavó de nuevo, mientras se untaba con crema las manos y los antebrazos. Luego la sacó y empezó a fistearle. Comprobó que aquel culo daba bien de sí y fue alternando una mano y otra hasta que de pronto todo el puño quedó dentro de aquel ano. El chaval tomó el frasco de popper e inhaló de nuevo. El vampiro emanaba los olores de un animal en celo. El puño dio paso a parte del antebrazo y poco a poco le introdujo hasta el codo. Al llegar a ese estado, el chico gritó y el brazo comenzó a follarlo con fuerza, con mucha fuerza. Los ojos del chico se crisparon, entre el dolor y el placer. El vampiro no aguantaba más su excitación. Tapó la boca del chaval con la otra mano. Podía oler la transpiración del chico. El olor a miedo, dolor y placer. La combinación perfecta para que la sangre cobrara otro sabor diferente al de un estado normal y no lo dudó. Sus ojos se encendieron como llamas, de su boca emergieron sus dientes y sin que el chaval pudiera reaccionar, atravesó la yugular con los afilados colmillos. Succionó con fuerza, como la que continuaba ejerciendo con el otro brazo sobre aquel culo. El chico dejó de respirar, el brazo comenzó a salir del ano, los ojos mostraban el horror vivido, y la boca, tras separar la mano el vampiro, desencajada por los gritos que no pudo pronunciar.
El vampiro hinchó el voluminoso torso y sonrió mientras se lamía la sangre que tenía en el antebrazo y mano.
—Hijo de puta, me has ofrecido el mayor manjar que nunca esperé disfrutar —suspiró—. Además del placer que he experimentado, tú sangre es la más sabrosa que he degustado hasta la fecha. Gracias. Has cumplido de sobra mis expectativas.
Se masturbó y le regó el cuerpo, como marcando el territorio y a su presa.
Una noche más, Leo y Teo se encontraban bajo el chorro de agua caliente, en un gimnasio a oscuras y un vestuario vacío. Se dejaban relajar por el agua, tras una breve sesión de sauna. El entrenamiento había resultado más duro de lo habitual. Más para Leo, que no estaba tan acostumbrado, que para Teo. Apenas se habían dispensado unas palabras cuando se dirigieron a los baños.
—Tengo algunas agujetas —comentó Leo mientras el agua golpeaba su torso.
—Es natural, estás siguiendo un buen ritmo en las clases y me estás provocando a superarme. Me gusta tener un buen compañero para trabajar los distintos grupos musculares.
Se dispensaron una mirada cómplice.
—Pronto estarás más…
—¿Macizo? —le preguntó interrumpiéndole con mirada seductora.
—No sé si es esa la expresión. Pero estoy seguro que te vas a gustar mucho más y a los demás —le sonrió—. Aunque ya tienes un bonito cuerpo y pienso, que una buena genética.
—Todo esto es natural. Salvo correr un poco, algunos ejercicios de gimnasia y patinar cuando me da la neura. No he hecho más deporte en toda mi vida.
Cerraron los grifos y con las toallas en las manos salieron hacia los bancos donde aguardaba la ropa. Mientras se secaban, Teo volvió a hablar a Leo.
—Con todo el trabajo que he tenido hoy y el entrenamiento tan duro, no hemos tenido tiempo de conversar sobre el asesino. ¿Qué opinas de la carnicería?
—La verdad que no sé mucho de cómo ha sucedido todo.
—Yo sí. Te dije que uno de los policías que lleva el caso es amigo mío. Me ha descrito con pelos y señales cómo encontraron el cuerpo del chico. Lo primero que les ha sorprendido, ha sido que lo arrojaran a la fuente de Neptuno, por lo que temen que el área de asesinatos ya no se limite al barrio de Chueca, o como sucedió con las dos prostitutas, a la calle Montera. Lo otro que les ha sorprendido es la tremenda violencia que ejerció sobre el chico. Me imagino que sabes lo qué es fistear —Leo asintió—. Pues el chico estaba totalmente desgarrado por dentro, además de los latigazos que su piel presentaba, tanto en la espalda como en el pecho.
—¡Joder! ¡Qué hijo de puta!
—Están acojonados. No saben quien puede ser el demente.
—Nosotros sí.
—Pero de qué nos vale que lo sepamos. No podemos ir con esa historia a la policía. No nos creerían.
—Lo sé —asintió Leo mientras terminaba de colocarse la camisa y cerrar la bolsa de deportes—. Nosotros seguimos buscando.
—¿Quiénes?
—Adrián y yo. Nos turnamos una noche cada uno, pero sabemos que la empresa es difícil.
—Tened mucho cuidado —Teo miró a Leo—. No me gustaría que te pasara nada.
—No te preocupes. Si veo a un paliducho y su piel es fría como el hielo, sabré que es él.
—Hoy no me puedo quedar —sonrió—. He quedado con una amiga, me invita a cenar a casa.
—Y el postre lo pones tú, seguro.
—Eres un cabrón. Me gusta follar con ella de vez en cuando. Sólo somos amigos, yo no estoy preparado para tener pareja. Creo que soy un bicho raro.
—No. Con ese cuerpo, yo tampoco tendría novio. Aprovecharía todo lo que la vida me ofreciera.
—Yo no pienso así, simplemente que no me veo comprometido con alguien. Demasiadas responsabilidades.
Salieron del vestuario una noche más y caminaron por aquellas salas que permanecían con tan sólo las luces auxiliares. Teo abrió la puerta y Leo salió. Teo conectó una noche más la alarma y luego cerraron la puerta.
—Mañana no vendré a entrenar, me toca ronda —sonrió Leo.
—Está bien. Pero lo dicho, cuídate, no cometas ninguna locura. Tienes el número de mi móvil, con lo que sea, me llamas.
—Descuida, si me veo en un aprieto llamaré al musculitos del grupo. Diviértete con esa amiga.
—Lo haré.
Se despidieron y cada uno emprendió un camino distinto. En el silencio, Leo pensaba cual sería la mejor estrategia para descubrir al vampiro.
—¿A qué vampiro quieres descubrir?
Leo se sobresaltó al escuchar la voz, que aunque conocida, no la esperaba.
—¡Joder Andrey! Un día me matas de un infarto.
—No me gusta que mi mortal favorito esté deambulando solo a estas horas.
—No será por lo que lo has hecho estos días, a propósito, ¿dónde te has metido?
—Salí fuera de la ciudad —sonrió—. Bueno, del país. Tuve que reunirme con los míos. Este asunto se nos está yendo de las manos.
—¿Te has enterado del último asesinato?
—Nos llegó la noticia. Por eso te decía. No es un vampiro normal. Es un auténtico sádico. Hacía siglos que ninguno de su clan llegaba a esos extremos.
—¿Qué habéis acordado? Me refiero a los tuyos.
—Hemos contratado a un rastreador. Ellos tienen la facultad de encontrar a cualquier vampiro. Son como vuestros espías —sonrió.
—Genial. Toda ayuda es poca.
Leo admiró, una vez más, el cuerpo de Andrey, que a través de la camiseta de lycra, se marcaba cada uno de sus músculos. Deseó esa noche poder estar con él. Necesitaba una buena sesión de sexo, y estaba más que seguro, que Andrey sabría satisfacer todos sus instintos sexuales.
Andrey le sonrió.
—Recuerda que puedo leer algunos de tus pensamientos, sobre todo si tú me lo permites.
—Lo sé —le miró con gesto de vicio.
—¿Quieres volver a follar conmigo?
—¿Volver a follar? Qué yo sepa… —se quedó pensativo. No podía ser. Era imposible que…
—Sí. Ya lo hemos hecho dos veces, y sinceramente, resultó muy agradable. Eres muy vicioso y morboso.
—Me estás intentando decir qué la mañana que me masturbé pensando en ti y la noche que soñé contigo fueron reales.
—Lo fueron —afirmó con rotundidad, con la vista al frente.
—¡Joder! No puedo creérmelo.
Andrey se detuvo, miró alrededor y abrazó a Leo.
—Cierra los ojos, no quiero que te marees.
Leo sonrió. Sabía muy bien lo que significaba aquello, y cerró los ojos, al igual que hiciera aquella tarde lluviosa. Volvió a sentir la misma sensación en su cabeza y estómago. Una sensación de velocidad y vértigo. De un viento que parecía abrirse camino ante ellos. Tuvo la tentación de mirar lo que estaba pasando, pero no deseaba tentar a la suerte. Necesitaba estar en plena forma, si la sesión de sexo, tal y como esperaba, fuera larga y sin límites.
El olor corporal que desprendía Andrey le hacía enloquecer. Su rostro estaba pegado a su cuello y aquella piel fría se tornó en segundos tibia. Sonrió. Recordó los dos momentos vividos, para él, en una fantasía que había descubierto era una realidad. Le besó el cuello pero Andrey no se inmutó. Tal vez, estaba demasiado concentrado en aquel desplazamiento no humano. Le besó una segunda vez, y ya no despegó los labios hasta que Andrey le pidió que abriera los ojos. Lo hizo y de nuevo estuvo frente a la puerta de su portal.
—Qué sea la última vez que me besas —le miró con ojos excitados—, cuando estoy concentrado.
—Lo siento. Es que el aroma que desprendes me excita hasta límites insospechados.
—Pues te reservas —espetó con voz dura—. Yo también te deseo. Eres un humano muy apetecible —le sonrió frunciendo el ceño.
—¿Con tal de que no me comas?
—No sé si podré resistir la tentación —elevó una de las cejas mirándole retadoramente—. Tú también hueles muy bien.
—Te invitaría a cenar, pero lo que tengo en el frigorífico seguro que no sería de tu agrado. Por lo tanto, por qué no te vas a cenar y te espero desnudo en la cama. Total, ya sabes el camino y no necesito dejar la puerta abierta.
Andrey se rió estrepitosamente y Leo le tapó la boca.
—Ya he cenado, tranquilo —le susurró.
Mientras subían en el ascensor, Leo le miró fijamente.
—Que conste, que entrar en casa de un humano, sin permiso, por si no lo sabes, es allanamiento de morada. Te podría denunciar por eso.
—Hagamos entonces un pacto: yo no te como y tú no me denuncias.
—Acepto.
—Bien, eso significa que tengo vía libre para entrar en tu casa cuando quiera.
—Pero no te lleves mis pertenencias, eso no está en el trato.
—Lo único que me llevaría de esa casa, sería a ti.
Leo no lo pudo resistir y se lanzó contra él. Le levantó la camiseta y le mordisqueó todo el cuerpo. Andrey suspiraba de placer. El ascensor se detuvo y Andrey marcó el último piso mientras Leo le quitaba la camiseta. Pronto los dos estuvieron desnudos y Leo devorando aquella polla que tanto había deseado en sueños y fantasías. Andrey emitía gemidos contenidos, mientras su rabo se endurecía hasta el límite. Su hermoso glande rosado latía en la boca de Leo.
—Si sigues así me voy a correr.
—¿Algún riesgo que deba conocer? —preguntó Leo mirándole a los ojos y agarrando con fuerza aquella polla dura como el acero.
—No. Nosotros no padecemos ninguna enfermedad humana.
—Cojonudo.
Volvió a meter el rabo en la boca tragándolo hasta el final. Andrey no contuvo un aullido y Leo sintió todo el semen de su compañero en su boca. La abundante leche se derramaba por la comisura de sus labios y Leo tragó todo lo que pudo. Andrey lo levantó y lo besó. Las lenguas se entrecruzaban entre sí, disfrutando del sabor dulce de aquel semen. Leo se humedeció el culo y se agarró al cuello de Andrey. Andrey lo miró con deseo y lo levantó con sus fuertes brazos y en un abrir y cerrar de ojos, aquella polla atravesó el ano de Leo. Leo mordió el cuello de Andrey para evitar el grito entre placer y dolor que sintió, cuando todo el pollón entró en su interior. Se disculpó con una mirada y Andrey lo sonrió mientras comenzaba a penetrarlo con fuerza. Aquella polla salía y entraba en aquel ojete a un buen ritmo, hasta el punto, que el rabo de Leo, que se rozaba con el vientre de Andrey, comenzó a escupir humedeciendo las pieles de los dos. Andrey aceleró y Leo percibió en su interior el abundante líquido.
—Te toca a ti.
Leo se miró el rabo cuando dejó de abrazarse a Andrey. Comprobó que le había bajado la erección.
—Yo no soy tan potente como tú. Además, cuando me follan, tiendo a perder la erección.
—Pues espero que la recuperes pronto. A mí también me gusta que me penetren.
El ascensor llevaba detenido en el último piso un buen rato, los instantes de aquel momento de placer. Leo pulsó su piso y recogieron toda la ropa que se encontraba esparcida por el suelo. No se vistieron, Leo abrió con rapidez la puerta de su casa y ambos entraron cerrando tras ellos. Se guió por la luz, que a través de la ventana del salón iluminaba tímidamente el pasillo. Llegaron a la habitación, arrojaron de nuevo la ropa sobre una silla que se encontraba en una esquina, y los dos se lanzaron a la cama, abrazándose y comiéndose la boca con ansiedad. Sus pollas volvieron a ponerse duras. Andrey puso boca arriba a Leo y se sentó sobre su polla. Humedeció su ano y se la metió hasta el fondo. Aulló y apretó con sus manos el torso de Leo. Leo intentó coger las nalgas de Andrey y éste le detuvo moviendo la cabeza negativamente. Leo se quedó muy quieto y Andrey comenzó a cabalgar sobre aquella polla. Se inclinó sobre el cuerpo de Leo y le levantó un brazo. Lamió con desesperación el sobaco, que resultaba uno de los puntos débiles de Leo. Leo comenzó a gemir por aquella oleada de placer que estaba recibiendo de su compañero. De un sobaco pasó al otro y después a los pezones que mordisqueó con sumo cuidado. Los ojos de Andrey se encendieron y Leo vislumbró una dentadura blanca y unos colmillos tremendamente afilados. Andrey se quedó sentado sobre su polla dura y Leo no se atrevió a moverse. Los aullidos de Andrey retumbaban en la habitación, mientras que de su polla saltaban grande chorros de leche sobre la cara y cuerpo de Leo. Uno de aquellos chorros cayó en su boca y cuando Leo se disponía a saborearlo, la boca de Andrey se precipitó sobre sus labios. Le mordió ligeramente el labio inferior y unas gotas de sangre se hicieron visibles. Andrey se separó de inmediato del cuerpo de Leo, estrellándose contra la pared del fondo. Leo se asustó y se incorporó. Mientras lo hacía, Andrey desapareció, dejando toda su ropa sobre la silla, junto a la de Leo.
—¡Mierda! —gritó Leo tocándose el labio.
La habitación quedó en silencio. Leo se levantó dirigiéndose al cuarto de baño. Comprobó que la mordedura era muy pequeña. Ya no sangraba. Se limpió con abundante agua fría y al volver a mirarse en el espejo, sintió una presencia tras él. Se giró, era Andrey que le miraba con ojos suplicantes.
—Lo siento, me dejé llevar más de lo normal.
—No tienes que pedir disculpas. Si no fueras un vampiro… No es la primera vez que me muerden el labio u otra parte de cuerpo y sale sangre. Estábamos muy excitados, eso es todo.
—Sí, pero aunque no me alimente de sangre de humanos, la tuya es muy tentadora. Es demasiado apetecible.
Leo dio un paso hacia su compañero. Andrey dio un paso atrás y Leo continuó acercándose. Pegó su cuerpo al de un Andrey que permanecía muy quieto, tomó su cara entre sus manos y aproximándola a sus labios, lo besó. Andrey no reaccionaba y Leo continuó provocándole. Percibió que la polla de Andrey volvía a elevarse como ya lo estaba la suya. Andrey le separó la cara y le sonrió.
—Gracias.
Leo no respondió, volvió a besarlo y Andrey lo levantó como si fuera una pluma y en menos de un segundo, los dos se encontraban encima de la cama. Retozaron, dejándose llevar por el deseo que entre los dos bullía. Cada parte de aquellas pieles era lamida y saboreada. Leo se atrevía a mordisquear algunas zonas y sobre todo a disfrutar de los sobacos tan sensuales que tenía Andrey. Recorrió toda aquella piel tibia, mientras Andrey permanecía boca arriba. Lamió con detenimiento cada zona de aquel hermoso y perfecto cuerpo, se deleitó con el aroma, que se acrecentaba a medida que el placer en Andrey se revolucionaba. El cuerpo de Andrey se agitaba, pero no hizo nada por detener a Leo que poco a poco iba descendiendo por su cuerpo, besándolo, acariciándolo, mordisqueándolo. Sus aullidos eran ahora controlados y cuando creía no poder hacerlo, mordía con fuerza la almohada. Leo acarició aquella polla que se presentaba ante él dura. Rozó con la punta de su lengua el orificio del glande rosado y Andrey se encorvó por el placer. Una de las manos de Leo se posó sobre su vientre, logrando que su cuerpo volviera a tocar la sábana. Pero al repetirlo de nuevo, Andrey lanzó un aullido que rompió el silencio de la habitación. Leo pasó la lengua por toda la polla hasta llegar a los huevos. A sus hermosos huevos, y los saboreó. Introdujo uno en la boca masajeándolo en el interior y luego lo hizo con el otro. Intentó llevarse los dos a la vez a la boca, pero le resultó imposible, eran demasiado grandes. Andrey levantó sus potentes piernas y le ofreció el rosetón rosado de su ano. Leo suspiró, le pasó la lengua una vez y al comprobar que estaba dilatado, se incorporó y se la clavó hasta el fondo. Andrey se mordió la mano y le miró con ojos de deseo. Leo le penetró con todas sus fuerzas, sintiendo el calor de su rabo rozar las paredes anales de su compañero de pasión. Las piernas de Andrey se asentaron en los hombros de Leo y Leo tomó la polla de Andrey y le masturbó. Andrey no dejaba de morder la almohada a la vez que lo miraba de soslayo. Sus ojos de nuevo estaban encendidos, pero Leo no tuvo el menor temor. Sacó la polla y contempló el hueco que había dejado tras las fuertes embestidas y sonrió. Le volvió a penetrar y se detuvo en sus piernas. Las acarició y tomó uno de aquellos pies perfectos, saboreando dedo a dedo y pasando, finalmente la lengua por toda la planta. Lo dejó sobre su hombro y realizó la misma operación con el otro pie. Al posarlo de nuevo, en el hombro correspondiente, cogió la polla y estalló. Salpicó al espacio una gran cantidad de leche. Leo aceleró el ritmo, deseaba llenar las entrañas de su amigo con su semen, aunque no fuera tan abundante como el de él. Se corrió y se desplomó contra su cuerpo. Andrey acarició su cabeza y Leo lo miró sonriendo.
—¿Siempre sale la misma cantidad de leche de tu polla?
—Sí —le sonrió con mirada incisiva—. ¿Te gusta?
—¡Joder, sí! Ya me gustaría a mí ser tan lechero.
—Tú tienes la suficiente. A mí me provoca el calor que emana cuando me llenas.
Leo posó su cabeza sobre el torso de Andrey y lo acarició. Se quedó en silencio.
—¿Te apetece dar una vuelta?
—Prefiero quedarme así y me gustaría que te quedaras a dormir.
—Me quedaré a dormir, pero quiero enseñarte algo.
—No me apetece vestirme.
—Iremos desnudos.
Leo levantó la cabeza y le miró interrogativamente.
—Confía en mí. Te va a gustar la experiencia.
—Confío en ti. Ya lo sabes.
Leo se incorporó y Andrey se arrodilló en la cama. Miró hacia la ventana y sonrió.
—La noche es perfecta. Colócate detrás de mí y agárrate fuerte.
Leo obedeció, se colocó a la espalda de Andrey y se abrazó a su torso. Percibir la piel suave y tersa de Andrey, le hacia sentir bien, e incluso la temperatura tibia de su cuerpo, lo agradecía ante el calor existente. En unos segundos, los dos se encontraban en el exterior. En el espacio de la noche estrellada.
—Abre los ojos. Va a ser un paseo especial.
Leo abrió los ojos y al verse por encima de la ciudad, se apretó con fuerza al cuerpo de su compañero.
—No te preocupes, no te vas a caer, o mejor dicho, no permitiría que tu hermoso cuerpo rozara el asfalto.
Leo respiró profundamente y Andrey sonrió al sentir aquella respiración en contacto con su espalda. Permanecieron inmóviles por unos segundos, los suficientes para que Leo disfrutara de la vista panorámica más espectacular que nunca se imaginó de su Madrid. Andrey se deslizó, sería tal vez el término para aquel vuelo suave, tan sutil, que hasta la brisa de la noche cálida, los sonrió. Leo contemplaba cada edificio a vuelo de pájaro, a las gentes caminar entre las calles como pequeñas hormigas, a los coches transitar y que el sonido que emitían resultara casi inaudible. El abrazo hacia el cuerpo de Andrey se aligeró, Andrey volvió a sonreír, pues entendió que confiaba plenamente en él. Recorrieron la Gran Vía, aquella calle por la que Leo sentía cierta predilección. Rodearon el reloj del edificio de Telefónica y arriba, en lo más alto, se detuvieron.
—Agárrate a uno de esos pivotes que sobresale y quédate muy quieto. Si alguien mira hacia arriba, creerá que somos parte de la construcción. Las sombras nos protegen.
Leo obedeció y se asomó. Llenó sus pulmones de aire, de un aire que en su mente cobraba una dimensión de felicidad. ¿Cuántas veces había mirado hacia arriba, hacia aquel reloj iluminado con puntos rojos? ¿Cuántas veces soñó estar sobre las terrazas de aquellos edificios emblemáticos? ¿Cuántas veces fantaseó con tener un ático en la Gran Vía y en las noches calurosas, como lo era esta, asomarse y percibir la vida que abajo cada noche rodeaba la gran calle? Estaba viviendo un sueño, disfrutando de un momento único, de algo que ningún ser humano alcanzaría jamás. Miró a Andrey. Su pose resultaba majestuosa. La tensión de sus músculos, la blancura de su piel, la belleza desmesurada en su desnudez, el porte de su rostro rígido y masculino. Con la rodilla derecha hincada en la piedra y la otra pierna en ángulo de 90 grados. Su mano izquierda reposaba sobre la rodilla correspondiente y la otra se agarraba, ligeramente, pues no necesitaba hacerlo, a uno de los pivotes. El tronco de su cuerpo erguido y su mirada al frente. Él no necesitaba mirar hacia abajo, seguramente ya había contemplado aquella imagen cientos de veces. Sus órganos sexuales quedaban en sombra y lo agradeció, pues aquella parte de él, era extremadamente sensual y sexual. Andrey giró la cabeza lentamente, tal era el movimiento, que le pareció una eternidad hasta que sus ojos se encontraron con los de él. Le sonrió y los ojos de Andrey brillaron con la intensidad de las estrellas.
—En las pocas veces que hemos hablado, una vez fue sobre esta calle. En tus palabras presentí que disfrutabas de tus paseos por ella y del paisaje urbano que se presenta —hizo una pausa leve—. Coincidimos en el gusto. Es una calle donde se respira vida, alegría, sueños, frustraciones… Donde la opulencia se funde con la máxima pobreza. En la que los visitantes fotografían cada edificio y olvidan a los marginados que entre cajas de cartón se arropan. Donde los humanos os evadís de vuestros problemas entrando en sus salas de cines y teatros. Asfalto que se ha llenado de terrazas buscando que el negocio prospere, pues seguís empeñados en contaminar vuestros pulmones con el tabaco. Vicio que no comprendo, pero que debe de ser respetado. Demasiadas leyes absurdas, cuando otras importantes aún no se han decretado o modificado. Extraña humanidad. Sois seres mágicos en vuestra vulnerabilidad y esa vulnerabilidad, os hace fuertes y muchas veces inconscientes de los límites que tenéis. En estos años, que llevo siendo inmortal y tras sufrir mis transformaciones, he comprendido el verdadero valor de ser mortal. Vivís con el miedo a la muerte y lucháis con ella e incluso la retáis. Loca humanidad, pero maravillosa debe de ser esa sensación que yo ya he perdido con las décadas, pues poca memoria me queda de cuando fui un mortal, salvo el sentimiento del amor, que me entregó mi amado, y de la comprensión que he ido estudiando en vuestras miradas. Los sentimientos que me fueron arrebatados en la muerte, lo más importante de vuestro ser, lo dejáis a un lado, cuando esas emociones son el motor de vuestra vida. Os aferráis con fuerza a las riquezas, al poder e incluso al dominio de los unos sobre los otros. Vivís bajo la ley del más fuerte, cuando por el contrario deberíais unir vuestras fuerzas para lograr objetivos que os hagan felices a todos por igual. Sinceramente, no os comprendo, no comprendo ese afán por la posesión. Mira a tu alrededor —estiró su brazo derecho y lo hizo girar de un lado a otro—. Mira cada uno de esos edificios, ¿cuántos han poseído o han creído poseer el interior de algunos de esos pisos? Y en cambio, pasan de manos en manos, en sus más de cien años que tienen algunos de ellos. Vosotros morís, ellos perduran. Entonces, ¿dónde está el verdadero misterio para vivir toda una vida esclavos de cuatro paredes que un día serán de otros? Mi querido amigo, si un consejo admites de alguien que ha vivido más de un siglo, es que aprendas a disfrutar de lo que tienes, valores lo que por ley te pertenece y compartas tus alegrías con los demás. Esta bien mirar al futuro, pero que el futuro no sea esa cadena que te encarcele por vida. Rompe los eslabones que la sociedad intenta soldar a tu alrededor, sin tener motivo para existir, y vive la vida con plena libertad.
—Tal vez, como bien has dicho, son los años los que hacen a uno darse cuenta de lo que verdaderamente nos es necesario, pero mira ahí abajo. Se lucha por sobrevivir, por tener un techo sobre el que dormir y descansar tras el trabajo, los que tenemos la suerte de tenerlo. Quienes estudian para labrarse un futuro, un futuro cercano, donde sus estudios les aporten seguridad, que muchas veces no logran. Es cierto que existe egoísmo y que algunos poderosos usan sus armas para controlar. Tú tienes una visión como inmortal y poco precisas para la existencia, pero nosotros, los mortales, quizás algo que has olvidado con los años, es que tenemos necesidades y miedos.
—Estoy de acuerdo con esa afirmación, en parte, pero sigo pensando que os ofuscáis en poseer lo que no es necesario para vuestra felicidad, que lucháis por llegar más allá de vuestras metas reales, y cuando no lo conseguís, descargáis vuestra cólera en los demás, sin pararos a pensar, que el error que habéis cometido, lo podéis remediar. Pero sois tremendamente orgullosos y en ocasiones, dañinos hacia vuestro semejante. Y no deseo generalizar, pues entre vosotros, los hay que merecen no vivir cien años, sino mil, y otros por el contrario, no debieron nacer jamás.
Se creó un silencio entre los dos. Tal vez tenían aún mucho que decirse, el uno pensando como humano y sabedor de que como tal, cometemos errores y que es cierto, que nuestras frustraciones y el no conseguir determinados objetivos, nos llevan a una ira que descargamos en otros, haciéndoles sufrir, por algo que no merecen. Por el contrario, seguramente, aquel ser alabastrino, ahora en su quietud máxima, como una escultura de ensueño, reflexionara sobre lo perdido cuando dejó de ser quien fue. Poseía algunos sentimientos, posiblemente el más grande, el del amor, pero había olvidado lo que significaba luchar e intentar sobrevivir en la jungla de asfalto.
Dos hombres con ideales, dos hombres con sueños, el uno tal vez con el deseo de recuperar su mortalidad y el otro, quien sabe, si deseoso de ser inmortal.
Andrey volvió de nuevo la vista hacia Leo que no había dejado de mirarlo y admirarlo en todo instante. Se sonrieron y aquella mirada interrogativa de ambos, que no era un reto, sino un deseo de esclarecer tantas dudas, se desvaneció.
—Es hora de divertirse y dejar de pensar. Ya habrá tiempo para intentar responderse uno a tantas preguntas —comentó Andrey.
Apenas había pronunciado aquellas palabras, se encontró a la espalda de Leo, muy pegado y abrazándolo. Leo cerró los ojos y absorbió aquel perfume embriagador que desprendía su piel. Cada vez le hacía enloquecer más y más, hasta el punto en que su polla se pudo dura como la piedra.
—No es momento para el sexo —le susurró Andrey al oído.
—Lo sé. Pero tu olor… Ese olor que desprende tu cuerpo, me trastorna.
—Tendrás que acostumbrarte, como yo lo hago ante tu exquisita sangre.
—Lo intentaré.
—Despeguemos. Surquemos el cielo de Madrid.
Antes de terminar de pronunciar la última frase, los dos se encontraban de nuevo en el espacio. Esta vez, Leo sintió algo más de vértigo. Estaba delante, abrazado por Andrey desde su espalda. Suspiró, tomó oxígeno y miró hacia atrás.
—No temas nada.
—No tengo miedo, es la sensación…
No le dejó terminar la frase. Sin percatarse del movimiento, lo tuvo frente a él. Sus torsos pegados y los ojos, llenos de brillo, mirando a los de Leo.
—¿Así mejor?
—Prefiero estar detrás de ti.
—Que así sea.
Leo se sorprendió, cómo ni su mente ni sus ojos, podían captar aquellos movimientos tan ágiles. Y de nuevo se encontró surcando el espacio. Andrey descendía a su antojo, casi rozando algunas terrazas y tejados, e incluso se atrevió a pasar por delante de ventanales iluminados, donde a través de las ventanas abiertas, se contemplaban imágenes cotidianas: sentados en sus sillones viendo la televisión, enfrascados en lecturas, junto a sus ordenadores, conversando alrededor de una mesa, o los que con la luz apagada, dormían apaciblemente. Se sonrió pensando en las indiscreciones que habría visto a lo largo de sus más de cien años de existencia. Andrey giró la cabeza y sonrió.
—Una visión de los humanos cuando llega la hora del descanso. Nunca me canso de admirar estas escenas tan sencillas. Cuando abandonáis el estrés del día y vuestros quehaceres han finalizado, os dejáis llevar por vuestros impulsos, es en esos instantes, donde alcanzáis una mayor perfección.
Leo no dijo nada, simplemente pensó, esperando que aquellos pensamientos los pudiera leer, que era un romántico y un soñador.
La iluminación de aquellas dos torres inclinadas le provocó una gran emoción. Sí, estaba ante las Torres KIO, pero esta vez no desde el terrazo de la plaza de Castilla, como cualquier transeúnte, sino sobrevolándolas. Andrey las rodeó antes de posarse sobre una de ellas. Miró a Leo y desapareció. Leo lo buscó alrededor hasta que sorprendido visualizó su imagen en frente, en la otra torre.
—¡Salta! —le gritó.
Leo movió la cabeza negativamente. Estaba loco, como iba a saltar al vacío.
—¡Salta, confía en mí! —le volvió a gritar.
Leo se acercó muy despacio al extremo, miró hacia abajo y reculó, temblando por la altura y aquella perspectiva de inclinación.
—Confía en mí, abre tus brazos, mira a lo alto y déjate llevar, como si fueras un pájaro. Quiero que sientas la libertad en el espacio abierto.
Leo obedeció, se colocó de nuevo en el extremo y como un saltador de trampolín, separó sus brazos en cruz, miró hacia el cielo y se lanzó al vacío. Sintió como su cuerpo flotaba por breves décimas de segundos hasta que comenzó su caída libre, y aquella sensación de vértigo, le provocó una excitación extraña en su interior hasta sentir los potentes brazos de Andrey sujetándolo y elevándolo de nuevo por encima de dichas torres. Las pulsaciones de Leo se habían disparado, al igual que sus poros por donde brotaba un sudor frío. Andrey percibió la ebullición de la sangre de Leo recorrer cada parte de su cuerpo y se estremeció. Aquel olor era demasiado potente y una vez más le ponía a prueba. En realidad, se estaban extralimitando los dos. Pero aquel juego peligroso, resultaba tan tentador para el uno como para el otro. Se parecían demasiado. Tal vez por eso, Andrey sentía algo más que cariño por aquel mortal.
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó tras controlar sus impulsos de vampiro.
—Increíble. ¡Quiero más! Es la hostia tío. Joder que impresión. Es como hacer puenting pero sin cuerda. Es…
—A tus órdenes.
Andrey lo lanzó con todas sus fuerzas hacia arriba. Lo vio perderse entre la negrura de la noche, aunque sabía de sobra donde se encontraba. Subió en su búsqueda y lo recogió de nuevo en sus brazos.
—¡Joder! —jadeó Leo al sentirse de nuevo abrazado—. ¡Joder! —Volvió a gritar—. ¡Es la hostia tío! Creo que me va a dar un infarto. Es una locura, es excitante, me siento…
—No ocurrirá. Mi mortal tiene un corazón fuerte —le interrumpió mientras le besaba tímidamente en los labios.
Leo jadeaba, sudaba, sentía como el corazón golpeaba con furia su pecho, temblaba como una hoja por toda aquella excitación desconocida hasta entonces. Su cerebro se revolucionó y sus ojos abiertos como platos, miraban al brillo que desprendían los de Andrey. Confiado de que su compañero le sujetaba, agarró con fuerza el rostro de éste y lo besó. Apretó con fuerza sus labios contra los de él y le obligó a separar sus labios. Sus lenguas se entrelazaron y ambos percibieron estímulos muy distintos, sobre todo los que Leo experimentaba en aquellos momentos. En aquel espacio, la sexualidad, cobraba una dimensión muy distinta y él no quería perdérsela.
—¿Te estás divirtiendo? —le preguntó Andrey separando su cara de la de Leo.
—Más de lo que jamás soñé.
—Descansemos un poco. Ese corazón debe sosegarse.
—Estoy bien, de verdad.
Andrey lo acomodó, en cuestión de unos segundos, sobre el tejado del edificio más alto. Ambos permanecieron sentados, el uno junto al otro, hasta que Andrey se tumbó con los brazos detrás de la cabeza. Leo imitó la posición.
—Gracias por estos instantes. Volar es el sueño de todo humano y hoy me he sentido un pájaro contigo.
—No tienes que darme las gracias. En realidad, por las noches me suelo sentir muy solo y hoy… Hoy me estás haciendo compañía y disfrutar como hacía mucho no lo hacía.
—Vosotros… ¿No dormís?
—No. Al menos como lo hacéis vosotros. Durante el día, si hace mucho sol, me suelo tumbar sobre la cama y cierro los ojos. Me relajo y dejo la mente en blanco —suspiró—. Pero nada parecido a soñar. De esa experiencia sí qué aún me queda un vago recuerdo. Me gustaba soñar, era como vivir otra vida y esa sensación de no poder controlar lo que estaba sucediendo. El sueño tiene ese lado masoquista cuando vivimos una pesadilla, al despertar, nos sentimos aliviados, pero a la vez estimulados por la experiencia percibida.
—¿Es duro ser inmortal?
—Es duro ser vampiro. Porque aunque mostrarnos ante la luz del día, no nos afecta, sí estar directamente expuestos al sol. En un día nublado, podemos pasear por la ciudad sin ningún problema, pero siempre alerta de que esas nubes densas, no desaparezcan antes de tiempo. El sol nos provocaría quemaduras irreversibles.
—¿Pero no os mata?
—No. Aunque el sufrimiento por dichas quemaduras, sería eterno. No curarían jamás.
—Me gusta la noche, sobre todo noches como las de hoy. Las noches de verano, pero no podría vivir sin la luz del sol.
—Uno se habitúa a todo. Nosotros —suspiró de nuevo— nos hemos acostumbrado a privarnos de demasiadas cosas y algunas cuesta prescindir de ellas. Tienen que pasar muchas décadas, muchos siglos, sobre todo si se es un vampiro evolucionado —sonrió aunque Leo no lo vio—. Podría hacer una comparación con los humanos: A mayor inteligencia desarrollada, más sensibles ante el medio y los demás. Nosotros igual, cuanto más evolucionados, más añoramos las cosas sencillas de los humanos.
Disfruto de las mañanas de nubes plomizas o lluviosas, porque en esos días, puedo salir a la calle y comportarme como un transeúnte más, y no tener que estar escondido entre cuatro paredes. Hablo con gente, las saludo, aunque tal vez, no las vuelva a ver jamás. Me sumerjo en el bullicio de los centros comerciales y respiro toda esa vitalidad que desprendéis de una forma natural. No sé si me entiendes, porque tú lo vives día a día y para ti es algo normal.
Se inclinó hacia Leo apoyándose en uno de sus codos.
—¿Sabes lo qué es respirar la fragancia de una flor? ¿Sabes lo qué uno siente ante la sonrisa escandalosa de un niño cuando su padre o su madre lo hacen reír? ¿Sabes…?
Leo interrumpió la última pregunta acariciando su mejilla.
—También este gesto es difícil de comprender. Las caricias, los abrazos, los besos…
—Eres más humano que muchos que viven como tal.
—El romanticismo es lo que nos pierde a nuestro clan.
—Sí, sin duda. Por eso yo no quiero ser romántico, no quiero sufrir.
Andrey sonrió.
—Se sufre, pero por el contrario, se obtienen mayores beneficios, que aunque mi corazón no palpite, en ocasiones siento que lo hace.
Se quedaron muy quietos. Leo había adoptado la misma postura que Andrey de forma inconsciente. Se miraban a los ojos y con aquel gesto, otra conversación no audible, comenzaba. La sonrisa en ambos, denotaba que se entendían más allá de las propias palabras. En realidad mucho más allá. Leo estaba comenzando a enamorarse de nuevo y Andrey, descubriendo a una persona con la que se sentía totalmente feliz, como hacía décadas no le sucedía.
Un amor imposible, consideraba Andrey. Él sabía qué cuando la misión finalizara, tendría que abandonar Madrid y más sabiendo que esta ciudad no era la adecuada para su condición de vampiro. Demasiadas horas de luz solar y a él no le gustaba estar encerrado entre cuatro paredes, o corriendo en busca de una nube que lo protegiera. A él le gustaba disfrutar de la naturaleza, del medio, de las ciudades, sin miedo a que un rayo de sol, abrasara su blanca piel.
Leo meditaba sobre lo mismo. Un mortal y un vampiro, extraña combinación, el uno viviendo de día y el otro de noche, era peor que muchas parejas que sus horarios de trabajo no coinciden y se ven en los fines de semana, las fiestas o las vacaciones. Pues el resto de la semana, cada uno se sumerge en ese mundo llamado laboral y cuando coinciden en la casa, apenas tienen tiempo para hablar. Pero aquel personaje salido de una ensoñación, le estremecía, le hacía sentir vivo, incluso la frialdad o tibieza de su piel, era para él algo natural cuando sus cuerpos desnudos se encontraban y se abrazaban. Sí, sin duda, se había enamorado de nuevo y como unos segundos antes le dijera a Andrey, no deseaba ser romántico pues duele y el amor, que ahora sentía, le estaba destrozando.
Una lágrima furtiva se desprendió de los ojos de Leo y de forma suave, como la caricia de una pluma, Andrey la tomó entre uno de sus dedos y se la llevó a los labios.
—Te prometo, que pase lo que pase, siempre estaré cuando me necesites, a tu lado.
Pronunciadas aquellas palabras se puso en pie y le ofreció la mano a Leo. Éste la tomó y le colocó a su espalda.
—Aunque ya es tarde para ti, aún quiero que disfrutemos de algo más juntos.
Se impulsó y ambos se encontraron de nuevo en el espacio. A una altura superior a las anteriores, donde el sonido de la ciudad no era audible, donde todo se dibujaba como pequeñas cuadrículas debajo de ellos, y donde el aire se volvía más denso, abrazándoles a su paso, mientras Andrey emprendía un vuelo más veloz. Leo no cerró los ojos, no sentía el menor mareo, se estaba acostumbrando a aquella forma de viajar.
Llegaron al lago. Todo permanecía en calma en aquel lugar y Andrey descendió girando alrededor del lago. De pronto se impulsó hacia arriba, miró a Leo y le sonrió.
—Llena tus pulmones de aire y aguanta la respiración. Nos vamos a zambullir.
Leo obedeció y Andrey se lanzó en picado hacia aquellas aguas. Entraron de forma limpia, pocas gotas de agua salpicaron al espacio y bajo aquel líquido, Andrey buceó. Ambos lo hicieron, pues Leo se separó de la espalda de su compañero. Bucearon pegados el uno al otro, hasta que en un momento determinado, Andrey se giró y lo abrazó. Juntó sus labios con los de él y en aquel beso, le ofreció parte de su aliento para poder continuar allí abajo, sumergidos, en un líquido elemento, en el que Andrey disfrutaba. En aquel abrazo lo elevó, sacándolo del agua y acercándose al geiser. Leo abrió los ojos con temor, aquel chorro de agua era demasiado potente, pero en los ojos de su amigo, comprendió que nada debía de temer. Fueron breves segundos, pero Leo se encontró en el interior de aquel geiser y sintió como la fuerza lo elevaba hacia arriba, pues Andrey no ejercía ninguna presión. Fueron expulsados al exterior y encontrándose de nuevo pegado a la espalda de Andrey.
—Ahora que nos hemos refrescado, es hora de regresar a casa.
Así lo hizo y en unos minutos, ambos estaban de nuevo en el interior del hogar. Sus cuerpos se habían secado por la brisa de la noche cálida y allí, donde Leo sintió el suelo de madera bajo sus pies, suspiró. Suspiró por aquel viaje inimaginable que había vivido con Andrey, por las conversaciones mantenidas, por las miradas y los besos.
—¿Te quedas a dormir? —sonó más a un ruego que a una pregunta.
—Sí, me quedaré a dormir.
Leo corrió por toda la casa, bajando todas las persianas, asegurándose que no entraría ni un rayo de luz cuando el sol despuntara. Andrey se reía a carcajadas.
—No te rías, no deseo que un rayo lastime tu hermosa piel.
—Ya te he dicho, que si no es una exposición directa, el sol no me causará ningún daño.
—Prefiero asegurarme.
—Ven aquí, no seas tonto.
Lo abrazó y lo tumbó en la cama. Él debajo y Leo con la cabeza sobre su torso. Acarició el vello suave de aquel pecho.
—Si te digo la verdad, estoy agotado.
—Descansa, yo velaré tus sueños.
—Prométeme que no te irás.
—No necesitas que te lo prometa, porque deseo estar junto a ti, todo el tiempo que pueda.
—Leo cerró los ojos y al instante se quedó dormido.