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Manual de Justin para la artista

En el arte, como en la vida, hay que saber tomar decisiones

Carlsbad, California.

Stormy Jones-Smythe hizo una mueca cuando el suelo crujió bajo sus pies. El silencio era crucial.

Miró hacia el pasaje abovedado que daba a la cocina. No se había asomado nadie y el tenue murmullo de la conversación no había cesado. Bien.

Se atrevió a dar otro paso respirando con cuidado. Sus pies descalzos no produjeron sonido alguno. Apenas un par de metros más y llegaría a la alfombra, donde podría amortiguar sus pisadas y salir con cuidado por la puerta principal. Claro que todavía tenía que atravesar la cocina...

Salir corriendo quizá funcionara. A la de tres. Contuvo la respiración y empezó a contar. Uno… dos…

Al oír su nombre se detuvo. Sus padres estaban hablando de ella. Otra vez.

—¿No estás decepcionado? Sé que habías hecho tus cálculos. —La voz normalmente grave de Justin Jones reflejaba una pizca de dulzura.

—No. Ya sabes que la quiero tal y como es. —Ken Smythe suspiró—. Pero te mentiría si te dijera que no se me había pasado por la cabeza.

¿El qué? Stormy se inclinó hacia la pared. Escuchar a escondidas estaba mal, pero le pudo la curiosidad. Solo por esta vez.

—Cumplió veintisiete hace solo unos días —añadió Justin—. Todavía puede pasar.

¿Qué tenía que ver cumplir veintisiete con aquello? Dios, esperaba que no estuvieran hablando de que se casara. Que acabara de romper con su novio no significaba que fuera a quedarse para vestir santos. Además, no había nada malo en estar soltera. No necesitaba a ningún hombre para sentirse satisfecha. Se mordió el labio en una mueca de impaciencia.

—Espero que no. No es lo que querría para ella —apuntó Ken.

Un momento. ¿No querían que se casara? Se sentía confusa.

—Bueno, no ha ocurrido y es mejor así. No nos gustaría verla envuelta en todo ese follón.

—Por supuesto que no. Viviría eternamente preocupado —dijo Ken—. ¿Qué tipo de vida tendría? Nunca podría ser una persona normal.

Las hirientes palabras de sus padres la dejaron estupefacta. ¿Se avergonzaban de ella? Ellos eran magos. Arcanae. ¿Pero ella? Ella era una terrenal. No tenía magia. Nunca la había tenido. Ni siquiera un sinfín de clases, tutores y sobornos habían conseguido que produjera una simple nube de humo.

A pesar de su falta de poderes tenía una vida feliz. Había asistido a colegios terrenales, a una universidad terrenal y se había graduado en artes textiles, fibras y tejidos. Sus tapices se vendían por cientos, era conocida por los coleccionistas y le encantaba tejer. Le encantaba sentir el tacto de los hilos en los dedos, crear telas y jugar con las texturas. Su vida estaba repleta de sentido y de creatividad; estaba a las puertas del éxito. Y creía que sus padres aprobaban su estilo de vida.

Intentando contener las lágrimas, Stormy trató de armarse de valor. Necesitaba tiempo para pensar. Si sus padres la consideraban inferior no podía quedarse con ellos. Tenía que replantearse su futuro. Y el mejor lugar para hacerlo era su estudio. Allí le esperaba su telar. El movimiento repetitivo al trabajar con la lanzadera y las madejas de hilos la ayudaría a organizar sus pensamientos.

Se dio la vuelta preparándose para salir corriendo por el pasaje.

Se dio un codazo contra la pared.

Estaba claro que salir a hurtadillas no era su fuerte.

—¿Stormy? ¿Eres tú? —La voz de Justin resonó tras las paredes.

Se agachó y se secó las lágrimas de las mejillas. Entró en la cocina, con la cabeza bien alta.

—Sí.

—¿Estabas escuchando? —preguntó Justin colocando los brazos en jarras.

—Estabais hablando de mí. —Le escocían los ojos y las lágrimas amenazaban con brotar de nuevo. Apretó los dientes.

Ken parecía avergonzado.

—Cariño, no quiero que se te ocurra pensar que estoy decepcionado contigo.

Stormy levantó las manos frente a ella.

—¿Y qué esperas? No queréis que me case. ¿Por qué? ¿No queréis que infecte a mis hijos con mis genes inferiores?

Sus padres la miraron con la misma expresión desconcertada.

La joven se detuvo al ver aquella reacción.

—¿No estabais hablando de que me casara?

—No. —Ken miró a Justin, que se encogió de hombros—. ¿De qué creías que estábamos hablando?

—De que os sentís decepcionados porque soy una terrenal.

—Te has vuelto a adelantar, Stormy —le reprendió Justin—. ¿Qué te tenemos dicho sobre quedarte a medias con la información?

—Que a las conclusiones se llega mediante la lógica, sin precipitarse. —Se sentía estúpida y avergonzada—. Entonces, ¿de qué estabais hablando?

Ken dudó y la muchacha se cruzó de brazos.

—Ya no soy una niña.

—Pues de que existía la posibilidad —continuó su padre suspirando— de que hubieras recibido poderes al cumplir los veintisiete. Según la historia arcanae

—…que no te podemos contar… —interrumpió Justin.

—Lo sé. —Stormy soltó una risita—. Soy una terrenal.

Ken ladeó la cabeza y le dedicó una mirada llena de dolor.

Stormy abrazó a su padre y le dio un ligero apretujón.

—De verdad, papá, no me importa ser terrenal. No necesito magia. ¿Para qué la iba a necesitar si ya os tengo a vosotros?

Ken pareció tranquilizarse.

—Bueno, en la historia arcanae a las nuevas hadas madrinas se las elige cada setenta años. Se llama ciclo de renovación. Este año es uno de esos. Hace aproximadamente un mes eligieron a dos hadas madrinas nuevas.

Ah. Ahora su conversación tenía mucho más sentido.

—Esta vez hay problemas —continuó Ken—. Las tías se han rebelado contra el Consejo y las han tachado de fugitivas. Las dos hadas madrinas nuevas se les han unido.

Justin señaló el periódico arcanae que estaba sobre la mesa de la cocina.

—En el periódico pone que son unas renegadas peligrosas y piden a la gente que, si las ven, lo denuncien. Dicen que pretenden hacerse con el control del Consejo.

Aquello era una locura. Las tres mujeres mayores conocidas como las hadas madrinas la habían colmado de regalos a lo largo de su infancia. Para ella eran sus tías. No podía imaginar que fueran criminales subversivas sedientas de poder.

—Y si fueras una de ellas, una de las nuevas…

Stormy tomó la mano de Ken.

—No te preocupes, papá. Aquí no hay magia.

—Y yo te quiero tal y como eres.

—Sí, lo siento. Yo también os quiero. Sois los mejores padres que una hija podría tener.

—Sí, somos un buen equipo, ¿verdad? —dijo Ken, colocando su mano sobre la de Stormy.

—¿Cómo que bueno? ¡Somos el mejor! —bramó Justin.

Stormy se echó a reír.

—Sí, lo somos. Voy al estudio antes de que se terminen las horas de luz. —Una vez resuelto aquel arrebato emocional todavía tenía que calmar su deseo de crear.

—Ahora no puedes salir. Cenaremos en media hora. —Ken frunció el ceño—. Te conozco. Si empiezas a trabajar ahora se te echará el tiempo encima y te quedarás hasta las dos o las tres de la mañana.

De ahí su sigiloso intento de escapatoria anterior.

—Picaré algo cuando acabe —sentenció y se dirigió hacia la puerta.

—Déjala, Ken. Le dijimos que no la molestaríamos si volvía a casa. La genialidad no se puede programar. —Justin sonrió a su compañero.

—Como si no hubiera aguantado ya suficiente con tu manera de ser. —contestó Ken alzando la vista al techo, disgustado.

Justin rió y se volvió hacia Stormy.

—Te guardaré un plato en el frigorífico.

—Gracias, papá —dijo, y salió por la puerta trasera hacia el terreno aledaño que consideraban propio.

Siempre pensaban en ella; se preocupaban por ella. Cuando de niña no mostraba signo alguno de habilidad para la magia llamaron a múltiples expertos. Y, cuando estos fallaron, simplemente se encogieron de hombros y la matricularon en las mejores escuelas terrenales que encontraron. Bueno, habían llorado un poco (los había oído) pero ella nunca se había sentido menos querida por ser terrenal en lugar de arcanae. De acuerdo, hasta hacía un segundo. Qué idiota. Se rió de sí misma. Era su hija y tenía asegurado un lugar en sus vidas.

Pisó con los pies descalzos el camino de adoquines que llevaba a su estudio. Los zapatos eran algo opcional en las cálidas noches de agosto y, en verano, apenas se los ponía. Ese mes en Carlsbad era perfecto. Casi nunca necesitaban encender el aire acondicionado y podía llevar pantalones cortos y camisetas de tirantes sin sentir una pizca de frío. Hasta que la noche caía, claro, aunque todavía disponía de varias horas antes de que pudiera necesitar una sudadera.

Una brisa suave le trajo el sutil aroma del mar, mezclado con el de la cerámica que se cocía en el horno de los vecinos. Se detuvo un instante e inspiró. En el barrio se alojaban siete artistas y sus respectivas familias, todas arcanae, y convivían como si fueran parientes en aquel enclave artístico.

Como de costumbre, se detuvo antes de entrar en el estudio para admirar el intrincado adorno esculpido de la puerta. Pasó los dedos por el relieve. Había sido obra de Justin y representaba el mito de Aracne. Entre los primeros filamentos de la telaraña, un vidrio translúcido creaba un ventanal. La puerta en sí era una obra de arte, lo cual era de esperar, ya que Justin era un reconocido artista. Incluso había escrito un libro.

La enorme propiedad constaba de tres edificios separados: la casa en la que vivían y dos estudios, uno para Justin y otro para ella. El suyo había sido un regalo de sus padres al cumplir los veinte. Cuando abrió la puerta sonrió. Aquel era su espacio. Una enorme claraboya bañaba la sala de luz natural. Debajo, sobre el resplandeciente suelo de madera, había instalado sus telares. Guardaba las lanas, hilos y madejas en estantes y arcones. Rodeado de estanterías que albergaban infinidad de libros de patrones y tejidos, había un escritorio sobre el que se erigía su MacBook. Incluso había un pequeño cuarto de baño oculto tras una pared saliente repleta de pinzas regulables. En aquel momento, de ellas colgaba una pieza inacabada hecha a mano y varias madejas. Si en el estudio tuviera una cama y una cocina habría sido capaz de vivir allí.

El enorme telar dispuesto en el centro de la sala la estaba esperando. Había preparado la urdimbre por la mañana, después había hecho un descanso y había dejado que la idea de su proyecto madurara en su cabeza. Ahora estaba deseando empezar.

Sacó varias madejas de hilo de las pinzas y cargó la lanzadera del telar. A continuación se sentó frente a la máquina, colocó los pies sobre los pedales y calculó cómo sería el diseño antes de empezar a tejer. Cerró los ojos y visualizó la imagen del tejido a medida que crecía. Los dedos de sus pies comenzaron a bailar sobre la barra de los pedales y las manos a retorcerse imitando el movimiento de la lanzadera pasando por el espacio entre los hilos, hacia uno y otro lado.

Entonces tejió la primera hilera. Hebra a hebra, centímetro a centímetro, el color fue emergiendo sobre el tejido. La lanzadera volaba entre sus dedos mientras la tela crecía frente a ella. Sus manos apenas rozaban el hilo o la madera, era casi como si el telar reaccionase a sus pensamientos más que a sus movimientos. En algún punto se vio obligada a encender la luz, pues por la claraboya ya no se colaba ninguna a pesar de que su estudio resplandecía. La tela seguía creciendo y el estampado se iba dibujando a lo largo del tejido.

Se detuvo únicamente para volver a cargar la lanzadera. Tenía la boca seca, pero no quería parar para beber agua. Se relamió los labios, con lo que solo consiguió secarlos todavía más. Aun así no paró. El diseño relucía en su mente, empujándola, forzándola a seguir. Sentía una energía que la movía y la alimentaba.

Nunca había trabajado igual, pero no quería siquiera cuestionárselo. Volvió a pasar la lanzadera una y otra vez.

Y entonces se detuvo.

Stormy observó la tela frente a ella. Los colores relucían y el estampado danzaba. Una sola hilera más completaría el trabajo. Una menos lo dejaría inacabado, una hilera de más lo arruinaría. Pasó la lanzadera por el espacio entre los hilos una última vez, asegurándose de dejar un hilo suelto. Aquel error deliberado sería el recordatorio de que nadie es perfecto.

Se levantó y estiró los músculos. Sorprendida, se percató de que por la claraboya se filtraba un suave resplandor rosado. ¿Había estado trabajando toda la noche? No notaba en el cuello la tensión de haber estado inclinada sobre el telar durante tantas horas.

—Es precioso.

Stormy lanzó un grito y se volvió con el corazón martilleándole en el pecho. Cuando reconoció a las tres mujeres frente a ella respiró aliviada.

—Por poco me matáis del susto.

—Perdona, cielo —se disculpó la tía Lily—, pero teníamos que ser sigilosas.

En realidad no eran sus tías, pero ella las llamaba así.

—No me puedo creer que estéis aquí. Creía que no os vería con todo lo que está pasando.

—¿Te has enterado? —preguntó Violet.

—Más o menos. En realidad no lo entiendo muy bien. ¿Estáis intentando haceros con el poder del mundo?

—¡Ja! —exclamó Violet.

—Eso son estupideces —contestó Lily, pero unas débiles manchas oscuras bajo los ojos delataron el estrés de los últimos meses. Más alta que las demás, la miraba atenta y elegante. Llevaba el pelo grisáceo recogido en un moño delicado y perfecto.

—Estás muy guapa —la tía Rose le acarició la mejilla y sonrió. Su media melena canosa bailaba con cada movimiento. Normalmente daba la impresión de que fuera a echar a volar de alegría, pero incluso ella parecía un poco menos jovial esta vez.

La tía Violet estaba al lado de las otras dos, con los pies separados, como si esperara que alguien fuera a empujarla de repente. Su pelo corto y blanco le daba un aire de dureza y pragmatismo que, como Stormy sabía, ocultaba un corazón generoso y sensible. Violet acarició el tejido, que todavía pendía del telar.

—Tienes talento, niña. Es increíble.

—Gracias. —Stormy bostezó—. Creo que llevo trabajando toda la noche.

—¿Crees? —preguntó Violet arqueando una ceja.

—Ha sido muy raro. Vine para trabajar un par de horas, pero no podía parar. Era como si la pieza se estuviera tejiendo sola.

Las tres mujeres intercambiaron miradas.

—¿Qué? —Stormy frunció el ceño.

—¿Como por arte de magia? —preguntó Lily.

—Qué sabré yo. —Stormy estudió a las tres mujeres con una pizca de recelo en la boca del estómago. Hizo una pausa—. Pero me ha gustado. Y la pieza ha quedado bien, aunque esté mal que yo lo diga. Nunca antes había sido capaz de captar mi visión de esta manera.

—Quizás haya una razón —apuntó Rose con un cierto brillo en los ojos.

¿Una razón? Se le revolvió el estómago. Stormy no quería indagar demasiado sobre aquella idea. Se temía el motivo de aquella visita y no estaba preparada para aceptarlo. Aparcó sus sospechas a un lado.

—¿Deberíais estar aquí? Quiero decir… ¿no os está buscando medio mundo arcanae?

—Probablemente —contestó Violet al tiempo que inspeccionaba la sala con la mirada—. Pero no nos encontrarán aquí. Al menos no todavía.

—Y no nos ayuda mucho que intentes cambiar de tema —apuntó Lily con una sonrisa triste en los labios—. Ya sabes por qué hemos venido, ¿no es así?

Intento de evasión fallido. Stormy asintió.

—Sería difícil no saberlo. Mis padres me acaban de poner al día sobre el ciclo de renovación. Deduzco que estáis aquí por mí.

—¿No es emocionante? —preguntó Rose y aplaudió.

—¿Te soy sincera? —Stormy elevó ligeramente la comisura de los labios—. No mucho.

—¿Cómo que no? —prosiguió Rose abriendo los ojos de par en par.

—No podemos culparla —la defendió Violet—. No es exactamente el tipo de celebración que cabría esperar. Al menos ahora.

—Bueno, no, pero eso no quiere decir que no sea emocionante. —La expresión de Rose se arrugó en una mueca de alegría—. Y Stormy es la candidata perfecta.

—Por eso la Magia la ha elegido —confirmó Lily.

—«Sí, qué suerte la mía» —pensó Stormy, pero no dijo una palabra. Echó un vistazo a su estudio, el lugar donde había pasado tantas horas agradables. ¿Tendría que dejar de tejer? Aquella era una pregunta estúpida. Pues claro que sí. Especialmente con el conflicto en el que se encontraban inmersas las hadas madrinas.

—¿Tengo elección?

—Claro que sí, pero tienes que considerar las consecuencias detenidamente —dijo Lily a la vez que, con un ágil movimiento, blandía su varita.

Cualquier terrenal que no fuera consciente de la existencia de la magia se habría asustado ante aquel despliegue, pero Stormy había visto aquellos ademanes ostentosos en sus padres durante años.

En la mano que Lily tenía libre se materializó un fino estuche.

—Puedes rechazar esta oportunidad, pero la Magia te ha elegido por alguna razón —continuó, abriendo el estuche.

La muchacha miró la vara flexible de ébano que yacía en él. La oscura madera resplandecía bajo las luces del estudio y el sol naciente. El mango estaba recubierto de una filigrana plateada y las formas geométricas del diseño recorrían la madera a todo lo largo. Aquí y allá, varios diamantes circulares sumaban destellos a la varita. Stormy contuvo la respiración. No sabía cómo explicarlo, pero sentía que le llamaba. Quería agarrarla, sostenerla en su mano. Encogió los dedos, anticipándose a su tacto.

Violet colocó su mano en el hombro de la muchacha.

—No tienes por qué elegir este tipo de vida. Todas entenderíamos que no lo quisieras.

—Vaya, me lo estáis poniendo fácil, ¿eh? —Stormy soltó una risita cargada de tristeza.

Observó la varita. Sus padres nunca le habían presionado para que hiciera algo que no quisiera, pero tampoco habían permitido que ignorara lo que consideraban una obligación como miembro de la humanidad. ¿Cómo podía rechazar algo que la Magia había decidido para ella solamente porque suponía una complicación en su vida?

El tejido sobre el telar prácticamente brillaba bajo la creciente luz del sol. Mientras lo miraba se dio cuenta de por qué le parecía tan vibrante, tan perfecto. Magia. Había volcado en aquella pieza una parte de ella que ni siquiera sabía que existía.

Se le aceleró el pulso y se sintió invadida por el entusiasmo. Aunque había encontrado su sitio en el mundo terrenal (en la escuela, entre sus amigos…) el hecho de no tener magia la importunaba. La verdad era que siempre había deseado ser como sus padres. De acuerdo, había aceptado su destino, pero de niña había tomado prestada la varita de sus padres y más de una vez había intentado conjurar un hechizo o dos sin éxito alguno. Ahora tenía una oportunidad.

¡Qué demonios! Siempre le habían gustado los retos. Hacían que la vida fuera más divertida.

Agarró la varita.

—Un momento —la interrumpió Rose, colocando su mano sobre la de Stormy.

Sorprendida, la joven se apartó rápidamente del estuche.

—Lo siento, cariño —continuó Rose—. Pero en cuanto toques la varita el Consejo sabrá quién eres.

—¿Qué quieres decir?

—En cuanto la elijas tu nombre aparecerá en el muro del vestíbulo del Consejo y mandarán a alguien para intentar atraparnos —suspiró Lily.

—Lo intentarán, pero no lo conseguirán —dijo Violet sonriendo.

—En realidad tienes que saber qué está pasando antes de aceptar. —Lily sacudió la cabeza—. Los periódicos no están siendo demasiado precisos.

Violet resopló y Lily la reprendió con la mirada. La primera no pareció arrepentirse lo mas mínimo.

—Era resoplar o soltar una palabrota. He pensado que lo primero te molestaría menos. Esos idiotas están publicando lo que el Consejo les dicta.

—Sea como fuere, todavía tenemos que explicarle a Stormy nuestra versión —apuntó Lily.

—¿Quieres decir que no estáis planeando haceros con el Consejo? —Stormy estuvo a punto de sonreír. La idea de que aquellas tres dulces mujeres fueran la mayor amenaza de los arcanae le parecía absurda.

—Parte de la historia que has oído es cierta. —La expresión sombría de Lily acabó con la veleidad de Stormy—. Alguien está intentando derrocar las leyes y las normas con las que nos hemos regido durante años.

—Pero no somos nosotras —añadió Rose.

—No, es una escoria llamada Lucas Reynard. —Violet soltó una bocanada de aire—. Quiere que los arcanae se rebelen y básicamente que gobiernen el mundo como seres superiores.

—Pero eso es… es… —Stormy escupió las palabras.

—Una barbaridad —afirmó Violet.

—Ridículo —añadió Rose.

—Imposible —garantizó Lily—. Y esa es la cuestión. Los terrenales reaccionarían con miedo y algunos arcanae con arrogancia y regocijo, la receta perfecta para garantizar la hostilidad entre todos. Conseguiría arrastrar a nuestros mundos hacia un conflicto que haría sufrir mucho a ambas partes.

Stormy se habría desplomado de haber tenido una silla cerca. Las consecuencias ya se arremolinaban en su cabeza. Incluso aunque quisieran, los arcanae no superaban en número a los terrenales para derrotarlos. Si bien la magia era poderosa, hacer uso de ella costaba energía; más de un arcanae había muerto al excederse. Sus padres se lo habían repetido muchas veces. Y la muerte es la muerte, ya lo había aprendido cuando les rogó que devolvieran la vida a su querido perrito. Si empezaban la batalla y perdían, el mundo arcanae quedaría expuesto y los terrenales no les dejarían vivir una vida tranquila. La historia se había encargado de demostrarlo. Qué demonios, los cuentos de hadas eran la prueba. Y los Juicios de Salem, y sabe Dios cuántos más ejemplos habría. El mundo arcanae y el terrenal no debían mezclarse.

Miró a las tres hadas madrinas.

—En el pasado ha habido hadas madrinas que se han equivocado de camino —le informó Rose—. No deberías creernos solamente porque nos conozcas.

—Tienes que comprobarlo tú y decidir por ti misma —sentenció Lily.

—Y el Consejo intentará convencerte de que estamos locas y de que las otras dos hadas madrinas son peligrosas —añadió Violet.

Stormy no supo por qué la mención de las otras dos nuevas hadas madrinas le sorprendió. Sus padres le habían hablado de ellas.

—¿Podré conocerlas?

—A su debido tiempo —contestó Lily—. Primero tendrás que practicar tu magia.

Las preguntas se arremolinaban en su cabeza. Se decantó por una de ellas.

—¿Me estáis diciendo que hay un tipo que está intentando dominar el mundo?

—Lucas tiene más poder cada día. Pero quizá todavía podamos detenerle. —Violet clavó su mirada en la de Stormy.

La muchacha volvió a examinar la tela que acababa de tejer. Le pareció difícil creer que la pasada noche su mayor preocupación hubiera sido crear el diseño correctamente. ¿Se suponía que ahora tenía que inmiscuirse en algún tipo de teoría conspiratoria?

La varita todavía yacía esperando.

Respiró profundamente y tomó una decisión. Sus padres no habían criado a una cobarde. Sostuvo la varita en la mano.

El mango se acopló a la palma de su mano como si fuera un molde. El puño le ardía con un calor reconfortante que se extendía por su cuerpo, infundiendo poder a cada una de sus células. Sonrió ante tal euforia. Alzó los brazos y dejó que aquella sensación la llenara.

—¡Voy a llorar! —Rose aplaudió.

—¡No te atrevas! —exclamó Violet con los ojos llorosos.

Stormy se echó a reír y abrazó a Violet.

—Embustera…

—¡Eh! —Violet la estrujó entre sus brazos.

—Aunque ahora mismo soy muy feliz, tengo que recordaros que el Consejo seguramente esté en camino. Tenemos que irnos antes de que lleguen —apuntó Lily con una sonrisa en los labios.

—Ten mucho cuidado si conoces a un hombre llamado Luc LeRoy. Es el nombre que Lucas utilizaba la última vez que supimos de él —le advirtió Rose—. Espero que no te lo encuentres.

—La encontrará —afirmó Violet.

—Intentaremos mantener el contacto —prometió Rose.

¿Intentar? Stormy frunció el ceño.

—¿No puedo llamaros?

—Lo siento, muchacha, pero hemos prescindido de teléfonos móviles, y como vivimos escondidas es mejor que no sepas dónde estamos. Así no tendrás que mentir. Todavía —contestó Violet encogiéndose de hombros.

—Volveremos pronto —aseguró Lily—. Hasta entonces practica tu magia. La necesitarás.

—Se nos ha acabado el tiempo, señoras —dijo Violet mirando hacia la puerta.

Stormy miró a través del cristal y vio varias siluetas que se acercaban.

—¿Pero qué pasa con…?

—Confía en ti misma, Stormy —le aconsejó Lily.

Las tres mujeres se juntaron y desaparecieron de la estancia. La joven se quedó mirando hacia el lugar donde habían estado y después a la varita que todavía sujetaba con la mano. Una mezcla de euforia e inquietud se le arremolinaba en la boca del estómago. ¿En qué lío se había metido?

—¿Stormy? —Oyó la voz de Ken desde el otro lado de la puerta—. ¿Estás ahí?

Se acercó a la puerta y la abrió. Sus dos padres y cinco hombres más esperaban en el camino de adoquines. Cuatro de ellos eran inmensos. Dos de los grandullones entraron en el estudio a empujones, con las varitas en alto, e inspeccionaron el espacio.

—Si estáis buscando a las hadas madrinas, ya se han ido —dijo.

—Sabíamos que había muy pocas posibilidades de atraparlas —dijo el más bajito de los desconocidos dando un paso al frente—. Id a ver si podéis localizar su rastro.

Los otros dos hombres asintieron y se transportaron al segundo. Durante un momento, el aire centelleó por la huella fantasmal de su presencia.

Stormy miró a los tres extraños restantes. ¿Quiénes eran? El más bajito parecía una lombriz comparado con los otros dos. Uno de ellos lucía una gran sonrisa y parecía un holgazán en la playa. La mirada oscura e intensa del tercero no se apartaba de ella. Sintió un escalofrío.

Ken frunció el ceño y abrió los ojos de par en par al ver la varita en la mano de su hija.

—¡Entonces es cierto! ¡Mi niñita es un hada madrina! —Al parecer, su aprensión inicial había desaparecido.

Justin se acercó a ella y señaló a los tipos por encima del hombro.

—Y estos tres están aquí para hablar sobre eso.