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Manual de Justin para la artista

Aplicar la lógica sin tener en cuenta los sentimientos puede conducir a errores graves, pero dejarse llevar por los sentimientos sin tener en cuenta la lógica puede ser igual de peligroso

Hunter se presentó en la puerta de Stormy a las siete y media. Ya llevaba un día alojada en la sede del Consejo y él no había estado de servicio desde que lo había empapado la noche anterior. Haber aparecido totalmente mojado en los barracones había despertado extensas especulaciones, pero no había contado nada del porqué de su aspecto. Ya se habían compadecido lo suficiente por su encargo. La ausencia de Tank era evidente. Le habían dado vacaciones hasta nueva orden.

Le invadió un destello de enfado residual. Todavía no la había perdonado por haberse escapado, pero tenía que admitir que se había echado a reír por el episodio del agua cuando había tenido un momento tranquilo en los barracones. Solo esperaba poder pensar en ella sin sentir ningún tipo de reacción emocional. Todavía era su encargo y, como tenía que salir esa noche, su presencia era necesaria.

Cuando se abrió la puerta tuvo que controlarse para que su rostro permaneciera impasible. Stormy llevaba un vestido rojo que, aunque no revelaba nada, despertaba la imaginación del que la mirara sobre qué habría debajo.

Otra vez aquella fascinación con su ropa. Y con su falta de ropa. Sus caprichosos pensamientos estaban fuera de control.

—Me sorprende verte por aquí —admitió la muchacha—. Pensaba que habrías intentado que te asignaran otro encargo, después de lo que pasó anoche.

Hunter se acordó de respirar.

—No ha habido suerte.

Con un gesto fugaz, Stormy se mordió el labio inferior, pero lo soltó al instante. Hunter podría no haberlo notado, aunque captó el dolor aflorando en sus ojos. Se quedó de piedra. Se negaba a reconocer la reacción de la muchacha.

Stormy sacó su varita y el guardia se estremeció.

Ella observó su reacción con una mirada fría.

—¡Vení! —exclamó.

Hunter volvió a estremecerse. Un bolso pequeño y negro, adornado con cuentas y tachuelas, voló hasta sus manos. Lo abrió y guardó la varita como si lo hiciera todos los días. Hunter se la quedó mirando.

—He seguido practicando —salió de la habitación—. ¿También va a venir Ian a buscarme? —preguntó, como si no hubiera pasado nada.

—No. Cree que es mejor que te lleve yo. Nos encontraremos allí.

—¿Lo ves? Ya te dije que no era una cita.

Inmediatamente, las palabras de Stormy evocaron en la memoria de Hunter la última vez que las había pronunciado y lo mucho que le había fastidiado pensar que tenía una cita con Ian. Ignoró la sensación que se le arremolinaba en la boca del estómago.

—Te llevaré a casa de los Scott y me quedaré para escoltarte. Aunque habrá varios miembros del Consejo presentes, aquella casa era la de Regina Scott y no quieren correr ningún riesgo.

—Una muchacha encantadora, Reggie. Estoy segura de que ella es el verdadero peligro —en la voz de Stormy resonaba el sarcasmo. Miró a uno y a otro lado del pasillo—. ¿Nos podemos transportar desde aquí?

—No, tenemos que ir a la estación —la informó, y le dejó sitio para pasar.

Stormy no se movió.

—Vas a tener que ir tú delante. Puede que viva aquí, pero no me dejan salir a explorar.

Aquello pilló a Hunter por sorpresa.

—¿No has salido de esta habitación?

—No. Aunque tengo mi pequeño reino, no me dejan salir de él. Creo que la puerta se abre cuando llamas tú.

El día anterior no había mencionado nada acerca de que estuviera encerrada. Claro que sus prioridades habían sido otras. Hunter no había tenido ningún problema para entrar, pero puede que hubiera un hechizo en la puerta que lo reconociera. ¿Por qué el Consejo no dejaba que Stormy saliera de su habitación? No era una delincuente.

Preocupado por su pregunta sin respuesta, la llevó hasta los vestíbulos de mármol y después hasta el piso superior, donde estaba la antesala que los guardias llamaban la estación. Era el único lugar en el que los arcanae podían transportarse tanto dentro como fuera del edificio del Consejo.

Stormy analizó el segundo vestíbulo.

—Veo que el Consejo se empeña en no variar la estética.

—¿Cómo?

—El mármol. Está por todas partes. Es un poco ostentoso, ¿no? Es decir, ya sé que el Consejo es un órgano gubernamental, pero esto no es el Olimpo.

—No se me había ocurrido.

—Me pregunto cómo se verá este sitio desde el exterior.

—Como una casa.

Stormy se lo quedó mirando.

Hunter se encogió de hombros.

—He estado fuera, trabajando en un servicio. Parece una casa normal, como las del resto del vecindario. El edificio se extiende varios niveles hacia abajo.

Se detuvieron fuera del vestíbulo, cerca de una pared repleta de nombres.

—¿Qué es esto? —preguntó Stormy.

—Una lista de guardias. Nuestros nombres aparecen aquí, igual que en el pergamino de hadas madrinas que hay en la Cámara del Consejo —Hunter señaló su nombre.

—Impresionante —espetó en un tono burlón que contradecía su mensaje.

El guardia la guió hasta la estación.

—¿Has practicado la transportación?

Stormy lo miró como si hubiera dicho una estupidez.

—Estaba secuestrada. Creo que aunque quisiera no habría podido practicarla.

Cierto. El guardia le tendió su mano.

—Entonces vas a tener que viajar conmigo.

Aunque solo dudó un instante, Hunter sintió su reticencia como si fuera un jarro de agua fría. Aun así, cuando posó su mano sobre la de él no pudo evitar sentir que encajaban.

«Basta», pensó.

El guardia se concentró y se transportaron hasta la entrada de la casa de los Scott.

Varios andamios cubrían prácticamente la mitad de la fachada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Stormy.

—Tuvimos que tirar abajo la pared para intentar capturar a Regina Scott.

Se le entrecortó la respiración.

—¿Lo hiciste tú?

—Yo en concreto no, pero sí que estuve aquí.

—Y fallasteis.

—Sí. —No añadió nada más. Aquel fallo le había costado demasiado en cuanto a confianza y moral. No estaba dispuesto a hablar del tema—. La fiesta se celebrará en la parte de atrás. Ian ha dicho que nos veríamos aquí.

Stormy no le presionó, y el guardia lo agradeció.

Se quedaron en silencio esperando a que Ian apareciera. Stormy no le dirigía la palabra y Hunter habría jurado que incluso evitaba su mirada. Afortunadamente no tuvieron que aguantar aquel silencio incómodo durante mucho tiempo. Ian apareció un minuto después.

—Me alegro de que ya estéis aquí —llevaba un traje negro con un broche ostentoso en la solapa. Tenía la forma de una varita sobre un escudo y parecía como si aquel horrible adorno estuviera incrustado de diamantes. La muchacha se lo quedó mirando.

—Veo que estás admirando mi broche. Es un regalo de Luc.

Stormy abrió los ojos de par en par. Hunter quería captar su mirada para compartir su horror, pero en el último momento recordó que no sería un comportamiento adecuado.

—Creo que esta noche te lo pasarás bien. Entremos —Talbott la agarró del brazo.

Hunter maniobró para colocarse delante de la pareja y justo cuando estaba a punto de llamar a la puerta Talbott le frenó.

—¿Qué estás haciendo?

—Mi trabajo. Necesito comprobar si el lugar está despejado. —Hunter se tragó la sensación de fastidio que le había provocado la pregunta de Talbott.

—No es necesario. Está conmigo. Puedes quedarte en la retaguardia. E intenta pasar desapercibido. Es una fiesta, no una pelea de mafiosos —dijo Talbott con cierta acritud. Después llamó a la puerta y no volvió a dirigirle la mirada.

Aunque Hunter ardía de cólera, simplemente apretó los dientes y se recordó a sí mismo su formación. Talbott era un gusano arrogante, pero se suponía que su foco debía estar puesto en Stormy.

«Recuérdalo», se dijo. Ella era el sujeto.

Una criada uniformada abrió la puerta y los acompañó por un patio de piedra hasta la parte trasera. Desde allí, la casa no presentaba daños visibles. En el césped habían levantado una carpa con suelo de parqué. En uno de los lados había una barra de bar, con barman incluido, y los invitados deambulaban alrededor.

Al verlos, una mujer muy elegante se acercó a saludarlos. Tomó las manos de Talbott entre las suyas y lo besó en la mejilla.

—Ian, cuánto tiempo. Me alegro mucho de que hayas venido.

Talbott asintió como respuesta a su cortesía.

—Cordelia, estás tan guapa como de costumbre. Me alegro de que no albergues ningún tipo de rencor hacia mí.

La mujer sacudió una mano.

—Como si pudiera hacerlo. No fue culpa tuya que mis hijas tomaran decisiones poco acertadas —afirmó, y se volvió hacia Stormy.

—Te presento a Stormy Jones-Smythe. Stormy, esta es Cordelia Scott —anunció Ian.

Cordelia la agarró de las manos.

—Eres tan encantadora como me habían dicho.

—Gracias por invitarme, señora Scott.

—Por favor, llámame Cordelia. Ven, voy a presentarte a los demás.

A Hunter no le sorprendió que ni reparara en él. Su uniforme indicaba su posición. No estaba en la lista de invitados. Estaba allí por trabajo.

Echó un vistazo al patio en busca de posibles amenazas. Nada le llamó especialmente la atención, aunque el extenso jardín contenía demasiados lugares en los que esconderse. Tendría que estar pendiente de aquella zona. A continuación evaluó a los invitados. Reconoció a más de un miembro del Consejo. Por la manera en la que iban todos vestidos dedujo que se trataba de una fiesta para la élite. ¿Qué te parece? Luc LeRoy también estaba allí. Hunter lo observó mientras saludaba a Stormy como si se tratara de un viejo amigo. Ian sonreía tontamente a su lado.

Si Luc estaba allí, entonces… Hunter ojeó la periferia. Por supuesto. Allí, en la sombra que se proyectaba contra la casa, estaba el sirviente de Luc, Dimitri. Los instintos de Hunter empezaron a zumbar. Estaba deseando restablecer su relación con él.

Avanzó furtivamente hasta Dimitri, le dio una palmadita en la espalda y lo saludó con voz alegre.

—Hola, colega.

De haber tenido aquel poder, la mirada que el ruso le lanzó le habría congelado.

—Eres tonto.

—Venga, Dimitri. No seas tan duro con un compañero. Yo también soy guardaespaldas.

—Yo no soy guardaespaldas.

—Sirviente, entonces. —Hunter se cruzó de brazos y se apoyó en la pared en un gesto de camaradería—. ¿Cómo es trabajar para el viejo?

Dimitri no contestó. Mantuvo la vista fija en la reunión.

—Puedes contármelo. Por ejemplo, ¿cuánto te paga? Tiene que ser un buen pellizco para comprar este silencio.

—Eres idiota —afirmó convencido; la mirada de Dimitri no se apartó de la fiesta en ningún momento.

—No, en serio. Tiene que ser un buen curro. Ese tipo es un figura, ¿verdad? Dile que si alguna vez está dispuesto a contratar a un profesional de verdad, estaré disponible.

Los músculos de la mandíbula de Dimitri se tensaron.

—Perfecto. Bueno, ya nos veremos Dimitri —se despidió Hunter, apartándose de la pared. Aunque no se volvió, habría apostado lo que fuera a que el ruso le seguía con la mirada. El instinto le decía que provocarle había sido la forma adecuada de actuar. No sabía por qué, pero quería desconcertarle.

Sin embargo, ahora su deber requería comprobar que el sujeto estuviera bien. Se colocó cerca de la carpa, pero manteniéndose claramente apartado de la fiesta. Stormy hablaba con Luc, o mejor dicho, Luc era el que hablaba mientras ella iba a su lado, escuchando absorta cada una de sus palabras. De hecho, la mayoría de los invitados le prestaban atención. Hunter se acercó a la sombra de un árbol. Sacó la varita y rozó su oreja con ella. ¡Audi!

Al instante, las voces de la fiesta se amplificaron. No le gustaba utilizar aquel hechizo porque el batiburrillo de voces normalmente le causaba dolor de cabeza, pero de vez en cuando resultaba útil. En ese caso, Luc era el que llevaba la voz cantante, así que el zumbido no era demasiado molesto.

—Actualmente vivimos en tiempos modernos. Merlín escribió las leyes hace miles de años —decía Luc.

—Pero nuestras leyes nos han funcionado durante todos estos siglos —contestó un hombre con gesto sombrío.

Luc levantó un dedo.

—Ah, ¿sí? Perdimos de vista el Lagabóc hace cientos de años. Lo que ha sucedido es que las leyes arcanae fueron cambiado con los siglos, ya que no teníamos el libro para guiarnos. Mirad a los americanos y su Constitución. Ellos sí que tienen el documento, pero la interpretación de las leyes cambia constantemente. ¿De verdad creéis que los fundadores de esta nación podrían haber vaticinado los avances tecnológicos y sociales de los terrenales? Claro que no. Y tampoco Merlín.

El nivel de la conversación descendió un instante mientras los invitados consideraban sus argumentos.

—¿Pero acaso hace eso que el Lagabóc sea menos válido? —preguntó alguien.

Luc sacudió la cabeza.

—No lo sabemos. Tennyson Ritter descubrió el libro hace muy poco. Los eruditos todavía no han acabado de estudiarlo. Aún no sabemos lo que contiene realmente.

Tras aquella afirmación el zumbido aumentó. Hunter sacudió la cabeza como si estuviera ahuyentando a un insecto molesto. Por eso no le gustaba aquel hechizo.

—… hechizos y leyes…

—… expertos, no gente real…

—… reorganizar a la sociedad. El caos…

—¡Amigos! —intervino Luc alzando las manos, y su voz se elevó entre las muchas conversaciones—. Todos hemos oído leyendas y cuentos sobre el Lagabóc: que contiene hechizos poderosos, que cuenta la historia de nuestro pueblo, que contiene la guía de nuestras vidas. Pero en realidad no podremos conocer todo eso hasta que el Consejo Principal publique su estudio.

—Y una traducción. He oído que está escrito en latín y en inglés antiguo. No sé vosotros, pero yo ya tengo suficientes problemas con el inglés moderno —dijo una mujer en la mesa.

Una oleada de risas se extendió por el grupo.

La risa de Luc era la más estridente, pero no parecía sincera.

—Así es, señora. Eso también. E incluso la traducción contendrá la aportación del traductor. Quizá no sea el momento de descartar completamente el Lagabóc, pero sí de cuestionarnos su validez y de examinar nuestro lugar en el mundo.

De nuevo emergieron varias conversaciones tras su declaración.

—… un argumento válido…

—… he oído que no quieren hacerlo público…

—… magia peligrosa entre sus páginas…

—… Lagabóc

—¿Exactamente qué es el Lagabóc? —oyó preguntar a Stormy.

Luc le dedicó una sonrisa de superioridad y concesión, como si fuera un dios benevolente.

—Claro, no lo sabes. Es el libro de normas de Merlín. Sus leyes para regir nuestra coexistencia con los terrenales. Durante años creímos que era una leyenda, porque había desaparecido. Se supone que contiene una gran sabiduría, e incluso magia muy poderosa.

—Suena impresionante. ¿Y vivimos según esas leyes?

—No exactamente. Como el libro estuvo perdido durante siglos, confiamos en el Consejo para imponer sus leyes —afirmó Luc, y la observó—. Seguro que las otras hadas madrinas te lo han explicado.

—¿Por qué tendrían que haberlo hecho?

—Tennyson Ritter lo encontró.

Stormy miró a Luc con los ojos como platos.

—No me lo dijeron.

—Entonces las has visto.

—Supongo que no es un secreto —respondió asintiendo.

Luc se encogió de hombros.

—Estoy al corriente de tu cambio de residencia. El Consejo estaba muy enfadado, n’est-ce pas?

Stormy suspiró.

—Sí, pero también se dieron cuenta de que podría ayudarlos, de que puedo informar acerca de lo que averigüe, aunque no pudiera decirles dónde están las tías. Me hechizaron de alguna manera —se justificó, e hizo una mueca con los labios, como si estuviera confusa.

—¿Te has ofrecido a hacerlo?

No lo había hecho, al menos no que Hunter supiera. De hecho, prácticamente le había dicho que su lealtad estaba del lado de las hadas madrinas. ¿A qué estaba jugando?

Stormy se encogió de hombros.

—A veces creo que no soy más que un simple peón en todo este lío.

El ruido de las otras conversaciones ahogó las palabras de Luc, pero Stormy seguía escuchándole atentamente. Hunter volvió a sacar la varita y rompió el hechizo. Efectivamente, el ruido ambiente le impediría escuchar el resto de la conversación. Además, vio que Cordelia indicaba a los invitados que tomaran asiento en la mesa. Estaban a punto de servir la cena.

Aparecieron camareros cargados con bandejas llenas de platos. Hunter arqueó una ceja. Se trataba de una cena sofisticada.

Mientras los invitados comían, las conversaciones se convirtieron en un murmullo. Desde su punto de observación tenía una visión despejada de Stormy, que estaba al otro lado de la mesa. Se sentaba entre Ian y un miembro veterano del Consejo, que estaría a punto de dejar su cargo en aquel ciclo de renovación. El hombre estaba preguntando a Stormy y riéndose a carcajadas al escuchar sus respuestas.

Y entonces sintió una huella. El sutil zumbido seguía allí, pero aquello era un claro incremento de actividad. Al minuto explosionó. Alguien había hecho magia de una manera muy concreta y especializada. Dudó de que alguien que no fuera un guardia lo hubiera notado. Aunque Hunter veía la mesa desde allí, estaba demasiado lejos como para localizar el origen de la huella.

Justo cuando estaba a punto de acercarse a la carpa detectó un movimiento por el rabillo del ojo. Dimitri se alejaba pegado a la pared, escabulléndose de la fiesta. Sus sospechas le decían que lo siguiera, pero su formación como guardia le decía que se acercara a Stormy. Su deber principal era protegerla.

La huella había aumentado ligeramente, hasta superar el nivel de hormigueo propio de una casa arcanae, pero no lo suficiente como para levantar sospechas. Cuanto más se acercaba a la mesa, más intranquilo se sentía. Algo iba mal. Mientras se colocaba detrás de Stormy escudriñó a los invitados. Estaban charlando y comiendo; ninguno parecía alerta ni preocupado…

A excepción de Luc. Su sonrisa ocultaba un matiz de algo (¿anticipación?, ¿diversión?) que no encajaba con la expresión sincera de la mujer que tenía a su lado. Y entonces Luc clavó su mirada en el centro de mesa, justo delante de Stormy.

Hunter examinó la decoración. Era una escultura de un hada mirando su reflejo en un estanque cristalino. Había flores naturales y hierbas rodeando la pieza, para darle una apariencia más real. Mientras la miraba, el reflejo en el espejo empezó a brillar y la huella se intensificó.

Hunter sacó su varita y se lanzó en busca de Stormy. Cuando la alcanzó, la mesa explotó justo frente a él. Echó los brazos sobre la muchacha, la empujó para que se volviera y se transportó, todavía con el estallido y el grito de Stormy retumbando en sus oídos.

Aterrizó rodando de espaldas, todavía agarrando a la muchacha. Sus brazos habían evitado que pudiera resultar herida, pero no estuvo seguro hasta que la oyó aspirar una bocanada de aire. Sintió que le invadía el alivio. Estaba viva, ¿pero en qué estado? La soltó con cuidado y miró rápidamente a su alrededor. No estaba seguro de a dónde se habían transportado, pero entonces reconoció las familiares paredes beis de su apartamento. Tenía sentido. Era su santuario. Se colocó de rodillas a su lado.

Stormy intentó levantarse. La sangre le resbalaba por la cara y miraba al guardia con pánico.

—¿Qué ha pasado?

—Quédate sentada. Estás sangrando —le apartó el pelo a un lado, buscando la herida.

Entonces Stormy soltó un grito ahogado.

—¡Tú también!

Hunter bajó la mirada. Por la mano derecha le goteaba un hilo de sangre. Tenía un gran corte en el brazo.

—No es nada.

—Tienes un corte en la mejilla —dijo Stormy, que consiguió liberar su cabeza de entre las manos del guardia. Después miró a su alrededor e intentó levantarse.

—No te levantes…

Se levantó.

—…tan rápido —terminó Hunter, que se guardó la varita en el bolsillo.

—Estoy bien —afirmó ella. Entró en la cocina y buscó una servilleta. Después de mojarla un poco volvió y le dio unos toquecitos en la mejilla—. Quizá necesites puntos.

—No —dijo Hunter apartando la cara e intentando librarse de su ayuda.

—Quédate quieto.

—No, quédate quieta tú —ordenó el guardia, que eludió los esfuerzos de la joven por sostenerle y escapó de su alcance. Hunter también fue a la cocina. Tomó un trozo de papel de cocina, lo empapó y volvió. Después le limpió la sangre de la cara.

Stormy le lanzó una mirada de exasperación.

—Si no tuvieras tanta sangre en la cara esto sería casi divertido —dijo mientras Hunter le limpiaba la sangre. A su vez, Stormy presionó el trozo de papel contra la mejilla del guardia—. Deberías haber traído otra servilleta. Este papel es muy áspero.

—No te preocupes por mí. Las heridas en la cara parecen peores de lo que son. ¿Qué tal por lo demás? ¿Tienes alguna otra herida? —preguntó, y le apartó el pelo con los dedos, buscando la herida de la cabeza. De un corte fino brotaba más sangre. Presionó el papel contra él.

—¡Au! —Stormy se apartó de una sacudida—. Estoy bien, excepto porque me estás apretando la cabeza.

—¿No te duele nada más? —insistió Hunter, y volvió a acercarse al corte.

—No. —Stormy se apartó de su presión e intentó seguir limpiándole la cara.

—Para ya. Deja que te vea la cabeza.

—Deja de retorcerte.

—No me estoy retorciendo.

Stormy agitó el trozo de papel, ya de un color rojizo.

—Así no vamos bien.

—De acuerdo. Déjame que primero me ocupe de ti, y después me preocuparé por mí —dijo Hunter, y volvió a hacer presión sobre su cabeza para detener la pequeña hemorragia.

—¡Uf! —se quejó Stormy, y se apartó de nuevo—. ¿Qué tal si lo hacemos así? Yo me sujeto esto en la cabeza y tú te ocupas de tus heridas.

Si estaba tan irascible debía de encontrarse bien. Hunter colocó el trozo de papel en el lugar exacto y puso la mano de la muchacha sobre él.

—Justo aquí.

Volvió a sacar la varita y apuntó hacia la encimera, donde se materializó un gran botiquín de primeros auxilios. Levantó la tapa y buscó una gasa grande. La sacó del envoltorio y se la llevó a Stormy.

—Utiliza esto, es mejor.

La muchacha asintió y le dio el trozo de papel, manchado de un rojo brillante. Poco después empezaron a temblarle las manos y el color desapareció de su rostro. Como Hunter esperaba, la adrenalina había dejado de ayudar.

El guardia le pasó un brazo por los hombros y la llevó hasta el sofá.

—Siéntate. Quédate aquí.

Stormy asintió. Hunter invocó una manta y la arropó con ella en cuanto se materializó.

El guardia volvió a buscar en el botiquín, tomó una venda y se la puso rápidamente en el brazo. Después se miró en un espejo para comprobar el estado de su cara. La pinta era espantosa por la sangre, pero el corte era limpio y probablemente se curaría sin dejar una gran cicatriz. Se inclinó sobre el fregadero, se limpió la sangre y se dio unos golpecitos en la mejilla con una gasa limpia. En unos minutos podría ponerse un par de tiritas de sutura adhesiva. Pero primero tenía que comprobar cómo estaba Stormy.

Ella seguía con la mirada todos sus movimientos. Su pelo rubio estaba teñido de rojo y la palidez de la cara era evidente, pero por lo demás parecía que no se encontraba mal. Su angustia por la situación era evidente, y los ojos se le habían llenado de lágrimas. Hunter se sentó a su lado, le apartó con suavidad la mano que tenía en la cabeza y colocó la suya. Echó un vistazo bajo la gasa. La sangre apenas brotaba. Volvió a presionar, y esta vez Stormy no se apartó.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con un hilo de voz.

—Ha habido una explosión. En el centro de mesa había un espejo.

La joven lo miró, inexpresiva.

—¿Y?

Claro, no lo sabía.

—Los espejos pueden retener la magia. Por eso se utilizan como conducto en muchos hechizos.

—¿Pero por qué… quién…?

Hunter no estaba preparado para compartir con ella sus pensamientos o sospechas.

—No lo sé. Todavía.

En un repentino arranque de actividad, Stormy apartó la manta de su cuerpo e intentó levantarse.

—Tenemos que volver. Tenemos que ver si alguien más necesita ayuda.

Con cuidado, Hunter tiró de ella para que se sentara.

—No, lo que necesitas es un baño caliente.

—Pero no puedo…

—Mi trabajo es protegerte a ti. No voy a dejar que vuelvas al lugar de la explosión. Tienes que confiar en que ya habrá ayuda en camino, o incluso puede que hayan llegado —dijo intentando tranquilizarla. Volvió a levantar la gasa y comprobó, satisfecho, que la sangre se había coagulado—. Puedo llevarte a tu habitación en el Consejo, así no gastarán energías en balde buscándote. Hay una consulta médica en el edificio. Les pediremos que te echen un vistazo.

—Y a ti.

—Yo estoy bien.

—Y a ti —repitió, mirándolo.

—Y a mí —concedió Hunter, suspirando y bajando la vista para observar su aspecto. En realidad tenía que cambiarse, pero devolverla al Consejo era más importante—. No te muevas —ordenó con tono severo.

Stormy volvió a asentir.

Hunter utilizó de nuevo el botiquín y se quitó la gasa de la cara. Podía presionar un par de minutos más sobre el corte, pero en algún momento dejaría de sangrar aunque no lo hiciera. Se aplicó dos tiritas de sutura y volvió junto a Stormy. Le tendió una mano.

—Vámonos.