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Manual de Justin para la artista

Los ruidos y los destellos normalmente ocultan un esfuerzo superficial

Las horas de descanso, que se habían hecho esperar y habían durado poco, dejaron a Stormy insatisfecha e inquieta. Los colgantes habían funcionado a la perfección y los habían llevado hasta una pequeña casa de campo en Pacific Beach. La casa pertenecía a una mujer que hacía trabajos humanitarios en África y no regresaría por lo menos en un año. Jonathan les había dicho que le debía un favor, y afortunadamente la mujer le había dejado hacer uso de la vivienda.

El estómago se le revolvió por los nervios, como si supiera que debía prepararse para algo que no podía identificar, y mucho menos prepararse para ello. Sabiendo que ya no lograría conciliar el sueño se dirigió a la cocina de puntillas. ¿De verdad hacía menos de veinticuatro horas de la muerte de Violet? Mientras dejaba en infusión su té le sacudió un escalofrío. El mundo estaba cambiando muy deprisa. Demasiado deprisa. Menos de dos semanas atrás su mayor problema había sido elegir el color de los hilos con los que tejer. Ahora se encontraba enredada en una batalla por el control del mundo arcanae. Y posiblemente también del terrenal.

Reggie fue la siguiente en entrar. Sonrió al ver a Stormy, tomó una taza y la llenó en la cafetera automática.

—Pensaba que era la única que mantenía el horario de pastelera.

—Hoy no —respondió Kristin, bostezando mientras entraba en la cocina—. En mañanas como esta desearía beber café.

Stormy dejó su taza sobre la encimera.

—¿Lo sentís?

—¿Como si fuera a pasar algo? Sí —respondió Reggie rápidamente. Tomó un sorbo largo de su infusión y cerró los ojos—. Ayer fue un día horrible y creo que hoy va a ser peor.

Kristin asintió.

—Sé que se supone que nuestros poderes no incluyen tener premoniciones, pero yo también lo siento.

Se quedaron allí en silencio, sin atreverse a hablar.

—¿Pasa algo por tener miedo? —preguntó Stormy.

Kristin le pasó un brazo por los hombros.

—Me preocuparía más si no lo tuvieras.

—Es solo que… —empezó Stormy, e hizo una pausa. Sintió que se le formaba un nudo abrasador en la garganta. Su voz se tornó un susurro—. Acabo de conocerle.

—¿Le quieres? —preguntó Reggie.

Stormy asintió.

—Yo también —dijo Reggie al secarse una lágrima que corría por su mejilla—. Al tuyo no, al mío —les dedicó un débil intento de sonrisa.

Kristin asintió.

—Cuando me enteré de que existía la magia pensé que la vida sería muy fácil. Después del pánico inicial, claro. Ahora yo… —Hizo una pausa para calmar su voz—. Si dijera que me gustaría no haberlo sabido nunca, entonces no habría conocido a Tennyson.

En realidad Stormy no conocía a aquellas mujeres, pero ya había vivido aventuras y compartido pesares con ellas. Se habían formado los primeros lazos de amistad y confiaba en las dos. Era la Magia la que las había reunido, pero ya eran un equipo.

—Tennyson terminó la traducción anoche. Muy tarde —dijo Kristin mirando a las demás.

—¿Y? —preguntó Reggie.

—No me ha dicho nada. Todavía está durmiendo.

—Ya sabes que es algo que nos involucra a las tres —aclaró Stormy.

Reggie asintió.

—Estaba pensando lo mismo.

—Las tres mosqueteras —bromeó Kristin.

Con la magia que sabía, Stormy pensó que los tres ratones ciegos habría sido una descripción mucho más acertada.

Lucas contempló su nueva habitación. Sonrió. El Consejo había insistido en concederle aquella casa. Por su propia seguridad. La opulencia de las habitaciones era bastante acorde con él, aunque no del todo. Pero por el momento se trataba de un buen comienzo.

El sol bañaba la habitación. Prometía ser un día bonito. Dimitri le había traído sus tesoros de casa. Bueno, un tesoro. El resto podía esperar. Se detuvo frente al tapiz, que ahora colgaba de la pared de su suite.

El día anterior habían intentado robarlo. Y habían fallado. Lo invadió una enorme oleada de satisfacción. Le habían quitado dos de los obsequios, pero todavía le quedaba uno. Ahora tendría tiempo de estudiarlo y de descubrir sus secretos. Ahora que el Consejo lo protegía.

Aunque tendría que cambiarlo de sitio. La luz del sol pronto lo estropearía. Quizá debería colocarlo debajo de un cristal. Pero por el momento disfrutaba mirando…

El tapiz. A Stormy le había llamado la atención, como era de esperar. Sin embargo había habido algo más en su escrutinio. ¿Qué había visto? Se había preguntado lo mismo docenas de veces desde aquella noche y no había dado con ninguna respuesta.

Se acercó más al tapiz. Nada. No veía nada. Excepto una pelusa.

La arrancó con los dedos y frunció el ceño cuando volvió a ver otra. Aquello era inaceptable. Dimitri debería saber dónde colocar el tapiz para que la suciedad no lo dañara. Encontró una tercera mota de polvo. Cuando estaba a punto de sacarla se detuvo. El tapiz estaba salpicado de pequeñas motas. Aunque sabía que no debía tocarlo con las manos desnudas barrió la superficie con los dedos. De ella brotó una pequeña nube de polvo. El tapiz parecía…

Algo iba mal. Dio un paso atrás y miró la imagen. Nada. Y aun así el tapiz le llamaba la atención…

Se quedó de piedra. El rostro del mago carecía de los detalles que debía tener. Se inclinó un poco más. Aunque el dibujo y el aspecto eran los de siempre, los hilos parecían demasiado nuevos. Escudriñó la imagen en busca de otros detalles. La capa de la mujer no tenía la riqueza de colores que añadía profundidad. La esfera de rubí no brillaba y el cayado era un simple bastón sin ningún detalle del tallado. Esa imagen carecía de volumen. Agarró el tapiz. El material era demasiado rígido. Faltaba antigüedad, el tiempo no había dejado su pátina.

—¡Ahhhh! —gritó, tirando el tapiz al suelo—. ¡Dimitri!

La puerta se abrió casi al instante. Dimitri hizo una reverencia.

—¿Señor?

—¿Es este el tapiz que has encontrado en mi casa? —Lucas señaló al suelo, donde había aterrizado el tapiz.

Por un fugaz instante la confusión se apoderó de la expresión de Dimitri.

—Sí, señor. Se lo he traído, tal y como me pidió.

—Este no es mi tapiz. Esto es una imitación barata —dijo Lucas dando una patada al material.

Dimitri palideció.

—No había otro, señor.

—Estoy rodeado de incompetentes —espetó Lucas sacando la varita.

Dimitri dio un paso atrás.

—¿Esto es una prueba, señor? ¿Ha hecho una copia para ver si era lo suficientemente sagaz como para servirle? Si es así, he fallado, mi señor —admitió Dimitri y se abrió la camisa dejando su pecho al descubierto—. Merezco la muerte. Me honraría que acabara con mi vida.

—No seas absurdo. Todavía puedes serme de utilidad.

—Gracias, señor. No se arrepentirá. —Dimitri cayó de rodillas—. ¿Cómo puedo servirle?

—Tienen los obsequios de Merlín. Los quiero de vuelta. Tendremos que lanzarles el anzuelo para atraerlos hasta nosotros.

—¿Cómo, señor?

Las fosas nasales de Lucas se ensancharon.

—Atacando sus puntos débiles —dijo. El pulso se le ralentizó y respiró con mayor facilidad. Sabía exactamente lo que debía hacer. Y el Consejo le ayudaría—. Avisa al Primer Consejero, necesito hablar con él inmediatamente. Dile que sé cómo atrapar a las hadas madrinas y que debemos darnos prisa.

Dimitri volvió a hacer una reverencia y se marchó.

Volvería a conseguir los obsequios de Merlín. El Lagabóc solo explicaba cómo se utilizaban los dos primeros. El libro no mencionaba el tapiz en absoluto, excepto para decir que los obsequios formaban un arma, pero no especificaba cómo. A pesar de la presencia de Tennyson Ritter no habrían tenido tiempo de descubrir cómo utilizar el tapiz. Lucas estaba segurísimo de eso. Él tenía acceso a la misma información que ellos.

Se acercó a la ventana. Aunque podía ver el exterior, ningún terrenal podía verle a él. Estaba oculto de su vista. No por demasiado tiempo. Los arcanae no se esconderían nunca más de aquellos animales. Los arcanae no tendrían que morir por aquellas criaturas. No sufrirían más en manos de aquellas bestias débiles. Se impondría un nuevo orden, un nuevo renacer. Y él lo encabezaría.

—Es la hora. Me habría gustado que pudieras verlo, Maman.

Hunter extendió un plano del edificio del Consejo dibujado a mano.

—Aquí están los dormitorios. La mayoría de miembros del Consejo tienen casa propia, pero siempre ha sido necesario contar con viviendas en la sede del Consejo. Stormy vivía en esta habitación —indicó, señalando un cuadrado sobre el papel.

Excepto Tennyson, los demás se habían reunido alrededor de la mesa del comedor para planear el siguiente movimiento. Tennyson todavía estaba trabajando en las últimas modificaciones de la traducción del código, pero habían acordado que había llegado el momento de detener a Lucas.

—¿En cuál crees que estará Lucas? —preguntó Kristin.

—Mi deducción es que le han dado una de las mejores suites, por aquí —señaló hacia otro nivel del complejo.

—Vaya… ¿Así que a mí no me dieron una de las mejores habitaciones? ¡Qué sorpresa! —exclamó burlona Stormy, dejando entrever una pequeña nota de repulsión.

Reggie estudió los planos.

—El edificio es realmente extenso. ¿Cómo consiguieron tanto espacio?

—Lo construyeron los gnomos. Gran parte del edificio se prolonga bajo tierra y se extiende a través de los acantilados —dijo Hunter señalando el primer dibujo—. Esto es todo lo que se puede ver a nivel de calle. Hay hechizos protectores y guardias centinelas que lo defienden. Aquí abajo está la sala de transportaciones, la única desde y hasta la que uno puede transportarse.

—Seguro que no nos lo van a poner fácil si queremos llegar hasta Lucas —afirmó Kristin.

—No, pero nunca han tenido a un guardia con información de dentro que trabaje para el otro lado —dijo Hunter, e inspiró profundamente—. Lo que no quiere decir que no nos vaya a costar entrar.

En la esquina de la mesa, el ordenador emitió un sonido metálico que indicaba que habían recibido un mensaje. Se miraron unos a otros. Los únicos que sabían cómo contactarles eran familiares o aliados.

Rose se acercó para comprobarlo.

—Dice: «Stormy, llama a casa ahora mismo».

La joven sintió que el color desaparecía de su rostro. Agarró su móvil y lo encendió. La pantalla tardó un tiempo interminable en cargar. Después marcó el número.

Descolgaron antes de que terminara de sonar el primer tono.

—Ah, señorita Jones-Smythe. Qué amable por su parte llamar tan rápidamente. —La voz tranquila y cortés de Lucas serpenteó al otro lado de la conexión.

Stormy estuvo a punto de soltar el teléfono. Sabía que los demás la miraban, pero no podía sentir nada además del pánico que la azotaba.

—¿Dónde están mis padres?

—Aquí mismo. Están bien… por ahora.

Le cedieron las rodillas. Alguien había colocado una silla detrás de ella, por lo que no llegó a caerse al suelo, cosa que de suceder ni habría notado.

—Si les haces daño…

—¿Qué? Los dos sabemos que el juego ha terminado. El Consejo está conmigo. Y la guardia también —afirmó Lucas satisfecho, y chasqueó la lengua—. Ha sido un intento valiente, pero habéis perdido. Estamos avanzando hacia un mundo nuevo.

La mano de Hunter le acarició el hombro. Stormy levantó la mirada. Todos la observaban y en sus caras se reflejaba la preocupación, el horror y la compasión.

—¿Qué quieres?

—Eso está mejor. Me aseguraré de informar al Primer Consejero de que has cooperado.

—¿Qué quieres? —repitió, esta vez más fuerte.

—A las tres. A las hadas madrinas. Y a las veteranas también. El juego ha terminado y he ganado.

—De acuerdo.

—Una cosa más. De hecho, tres cosas más. Los obsequios de Merlín. Me los habéis robado. Los quiero de vuelta. Los tres.

Entonces sabía lo del tapiz.

—Traedlos.

—Un momento —dijo. Su mente iba a mil por hora.

—¿Qué?

—No estamos todas juntas. Necesitaré tiempo para reunir a todo el mundo.

—Tienes media hora. No os retraséis —ordenó, y se cortó la conexión.

En ese momento dejó que el dolor la abrumara sin oponer resistencia. Apretó los dientes para evitar echarse a llorar. Pero tenía que decírselo. Cada palabra le hacía daño, cada respiración era un sacrificio.

—Lucas tiene a mi familia. Nos quiere a nosotras a cambio.

—Deberíamos haber insistido en que se marcharan a otro lado —musitó Reggie.

Stormy negó con la cabeza.

—No nos habrían hecho caso. Mis padres siempre se han negado a esconderse.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Jonathan.

—Treinta minutos.

Reggie rodeó a Stormy con un brazo.

—No me puedo creer que hayas tenido la entereza de pedirle tiempo.

—No sé cómo he podido —confesó Stormy. El miedo que sentía disminuyó y la ira se encargó de reemplazarlo—. Quiero a ese hijo de puta.

A su alrededor se levantó un viento cálido. Reggie la agarró de la mano y el viento se intensificó. Entonces las luces de la casa empezaron a titilar. Kristin se unió al vínculo y un resplandor rojizo rodeó a las tres muchachas. Los papeles revolotearon a su alrededor como si estuvieran atrapados en un ciclón. Las mesas y las sillas traquetearon por toda la habitación.

—Ahí tenéis el poder de las tres —afirmó Tennyson al entrar en el salón. Sonrió, pero tenía los ojos rojos y la barba empezaba a cubrirle la barbilla.

Jonathan sonrió.

—Es lo más aterrador que he visto en mi vida.

Incluso Hunter parecía impresionado.

—Me alegro de estar en vuestro bando.

Lily se secó una lágrima.

—Me recordáis a nosotras cuando éramos jóvenes.

—Por cómo me siento ahora mismo podría unirme a ellas —añadió Rose, con un expresión feroz en la mandíbula. Había cerrado las manos hasta apretar firmemente los puños.

Stormy rompió el vínculo y el viento cesó. Le dolía el pecho, le dolía de verdad. Secó rápidamente la lágrima que se le había escapado.

—Maldita sea. Tenemos que atrapar a Lucas.

—Entonces vamos a planearlo. No tenemos mucho tiempo, pero será suficiente. —Hunter apartó los papeles de la mesa y ofreció a Stormy un folio en blanco—. Necesitamos conocer la disposición de tu vecindario.

Stormy empezó a dibujar. Arte. Gracias a Dios que sabía de arte. Sus trazos eran precisos y seguros.

Tennyson empezó a hablar.

—He acabado con el tapiz. Sé cómo utilizar los obsequios de Merlín.

—Y yo también tengo una idea —añadió Jonathan.

—Bien —respondió Hunter—. Porque debemos aprovechar toda la ayuda que podamos reunir ahora mismo.

Veinticinco minutos más tarde se reunieron para partir. El grupo compartía un ánimo preocupado, pero decidido. Nadie pronunció ni una palabra. Todos tenían un papel importante que cumplir. Tennyson y Kristin se colocaron uno al lado del otro, cabizbajos. Reggie se aferró a la mano de Jonathan.

Entonces Jonathan tiró de la muchacha hacia sus brazos. Reggie aulló, pero él la besó y le guiñó un ojo.

—Nos vemos allí —y desapareció.

Tennyson sonrió.

—Es la hora. Ten cuidado —besó dulcemente a Kristin.

Hunter se acercó a Stormy y la agarró de las manos.

—Ni siquiera hemos empezado todavía. No dejes que nada acabe con esto.

Stormy sonrió. Hunter se inclinó y la besó con más ternura de la que la joven hubiera imaginado que sería capaz. Si no hubiera llorado suficiente durante los últimos días se habría permitido alguna lágrima más.

Las muchachas se miraron.

—¿Listas? —preguntó Kristin.

—No, pero vámonos de todas formas —respondió Stormy.

—Estaremos justo detrás de vosotras —añadieron Lily y Rose.

Stormy agarró las manos de sus compañeras. Kristin asintió.

—Vámonos.