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Manual de Justin para la artista

Los conflictos originan interés o frustración

Apenas sobrepasaba el metro sesenta y cinco. ¿Se suponía que esa muchacha era un hada madrina todopoderosa?

Hunter Merrick hizo caso omiso al hecho de que se le acelerase el pulso mientras la escrutaba. Aquellos ojos azules reflejaban estrellas cuando les daba la luz. Su pelo rubio, a la altura de la barbilla, danzaba cada vez que movía la cabeza. Los pantalones cortos dejaban expuestas sus largas piernas y abrazaban sus caderas; buena parte de su cintura estaba al descubierto ya que la camiseta era corta. Dudó de si podía llamarse camiseta a un trozo de tela con dos finos tirantes que la sujetaran. Tenía los hombros tan desnudos como la cintura y lucía una piel bronceada. Justo en el omoplato izquierdo tenía un tatuaje de una nube oscura de la cual asomaba un relámpago. Supuso que sería una referencia a su nombre. De todos modos, ¿qué clase de nombre era Stormy? Esperaba que no se tratara de un presagio sobre su futuro.

¡Bah! ¿Qué problemas podría ocasionar un conjunto tan atractivo? No obstante, nadie habría imaginado que las hadas madrinas, las veteranas, pudieran causar tanta agitación. Y eso que parecían adorables.

Como de costumbre, el compañero de Hunter, Tank, sonreía como un borracho. A Tank le gustaba el caos y el follón. No había apartado un segundo la mirada de la muchacha que tenían a su cargo. Mierda, Stormy era justamente su tipo.

Ian Talbott aspiró ligeramente, lo que llamó la atención de Hunter. Aquel sabiondo observaba a la nueva hada madrina con desdén. La mirada de Ian recorría el cuerpo prácticamente desnudo de Stormy mientras en sus labios se dibujaba una mueca de repugnancia. No le sorprendía, aquel tipo llevaba un traje de Brooks Brothers. Seguramente ni le habría quitado la etiqueta del precio de haber podido evitarlo. Dios, ni que fuera un Armani.

Hunter no sabía qué le molestaba más: si la actitud pomposa de Ian o el hecho de que él sí conocía la diferencia entre un Brooks Brothers y un Armani.

Por la expresión de Stormy, habría jurado que el desdén mal disfrazado de Ian ante su atuendo le divertía en lugar de molestarla. Puede que esa muchacha tuviera posibilidades.

—Vosotros dos, comprobad la seguridad. —Ian hizo un gesto con la mano como si estuviera despidiéndoles.

Tank lanzó una mirada a Hunter, pero este simplemente se encogió de hombros y ladeó la cabeza en dirección a la casa. En realidad sí que tenían que comprobar el perímetro. No era momento de recordar a Ian que Tank y él eran guardias, no sus empleados. Trabajaban para el Consejo, no para aquel gilipollas.

Los once miembros del Consejo restantes estaban alborotados desde que las hadas madrinas habían matado a uno de sus miembros, y el guardia notaba las consecuencias. A algunos de sus compañeros les habían asignado la tarea de proteger a un miembro en concreto, pero la mayoría estaban buscando a las hadas madrinas, excepto un pequeño retén en el edificio del Consejo por si les atacaban.

Se concentró en su tarea. El trabajo de ambos guardias era proteger al sujeto. El Consejo ya había perdido a las otras hadas madrinas y no pensaba correr ningún riesgo con esta. Por eso le habían elegido a él para aquel cometido, incluso antes de conocer la identidad de la muchacha. A él y a Tank. Se complementaban bien, por su habilidad y por la personalidad de Tank.

Aunque dudaba de que pudiera necesitarla, Hunter llevaba la varita preparada. Como de costumbre, aquel poder latente emanaba por su cuerpo. La varita era una extensión natural de su brazo. Se acoplaba con su mano y sus sentidos se abrían a la magia. Él era bueno, por eso había llegado a ser guardia. Tenía habilidades especiales, destreza e inteligencia. Era muy cierto, no fanfarronería.

De acuerdo, quizá sí había algo de fanfarronería. Aun así, tanto él como Tank tenían buena reputación y estaba orgulloso de su papel en la protección del Consejo.

Y si ellos querían que hiciese de canguro de un hada madrina, entonces lo haría.

Hunter escudriñó las instalaciones. La casa sería fácil de proteger, a pesar de su disposición inconexa. Lo del vecindario sería un poco más problemático. Aunque apartada, la colonia de artistas arcanae estaba demasiado expuesta para su gusto. Los habitantes no hacían ni el más mínimo esfuerzo por esconderse de los terrenales. Si ni siquiera se protegían de ellos, un arcanae no tendría dificultad alguna para entrar.

Una vez en el interior, la casa resultó adecuada para su cometido. La habitación del sujeto era fácilmente defendible; el vestíbulo era amplio, lo que garantizaba espacio para luchar; por lo general, el suelo era de madera y las moquetas amortiguarían los pasos; la disposición era única, solo un par de esquinas y giros para confundir a los intrusos.

Aunque el ambiente pretendía evocar calidez y afecto, Hunter evaluó con un escalofrío el desorden ecléctico de la que debería considerar su casa durante un periodo de tiempo indefinido. Estaba limpia, pero la falta de cohesión en la decoración, los colores atrevidos que competían por llamar la atención, el mobiliario irregular, los extraños cuadros y los pósteres en las paredes… Todo el conjunto ofendía a su sentido del orden y la lógica. Era una casa de artistas.

Pero al menos era mejor que aquel estudio.

Los proyectos inacabados con ovillos colgando de las paredes, el escritorio cubierto de pilas de papeles amontonados de cualquier manera, el suelo repleto de hilos y trozos de cordeles, la explosión de color, los telares dispuestos por todas partes… Le había dado dolor de cabeza y había llegado a cuestionarse si en realidad el sujeto disfrutaría de aquel caos.

Tank le dio una palmadita en el hombro.

—Vamos a apostarnos el turno de día —dijo Tank mostrándole una moneda grande.

Hunter miró a su colega con escepticismo. Entornó un poco los ojos. Confiaba en Tank con los ojos cerrados, pero no para aquello. Levantó una mano.

—No vamos a hacer lo del turno de día, turno de noche.

—Ya, pero no podemos estar ambos operativos las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. El que gane decide turno. —Tank le lanzó la moneda.

Era de plata, de dos caras y buen peso. Aunque parecía limpia aquello no quería decir nada. A Tank se le conocía por salirse siempre con la suya.

—De acuerdo —aceptó Hunter tras valorar la moneda un instante antes de devolvérsela.

—Si sale cara yo elijo, si sale cruz, tú —dijo Tank sonriendo.

Lanzó la moneda. Los bordes se desdibujaron en el aire por el movimiento. Tank la agarró y le dio la vuelta. Levantó la palma de la mano.

—Mala suerte, Hunt —dijo sin siquiera mirarla.

—Fíjate bien, idiota.

—Has hecho trampa. —Tank tensó los labios cuando vio el lado de la cruz hacia arriba.

—No, simplemente he tenido en cuenta que lo harías tú. Si intentabas amañar el resultado con magia la moneda haría lo contrario.

—Capullo. —Tank pareció enfadado por un momento, después se echó a reír—. Merecía la pena intentarlo. Me conoces muy bien.

—Demasiado. Y me toca elegir.

—Ya te lo he dicho. Capullo. —Tank sonrió—. Tenemos que volver. Seguro que el gilipollas está a punto de acabar su discurso —dijo antes de dirigirse a la cocina.

Al entrar, la expresión de Hunter se endureció. Miró al sujeto y después a sus padres. No parecían muy contentos. Bueno, ¿por qué habrían de estarlo? Su pequeña acababa de aterrizar en un follón del que no era responsable.

La propia Stormy parpadeaba constantemente mientras escuchaba a Ian. En un momento dado cerró los ojos con fuerza y asintió a lo que fuera que el gilipollas le estuviera diciendo. De hecho, Hunter había visto cómo reprimía al menos un bostezo desde que habían entrado en la cocina. Dios, a él también le ocurriría si tuviera que escuchar a Ian Talbott durante mucho rato.

Ian, el gilipollas y lameculos que había sido asignado como prefecto a Stormy, seguía aburriéndola con su sermón. Probablemente veía en aquel encargo la posibilidad de estar un paso más cerca de convertirse en miembro del Consejo. Si en el mundo había justicia, la magia nunca escogería a Ian para que entrara. Hunter podía ser leal, pero no estaba ciego.

—Debido al peligro al que nos enfrentamos hemos asignado dos guardias para tu protección. Te custodiarán en todo momento.

El más alto de sus padres, Justin, se inclinó hacia delante.

—¿Stormy está en peligro? —El volumen de su voz fue más apropiado para un partido de baloncesto que para utilizarlo en casa.

—Estamos aquí para asegurarnos de que no sea así —respondió Hunter.

Ian pareció sorprendido cuando le escuchó hablar. Por un segundo, abrió los ojos de par en par y tensó los labios hasta convertirlos en una fina línea.

Sin problema. El trabajo de Hunter no era hacerse amigo del gilipollas, sino proteger al sujeto.

Tank guiñó un ojo a Stormy.

—No se preocupe, señorita Jones. Nos encargaremos de mantenerla a salvo.

—Es Jones-Smythe —contestó ella y alineó su mirada con la de Tank sin conseguir intimidar al guardia, que simplemente sonrió.

—Discúlpeme, señorita Jones-Smythe —remarcó la última palabra.

—¿En serio necesito niñeras? —preguntó Stormy.

Hunter abrió los ojos como platos. Él había utilizado exactamente aquellas mismas palabras cuando se había quejado a su superior. No había funcionado con su jefe. Hunter había recibido el encargo de todos modos. Quizás ella fuera más perspicaz de lo que el estado de su estudio hacía pensar.

Su otro padre, Ken, la tomó de la mano.

—Me alegro de que el Consejo piense en ti. Es lo mejor. Si te ocurriera algo no podría soportarlo.

Stormy le sonrió y por un segundo Hunter se preguntó qué se sentiría al ser el receptor de tal expresión llena de amor.

—Estaré bien, papá.

—Sí, lo estarás porque nosotros nos encargaremos de ello —añadió el gilipollas de Ian—. El Consejo quiere que tengas claro que nos estamos tomando esta situación muy en serio: ha decidido flexibilizar las normas un poco. Yo seré tu prefecto durante el ciclo de renovación y también me encargaré de ser tu tutor en magia.

—Pensaba que las hadas madrinas aprendían solas —dijo Justin.

—Los tiempos extraordinarios requieren medidas extraordinarias —aseveró Ian—, así que empezaremos a enseñarte magia cuanto antes.

Stormy alzó una mano.

—Pero hoy no. Llevo toda la noche despierta y…

—¿Cómo? —Ken frunció el ceño—. Lo sabía. Sabía que anoche harías una estupidez si te ponías a trabajar. Stormy, ni es sano ni…

—Ya es mayorcita, Ken. Déjala tranquila. —Justin sonrió a la joven—. ¿Has acabado el proyecto?

—Y ha quedado perfecto —asintió Stormy—. Las tías dijeron que he utilizado magia…

—¿Te dijeron también a dónde iban o qué tenían planeado? —Ian se inclinó hacia delante, su barbilla temblaba por la indignación que sentía.

Hunter captó el gesto de desesperación casi imperceptible en los ojos de Stormy.

—Ya te he contado lo que pasó. Dijeron que era la siguiente hada madrina y me dieron la varita.

—Sí, sí, claro. —Ian volvió a recostarse hacia atrás, recobrando su semblante de dignidad.

—Escuchad, necesito dormir un poco —dijo Stormy levantándose. ¿Podemos seguir más tarde?

—Claro que sí —respondió Justin, haciendo caso omiso de la mirada reprobatoria de Ian.

La puerta delantera se abrió de repente. Hunter sacó su varita y se colocó delante de Stormy. Tank borró la sonrisa de su cara y se alineó a su lado, creando un efectivo muro que escudaba a la muchacha.

—¿Dónde está nuestra pequeña? —Una mujer con una larga trenza canosa que le caía sobre un hombro comenzó a pasearse por la cocina. Al ver el muro que creaban los dos guardias retrocedió. Abrió los ojos de par en par y en sus labios se dibujó una sonrisa divertida y complacida—. Madre mía…

Justin se acercó a ella y la agarró de las manos. Después la besó en las mejillas.

—Bárbara, qué alegría verte.

La mujer intentaba fisgonear más allá de los guardias.

—Solo vengo para felicitar a Stormy. Me acabo de enterar de que es la nueva hada madrina.

Hunter oyó el chirrido de la silla contra el suelo cuando Stormy se puso en pie. Cuando pasó por su lado levantó rápidamente el brazo para detenerla.

—¿Quién es? —preguntó, señalando con la cabeza a la mujer.

Disgustada, Stormy soltó una bocanada de aire, empujó su brazo y se agachó para pasar por debajo.

—Bárbara Cross. Mi madre biológica.

¿Madre biológica? No estaba juzgándoles (al menos eso creía), pero aquellas relaciones familiares se estaban empezando a complicar.

—Espera, ¿cómo lo has sabido? —Ian fulminó a Bárbara con la mirada.

—Aquí no tenemos secretos —dijo la mujer abrazando a Stormy.

—¿Pero cómo te has enterado tan rápido? —preguntó la joven.

—La he llamado yo. —Ken se encogió de hombros—. Pensaba que tenía que saberlo. Fue ella la que te dio a luz.

—Pues claro que tenía que saberlo —afirmó Justin—. Esto es algo muy gordo.

—Y ya hemos organizado una fiesta para esta noche —Bárbara arrugó la nariz—. Conrad preparará su chucrut. Después de treinta y cinco años juntos podría haber aprendido algo más.

Un momento. ¿Bárbara llevaba treinta y cinco años con su marido? ¡Pero si Stormy solo tenía veintisiete! Más nudos que deshacer en aquella historia.

—Nada de fiestas, Bárbara —advirtió Ken—. Stormy podría estar en peligro. —La cara del hombre parecía haber envejecido desde que habían llegado aquella mañana.

—¿En peligro? —Bárbara palideció.

—No me pasará nada, papá —dijo Stormy a la vez que tomaba la mano de Ken entre las suyas.

Justin le agarró de la otra mano.

—Nos encargaremos de que esté a salvo.

—Seremos nosotros los que nos encargaremos de su seguridad —dijo Ian arrugando la nariz cuando vio sus manos entrelazadas—. Es nuestro trabajo. El Consejo no quiere que le ocurra nada a Stormy.

—Entonces haremos una fiestecita solo para los vecinos —añadió Bárbara, sonriendo—. Ya sabéis, también son como de la familia. Y usted debería venir también, señor…

—Talbott. Ian Talbott. —Ian esperó cierto reconocimiento ante la mención de su nombre y, cuando este no llegó, Hunter estuvo a punto de echarse a reír—. Sí, supongo que podría ir a vuestra fiestecita. Hay que celebrar el don de Stormy.

—¡Excelente! —Bárbara aplaudió de entusiasmo. Aunque Ken parecía reacio, finalmente cedió.

—Entonces será mejor que me dejéis dormir, porque no aguantaré mucho más sin caerme redonda al suelo. —Stormy estiró los brazos por encima de la cabeza mientras bostezaba. Se le levantó la camiseta, dejando entrever todavía más su tripa. Efectivamente, la mirada de Tank había recorrido cada centímetro de su piel. Muy bien, de acuerdo, él también se había dado cuenta.

—¡Pero si es de día! —se extrañó Bárbara.

—Lo sé —contestó Stormy—. Me he pasado toda la noche trabajando.

—¿En una pieza nueva? ¡Tienes que enseñármela! —dijo Bárbara y se dirigió hacia la puerta trasera.

—Basta. Al final la animarás a que no duerma nunca —le reprendió Ken.

—Te la enseñará después —dijo Justin, y empujó con dulzura a la joven en dirección al pasillo—. Enséñasela antes de la fiesta.

—Quizá sería mejor que los vecinos me conocieran antes. Me van a ver bastante por aquí ya que voy a ser el prefecto de Stormy. —Ian se levantó y se ajustó la corbata—. Mañana empezaremos las clases. ¿A las nueve en punto?

—Mejor a las diez. Stormy no es de madrugar —Justin le dio una palmadita en la espalda.

La expresión de indignación en el rostro de Ian fue lo mejor de la visita. Hunter guardó su diversión para sí, pero internamente deseó que Justin volviera a golpearle.

—Está bien. Diez en punto. Stormy, te veré más tarde en la fiesta. —Ian sacudió la cabeza en un rígido asentimiento, titiló un segundo y después se transportó.

—¿Y qué pasa con vosotros dos? —preguntó Ken.

—Nos quedamos —respondió Tank.

—¿Cuánto tiempo? —volvió a preguntar Ken.

—Todo el necesario mientras nuestro cometido sea protegerla a ella. —Hunter captó la animadversión en la expresión de Stormy.

—Pues no sé dónde os vamos a alojar —dijo Ken a la vez que sacudía la cabeza.

—No se preocupe por eso, señor Jones —apuntó Hunter.

—Ken, por favor. —El hombre frunció los labios—. Hay un cuarto de invitados, pero está al otro lado de la casa…

—Nosotros nos ocuparemos de todo, Ken —respondió Tank.

—Informadme sobre lo que decidáis. Me voy a la cama —Stormy se dirigió hacia el pasillo.

Hunter la siguió y tras él también lo hizo Tank.

Stormy se volvió hacia ambos. Colocó una mano sobre el pecho de Hunter. El contacto fue más cálido de lo que este esperaba. La muchacha entornó los ojos.

—¡Eh! ¿Dónde vais vosotros?

—Donde vayas tú —contestó Hunter arqueando una ceja.

—Para eso estamos aquí, preciosa. —La sonrisa de Tank había vuelto.

—Ah, nada de eso —dijo Stormy y se cruzó de brazos.

Sus pechos se le encorsetaron bajo los brazos y Hunter dirigió la mirada hacia ellos. No pudo evitarlo. Al fin y al cabo era un hombre.

Stormy le levantó la barbilla en un rápido movimiento.

—Estoy aquí, listillo.

Para su humillación, Hunter notó cómo le ardían las mejillas. Tank soltó una carcajada.

—Tranquilo, Hunt. Yo también he mirado.

—Señorita Jones-Smythe, estamos aquí para protegerla. No podremos hacerlo a menos que uno de nosotros la acompañe en todo momento. —Se inclinó hacia ella y repitió—. En todo momento.

Stormy no se inmutó. Ni retrocedió, ni pestañeó. Simplemente se lo quedó mirando. Un fuerte viento recorrió el pasillo. El pelo de la joven se le arremolinó en la cara. Las luces parpadearon y su mano aferró todavía con más fuerza el mango de la varita que sostenía.

—Bueno, entonces espero que te guste el agua caliente, porque a mí en la ducha me gusta hirviendo y no pienso cambiar la temperatura por ti.

Tank colocó una mano sobre la de la joven. Cuando apartó rápidamente la mirada hacia él, el viento cesó de repente y las luces se apagaron. Tank asintió.

—Eso ha sido impresionante.

Por un momento, Stormy pareció desorientada. Después sonrió.

—¿He sido yo?

—¡Ajá! —Tank sonrió a Hunter con superioridad—. Entonces, ¿por qué no nos enseñas dónde está tu habitación?

La joven miró a ambos.

—Ni siquiera sé cómo os llamáis. Tú te llamas… ¿Hunt? —preguntó señalando al guardia.

—Hunter Merrick.

—¿Qué clase de nombre es Hunter? —Frunció el ceño.

—¿Qué clase de nombre es Stormy? —replicó.

A la muchacha se le iluminaron los ojos por primera vez en toda la mañana.

Touché. Nací en medio de una tormenta y mis padres no sabían quién parecía más enfadada, si la tormenta o yo. No me digas que lo tuyo es ir cazando a la gente —respondió y señaló su varita.

—Es un apellido.

—Aunque en realidad sí que se le da bien utilizar ese chisme. —Tank le tendió la mano—. Yo soy Tank.

Stormy estrechó su mano pero lo miró de reojo.

—¿En serio?

—Bueno, me llamo Oliver. Oliver Bryant. Pero los muchachos me apodaron Tank por mi aspecto físico —dijo, irguiéndose.

Tank era robusto y grande, pero no era más alto que Hunter. Este último lanzó una mirada desinteresada a su amigo.

—Sí, no tiene nada que ver con aquel desafortunado incidente con el acuario del jefe.

Stormy estalló en una carcajada. Tank frunció el ceño a su compañero y éste se encogió de hombros.

—¿Quieres contarle por qué la mujer del jefe nos ha prohibido a todos entrar en su casa?

—Solo son rumores malintencionados.

—Bueno, yo diría que entre los tres ya tenemos el cupo cubierto de nombres extraños —afirmó Stormy.

—Habla por ti —le advirtió Hunter—. Yo vengo de un extenso linaje de orgullosos «Hunter».

Stormy lo miró y volvió a reírse.

—Eso no ha sonado muy bien.

—Déjalo ya, colega —dijo Tank. Se golpeó en el pecho—. Nosotros encontrar habitación ahora.

—Es por aquí. —Stormy apuntó hacia la siguiente puerta sin perder la sonrisa.

Cuando alcanzó el pomo, Hunter la agarró de la muñeca y la joven se apartó de un salto.

—A partir de ahora nosotros entraremos antes que tú.

La soltó y abrió la puerta de un empujón. A diferencia del estudio, su habitación estaba meticulosamente ordenada. La cama estaba hecha, no había nada desparramado por el suelo y todo parecía en su sitio, a excepción de un libro abierto sobre una mesita redonda junto a una butaca que parecía realmente cómoda. Mmm… esa habitación mostraba un lado distinto de aquella mujer. Aunque no tenía la necesidad de analizar su personalidad. Aquel nuevo detalle sobre la muchacha no conseguiría distraerle de su cometido.

Barrió el espacio con la mirada y entró. Tank se quedó en la puerta, con la varita preparada e impidiendo la entrada a Stormy con un brazo.

—¿De verdad que esto es necesario? —preguntó la muchacha, de nuevo recuperando un tono que reflejaba su molestia.

—Sí —contestó Tank—. Es nuestro trabajo.

Hunter inspeccionó el armario, el baño y miró debajo de la cama.

—Despejada.

Tank levantó el brazo y la dejó pasar. Stormy frunció el ceño.

—Espero que esto acabe pronto.

—El Consejo quiere que permanezcas a salvo —afirmó Hunter. Después se apoyó contra la pared y cruzó los brazos sobre el pecho.

Stormy colocó la varita al lado del libro.

—A ver, caballeros. No me quedan fuerzas para discutir con vosotros ahora mismo. Esto está… desahogado, ¿no? Os podéis ir.

—Se dice despejado —le corrigió Hunter.

—Lo que sea.

—Solo una cosa más —dijo el guardia tras asentir. Hunter se acercó a la ventana y tocó el cristal con la varita. ¡Imperviam!

—¿Qué has hecho? —Stormy colocó los brazos en jarras.

—Solo he hecho que la ventana sea inmune ante cualquier ataque. Nadie podrá verte desde fuera, y se necesitaría una bazuca para romperla. —Hunter empujó a Tank hacia la puerta—. Estaremos justo aquí fuera por si necesitas algo.

—No será necesario —dijo mientras los guardias salían al pasillo.

—De todas formas nos quedaremos aquí —sentenció Hunter y cerró la puerta.

Tank lo miró y sonrió.

—Me gusta.

—Qué sorpresa… —Hunter se colocó al lado de la puerta—. Más vale que descanses un poco tú también. Te toca turno de noche.

—Capullo.