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Manual de Justin para la artista

Encuentra la magia en todo

Las consecuencias fueron desastrosas. Poco a poco toda la historia se fue dando a conocer. Al menos una docena de guardias habían resultado heridos, dos de gravedad, pero al enfrentarse entre camaradas, ninguno de los dos bandos se había visto capaz de recurrir a fuerzas letales. Eso había impedido que la tragedia fuera aún peor. Alfred había convencido a los gnomos de que apoyaran a las hadas madrinas y Callie había dirigido a las hadas hacia la batalla, pero solo después de que Zack le prometiera que se quedaría en casa. Seis guardias se llevaron a Ian y a Dimitri, que había conseguido hacerse un ramo de flores, y escoltaron al Primer Consejero hasta el edificio del Consejo.

Las hadas madrinas y sus parejas volvieron al lugar en el que Lucas había muerto solamente después de que todos los heridos hubieran recibido asistencia y de que todo el mundo estuviera a salvo. Los obsequios de Merlín yacían en el suelo, de nuevo tres objetos por separado, como si la explosión los hubiera despedazado.

Stormy recogió el tapiz. Una pequeña rasgadura estropeaba una de las esquinas, y varios puntos se habían deshilachado en el borde.

—Podré arreglarlo.

—No sé si deberías —le indicó Hunter—. No sé si alguien debería volver a tocarlos más de lo estrictamente necesario. Con poder se pueden hacer cosas magníficas, pero también cosas terribles.

—Creo que tiene razón —asintió Kristin. Recogió la esfera de rubí. A través de la piedra se filtraban los rayos de sol, revelando una pequeña grieta que antes no existía. Recorrió con un dedo aquella insignificante imperfección.

Reggie intentaba encajar una pieza que se había roto de la talla del cayado en el sitio del que se había soltado.

—Nunca supimos de dónde sacó Lucas los obsequios.

—Su madre encontró el tapiz en un castillo —informó Stormy.

—¿Acaso importa? —añadió Rose—. Él no podía usarlos. No era un hada madrina.

En el rostro de Jonathan se reflejó una expresión de lucidez.

—¡Por eso ha muerto!

Tennyson frunció el ceño.

—¿Quieres explicárnoslo al resto?

Jonathan sonrió.

—¿Alguna vez has intentado hacer magia con la varita de Kristin?

—No —respondió Tennyson.

Kristin también frunció el ceño y le dejó su varita. Tennyson apuntó con ella a una flor y exclamó: ¡Flore!

No sucedió nada. El muchacho miró a Jonathan.

—Fabrico varitas, así que me considero una especie de experto. Cada varita se centra en la magia de un arcanae. Algunas encajan mejor que otras, pero en realidad es una cuestión de gustos. Se puede utilizar cualquier varita. Pero las varitas de las hadas madrinas son diferentes. La de Violet desapareció en cuanto ella murió —recordó Jonathan, y se volvió hacia Lily—. ¿De dónde sacasteis las varitas de las nuevas hadas madrinas?

—Nos las envió la Magia —respondió la mujer.

Stormy observó la suya. Era única, completamente distinta a las varitas de las otras hadas madrinas. De hecho, de alguna manera las varitas de las tres hadas madrinas eran diferentes. Por sus intrincados adornos, sus detalles y su belleza no se podían comparar con las varitas de Tennyson, Jonathan y Hunter.

—Tengo una de las mejores varitas del mercado —afirmó Jonathan mostrándoles la suya—. Dos, de hecho, pero no se pueden comparar con las que tenéis vosotras. La Magia las fabricó.

—Sí, supongo que sí —asintió Lily.

Jonathan se volvió hacia Reggie.

—¿Te acuerdas de lo que pasó cuando Sophronia intentó quitarte la varita?

—Apuesto a que lo mismo que cuando intenté quitársela a Stormy —añadió Hunter. Cuando todos se lo quedaron mirando se encogió de hombros—. Eh, solo intentaba hacer mi trabajo.

—La Magia elabora las varitas de las hadas madrinas, y después las propias varitas atacan a quienes intentan quitárselas. No funcionan para el resto del mundo —concluyó Jonathan, que se quedó mirando los obsequios de Merlín—. Cuando los obsequios se unificaron en realidad no eran más que una varita gigante.

—Así que Lucas se ha matado a sí mismo —reflexionó Hunter, observando la destrucción a su alrededor, que aquel hombre ambicioso y trastornado había causado—. No puedo decir que lo sienta.

—Yo sí. Siento el sufrimiento y la furia de Elenka. Fue lo que creó el odio que sentía Lucas —confesó Rose.

—Sí, y ahora mismo Violet te habría reprendido por ser tan blanda —dijo Lily, alzando la vista al cielo.

—¡Ja! Ella era la más blanda de las tres. Simplemente sabía ocultarlo bien —respondió Rose.

Se quedaron asimilando aquellas palabras. Stormy miró el tapiz que tenía en la mano, repentinamente feliz por no haber utilizado el arma. Cualquier vida era un coste demasiado grande y la sed de poder había costado demasiadas vidas ya. Por las caras de Reggie y de Kristin, ambas estaban pensando lo mismo. Como hadas madrinas ya tenían un poder inmenso. Realmente no necesitaban nada que pudiera magnificar aún más sus efectos.

Como si reconocieran sus pensamientos, los obsequios titilaron un momento y desaparecieron. Las mujeres intercambiaron miradas.

—¿Has sido tú? —preguntó Reggie.

Kristin negó con la cabeza.

—Intenta invocarlos —propuso Tennyson.

Kristin extendió la mano, pero no sucedió nada. Miró a Tennyson.

El muchacho asintió.

—Lo que esperaba. Según el Lagabóc, los obsequios se les aparecen a las hadas madrinas cuando los necesitan. Aparecieron durante la Segunda Guerra Mundial, pero nadie tenía el Lagabóc para interpretar su uso. Solo existía la leyenda de un arma de gran poder —afirmó, e hizo una pausa—. Ahora no los necesitáis.

—¿Así que ya se ha terminado? —preguntó Hunter.

—Eso creo —dijo Tennyson observando el vecindario, que más bien parecía un campo de batalla—. Bueno, todavía tenemos que ocuparnos de los efectos colaterales, pero creo que sí.

Aquello les hizo sentir mejor. Stormy pensó en el dolor, la ira y la tristeza que habían sufrido todos ellos y en ese momento le invadió una sensación de paz y de felicidad. Se había terminado.

Hunter la miró.

—Supongo que debería pedirte una cita o algo. Ahora ya no estaré quebrantando las normas.

—Quizás acepte —dijo con tono jocoso. Sonrió y se colocó de puntillas para alcanzar su boca. Por sus venas corrió una sensación de libertad cuando él la besó. Sin miedo, sin pánico, sin preocupaciones. Solo detectó muchas posibilidades.

—Mierda, y yo que pensaba que era mi tipo… —se quejó Tank interrumpiéndolos.

Stormy dio un paso atrás y sonrió a Tank.

—Perdóname por todo lo que te he hecho pasar. —La joven le tendió una mano.

—No puedo decir que me haya divertido pero… ¡Maldita sea! Me alegro de haber estado en el bando correcto en esta historia —exclamó. Antes de que Stormy pudiera reaccionar, Tank la agarró de la mano y la estrechó entre sus brazos. Inclinándola ligeramente la besó.

Por un momento, Stormy se quedó demasiado sorprendida como para reaccionar, pero antes de que pudiera deshacerse de él Tank la soltó. Hunter frunció el ceño. Tank la miró de reojo.

—¿Nada? ¿Estás segura, preciosa? Si quieres cambiar de opinión sobre con quien tener una cita, aún estás a tiempo.

Reconoció el destello burlón en sus ojos y rio con ganas.

Hunter agarró a Tank del cuello, pero apenas utilizó la fuerza.

—Vuelve a hacer eso y desearás no haber vuelto a estar sobrio.

Tank se echó a reír.

—Supongo que tendré que encontrar a mi propia mujer. Entonces, ¿vas a volver a la guardia?

Hunter lo pensó un momento.

—Todavía no lo sé. Ahora mismo solo quiero disfrutar un poco de la vida. Y sé de un par de tipos que necesitarán ayuda para reconstruir su casa.

Los padres de Stormy les saludaron desde lejos. La muchacha sintió el calor en sus mejillas. Estaba claro que habían visto toda la escena. Una cosa era tener padres con una mentalidad abierta y otra que no fuera embarazoso que estuvieran al tanto de tu vida amorosa.

—Hablando de familia, tengo que ir a ver a mis padres —anunció Reggie—. Creo que Del estará contenta de volver a casa —dijo. Jonathan y ella desaparecieron poco después.

—Y tú tienes un piso al que mudarte —le dijo Tennyson a Kristin.

—Vámonos. Estoy deseando ordenar tu biblioteca. —Kristin besó a Stormy y se desvaneció junto a Tennyson.

—Nosotras vamos a visitar a Violet y a contarle todo lo que ha sucedido —dijo Lily.

Stormy agarró a la mujer de la mano y le dio un apretón cariñoso. Ya sentía un vínculo profundo con Reggie y Kristin. No podía imaginar el vacío que la muerte de Violet había dejado en las vidas de Lily y de Rose.

—¿Podéis ponerle flores de mi parte?

—Por supuesto —respondió Rose—. Creo que le llevaremos violetas. Eso le habría fastidiado. —Rose sonrió y las dos mujeres desaparecieron.

Tank les guiñó un ojo.

—El deber me llama. Tengo que pasar parte al Consejo. Te veré pronto, colega —se despidió, y desapareció silenciosamente.

 —¿Dónde vamos? —preguntó Hunter, rodeándola con sus brazos.

—Bueno, seguro que Bárbara y Conrad estarán encantados de darnos cobijo, a nosotros y a mis padres.

—No, gracias. No pienso pasar nuestra primera noche oficialmente autorizada junto a tus padres.

—Supongo que entonces solo nos queda tu casa —respondió Stormy.

—Suena bien, pero ya sabes que es pequeña.

—No me importa. Además, si alguna vez necesitamos más espacio, en estas instalaciones hay mucho. De hecho, creo que mis padres querrán construirnos una casa justo aquí.

Hunter no dijo nada.

Stormy se puso nerviosa. ¿Había dado por hecho demasiado? En ningún momento habían hablado de compromiso.

—Mira, Stormy. No lo tengo claro.

Se le revolvió el estómago. La muchacha reprimió la decepción que amenazaba con sobrecogerla.

—Si voy a vivir aquí tendré que aprender algo sobre arte. Voy a necesitar mucha ayuda. ¿Sabes de alguien que pueda enseñarme? —Cuando le sonrió, Stormy sintió el calor recorriendo todo su cuerpo hasta llegar a los dedos de sus pies.

—No te preocupes. Conozco a gente con muchos contactos en el mundo del arte.

Diez días más tarde terminaba el ciclo de renovación. Los nombres de los nuevos miembros del Consejo de San Diego habían aparecido en el pergamino y Tennyson estaba entre ellos. Prometió que lo primero que haría sería eliminar el juramento de lealtad. Los guardias servirían al Consejo porque su propia voluntad, no porque estuvieran atados a él.

El Primer Consejero de Londres había comprobado los hechos y había prometido revisar las leyes del Consejo. También habían decidido investigar el efecto de las acciones de Lucas en el mundo arcanae y procurar alguna forma de reconciliación con sus seguidores. A Sophronia Petros la nombraron Primera Consejera en San Diego. En los edificios del Consejo alrededor de todo el mundo (Kioto, Luxor, Budapest, Buenos Aires, Quebec y San Diego) se grabaron y aceptaron los nombres de las nuevas hadas madrinas.

En la recién reformada casa de campo de Mission Beach, donde vivían Rose y Lily, las nuevas hadas madrinas y las veteranas se habían reunido para cenar. Los hombres se encargaban de la comida. Estaban cocinando filetes, verduras y piña. En la mesa también había pan recién hecho de la pastelería Estrella Fugaz.

—Podría acostumbrarme a esto —dijo Jonathan al terminar la cena—. Buena comida, buen vino y buenos amigos —enumeró, y alzó su copa.

—Lo mismo digo —añadió Tennyson.

Lily tintineó su copa.

—Señoritas, me gustaría proponer un brindis.

Rose sonrió satisfecha.

—¡Estamos oficialmente jubiladas!

Lily la miró y frunció el ceño ligeramente.

—Como ha dicho Rose, dejamos nuestro cargo a partir de hoy y no se me ocurren tres mujeres más capaces que vosotras para que nos sustituyan en esta parte del mundo.

—¡Que vuestra vida se llene de amor y de risas! —vitoreó Rose.

—¡Que encontréis la felicidad y la propaguéis a todo el que conozcáis! —añadió Lily.

—¡Y que todos vuestros deseos se hagan realidad! —corearon al unísono.

Chocaron las copas y se oyeron gritos de «¡eso, eso!» por todo el salón.

—¿Creéis que estas tres pronto estarán terminando las frases de las otras? —preguntó Hunter.

—¿Estás de broma? ¿No las has oído? ¡Ya lo están haciendo! —afirmó Tennyson, y se echó a reír.

—Nos hemos metido en un buen lío —bromeó Jonathan.

Stormy sonrió junto al resto y de pronto pareció un poco preocupada.

—¿Qué supone exactamente relevaros?

—Ya sabes. Salir al mundo terrenal, estar pendientes de las inquietudes de nuestra comunidad y lo mejor de todo: conceder deseos —respondió Kristin.

—Yo nunca he concedido un deseo.

Aquellas palabras fueron recibidas con silencio.

Stormy miró a los demás con una expresión de pánico.

—¿Os acordáis? Vi los deseos aquel día en Del Mar.

—¿Las coronas? —preguntó Reggie.

—Sí, pero no tuve la oportunidad de conceder ninguno —dijo Stormy mordiéndose el labio.

—Señoras y señores, disculpadnos un momento. —Kristin se levantó y agarró a Stormy para que se pusiera de pie—. Tenemos un recado que hacer.

Reggie se levantó de un salto.

—¿Dónde?

—En un partido de béisbol —informó Kristin. Agarró a Stormy del brazo y Reggie se unió a ellas al otro lado.

La mirada de Stormy se posó rápidamente en las dos mujeres que la flanqueaban, pero antes de que pudiera decir nada sintió la familiar sensación de rigidez en los pulmones y se sumergió en la oscuridad. Un instante después se encontraban en un rincón aislado del estadio Petko Park, donde jugaban los Padres. Un rugido proveniente de la multitud indicó que estaban en plena jugada.

Kristin y Reggie la empujaron hacia el estadio. Cuando estuvieron en las gradas sus miradas se posaron sobre la gente y no sobre el partido.

Esparcidos entre los espectadores había niños acompañados por sus padres, algunos aburridos y otros durmiéndose. Quizás el béisbol fuera el deporte rey en Norteamérica, pero nadie podía negar que a veces era un tanto aburrido.

En la tercera fila a lo largo de la línea de primera base había un niño. Daba puñetazos a su guante mientras miraba a su padre, que estaba absorto en el partido.

De repente Stormy la vio. Una corona diminuta y dorada flotando encima de su cabeza. Se concentró.

«Ojalá pudiera atrapar una bola perdida».

Stormy se volvió hacia las demás.

—Oh, no. No controlo mi magia. Cuando la uso hago locuras.

Reggie y Kristin se colocaron frente a ella.

—Simplemente confía en tu instinto —le aconsejó Kristin.

Stormy negó con la cabeza.

—Me van a ver.

—Nosotras te cubrimos —dijo Reggie—. ¡Adelante!

Stormy frunció los labios, pero sacó la varita. Miró al niño y después se concentró en el partido. Y de repente lo sintió como algo natural. El pitcher lanzó, el bateador se balanceó y tras un rápido latigazo de la varita de Stormy la bola salió despedida por lo aires, claramente fuera del terreno de juego. Aquel era su fuerte: causar el caos.

El niño se quedó boquiabierto. A su alrededor los hombres saltaban en un intento por atrapar la bola, que caía del cielo. Le cerraron el paso.

Pero el niño igualmente alargó el brazo y la bola de béisbol cayó en medio de su guante de cuero con un golpe sonoro. El pequeño alzó el brazo en el aire, aferrando la pelota en medio del guante, y su padre lo levantó en volandas. Entonces su imagen apareció en la pantalla del estadio y dedicó al mundo una enorme sonrisa, con sus dientes algo mellados.

La voz del locutor retumbó por todo el estadio.

—Creo que aquí tenemos a un futuro gran jugador.

Al pequeño le brillaron los ojos y su emoción estalló en su sonrisa.

Stormy se volvió hacia Reggie y Kristin. Casi le dolía la cara de sonreír también.

—¡Ha sido alucinante! ¡Tenemos el mejor trabajo del mundo!