La quinta imagen nos hace entrar en el laboratorio, donde reconocemos a nuestros dos recolectores de rocío, que vierten ahora su provisión desde el gran plato de la escena precedente, en la cucúrbita de ésta. Este rápido encadenamiento del trabajo proclama que es preciso emplear, en todo su frescor, el líquido que, en cuanto a nosotros, filtramos inmediatamente con minuciosidad.
Estamos aquí en presencia de la tan secreta destilación que vemos expresada sin rodeos, por las diversas manipulaciones del infatigable matrimonio. Éstas nos mostrarán con cuanta razón fue el destilador designado también con el nombre de rosario.
La destilación ha sido detenida pues, en el momento preciso en que la muy delicada fracción correría el riesgo a su vez de partir hacia el matraz de la recepción. Esta parte, la esposa la retira de la cucúrbita con una cuchara, para encerrarla en una vasija con gollete que muestra entonces, por transparencia, cuatro panículas de coagulación. Entrega a continuación el frasco a un hombre de complexión atlética, desnudo, erguido y en desequilibrio, el pie derecho sujeto sobre una pequeña elevación. Era ésta, para Altus, una manera muy prudente de figurar a Vulcano del que nadie ignora que era cojo. Desdichado esposo de Venus, ¿no es de ella, de sus propias manos de quien recibe la botella, mientras aprieta contra sí a un joven niño inanimado?
Sería un grave error que se pudiera creer que este hombre musculoso atentase, en cualquier forma que fuese, contra la vida del niño, ya que concurrirá, muy al contrario, a devolvérsela más tarde. La masacre de los inocentes no se sitúa en este comienzo de la Gran Obra; el simbolismo podrá parecer cruel en nuestra época donde la sensibilidad verdadera ha cedido el lugar a la más boba sensiblería, cuando, por otra parte, no se negoció nunca tan barato con la existencia humana.