Igual que la plancha precedente parecía renovar la octava, la que se presenta a su vez ante nuestros ojos recuerda también a la ⇒ novena, casi hasta la identidad.

Si el carnero y el toro, que se ven sobre las dos imágenes, representan sin duda alguna los dos protagonistas de la Gran Obra, es decir el mercurio y el azufre, simbolizan también, y no menos ciertamente, los dos meses más ricos de la estación primaveral. El movimiento de las ondas se ha vuelto considerable, el cual es transmitido al licor dulce e íntimamente agitado, ilustrando de manera positivas el primer párrafo de la Tabla de Esmeralda:

Sí, es sin engaño, cierto, y muy verdadero. Lo que está debajo es como lo que está arriba. Y lo que está arriba es como lo que está abajo, para realizar los milagros de una cosa.

Las ondas son esta aguas que Dios separó, o más bien sublimó, al comienzo del Libro del Génesis y que los antiguos alquimistas, en su creación microcósmica, han llamado las aguas celestes.

Pues sería preciso no tomar por nubes, cargadas de lluvia e impulsadas por el viento, la espesa ebullición que, sobre la presente estampa, la luna regulariza aún más que el sol. A ejemplo del Maestro, hemos recordado a menudo la condición, sine qua non y exterior, que el señor des Marez tuvo él mismo la intención de que fuera comprendida y respetada.

La pareja de alquimistas habiendo llenado su voluminoso frasco con el líquido, más rico aún después de esta segunda exposición, se lo da de nuevo al dios Mercurio que Magophon, sobre la novena plancha, ha visto ya comprando el mismo «puchero de esta agua divina a una cainpesina». El mercurio filosófico, tal como lo dicen todos los autores y lo prueba la experiencia, busca ávidamente al espíritu universal del que nuestro licor está aquí cargado hasta la saturación, hasta permitir fácilmente su increíble y del todo natural cristalización.