Esta octava plancha es a su vez completada o más bien detallada por la ⇒ tercera, que debería seguirla inmediatamente. Ella reúne las partes principales de la alegoría perfecta del mercurio que dos ángeles presentan de forma gloriosa. Así la materia de la Obra es personificada por el dios mitológico que se cubre con un pétaso alado y singular, y que se encuentra erguido, teniendo a sus pies dos astros herméticos. Encerrado en el huevo filosofal, y bajo los rayos del astro cósmico, es llevado sobrenaturalmente en el seno del elemento exterior que le es muy especialmente familiar. En efecto, «el viento lo ha llevado en su vientre», —portavit eum ventus in ventre suo—, según el apotegma retomado a menudo por los autores que expresan, de esta suerte, el carácter volátil del medio donde el mercurio filosófico es concebido y se desarrolla.

A izquierda y derecha de la composición, repartidos en dos grupos, diez pájaros en vuelo convergen sobre el huevo hialoide, de los cuales, los dos primeros llevan en sus picos, en la extremidad de una rama vegetal: uno, el signo del tártaro, el otro el del armoníaco.

Así volveremos a encontrar la segunda sal que el espesamiento ha elevado a esta cuádruple potencia, señalada por los dos pares de asteriscos y confirmada por otra parte por la luna, en su ligazón con Saturno aguzado con hierro, tal como lo podemos volver a ver sobre la figura que precede.