Veintidós

La agente del FBI tiene buen tipo, los ojos azules, el pelo rubio claro, el cutis suave, huele a jabón. No hay perfume parisino para ella. Me dice que se llama Kimberley Jones. Creo que tendrá unos veintiocho años y que es aprensiva. Está un poco flaca. Me temo que hace demasiado ejercicio.

Estoy en un hospital como no he visto nunca antes: una habitación privada como la habitación de un hotel de cinco estrellas, con una ventana que da a palmeras y plataneros, orquídeas y buganvillas, hibiscos y el flis-flis-flis infinitamente seductor de un sistema de riego automático. La última vez que estuve consciente, la agente del FBI ya estaba aquí. Me ha dicho:

—Ha perdido mucha sangre, llegamos justo a tiempo.

Casi podría ser una enfermera, por cómo me toma el pulso de vez en cuando y arregla la cama.

Cuando desperté por segunda vez de las profundidades del olvido delicioso, donde estoy seguro de que me encontré con mi amigo Pichai, el asiento situado junto a mi cama no estaba ocupado por la agente del FBI sino por una figura más militar.

—¿Todo esto sólo por un rasguño? El Buda debe de quererte de verdad.

—¿Qué aspecto tengo? —Me había dado miedo hacerle esa pregunta a una mujer extranjera.

—¿Sin nariz? Pues a ti te favorece. —A mi mirada de

asombro, el coronel añadió—: Es broma, es broma. —Se inclinó hacia delante misteriosamente—. Pero dime una cosa, no saldrá de aquí, te lo prometo. ¿Por qué tuviste que matar a la anciana? ¿Te tiró los trastos?

Me recuesto en la almohada y vuelvo a desvanecerme, sólo así podré contárselo a Pichai.

Parece que hoy mi madre se ha encontrado al coronel Vicarn en el pasillo. Percibo una luz en sus ojos mientras acerca la silla.

—Es un verdadero encanto, ¿verdad? Creo que debe de ser muy rico.

—No, madre.

—Me ha invitado a su yate. ¿Es verdad que es enorme y tiene capitán y tripulación, y un trampolín y todo eso?

—No, por favor, no vayas.

—Oh, no lo digo por mí, sino por ti, te iría bien. Mereces un ascenso más que cualquier otro policía del cuerpo, y nunca lo conseguirás sin contactos influyentes. Incluso ha insinuado…

—Si me ofrecieran un ascenso de esa forma, lo rechazaría.

Suelta un suspiro y me da una palmadita en la mano.

—Bueno, no podrás decir que no lo he intentado. Tienes un sentido de la moral tan alto. No sé de dónde te viene.

—Claro que sabes de dónde me viene, obviamente de ti no. Yo no sé de dónde me viene porque tú no quieres decírmelo.

Suelta una risa nerviosa mientras alarga la mano para coger un Marlboro.

—Te lo diré, cielo, algún día. Sólo necesito un poco de tiempo, eso es todo.