Veinticinco
Utilizando herramientas como Internet y los rumores de la comisaria, no nos resultó difícil a Pichai y a mí reconstruir la jerga alcoholizada de nuestro coronel, aunque su significado más profundo se nos seguía escapando.
HPR eran los Hijos de Puta de la Retaguardia (un epíteto estándar que usaban las tropas de combate estadounidenses para referirse a los oficiales despreciados que se quedaron en Saigón y participaron en aquella guerra desastrosa. El Otro Teatro era Laos, donde Estados Unidos tenía prohibido intervenir en la guerra por tratado internacional, y donde llevó a cabo la campaña de bombardeos más feroz de la historia. Los cuervos eran aviadores norteamericanos de talento excepcional que habían llegado a detestar a los HPR y se habían presentado voluntarios para pilotar los aviones espía 0-1 en misiones secretas en Long Tien en las verdes montañas de Laos para localizar posiciones del ejército permanente de ios vietnamitas del norte, que iba invadiendo Laos. Las referencias más oscuras al Desayuno Americano, Huevos vuelta y vuelta y Pat Black fueron imposibles de rastrear.
De algún modo, Vikorn había amasado una pequeña fortuna en Long Tien. Buena parte de este dinero lo empleó en comprar su comisión en la Fuerza Real de la Policía tailandesa. Corría el rumor de que tenía contactos en la CIA, que el coronel saina oscuros secretos que los norteamericanos no querían que se desvelaran.
Nape y Jones tardan más de dos horas en llegar a la casa de teca de Bradley y llamar a Rosen para informarle de que el caballo y di jinete han desaparecido. Rosen se mete las manos en los bolsillos y se acerca a la ventana.
—Parece que ya tenemos el móvil del ataque que sufrió.
—Pero no se marchó con el caballo y el jinete. No pasó del pasillo.
Rosen se encoge de hombros.
—Porque usted le dio una patada en los huevos. Así que volvió más tarde, o mandó a otra persona.
Ya sé en qué está pensando Rosen. Si el caballo y el jinete es un original que Bradley estaba copiando, va a resultarnos difícil mantener a Warren fuera del caso. Veo el peso de una investigación controvertida recayendo sobre sus anchos hombros, hundiéndolos aún más, enfrentándole aún más con el karma negativo que le persigue.
—¿Tomaron fotografías o quieren que les preste las mías?
Hace una mueca.
—Claro que tomamos fotografías.
Por la tarde, mi habitación del hospital se ha convertido en una biblioteca. No sé cómo, el FBI se ha hecho con todo6 los libros ilustrados sobre jade disponibles en Krung Thep. También han enviado por correo electrónico una foto del caballo y el jinete a Quantico. Un silencio maravilloso envuelve la habitación, un silencio de mentes concentradas que siguen pistas mientras estudiamos con atención los libros, comparando las láminas a color con nuestra foto del caballo y el jinete. ¿Normalmente se investiga así en Occidente? Yo nunca he hecho así las cosas y encuentro un placer sutil en este enfoque novelesco del cumplimiento de la ley, sin nadie a quien disparan intimidar o sobornar.
Casi al mismo tiempo, Nape y Jones emiten exclamaciones deliciosamente triunfales. Intentando no dejarse llevar por su entusiasmo, Nape muestra a Rosen una página del libro que está utilizando, mientras Jones intenta enseñarle el suyo. Rosen les mira a los dos y se dirige a mí.
—¿Qué le dije?
Me muestra la página del libro de Nape, que es una foto preciosa de una pieza con la siguiente leyenda críptica: Caballo y jinete de la Colección Warren, anteriormente en la Colección Hutton. Se cree que es una de las piezas que el último emperador Henry Pu Yi se llevó con él cuando huyó de la Ciudad Prohibida. Conseguida para Hutton por Abe Gump.
En ese preciso momento, el móvil de Rosen empieza a sonar. Advierto que ha elegido el tema de La guerra de las galaxias como tono de llamada, mientras que yo opté por El Danubio Azul (lo que demuestra que no soy más que un impostor de la cultura occidental, un turista ingenuo en cualquier caso, con los gustos musicales de una anciana; no sé por qué no elegí La guerra de las galaxias; de hecho, lo prefiero). La voz al otro lado de la línea es alguien al que Rosen llama «señor»; la conversación provoca que una expresión gris y ojerosa domine sus rasgos.
—No le estamos investigando, señor… Así es, nosotros hemos enviado esa foto por correo electrónico, que sacamos en la escena del intento de asesinato de un detective tailandés que está investigando… La pieza fue robada de la casa de Bradley, señor… El señor Warren se escribía mensajes con Bradley… No, no existe necesariamente ninguna conexión— No, no quiero otra metedura de pata… Así es, estoy de acuerdo, ni yo ni el FBI necesita que la pasma… Bueno, no sé si podré hacer eso, no tenemos poderes para investigar aquí… ¿Que se lo dejemos a la policía tailandesa? Eso es exactamente lo que estoy haciendo, señor… Adiós, señor. —Cierra la tapa del teléfono y cuando me mira le brillan los ojos—. Quantico no tiene nada que decir acerca de la fotografía. Dicen que no les ha llegado con nitidez a través del correo electrónico.
El cinismo ha desencajado el rostro de Nape, pero por quien más lo siento es por Kimberley Jones, que parece avergonzada y no puede mirarme a los ojos. Le dice a Rosen en voz baja:
—A este hombre casi lo matan.
—Pero no soy estadounidense —digo frunciendo afectadamente la boca.
Una pausa larga.
—Parece que está usted solo —dice Rosen—. Kimberley le acompañará siempre que crea que necesita a alguien. Ella… ella le ayudará con cualquier cosa que no conduzca a Warren. —Se encoge de hombros.
—¿Puedo al menos ver una foto de Warren?
Tres ceños fruncidos. Kimberley Jones dice con cautela:
—Claro, podemos conseguirle una. Probablemente hay miles que son de dominio público. Le han fotografiado en la Casa Blanca muchísimas veces. ¿No?
—Sí, así es —confirma Rosen—. Pero que no parezca evidente que la enviamos nosotros.
—Usaré un sobre de papel marrón —dice Jones con gran sarcasmo. Rosen lanza una mirada que dice: «¿Realmente necesito pasar por todo esto?»