34

Me fijé en el cañón, tan grande y tenebroso, y pensé que una 44 era una ridículamente grande. Después miré a Cowl y le dije:

—Pero no tienes pensado hacerlo tú, ¿a que no? Si fuese así me habrías disparado en la nuca y habrías terminado con esto. Además, si lo hubieses hecho ahora no tendrías que preocuparte por mi hechizo de muerte, porque, tal y como estoy de grogui ahora, ni siquiera habría podido lanzártelo.

—Muy bien —dijo Cowl con aprobación—. Por lo menos parece que todavía razonas. Mientras te quedes quietecito, y no me des ninguna razón para creer que eres una amenaza, me gustaría mantenerte vivo hasta que el Erlking vuelva a por ti.

Me quedé paralizado. Por un lado, porque no quería que me disparase y, por otro, porque me pareció que podía vomitar si movía mucho la cabeza.

—¿Cómo me has encontrado? —le pregunté.

—Kumori y yo hemos estado turnándonos para vigilarte casi todo el día —me dijo.

—¿Pero vosotros cuándo dormís? —le pregunté.

—Los malos nunca descansan —dijo Cowl. Su tono sonaba divertido desde dentro de su pesada capucha, pero la pistola no se movió ni un ápice.

—Alguien tenía que vigilarme —le dije—. Grevane, la habitacadáveres y tú queríais que el Erlking estuviese en la ciudad. A ti no te importaba quién lo llamase.

—Y tú eras el único interesado en mantenerlo alejado —dijo Cowl—. Todo lo que necesitaba era vigilarte y asegurarme de que no conseguías atraparlo.

—Y por eso me has estado siguiendo —concluí.

—Hay otra razón —contestó—. Pensaba que podrías conseguirlo, ya sabes, si yo no te hubiese interrumpido… Fui el único de los tres que pensó que podrías lograrlo.

—No lo entiendo —le dije—. Creía que vosotros os odiabais.

—Pues claro.

—Entonces, ¿estáis trabajando juntos o intentando mataros los unos a los otros? —le pregunté.

—¡Las dos cosas! —dijo Cowl y de su voz surgió lo que parecía una carcajada genuina—. Nos sonreímos entre nosotros y actuamos agradablemente por respeto a la gloriosa figura de Kemmler, por supuesto. Pero todos estamos planeando matar a los demás en cuanto nos sea posible. Creo que la habitacadáveres intentó cargarse a Grevane la otra noche, ¿no?

—Sí, fue una juerga.

—Qué pena. Me hubiese gustado verlos en acción. Pero estaba ocupado con trabajo de verdad. Así es como suelen funcionar las cosas.

—Apagando la red eléctrica de la ciudad.

—Y las líneas de teléfono, las comunicaciones por radio y algunas otras cosas. Sutilezas —dijo Cowl—. Fue difícil, pero alguien tenía que hacerlo, y naturalmente me tocó a mí. Pero veamos cómo acaba todo antes de esta mañana.

—Oye —le dije—. Ellos creen que te están utilizando para los asuntos que requieren de magia técnica seria, mientras reservan su fuerza para la batalla. Y tú crees que estás consiguiendo que bajen la guardia para que cuando llegue el Darkhallow seas tú quien consiga el poder.

—No hay ninguna razón para que ponga en práctica mi juego de espada ni convoque a los muertos cuando no tengo intenciones de empezar una contienda táctica contra ellos.

—¿De verdad pretendes convertirte en un dios? —le pregunté.

—Pretendo conseguir ese poder —dijo Cowl—. Me considero el menos malo de todos.

—Ajá —le dije—. Como alguien va a conseguir el poder, mejor que seas tú, ¿no?

—Algo así —dijo Cowl.

—¿Y qué pasa si nadie lo consigue? —le pregunté.

—No me parece que eso pueda pasar —me dijo—. Grevane y la habitacadáveres están muy dispuestos. Pretendo acabar con ellos y llevarme el premio para después destruirlos. Es la única manera de asegurarme de que ninguno de esos locos se convierte en la criatura más espeluznante que la Tierra haya visto jamás.

—Ya —le dije—. Y tú eres el loco más adecuado para este trabajo.

Cowl guardó silencio durante un buen rato bajo la lluvia. El agua goteaba por el cañón de mi pistola que su guante aferraba. Después, con voz pensativa, dijo:

—No creo que esté loco. Pero sí estuviese loco de verdad, ¿me daría cuenta?

Temblé, probablemente por la lluvia y el frío.

Cowl dio un paso atrás y dijo con recuperada firmeza y confianza en su voz:

—¿Lo has encontrado?

Miré a mi espalda y vi a Kumori deslizándose por la puerta trasera de la casa de Murphy.

—Sí.

Miré fijamente a Kumori y mi corazón quiso abandonar mi pecho. Dejó la puerta abierta tras ella. No había ninguna vela encendida en la cocina. Todo estaba inmóvil.

—Excelente —dijo Cowl. Dio otro paso apartándose de mí—. Ya te había avisado de que permanecieses fuera de mi camino, Dresden. Ahora sospecho que lo que te pasa es que eres demasiado orgulloso para echarte atrás. Ya sé que los centinelas están en la ciudad, pero no suponen ningún obstáculo para mis planes.

—¿Crees que puedes ganar en una batalla contra ellos? —le pregunté.

—No tengo intención de luchar contra los centinelas, Dresden —contestó Cowl—. Simplemente voy a matarlos. Puedes unirte a ellos si prefieres, en vez de esperar al Erlking. No me importa cómo mueras.

Su voz era firme y rebosaba confianza. Me asustó. Mi corazón latía implacable en mi pecho, el miedo por Butters y una creciente compresión de la locura de Cowl competían a ver quién corría más.

—Hay un problema, Cowl —le dije.

Cowl se estaba ya dando la vuelta, pero al oír aquello se detuvo.

—¿Ah, sí?

—Sigues sin tener la Palabra. ¿Cómo vas a conseguir controlar el Darkhallow sin ella?

Por toda respuesta, Cowl bajó el revólver y se marchó. Se rió entre dientes y empezó a caminar. Kumori se apresuró para ponerse a su lado y luego Cowl tiró mi pistola a la hierba, levantó la mano y la chasqueó en el aire a su espalda. Sentí un golpe de poder cuando separó el mundo material del Más Allá y los dos se colaron por la rendija, desapareciendo del patio trasero de Murphy. La grieta se selló al paso de Cowl, tan despacio y tan suavemente que nunca hubiese sido capaz de decir si realmente había ocurrido.

Me quedé allí solo, en la oscuridad, bajo el temporal de viento y lluvia. Desde algún lugar lejano llegó el eco de un aullido que pasó a través de mí y siguió su camino.

Debía haberme asustado, pero me sentía tan atontado que lo único que quería era quedarme tumbado y cerrar los ojos durante un minuto. Sabía que si lo hacía probablemente no los volviese a abrir en un buen rato. O incluso nunca más.

Tenía que ir a ver a Butters y a Ratón. Rodé por la hierba hasta alcanzar mi bastón, luego repté un par de metros y alcancé el pentáculo de mi madre y por fin me levanté. En la cabeza me atormentaban unos pinchazos constantes. La incliné hacia delante durante un momento, para que la lluvia fría me recorriese el chichón que me había salido en la parte de atrás. Lo peor se me pasó después de un minuto y enseguida tuve el dolor bajo control Me habían dado golpes peores en la cabeza y no había tenido tiempo para recuperarme. Resoplé con fuerza y me arrastré hasta el interior de la casa.

Estaba oscuro, todas las velas que se hallaban antes encendidas ahora estaban apagadas. Levanté el pentáculo de mí madre y proyecté mi energía sobre él, agitándolo, y enseguida una luz azulada resplandeció. Lo alcé a la altura de mi cabeza y revisé la cocina.

Estaba vacía. No había ninguna señal de Ratón o Butters, y tampoco había evidencias de haber luchado. Mi miedo amainó un poco. Si Kumon los hubiese encontrado habría signos de violencia, sangre, muebles tirados. Los papeles de Butters seguían allí amontonados y ordenados en la mesa de la cocina.

La casa de Murphy no era muy grande y no había muchos sitios en los que Butters se podría haber metido. Primero fui hacia la sala de estar y luego hacia el pequeño vestíbulo que daba a las habitaciones y al cuarto de baño.

—¿Butters? —lo llamé suavemente—. Soy Harry. ¿Ratón?

De repente se oyeron unos arañazos en la puerta del armario de la ropa que había detrás de mí y del susto casi me cuelgo de la lámpara. Tragué saliva, esforzándome para que mi corazón volviese a su ritmo habitual, y luego abrí la puerta del armario.

Butters y Ratón estaban agachados en el suelo del armario. Butters estaba al fondo y aunque Ratón estaba muy apretado se había colocado firme entre Butters y la puerta. Empezó a mover el rabo dentro del armario cuando me vio y se retorció para hacerse sitio y venir hacia mí.

—¡Gracias a Dios! —dijo Butters. Se revolvió también para salir del armario después de Ratón—. Harry, ¿estás bien?

—He estado peor —le dije—. ¿Tú estás bien? ¿Qué ha pasado?

—Bueno —dijo Butters—, te vi allí fuera y de repente había algo dentro de ese círculo de alambre de espino. Y yo estaba… no podía verlo muy bien, pero de manera instantánea un fuerte viento se levantó y vi que algo se movía en el exterior… Empecé a gritar y entré en pánico. —Se sonrojó—. Lo siento, me vi tan… bajito comparado con la cosa esa… que el terror se apoderó de mí.

Se había muerto de miedo. Después de todo no era una reacción nada estúpida frente al amo y señor del Mundo de las Tinieblas.

—No te preocupes —le dije—. ¿Ratón se quedó contigo?

—Sí —dijo Butters—. Supongo. En realidad intentó salir cuando esa cosa se puso a gritar dentro del círculo, pero lo sujeté. Y no me di cuenta de que todavía estaba agarrando su collar cuando…

La cara de Butters se puso medio verde y dijo:

—Perdón.

Y salió corriendo hacia el baño.

Oí como vomitaba y fruncí el ceño mirando a Ratón.

—¿Sabes qué? —le dije al perro—. No me importa si Butters está hasta arriba de radiación gamma y tiene la piel verde y los pantalones morados, pero no me creo que haya podido meterte en un armario con él.

Ratón me miró y giró la cabeza hacia un lado: la expresión enigmática perruna.

—Lo cual quiere decir que fue al revés. Que fuiste tú el que llevó a Butters hasta el escondite.

La boca de Ratón se abrió en una sonrisa.

—Pero eso significa que sabías que no podrías enfrentarte a Kumori y que ella era peligrosa para Butters. Y sabías que yo quería que lo protegieses. Y en lugar de pelear o escapar se te ocurrió esconderlo. —Fruncí el ceño—. Y se supone que los perros no son tan listos…

Ratón estornudó y sacudió su cabeza peluda. Después se tumbó boca arriba con ojos suplicantes para que le acariciase la barriga.

—¡Qué demonios! —dije mientras me agachaba a acariciarlo—. Me parece que te lo has ganado.

Butters resurgió del cuarto de baño un par de minutos después.

—Lo siento —dijo—. Los nervios… Y, una cosa, Harry… siento haber huido de esa manera.

—Buscaste refugio —le dije—. A este tipo de situación, cuando uno huye como un ratón asustado, se le llama «búsqueda de refugio». Es más heroico.

—Vale —dijo Butters sonrojándose—. Busqué refugio.

—Es muy divertido buscar refugio —le dije—. Yo lo hago todo el tiempo.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Butters.

—Convoqué al Erlking, pero alguien impidió que lo retuviese. Entraron en casa un momento y… —Noté que mi voz se iba apagando. El alivio porque Butters y Ratón estuviesen bien empezó a desvanecerse al darme cuenta de que ellos no eran lo que Kumori buscaba.

—¿Qué? —dijo Butters en voz baja—. Harry, ¿qué pasa?

—¡Me cago en la puta! —maldije con un gruñido sulfurado—. ¿Cómo he podido ser tan estúpido?

Me di la vuelta y corrí hacia el vestíbulo, atravesando la sala de estar hasta llegar a la cocina. Encendí una luz.

En la mesa de la cocina solo había tazas de té vacías, latas vacías, velas apagadas, papeles y bolígrafos.

En el lugar donde la calavera Bob se había sentado no había nada.

—Oh, tío —dijo Butters en voz baja a mi espalda—. Oh, tío. Se lo han llevado.

—¡Se lo han llevado! —bufé.

—¿Por qué? —susurró Butters—. ¿Por qué harían eso?

—Porque la calavera Bob no ha sido siempre mía —gruñí—. Antes perteneció a mi viejo maestro Justin. Y antes de eso perteneció al nigromante Kemmler. —La ira se apoderó de mi cuerpo y estampé un puñetazo en la nevera de Murphy. Le di tan fuerte que se me abrió el nudillo del dedo anular.

—No lo entiendo… —dijo Butters en voz muy baja.

—Bob hizo para Kemmler lo que hace para mí. Era su asesor. Un ayudante de investigación. Una caja de resonancia para la teoría de la magia —le dije—. Y por eso se lo ha llevado Cowl.

—¿Cowl está investigando? —preguntó Butters.

—¡No! —exclamé—. Cowl sabe que Bob era de Kemmler. En algún lugar, Bob tiene toda la información sobre la teoría de Kemmler.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que Cowl ya no necesita La palabra de Kemmler. No necesita un estúpido libro para representar el Darkhallow porque tiene el espíritu que ayudó a Kemmler a escribirlo. —Sacudí la cabeza con amargo rechazo y un regusto metálico en la boca—. Y se lo he puesto en bandeja.