Primo de Rivera completa el trabajo: el cierre de los casinos
Con el pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera [B113], el 13 de septiembre de 1923, y su programa de saneamiento y regeneración de la vida pública española, era obvio que la persecución del juego, iniciada por el gobierno constitucional de García Prieto, ocuparía un lugar destacado durante la dictadura que se había instaurado:
«(…) y…, por último, seamos justos, un solo tanto a favor del Gobierno, de cuya savia vive hace meses, merced a la inagotable bondad del pueblo español, una débil e incompleta persecución al vicio del juego. No venimos a llorar lástimas y vergüenzas, sino a ponerlas pronto radical remedio, para lo que requerimos el concurso de todos los buenos ciudadanos[15]».
Dada la enorme importancia que tenían los casinos de juego para el turismo y la economía de San Sebastián [16], la mayoría de los donostiarras pensó que el Gobierno de Primo de Rivera haría una excepción con la capital guipuzcoana o, al menos, confiaba en que la orden de clausura de su Gran Casino, el de mayor tradición y reconocimiento de España, habría de tardar en hacerse efectiva. Su convencimiento lo basaban los donostiarras en la gran sangría de divisas que habría de suponer el cierre de su casino más distinguido, dada la cercanía de la ciudad francesa de Biarritz, otro tradicional destino de la alta sociedad europea aficionada al juego.
Vista del Casino de San Sebastián a principios del siglo XX.
Lo cierto era que el Directorio Militar había adoptado la radical medida de suprimir totalmente los juegos prohibidos, sin dar lugar a ningún tipo de excepciones o favoritismo. Solo hubo que esperar al 31 de octubre de 1924, tras acabar la temporada vacacional de aquel año, para ver cómo se cerraban las puertas del Gran Casino cuyo solemne edificio fuera levantado en 1887 en Alderdi-Eder por los arquitectos Luis Aladrén [17] y Adolfo Morales de los Ríos. Ante el anuncio del fin del juego, la población, disgustada por las consecuencias económicas que podría acarrear para San Sebastián la decisión del Gobierno, había animado a su alcalde, Juan José Prado, a que solicitara un plazo —que no le fue concedido—, para amoldarse a la nueva situación. El día 1 de noviembre, la prensa donostiarra se hacía eco de la clausura del Gran Casino:
«Señores: no va más…
Dejaré que otros señores más sesudos que yo se lamenten de que anoche háyase dado el cerrojazo definitivo a la ruleta y demás prohibidos; ellos se encargarán, con pesimismo impropio de mis escasos años, de amargarte la existencia diciéndote cosas como las siguientes: que a San Sebastián le es de todo punto indispensable que subsista a su favor el privilegio que venía disfrutando de que en sus centros de recreo pudiera jugarse; que la especial fisonomía de la ciudad donostiarra exige que aquí permanezcan abiertas —aunque haga con ello una excepción—, las timbas que son el acicate más poderoso de los adinerados y los desocupados [18]».
Tras el cierre del Gran Casino de San Sebastián, fueron numerosos los movimientos ciudadanos que se organizaron para exigir su reapertura. La reina María Cristina, cuyas simpatías por estos movimientos reivindicativos eran bien conocidas, dio su aprobación para que el edificio clausurado acogiera temporalmente en sus dependencias a un hospital de sangre de la Cruz Roja, destinado a los soldados heridos en la guerra de Marruecos. Cumplida su función como centro hospitalario tras el desembarco español en Alhucemas que daría fin al conflicto del Rif, el ahora ocioso edificio, cuyos propietarios aún seguían esperanzados en que algún día volviera a autorizarse el juego, empieza a presentar evidentes signos de deterioro. Vencida la inicial resistencia a buscarle una nueva función, la Sociedad Gran Casino de San Sebastián alquila el edificio, en 1928, al Centro de Atracción y Turismo, prolongándose este arrendamiento hasta el mes de mayo de 1932 en que el C. A. T. donostiarra se traslada a los bajos del Teatro Victoria Eugenia.