CAPÍTULO 4.
ESTALLA EL ESCÁNDALO
Una carta de La Haya
Dos días después de la celebración del banquete-homenaje a Alejandro Lerroux, Alcalá Zamora [93] da a leer al presidente del Gobierno una carta fechada el 8 de octubre en La Haya. La remite el abogado S. Bourlier [B122], quien, en nombre de Daniel Strauss, ruega al Presidente de la República la devolución de los papeles y las copias de los documentos que le fueron remitidos por su representado el 5 de septiembre. Bourlier aduce como razón el entender que la información enviada no había merecido la atención de su destinatario. Al igual que le aconsejó al hablarle de la denuncia de Strauss, Joaquín Chapaprieta le vuelve a recomendar a Alcalá Zamora que tampoco dé por recibida la misiva de Bourlier. Sin embargo, con el pretexto de que el remitente de la carta es un abogado, don Niceto considera que los dos casos son distintos y que, tras haber reflexionado sobre ello, considera que lo más adecuado es poner los papeles en cuestión en manos del Gobierno para que este pueda resolver lo más procedente. Antes de preferir contestar al abogado holandés para indicarle el camino de la justicia o hacerle ver que la jefatura del Estado no era el cauce más adecuado para recibir este tipo de denuncias, Alcalá Zamora prefirió complicar el asunto de forma deliberada haciendo entrega del expediente Strauss al Gobierno. Chapaprieta, sin lograr convencer a don Niceto, le manifiesta que, en todo caso, sería oportuno dar cuenta del asunto Strauss a Gil Robles y a Martínez de Velasco [94].
Al día siguiente, 12 de octubre, con motivo de la celebración del Día de la Raza, tiene lugar en el paseo de la Castellana de Madrid un gran desfile militar al que acuden el presidente de la República y todo el Gobierno. Llegado el momento de pasar revista a las tropas, Alcalá Zamora, quien ocupa un coche descubierto en compañía de Gil Robles, aprovecha aquel instante de aislamiento para comunicarle al ministro de la Guerra que había recibido una denuncia gravísima contra varios miembros destacados del partido radical, entre ellos su propio jefe, a quien de momento debería abstenerme de hablar del asunto [95], pidiéndole que acudiera reservadamente a su casa para analizar la situación:
«Con la natural preocupación, acudí a las ocho menos cuarto al domicilio particular del presidente, donde ya se encontraban los señores Martínez de Velasco y Chapaprieta. Con grandes aspavientos y todo lujo de detalles, el señor Alcalá Zamora, auxiliado por su privilegiada memoria, nos hizo una detalladísima exposición de la famosa denuncia del Straperlo [96]».
Los testimonios que, tanto Chapaprieta, como Gil Robles, nos han dejado sobre aquellos momentos de gran inquietud en el Gobierno, nos permiten seguir con toda fidelidad el desarrollo de los acontecimientos. Durante la reunión mantenida en casa de Alcalá Zamora, el Presidente de la República leyó trozos del escrito enviado por Strauss, mostrando las fotografías de documentos que lo acompañaban y poniendo especial empeño en advertir que no había tenido conocimiento de la denuncia hasta algunos días después de resuelta la última crisis, aunque llegara, en efecto, con anterioridad a su Secretaría [97]. Para Gil Robles, estas explicaciones de Alcalá Zamora carecían de verosimilitud:
«En modo alguno pude prestar crédito a sus burdas explicaciones. Resultaba, por de pronto, extraño, que el Presidente de la República no hubiera recibido en el acto un documento de tan extraordinaria gravedad, sobre todo cuando se hallaba en trámite una crisis para arrojar del poder al principal acusado [98]».
Dice Chapaprieta, refiriéndose a la actitud de Alcalá Zamora en aquella reunión:
«De ninguna manera quería que la denuncia restara en su poder, ni quería tampoco tener con los denunciadores el mínimo contacto que suponía el devolverles sus papeles. Por otro lado, se aferraba a la estricta doctrina constitucional de que él debía poner en manos del Gobierno todo documento que llegara a su poder relativo a los negocios públicos [99]».
Si se seguía la teoría de Alcalá Zamora, las complicaciones políticas parecían seguras ya que, al pertenecer los denunciados al Partido Republicano Radical, se hacía muy difícil la continuidad de sus representantes en el ejecutivo, especialmente Alejandro Lerroux y el ministro de Instrucción Pública, Juan José Rocha, los más directamente perjudicados por aparecer familiares de ambos en los papeles de Strauss. Sin embargo, el presidente del Consejo no podía negarse a que el Gobierno recibiera de manos del Presidente de la República los papeles en que se denunciaba uno o varios delitos. Significaba tal negativa que el Gobierno aparecería encubriendo esos actos delictivos [100].
Con objeto de informar a Lerroux de la situación, Chapaprieta y Gil Robles visitan el lunes 14 de octubre al líder radical en su despacho del Ministerio de Estado. Allí le explican el asunto en su totalidad, dándole cuenta de los nombres que aparecen en la denuncia, entre ellos, el de su ahijado Aurelio. Alejandro Lerroux confiesa a sus visitantes que, desde hacía varios meses, obraba en su poder un informe similar al recibido por Alcalá Zamora. Dice a sus interlocutores que con ese informe se le había amenazado con producir un escándalo si no se entregaba una importante cantidad de dinero a Strauss y que él no se había prestado al chantaje. Lerroux, ante Gil Robles y Chapaprieta, mostró su voluntad de permanecer en el Gobierno, no estando dispuesto a presentar su dimisión relacionándola con el asunto Strauss que era lo que, en su opinión, deseaba el presidente de la República. No se buscaba como fin la justicia ni la depuración, sino el escándalo: lo que importaba era producirlo, cuanto más grande mejor [101], dejaría escrito el viejo líder radical.
De acuerdo con lo convenido con Alcalá Zamora, el jefe del Gobierno recibe desde la Presidencia de la República, de forma oficial, la denuncia de Daniel Strauss, dándose el primer paso en su tramitación hacia el escándalo que se avecinaba de forma irremediable. Se trataba de un extenso escrito a máquina compuesto por veintiséis hojas, redactado en un correcto español, con gran precisión y perfecto orden, e iba acompañado de una relación alfabética de personas de la vida política española a las que el denunciante implicaba en el asunto sin ningún tipo de fundamento [102]. De forma deliberada, Chapaprieta separó aquella relación de nombres del resto de la denuncia: La información fue amplísima y meticulosa la instrucción judicial. Ni una ni otra dibujaron responsabilidades para bastantes de las personas que los malintencionados autores de la relación dicha incluían en la misma para aumentar las proporciones del escándalo [103].
Escribe Gil Robles:
«En los documentos presentados por Strauss advertimos fácilmente dos manos: una —la suya—, que redactó la denuncia en francés; y otra, que la tradujo, limó y matizó, dándole acritud e intencionalidad política. Existía una gran diferencia en redacción entre el primer texto remitido por Strauss al señor Lerroux —en la misma línea de su carta al señor Alcalá Zamora— y el relato de los hechos enviados más tarde al presidente, escrito con precisión y orden perfectos. Se advertía tras de esta segunda redacción una pluma ágil, puesta al servicio de una mente lúcida, a la que no resultaban extraños el ambiente político y los problemas que pudieran apasionar más a un español [104]».
Con toda probabilidad, la denuncia no la escribió Strauss sino, nada más ni nada menos, que el dirigente socialista Indalecio Prieto, el cual estaba exiliado desde las insurrecciones de octubre de 1934, nos dice Nigel Townson [105]. Cuando Alcalá Zamora aborda el asunto del Straperlo en sus Memorias también señala a Prieto como redactor de los papeles de Strauss: Vi toda la magnitud del escándalo, iluminada además por la colaboración española, hábil y apasionada, que se descubría en el documento suscrito por un extranjero. Observábase pleno dominio de la sintaxis, que jamás adquiere un aventurero, aunque bastantes galicismos intencionales, aunque no más en número de los que usual y deliberadamente empleaba Prieto [106].
Sometido el asunto de la denuncia de Strauss al Consejo de Ministros del 15 de octubre, se acuerda pasarlo a la fiscalía, siendo entregada toda la documentación por el subsecretario de la Presidencia al Fiscal General de la República en la mañana del día siguiente. Aunque Gil Robles, en principio, achaca a una ligereza el que el Gobierno recogiera una denuncia a la que le faltaban algunos requisitos de autenticidad, con objeto de que nadie pudiera decir que nos mostrábamos juez y parte de la cuestión, decidimos trasladar de oficio la denuncia al fiscal de la República, aunque apareciese firmada por un insolvente, para que se dilucidase quiénes eran las personas responsables de los presuntos delitos y se adoptaran contra ellas las medidas oportunas [107].
Alejandro Lerroux, convencido de que Alcalá Zamora forma parte de la confabulación —… el Presidente actuaba como sujeto pasivo, o como testaferro inconsciente o como instrumento hábilmente manejado por Prieto…; y por Azaña, autor dramático [108]… —, resume los hechos relacionados con el asunto Strauss en el orden siguiente:
- «Me comunica, siendo yo Presidente del Consejo, que ha recibido la denuncia de Strauss. Ante mi actitud no reacciona en ningún sentido ni toma resolución alguna.
- Vuelve a la carga. Le contesto altivamente desdeñando la maniobra y dejándole en libertad de proceder, así como reservándome la mía. No devuelve la denuncia a su autor para que use de su derecho como le convenga: una solución. No la remite de oficio al Fiscal de la República para que este cumpla su deber: otra solución. No me la entrega a mí, su Presidente del Consejo, en quien tiene puesta su confianza para gobernar el país y más podía tenerla para tramitar el asunto: tercera solución.
- Se produce la crisis y permanece en silencio.
- Le presenta Chapaprieta la lista de un Gobierno en el que figura mi nombre como Ministro de Estado y no opone reparo, ni trata de liquidar el asunto. De donde puede deducirse que no le da la importancia que pareció haberle atribuido, primera hipótesis; o que desiste de intervenir en el caso para optar por una de las soluciones del apartado segundo: otra hipótesis.
- El día nueve de octubre se celebra un banquete del bloque parlamentario que dio motivo a su discurso, agresivo y apasionado, en el Consejo presidido por él al día siguiente, revelador de una exaltación morbosa que debió encender en su alma aquellos deseos de venganza de que hacía público alarde en otros casos y que pregonó con hechos bien sonados en las Constituyentes.
- El día 14 de octubre, cuatro días después del Consejo famoso, me visitaron, el Jefe del Gobierno y Gil Robles. Iban a darme cuenta de que Su Excelencia el Presidente de la República había entregado oficialmente al del Consejo de Ministros la denuncia de Strauss. Era una notificación amistosa, pero ¿era también una deferencia? Su Excelencia ahora tenía prisa. Las fieras tienen hambre.» [109]