CAPÍTULO 55
Sirenas. Luces. Gritos. El caos que reina en medio del bonito paisaje rural es desagradable. Alguien me habla, pero no escucho lo que me dice. El pesar y el sentimiento de culpa no dejan sitio para nada más.
—¿Cómo es que le dieron el alta? —pregunto al agente de policía que está intentando hablar conmigo mientras una paramédica me mira la herida que tengo en el brazo—. Todo esto ha pasado porque a un listillo gilipollas lo engañó una loca. —Sacudo el brazo para zafarme de las manos de la paramédica.
—Señor Ward, no sé por qué le dieron el alta del hospital a su ex mujer.
—¿Hospital? —Lo miro incrédulo—. No, a un hospital se va cuando se está enfermo o herido, no cuando se es una jodida psicópata despiadada que planea una jodida venganza. —Noto las manos de nuevo en el brazo—. ¡Quíteme las putas manos de encima! —escupo, obligando a la mujer a retirarse, aunque permanece alerta.
—Señor Ward, por favor, cálmese.
—¿Que me calme?
No podría calmarme aunque quisiera. La ira me consume. Me noto peligroso.
—Han amenazado a mi mujer y a mis hijos, he estado más de una hora a punta de pistola. —Señalo el granero con el brazo—. Acaban de asesinar a mi puto mejor amigo.
Me tambaleo hacia atrás con la fuerza de mi furia, y siento que pierdo todo el control.
—Será mejor que me deje en paz —advierto—. Déjeme en paz hasta que pueda darme alguna puta respuesta.
Voy hasta la pared del granero y me dejo caer contra la madera, resbalando por ella hasta tener el culo cerca de las polvorientas piedrecillas antes de apoyarlo. Ya sentado, me esfuerzo por contenerme. Si Lauren no estuviera muerta, la mataría yo con mis propias manos. Y no sería una muerte rápida, sino larga y dolorosa. Debería haber actuado antes. Debería haber hecho caso a mi instinto e intervenir antes de que llegara John.
Alzo la vista al oír a alguien que grita que le dejen paso. Luego sacan del granero una bolsa con un cuerpo. El tamaño, y la facilidad con que se mueven las dos mujeres que agarran cada extremo de la camilla, me dice que esa es la bolsa de Lauren. Después sale otra, esta transportada por dos hombres. Empieza a temblarme el labio inferior y entierro la cara en las manos. No puedo mirar. Es demasiado definitivo.
—¡Jesse!
Alzo la vista y veo a Ava saliendo de un coche, el rostro demudado. Me ahogo sin que tenga nada en la garganta, me llevo los puños a las sienes y me aprieto la cabeza. Quiero ir con ella, acortar el tiempo que le llevará acercarse a donde estoy, pero mi cuerpo se niega a reaccionar. Así que sigo sentado mirando a Ava, que corre hacia mí por el pedregal. Veo que repara en las bolsas de los cadáveres, que baja el ritmo. Y cuando por fin llega hasta mí, se detiene y mira al descompuesto ser que tiene delante. Hago un esfuerzo para mantener la cabeza alta, pero ahora que tengo a Ava tan cerca, ahora que puedo verla, cada detalle perfecto de su cara, a mi cuerpo le llega un soplo de vida y consigue ponerse de pie. Se muerde el labio, los ojos húmedos. No tengo nada que ofrecerle, tan solo la dolorosa noticia.
—La hija de puta ha matado a John.
Ava coge aire con fuerza y las lágrimas caen de inmediato.
—No —musita mirando la camilla—. Intenté detenerlo. —La voz se le quiebra—. Dios mío, Jesse. —Se ahoga al hablar—. Cuánto lo siento. —Se lleva las manos a la cara como si se estuviera escondiendo, avergonzada de sí misma.
Se las aparto.
—No te disculpes —advierto, a riesgo de volver a perder los estribos—. Ni se te ocurra disculparte, Ava.
—La aplicación. Los GPS de los coches. Entendí lo que intentabas decirme. Y entonces apareció John y se lo conté. Me cogió el teléfono, no pude impedírselo. Llamé a la policía desde casa.
El impacto de su cuerpo contra el mío cuando se echa en mis brazos está a punto de hacerme caer.
—Lo siento mucho —solloza, y sacudo la cabeza pegado a ella, sujetándola con toda la fuerza que me permite el dolorido hombro—. Creí que no volvería a verte. Creí que este era el final del camino.
La estrecho aún más. Me importa una mierda el dolor. No es nada comparado con la agonía que anida en mi corazón.
—Nuestro camino no tiene final, nena. —Cierro los ojos y hundo mi cara en su suave cuello, en busca del consuelo que sé que puedo encontrar—. No tiene final.
—Lo he recordado.
Llora con fuerza entre palabra y palabra. No se molesta en intentar reprimir sus emociones. Y me alegro, porque yo, desde luego, no soy capaz. Mis lágrimas caen imparables, empapándome las mejillas y su cuello.
—Lo he recordado todo.
—Lo sé.
Me duele en el alma que la avalancha de recuerdos la desencadenara un momento tan sombrío y angustioso de nuestra historia. Me duele a más no poder. Hay un millón de momentos maravillosos, clave, en nuestra vida en común. ¿Por qué ha tenido que ser Lauren?
—Siento mucho que haya sido de esta manera.
Se separa de mí y sacude ligeramente la cabeza.
—No ha sido ella la que los ha desencadenado.
Me coge la cara y me acaricia tiernamente las húmedas mejillas.
—Ha sido el terror en estado puro que vi en tus ojos. Lo había visto antes.
Las emociones me ahogan, y bajo la vista hasta que Ava me obliga a levantar la cabeza.
—John ha muerto —digo, y casi ni la veo, todo se vuelve borroso.
Con el labio temblándole, me rodea con sus brazos y me estrecha con la fuerza y el amor que tanto necesito.
—Nunca habría permitido que nada te hiciera daño —afirma, la voz empañada—. Ese tío era un puto guerrero, y además un cabezota.
Ni siquiera soy capaz de reñirla por lo mal que habla.
—Ha muerto porque sabía lo mucho que te necesito. Lo mucho que los niños te necesitan.
Me agarra la mano y se la lleva a la barriga. No estoy seguro de quién llora más ahora, si ella o yo. Me seco la cara con furia, me sorbo la nariz para espantar la tristeza.
—También es mi héroe —musita.
Mueve la mano a la parte superior de mi brazo y me lo acaricia, frunce el ceño cuando doy un grito ahogado.
—¿Qué es esto?
—Un rasguño.
La aparto, no quiero que se preocupe, pero ella apenas se da cuenta. La ensangrentada manga corta de mi camiseta está subida y deja al descubierto un bonito orificio en el brazo.
—¡Dios mío!
—No pasa nada.
La separo de nuevo, y una vez más ella gana y me da un manotazo.
—Ava, joder, que no pasa nada. Para.
—¿Te lo han mirado?
—No estoy de humor para que me hurguen y me manoseen.
Resopla y señala a la paramédica, que no anda muy lejos.
—Ahora, Ward, o vas a saber lo que es bueno.
Su expresión es feroz mientras se restriega el húmedo rostro, y yo me encojo en el sitio, sin rechistar. No digo nada, ni me muevo, así que Ava me coge de la mano y prácticamente me lleva a la ambulancia.
—No me obligues a hacerte daño, Ward.
Con los ojos muy abiertos, permito que me meta en la ambulancia y me eche en la camilla. No se anda con tonterías. Y a pesar del dolor paralizante, la rabia y el sentimiento de culpa que experimento, consigo hallar cierta gratitud.
Mi mujer ha vuelto. Toda ella ha vuelto, y con puta energía.